miércoles, 31 de diciembre de 2014

Traten de entrar por la entrada estrecha…


Por aquel tiempo, algunos le dijeron a Jesús que Pilato, el gobernador romano, había mandado matar a varios hombres de la región de Galilea. Esto les había sucedido mientras ellos estaban en el templo ofreciendo sacrificios a Dios. Jesús les dijo: ¿Creen ustedes que esos hombres murieron porque eran más malos que los demás habitantes de Galilea? ¡De ninguna manera! Y si ustedes no cambian su manera de vivir ni obedecen a Dios, de seguro morirán. Acuérdense de los dieciocho que murieron cuando se les vino encima la torre que se derrumbó en Siloé. ¿Creen ustedes que eso les pasó porque eran más malos que todos los habitantes de Jerusalén? ¡De ninguna manera! Y si ustedes no cambian su manera de vivir ni obedecen a Dios, también morirán.

Además, Jesús les puso este ejemplo: Un hombre había sembrado una higuera en su viñedo. Un día, fue a ver si el árbol tenía higos, pero no encontró ninguno. Entonces le dijo al encargado del viñedo: Tres años seguidos he venido a ver si esta higuera ya tiene higos, y nunca encuentro nada. Córtala, pues sólo está ocupando terreno. El encargado le dijo: Señor, deje usted la higuera un año más. Aflojaré la tierra a su alrededor, y le pondré abono. Si el próximo año da higos, la dejaré vivir; si no, puede ordenar que la corten.

Un sábado, Jesús estaba enseñando en una sinagoga. Allí había una mujer que tenía dieciocho años de estar jorobada. Un espíritu malo la había dejado así, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: ¡Mujer, quedas libre de tu enfermedad! Jesús puso sus manos sobre ella, y en ese momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. El jefe de la sinagoga se enojó mucho como Jesús, por lo que Jesús había hecho en un día de descanso obligatorio. Por eso, le dijo a la gente que estaba reunida: La semana tiene seis días para trabajar, y uno para descansar. Ustedes deben venir para ser sanados en uno de esos seis días, pero no en sábado.

Jesús contestó: ¿A quién tratan de engañar? Ustedes llevan a su buey o a su burro a beber agua el día sábado, y esta mujer vale mucho más que un buey o un burro, porque es descendiente de Abraham. Si Satanás la tuvo enferma durante dieciocho años, ¿por qué no podría ser sanada en un día sábado. Al oír esto, sus enemigos sintieron mucha vergüenza. El resto de la gente, en cambio, se puso muy feliz al ver las cosas tan maravillosas que Jesús hacía.

Jesús también les dijo: ¿Cómo les puedo explicar qué es el reino de Dios? ¿Con qué puedo compararlo? Se puede comparar con la semilla de mostaza: Cuando un hombre va y la siembra en su terreno, ella crece y se convierte en un árbol grande, tan grande que hasta los pájaros vienen y hacen nidos en sus ramas.

Jesús también les dijo: ¿Con qué más puedo comparar el reino de Dios? Se puede comparar con lo que sucede cuando una mujer pone un poquito de levadura en un montón de harina. ¡Ese poquito hace crecer toda la masa!

Durante el viaje hacia Jerusalén, Jesús pasaba por los pueblos y aldeas y enseñaba a la gente. Un día, alguien le preguntó: Señor, ¿serán pocos los que se van a salvar? Jesús contestó: Traten de entrar por la entrada estrecha. Porque muchos querrán entrar el reino de Dios y no podrán. Cuando Dios cierre la puerta, si ustedes están afuera ya no podrán entrar. Tocarán a la puerta y dirán: ¡Señor, ábrenos! Pero yo les diré: No sé quiénes sean ustedes, ni de dónde vengan. Y ustedes dirán: Nosotros comimos y bebimos contigo; además tú enseñaste en las calles de nuestro pueblo. Pero yo les contestaré: ¡Ya les dije que no los conozco! ¡Gente malvada, apártense de mí!

Ustedes se quedarán afuera, y llorarán y rechinarán de terror los dientes, porque verán en el reino de Dios a sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob, y a los profetas. De todas partes del mundo vendrán a la gran cena que Dios dará en su reino. Allí, los que ahora son los menos importante, serán los más importantes. Y los que ahora son importantes, serán los menos importantes.
En ese momento llegaron unos fariseos, y le dijeron a Jesús: ¡Huye, porque el rey Herodes Antipas quiere matarte! Jesús les dijo: Vayan y díganle a esa zorra que hoy y mañana estaré expulsando demonios y curando a los enfermos, y que al tercer día ya habré terminado. Aunque, en verdad, hoy, mañana y pasado mañana deberé seguir mi viaje hasta llegar a Jerusalén. Después de todo allí es donde matan a los profetas.

¡Habitantes de Jerusalén! ¡Ustedes matan a los profetas y a los mensajeros que Dios les envía! Muchas veces quise protegerlos a ustedes, como la gallina que cuida a sus pollitos debajo de sus alas, pero ustedes no me dejaron. Por eso su templo quedará abandonado. Y les aseguro que no volverán a verme, hasta que digan: ¡Bendito el Mesías que viene en el nombre de Dios!

Aquí puedes darte cuenta que es prioritario que el hombre cambie su manera de vivir, que obedezca y se apegue a sus mandamientos para que avance en el camino del bien y con discernimiento escoja hacer lo correcto, desarrolle una buena conciencia, de frutos y, por ende crezca espiritualmente.

No obstante, es necesario que el hombre se arrepienta verdaderamente y busque a Dios pues sólo Dios puede liberar al hombre del pecado, pero es necesario que el hombre ponga su vida en las manos de Dios y El le dará sabiduría, renovará sus fuerzas para que siga el camino recto, sin volver atrás, apartándose de la ira, el resentimiento, odio, la envidia, pero es esencial que se vuelva a Dios,  sólo El sana y restaura.

Por tanto, es importante que el hombre se esfuerce por entrar en la puerta estrecha, que sea obediente y siembre  para que pueda recoger frutos y entrar en el reino de Dios.


Con Alta Estima,

martes, 30 de diciembre de 2014

Recuerden que la verdadera riqueza consiste en obedecerme de todo corazón.

Mientras muchísimas personas rodeaban a Jesús y se atropellaban unos a otras, él les dijo a sus discípulos:  Tengan cuidado de las mentiras que enseñan los fariseos. Ellos engañan a la gente diciendo cosas que parecen verdad. Porque todo lo que esté escondido se descubrirá, y todo lo que se mantenga en secreto llegará a conocerse. Lo que ustedes digan en la oscuridad, se sabrá a plena luz del día; lo que digan en la oscuridad, se sabrá a plena luz del día; lo que digan en secreto, lo llegará a saber todo el mundo.

Amigos míos, no tengan miedo de la gente que puede quitarles la vida. Más que eso no pueden hacerles. Tengan más bien temor de Dios, pues él no solo puede quitarles la vida, sino que también puede enviarlos al infierno. A él si deben tenerle miedo. Cinco pajaritos apenas valen unas cuantas monedas. Sin embargo, Dios se preocupa por cada uno de ellos. Lo mismo pasa con ustedes. Diosa sabe hasta cuántos cabellos tienen. Por eso, ¡no tengan miedo! Ustedes valen más que muchos pajaritos.

Si ustedes les dicen a otros que son mis seguidores, yo, el Hijo del hombre, les diré a los ángeles de Dios que ustedes en verdad lo son. Pero si le dicen a la gente que no son mis seguidores, yo les diré a los ángeles de Dios que ustedes no lo son. Si ustedes dicen algo contra mí, que soy el Hijo del hombre,  Dios los perdonará. Pero si dicen algo malo en contra del Espíritu Santo, Dios no los perdonará. Cuando los lleven a las sinagogas, o ante los jueces y las autoridades, para ser juzgados, no se preocupen por lo que van a decir o cómo van a defenderse. Porque en el momento preciso, el Espíritu Santo les dirá lo que deben decir.

Uno de los que estaban allí le dijo a Jesús: Maestro, ordénale a mi hermano que me dé la parte de la herencia que me dejó nuestro padre. Jesús le respondió: A mí no me corresponde resolver el pleito entre tu hermano y tú. Luego miró Jesús a los que estaban allí, y les dijo: ¡No vivan siempre con el deseo de tener más y más! No por ser dueños de muchas cosas se vive una vida larga y feliz.

Y enseguida Jesús les puso este ejemplo: Las tierras de un hombre muy rico habían dado una gran cosecha. Era tanto lo que se había recogido, que el rico no sabía dónde guardar los granos. Pero después de pensarlo dijo: Ya sé lo que haré. Destruiré mis viejos graneros, y mandaré a construir unos mucho más grandes. Allí guardaré lo que he cosechado y todo lo que tengo. Después me diré: ¡Ya tienes suficiente para vivir muchos años! ¡Come, bebe, diviértete y disfruta de la vida lo más que puedas! Pero Dios le dijo: ¡Qué tonto eres! Esta misma noche vas a morir, y otros disfrutarán de todo esto que has guardado. Así les pasa a todos los que amontonan riquezas para sí mismos. Se creen muy ricos pero, en realidad, ante Dios son pobres.

Después Jesús les dijo a sus discípulos: No se pasen la vida preocupados por lo que van a comer o beber, o por la ropa que van a ponerse. La vida no consiste sólo en comer, ni el cuerpo existe sólo para que lo vistan. Miren a los cuervos no siembran ni cosechan, ni tienen graneros para guardar las semillas. Sin embargo, Dios les da de comer. ¡Recuerden que ustedes son más importantes que las aves! ¿Creen ustedes que por preocuparse mucho vivirán un día más? Si ni siquiera esto pueden conseguir, ¿Por qué se preocupan por lo demás?

Aprendan de las flores del campo: no trabajan para hacerse sus vestidos y, sin embargo, les aseguro que ni el rey Salomón, con todas sus riquezas, se vistió tan bien como ellas. Si Dios hace tan hermosas a las flores, que viven tan poco tiempo, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Veo que todavía no han aprendido a confiar en Dios! No se desesperen preguntándose qué van a comer, o qué van a beber. Sólo quienes no conocen a Dios se preocupan por eso. Dios, el Padre de ustedes, sabe que todo eso lo necesitan. Lo más importante es que reconozcan a Dios como único rey. Todo lo demás, él se lo dará a su debido tiempo.

¡No tengan miedo, mi pequeño grupo de discípulos! Dios, el Padre de ustedes, quiere darles su reino. Vendan lo que tienen, y repartan ese dinero entre los pobres. Fabríquense bolsas que nunca se rompan, y guarden en el cielo lo más valioso de su vida. Allí, los ladrones no podrán robar, ni la polilla podrá destruir. Recuerden que la verdadera riqueza consiste en obedecerme de todo corazón.
Ustedes tienen que estar siempre listos. Deben ser como los sirvientes de aquel que va a una fiesta de bodas. Ellos se quedan despiertos, con las lámparas encendidas, pendiente de que su dueño llame a la puerta para abrirle de inmediato. ¡Qué felices serán cuando llegue el dueño de la casa, en la noche, o en la madrugada! Les aseguro que el dueño hará que sus sirvientes se sienten a la mesa, y él mismo les servirá la comida. Si el dueño de una casa supiera a qué hora se va a meter un ladrón, lo esperaría para no dejarlo entrar. Ustedes deben estar listos, porque yo, el Hijo del hombre, vendré a la hora que menos lo esperen.

Pedro entonces le preguntó: Señor, ¿esa enseñanza es sólo para nosotros, o para todos los que están aquí? El Señor Jesús le respondió: El sirviente responsable y atento es aquel a quien el dueño de la casa deja encargado de toda su familia, para que les sirva la comida a tiempo. ¡Qué feliz es el sirviente si su dueño lo encuentra cumpliendo sus órdenes! Les aseguro que el dueño hará que ese sirviente administre todas sus posesiones. Pero supongamos que el sirviente piensa: Mi amo salió de viaje y tardará mucho en volver, y entonces comienza a golpear a los otros sirvientes y sirvientas, y a comer y a beber hasta emborracharse. Cuando vuelva su amo, en el día y la hora en que menos lo espere, lo castigará como se castiga a los sirvientes que no obedecen.

El sirviente que conoce las órdenes de su dueño y no las cumple, recibirá un castigo severo. Pero el sirviente que, sin saberlo, hace algo que merece castigo, recibirá un castigo menor. Dios es bueno con ustedes, y espera que ustedes lo sean con él. Y así como él se muestra muy generoso con ustedes, también espera que ustedes le sirvan con la misma generosidad.

Yo he venido para encender fuego en el mundo. ¡Y cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo! Pero primero tengo que pasar por una prueba muy difícil, y sufro mucho hasta que llegue ese momento. ¿Creen ustedes que vine para establecer la paz en este mundo? ¡No! Yo no vine a eso. Vine a causar división. En una familia de cinco, tres estarán en contra de los otros dos. El padre y el hijo se pelearán, la madre y la hija harán lo mismo, y la suegra y las nueras serán enemigas.

Jesús le dijo a la gente: Cuando ustedes miran hacia el oeste, y ven una nube en el cielo dicen: ¡Va a llover!; y en verdad llueve. Y si ven que sopla viento desde el sur, dicen: ¡Va a hacer calor!; y así pasa. ¿A quién tratan de engañar? A ustedes les basta mirar el aspecto del cielo y de la tierra para saber si el tiempo será bueno o malo. ¡Pero miran lo que yo hago, y no son capaces de entender que son señales de Dios!

Elige hacer lo correcto: Si alguien te acusa de hacer algo malo en su contra, arregla el problema con esa persona antes de que te entregue al juez. De lo contrario, el juez le ordenará a un policía que te lleve a la cárcel. Te aseguro que sólo saldrás cuando hayas pagado hasta el último centavo.

Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre hable con la verdad, que sea congruente lo que dice con su comportamiento, que tenga temor de Dios pues El lo sabe todo, hasta sabe cuántos cabellos tiene cada persona, por lo que es necesario que el hombre busque a Dios, que lo acepte en su corazón y se arrepienta para que su vida sea transformada..

Además, es esencial que el hombre sea humilde en su forma de vivir, sin vanagloria ni deseos de tener más y más, pues sólo Dios conoce el destino de cada persona y no es importante que el hombre atesore riquezas materiales pues la verdadera riqueza es que el hombre obedezca a Dios de todo corazón y, sabes, lo mejor es que el hombre disfrute de la vida.

 No obstante, el hombre no debe estar preocupado ni afanarse demasiado, pues lo fundamental es que cada persona reconozca a Dios como su rey, que esté siempre listo y atento a sus señales, prepararse en el conocimiento de Dios, pues Jesús, el Hijo de Dios vendrá pronto.

Así es que el tiempo apremia y es prioridad que el hombre sea lleno del espíritu de Dios, desarrolle una conciencia firme para que elija hacer lo correcto.


Con Alta Estima,

lunes, 29 de diciembre de 2014

Por eso, si miran con ojos sinceros y amables, la luz entrará en su vida.


Un día Jesús fue a cierto lugar para orar. Cuando terminó, uno de sus discípulos se acercó y le pidió: Señor, enséñanos a orar, así como Juan el Bautista enseñó a sus seguidores. Jesús les dijo: Cuando ustedes oren, digan: Padre, que todos reconozcan que  tú eres el verdadero Dios. Ven y sé nuestro único rey. Danos la comida que hoy necesitamos. Perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todos los que nos hacen mal. Y cuando vengan las pruebas, no permitas que ellas nos aparten de ti.

También les dijo: Supongamos que, a medianoche, uno de ustedes va a la casa de un amigo y le dice: Vecino, préstame por favor tres panes. Un amigo mío, que está de viaje, ha llegado y va a quedarse en mi casa; ¡no tengo nada para darle de comer! Supongamos también que el vecino le responda así: ¡No me molestes! La puerta ya está cerrada con llave, y mi familia y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte los panes. Si el otro siguiera insistiendo, de seguro el vecino le daría lo que necesitara, no tanto porque aquel fuera su amigo, sino para no ser avergonzado ante el pueblo.
Por eso les digo esto: pidan a Dios y él les dará, hablen con Dios y encontrarán lo que buscan, llámenlo y él los atenderá. Porque el que confía en Dios recibe lo que pide, encuentra lo que busca y, si llama, es atendido. ¿Alguno de ustedes le daría a su hijo una serpiente si él le pidiera un pescado? ¿O le daría un escorpión si le pidiera un huevo? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con mayor razón Dios, su Padre que está en el cielo, dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.

Jesús expulsó a un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando el demonio salió, el hombre empezó a hablar. La gente estaba asombrada por lo que hizo Jesús, pero algunas personas dijeron: Jesús libera de los demonios a la gente porque Beelzebú, el jefe de los demonios, le da poder para hacerlo. Otros querían ponerle una trampa a Jesús. Por eso le pidieron un milagro que demostrara que había sido enviado por Dios. Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: Si los habitantes de un país se pelean entre ellos, el país se destruirá. Si los miembros de una familia se pelean entre sí, la familia también se destruirá. Y si Satanás lucha contra sí mismo, destruirá su propio reino. Ustedes dicen que yo expulso a los demonios por el poder de Satanás. Si eso fuera verdad, entonces ¿quién les da poder a los discípulos de ustedes para echar fuera demonios? Si ustedes me responden que Dios les da ese poder, eso demuestra que están equivocados. Y si yo echo fuera a los demonios con el poder de Dios, eso demuestra que el reino de Dios ya está aquí.

Es muy difícil robar en la casa de un hombre fuerte y bien armado. Pero si un hombre más fuerte que él lo vence, le quitará las armas, le robará todo y lo repartirá entre sus amigos. Si ustedes no están de acuerdo con lo que hago, entonces están contra mí. Si no me ayudan a traer a otros para que me sigan, es como si los estuvieran ahuyentando.

Cuando un espíritu malo sale de una persona, viaja por el desierto buscando dónde descansar. Al no encontrar ningún lugar, dice: Mejor regresaré a mi antigua casa, y me meteré de nuevo en ella. Cuando regresa, la encuentra limpia y ordenada. Entonces va y busca a otros siete espíritus peores que él, y todos se meten dentro de aquella persona y se quedan a vivir allí. ¡Y esa pobre persona termina peor que cuando sólo tenía un espíritu malo!

Mientras Jesús hablaba, llegó una mujer y le gritó: ¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te amamantó! Pero Jesús le respondió: ¡Dichosa más bien la gente que escucha el mensaje de Dios, y lo obedece!
Mucha gente se acercó para escuchar a Jesús. Entonces él les dijo: Ustedes me piden como prueba una señal, pero son malos y no confían en Dios. La única prueba que les daré será lo que le pasó a Jonás. Así como él fue señal para los habitantes de la ciudad de Nínive, así yo, el Hijo del hombre, seré una señal para la gente de este tiempo. La reina del Sur se levantará en el día del juicio, y hablará contra ustedes para que Dios los castigue. Ella vino desde muy lejos para escuchar las sabias enseñanzas del rey Salomón, ¡y ustedes no quieren escuchar mis enseñanzas, aunque soy más importante que Salomón!

En el juicio final, la gente de la ciudad de Nínive también se levantará y hablará contra ustedes. Porque esa gente si cambió de vida cuando oyó el mensaje que le anunció Jonás. ¡Pero ustedes oyen mi mensaje y no cambian, a pesar de que soy más importante que él.

Jesús también les dijo: Nadie enciende una lámpara para esconderla, o para ponerla debajo de un cajón. Todo lo contrario: se pone en un lugar alto, para que alumbre a todos los que entran en la casa. Los ojos de una persona son como una lámpara que alumbra su cuerpo. Por eso, si miran con ojos sinceros y amables, la luz entrará en su vida. Pero si sus ojos son envidiosos y orgullosos, vivirán en completa oscuridad. Así que, tengan cuidado, no dejen que se apague la luz de su vida. Si todo su cuerpo está iluminado, y no hay en él ninguna parte oscura, entonces la vida de ustedes alumbrará en todos lados, como cuando una lámpara los ilumina con su luz.

Cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer en su casa, Jesús fue y se sentó a la mesa. El fariseo se sorprendió mucho al ver que Jesús no se había lavado las manos antes de comer.  Pero Jesús le dijo: Ustedes los fariseos se lavan por fuera, pero por dentro son malos, no ayudan a nadie y roban a la gente. ¡Tontos! Dios hizo las cosas de afuera y también las de adentro. La mejor forma de estar completamente limpios es compartir lo que uno tiene con los pobres. ¡Qué mal les va a ir! Ustedes se preocupan por dar a Dios, como ofrenda, la décima parte de las legumbres, de la menta y de la ruda que cosechan en sus terrenos. Pero no lo aman ni son justos con los demás. Deben dar a Dios la décima parte de todo, pero sin dejar de amarlo y sin dejar de ser justos.
¡Qué mal les va a ir a ustedes, los fariseos! Cuando van a la sinagoga, les encanta que los traten como si fueran las personas más importantes. Les gusta que en el mercado la gente los salude con gran respeto. ¡Qué mal les va a ir! Porque ustedes son como tumbas ocultas, que la gente pisa sin saberlo. Entonces, un maestro de la Ley le dijo a Jesús: Maestro, todo esto que dices contra los fariseos, nos ofende también a nosotros.

Jesús le dijo: ¡Qué mal les va a ir a ustedes también! Porque imponen mandamientos muy difíciles de cumplir, pero no hacen ni el más mínimo esfuerzo por cumplirlos. ¡Qué mal les va a ir a ustedes, que construyen monumentos para recordar a los profetas que sus mismos antepasados mataron! Así ustedes están aprobando los que hicieron sus antepasados: ellos mataron a los profetas, y ustedes construyen sus monumentos.

Por eso Dios ha dicho sabiamente acerca de ustedes: Yo les enviaré profetas y apóstoles, pero ustedes matarán a algunos de ellos, y a otros los perseguirán por todas las ciudades. Así que ustedes se han hecho culpables de la muerte de todos los profetas del mundo, comenzando por la muerte de Abel y terminando por la muerte del profeta Zacarías, a quien mataron en el templo y el altar de los sacrificios. Les aseguro que todos ustedes serán castigados por esto.

¡Qué mal les va a ir a ustedes, los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a seguirlo, y a hacerle muchas preguntas, aunque en realidad le estaban poniendo una trampa, para ver si decía algo malo y así poder atraparlo.

Aquí puedes darte cuenta que es importante que el hombre aprenda a orar, que reconozca a Dios como el único Dios verdadero,  lo busca a pesar de las circunstancias que el hombre tenga que afrontar y que sólo asido de la mano de Dios puede vencer. Por lo que, si  cada persona le pide a Dios, El le dará y encontrará lo que busca, pues quien escucha su mensaje y lo obedece, muestra su confianza en Dios.

No obstante, lo fundamental es que el hombre esté atento al mensaje de Dios y lo obedezca, de manera que cambie de vida y la luz entrará en su vida pues será  una luz que alumbre a todos, que mira con ojos sinceros y amables.

Asimismo, el hombre obediente  a su Palabra se mantendrá firme en sus convicciones, será íntegro en todas sus acciones, ayudará a otros, será justo y cumplirá los mandamientos establecidos por Dios y, por ende alumbrará en dondequiera que vaya.


Con Alta Estima,

domingo, 28 de diciembre de 2014

Alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el libro del cielo.


Después, Jesús  eligió a setenta  y dos  discípulos , y los envió en grupos de dos en dos a los pueblos y lugares por donde él iba a pasar. Jesús les dijo: Son muchos los que necesitan entrar en el reino de Dios, pero son muy pocos los que hay para anunciar las buenas noticias. Por eso, pídanle a Dios que envíe más seguidores míos, para que compartan las buenas noticias, Por eso, pídanle a Dios que envíe más seguidores míos, para que compartan las buenas noticias con toda esa gente. Y ahora, vayan; pero tengan cuidado, porque yo los envío como quien manda corderos a una cueva de lobos.

No lleven dinero, ni mochila ni zapatos, ni se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando lleguen a alguna casa, saluden a todos los que vivan allí, deseándoles que les vaya bien. Si la gente merece el bien, el deseo de ustedes se cumplirá; pero si no lo merece, no se cumplirá su deseo. No anden de casa en casa. Quédense con una sola familia, y coman y beban lo que allí les den, porque el trabajador merece que le paguen.

Si entran en un pueblo y los reciben bien, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos, y díganles que el reino de Dios ya está cerca. Pero si entran en un pueblo y los reciben bien, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos, y díganles que el reino de Dios ya está cerca. Pero si entran en un pueblo y no los reciben bien, salgan a la calle y grítenles: No tenemos nada que ver con ustedes. Por eso, hasta el polvo de su pueblo lo sacudimos de nuestros pies. Pero sepan esto: ya está cerca el reino de Dios. Les aseguro que, en el día del juicio, Dios castigará más duramente a la gente de ese pueblo que a la de Sodoma.

Jesús también dijo: Habitante del pueblo de Corazín, ¡Qué mal les va a ir a ustedes ¡Y también les va a ir mal a ustedes, los que viven en el pueblo de Betsaida! Si los milagros que hice entre ustedes los hubiera hecho entre los que viven en las ciudades de Tiro y de Sidón, hace tiempo que ellos habrían cambiado su modo de vivir. Se habrían vestido de ropas ásperas y se habrían echado ceniza en la cabeza para mostrar su arrepentimiento. Les aseguro que, en el día del juicio final, ustedes van a recibir un castigo mayor que el de ellos.

Habitantes del pueblo de Cafarnaúm, ¿creen que van a ser bien recibidos en el cielo? No, sino que van a ser enviados a lo más profundo del infierno. Luego Jesús les dijo a sus discípulos: Cualquiera que los escuche a ustedes, me escucha a mí. Cualquiera que los rechace, a mí me rechaza; y la persona que me rechaza, rechaza también a Dios, que fue quien me envió.

Los setenta y dos discípulos que Jesús había enviado regresaron muy contentos, y le dijeron: ¡Señor, hasta los demonios nos obedecen cuando los reprendemos en tu nombre! Jesús les dijo: Yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo. Yo les he dado poder para que ni las serpientes ni los escorpiones les hagan daño, y para que derroten a Satanás, su enemigo. Sin embargo, no se alegren de que los malos espíritus los obedezcan. Alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el libro del cielo.

En ese mismo momento, el Espíritu Santo hizo que Jesús sintiera mucha alegría. Entonces Jesús dijo: Padre mío, que gobiernas el cielo y la tierra, te alabo porque has mostrado estas cosas a los niños y a los que son como ellos. En cambio, no se las mostraste a los que conocen mucho y son sabios, porque así lo has querido, Padre mío.

Luego Jesús le dijo a la gente que estaba con él: Mi Padre me ha entregado todo, y nadie me conoce mejor que él. Y yo, que soy su Hijo, conozco mejor que nadie a Dios, mi Padre, y elijo a las personas que lo conocerán como yo.

Cuando Jesús se quedó a solas con sus discípulos, les dijo: Dichosos ustedes, que pueden ver todo lo que sucede ahora, A muchos profetas y reyes les habría gustado ver y oír lo que ustedes ven y oyen ahora, pero no pudieron.

Un maestro de la Ley se acercó para ver si Jesús podía responder a una pregunta difícil y le dijo: Maestro, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna? Jesús le respondió: ¿Sabes lo que dicen los libros de la Ley? El maestro de la Ley respondió: Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que vales y con todo lo que eres, y cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo. ¡Muy bien! Respondió Jesús. Haz todo eso y tendrás la vida eterna. Pero el maestro de la Ley no quedó satisfecho con la respuesta de Jesús, así que insistió:  ¿y quién es mi prójimo?

Entonces Jesús le puso este ejemplo: Un día, un hombre iba de Jerusalén a Jericó. En el camino lo asaltaron unos ladrones y, después de golpearlo, le robaron todo lo que llevaba y lo dejaron medio muerto. Por casualidad, por el mismo camino pasaba un sacerdote judío. Al ver a aquel hombre, el sacerdote se hizo a un lado y siguió su camino. Luego pasó por ese lugar otro judío, que ayudaba en el culto del templo; cuando este otro vio al hombre, se hizo a un lado y siguió su camino.

Pero también pasó por allí un extranjero, de la región de Samaria, y al ver a aquel hombre tirado en el suelo, le tuvo compasión. Se acercó, sanó sus heridas con vino y aceite, y le puso vendas. Lo subió sobre su burro, lo llevó a un pequeño hotel y allí lo cuidó. Al día siguiente, el extranjero le dio dinero al encargado de la posada y le dijo: Cuídeme bien a este hombre. Si el dinero que le dejo no alcanza para todos los gastos, a mi regreso yo le pagaré lo que falte.

Jesús terminó el relato y le dijo al maestro de la Ley: A ver, dime. De los tres hombres que pasaron por el camino, ¿cuál fue el prójimo del que fue maltratado por los ladrones? El que se preocupó por él y lo cuidó, contestó el maestro de la Ley. Jesús entonces le dijo: Anda y haz tú lo mismo.

En su viaje hacia Jerusalén, Jesús y sus discípulos pasaron por un pueblo. Allí, una mujer llamada Marta recibió a Jesús en su casa. En la casa también estaba María, que era hermana de Marta. María se sentó junto a Jesús para escuchar atentamente lo que él decía. Marta, en cambio, estaba ocupada en preparar la comida y en los quehaceres de la casa. Por eso, se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola, haciendo todo el trabajo de la casa? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: Marta, Marta, ¿por qué te preocupas por tantas cosas? Hay algo más importante. María lo ha elegido, y nadie se lo va a quitar.

Aquí puedes darte cuenta que para Dios es importante que sea anunciado su mensaje, compartir las buenas noticias con los que no le conocen, que son muchos, pero el hombre que decida cumplir este mandato es porque Dios lo ha elegido, pero debe tener cuidado, pues es estar combatiendo al enemigo y el hombre puede vencer pues Dios le da su poder, su espíritu.

No obstante, si el hombre obedece la Palabra de Dios es guiado por el Espíritu Santo y debe demostrarlo,  cambiando su manera de pensar, su forma de actuar, dando un buen testimonio que impacte en forma positiva a los que le rodean, amando al prójimo, siendo amable, deseando a otros que les vaya bien.

Por lo tanto, es prioridad que el hombre  conozca a Dios, que obedezca sus enseñanzas y haga cambios en su manera de vivir, que muestre su arrepentimiento y enderece su camino y, qué entienda que sólo asido de la mano de  Dios puede lograrlo.

Así pues, lo preponderante es que el hombre busque a Dios, que se apegue a su Palabra, que se aleje de los afanes de este mundo,  y que entienda que  lo más importante es que el hombre elija a Dios como el centro de su vida pues la sabiduría viene de Dios y este conocimiento nadie se lo va a quitar, y, por ende,  lo demás será añadido.

Entonces, el hombre debe alegrarse de que su nombre esté escrito en el Libro del Cielo, pues son los que vivirán con Dios para siempre.


Con Alta Estima, 

viernes, 26 de diciembre de 2014

Al que se pone a arar el terreno y vuelve la vista atrás, lossurcos le salen torcidos.


Jesús reunió a sus doce discípulos, y les dio poder para sanar enfermedades y autoridad sobre todos los demonios. Luego los envió a anunciar las buenas noticias del reino de Dios y a sanar a los enfermos. Jesús les dijo: No lleven nada para el viaje. No lleven bastón ni mochila, ni comida ni dinero. Tampoco lleven ropa de más. Cuando lleguen a una casa, quédense a vivir allí hasta que se vayan del lugar. Si en alguna parte no quieren recibirlos, cuando salgan de allí sacúdanse el polvo de los pies en señal de rechazo. Los discípulos salieron y fueron por todos los pueblos de la región, anunciando las buenas noticias y sanando a los enfermos.

El rey Herodes Antipas se enteró de todo lo que estaba sucediendo, y se preocupó mucho porque algunas personas decían que Juan el Bautista había resucitado. Otros decían que había resucitado. Otros decían que había aparecido el profeta Elías, o que había resucitado alguno de los antiguos profetas. Pero Herodes dijo: ¿Quién será este hombre, del que tanto se oye hablar? No puede ser Juan el Bautista, porque yo mismo ordené que lo mataran. Por eso, Herodes tenía mucho interés en conocer a Jesús.

Cuando los doce apóstoles regresaron, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Luego Jesús los llevó al pueblo de Betsaida, pues quería estar a solas con ellos. Pero tan pronto como la gente se dio cuenta de que Jesús se había ido a Betsaida, lo siguió. Jesús recibió amablemente a toda la gente, y empezó a hablarles acerca del reino de Dios. También sanó a los enfermos. Cuando ya empezaba a oscurecer, los doce apóstoles fueron a decirle a Jesús:  Envía a esta gente a los pueblos y caseríos cercanos, a buscar un lugar donde puedan comprar comida y pasar la noche. ¡Aquí no hay nada! Jesús les dijo: Denles ustedes de comer. Pero ellos respondieron: Sólo tenemos cinco panes y dos pescados. Si fuéramos a dar de comer a toda esta gente, tendríamos que ir a comprar comida, pues hay más de cinco mil personas. Pero Jesús les dijo: Hagan que la gente se siente en grupos de cincuenta. Los discípulos hicieron lo que Jesús les ordenó.

Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al cielo y los bendijo. Luego los partió y dio los pedazos a los discípulos, para que ellos los repartieran entre la gente. Todos comieron y quedaron satisfechos. Y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.

En una ocasión, Jesús estaba orando solo, y sus discípulos llegaron al lugar donde él estaba. Jesús les preguntó: ¿Qué dice la gente acerca de mí? Los  discípulos contestaron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres el profeta Elías; otros dicen que eres alguno de los profetas antiguos, que ha resucitado. Después Jesús les preguntó: ¿Y ustedes qué opinan? ¿Quién soy yo? Pedro contestó: Tú eres el Mesías que Dios envió. Pero Jesús les ordenó a todos que no le contaran a nadie que él era el Mesías.

Jesús también les dijo a sus discípulos: Yo, el Hijo del hombre, voy a sufrir mucho. Los líderes del país, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley me rechazarán y me matarán; pero tres días después resucitaré. Después Jesús les dijo a todos los que estaban allí: Si alguno quieres ser mi discípulo, tiene que olvidarse de hacer lo que quiera. Tiene que estar siempre dispuesto a morir y hacer lo que yo mando. Si alguno piensa que su vida es más importante que seguirme, entonces la perderá para siempre. Pero él que prefiera seguirme y elija morir por mí, ese se salvará. De nada sirve que una persona sea dueña de todo el mundo, si al final se destruye a sí misma y se pierde para siempre. Si alguno se avergüenza de mí y de mis enseñanzas, entonces yo, el Hijo del hombre, me avergonzaré de esa persona cuando venga con todo mi poder, y con el poder de mi Padre y de los santos ángeles. Les aseguro que algunos de ustedes, que están aquí conmigo, no morirán hasta que vean el reino de Dios.

Ocho días después, Jesús llevó a Pedro, a Juan y a Santiago hasta un cerro alto, para orar. Mientras Jesús oraba, su cara cambió de aspecto y su ropa se puso blanca y brillante. De pronto aparecieron Moisés y el profeta Elías, rodeados de una luz hermosa. Los dos hablaban con Jesús acerca de su muerte en Jerusalén, y de su resurrección y partida al cielo. Pedro  y los otros dos discípulos estaban muy cansados, pero lograron vencer el sueño y vieron a Jesús rodeado de su gloria, y Moisés y Elías estaban con él. Cuando Moisés y Elías estaban a punto de irse, Pedro le dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bueno que estamos aquí! Si quieres, voy a construir tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro estaba hablando sin pensar en lo que decía. Mientras hablaba, una nube bajó y se detuvo encima de todos ellos. Los tres discípulos tuvieron mucho miedo. Luego, desde la nube se oyó una voz que decía: ¡Este es mi Hijo, el Mesías que yo elegí! Ustedes deben obedecerlo. Después de oír la voz, los discípulos vieron que Jesús se había quedado solo. Y durante algún tiempo no le contaron a nadie lo que habían visto.

Al día siguiente, cuando Jesús y sus tres discípulos bajaron del cerro, mucha gente les salió al encuentro. Un hombre que estaba entre esa gente se acercó y le dijo a Jesús: Maestro, te ruego que ayudes a mi único hijo. De repente un espíritu lo ataca, y lo hace gritar. También lo hace temblar terriblemente y echar espuma por la boca. Cuando por fin deja de atacarlo, el muchacho queda todo maltratado. Le pedía a tus discípulos que sacaran al espíritu, pero no pudieron. Jesús miró a sus seguidores y les dijo: ¿No pueden hacer nada sin mí? ¿Hasta cuándo voy a tener que soportarlos? Ustedes están confundidos y no confían en Dios.

Entonces Jesús le dijo al hombre: Trae a tu hijo. Cuando el muchacho se estaba acercando, el demonio lo atacó, lo tiró al suelo y lo hizo temblar muy fuerte. Entonces Jesús reprendió al demonio, sanó al muchacho y se lo entregó a su padre. Toda la gente estaba asombrada del gran poder de Dios.
Mientras la gente seguía asombrada por todo lo que Jesús hacía, él les dijo a sus discípulos: Pongan mucha atención en lo que voy a decirles. Yo, el Hijo del hombre, seré entregado a mis enemigos. Los discípulos no entendieron lo que Jesús decía, pues aún no había llegado el momento de comprenderlo. Además, ellos tuvieron miedo de preguntarle qué había querido decir.

En cierta ocasión, los discípulos discutían acerca de cuál de ellos era el más importante de todos. Cuando Jesús se dio cuenta de lo que ellos pensaban, llamó a un niño, lo puso junto a él, y les dijo: Si alguno acepta a un niño como este, me acepta a mí, acepta a Dios, que fue quien me envió. El más humilde de todos ustedes es la persona  más importante.

Juan, uno de los doce discípulos, le dijo a Jesús: Maestro, vimos a alguien que usaba tu nombre para echar demonios fuera de la gente. Pero nosotros le dijimos que no lo hiciera, porque él no es parte de nuestro grupo. Pero Jesús le dijo: No se lo prohíban, porque quien no está en contra de ustedes, realmente está a favor de ustedes.

Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús debía subir al cielo, decidió ir hacia Jerusalén. Envió a unos mensajeros a un pueblo de Samaria para que le buscaran un lugar donde pasar la noche. Pero la gente de esa región no quiso recibir a Jesús, porque sabían que él viajaba a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago  y Juan vieron lo que había pasado, le dijeron a Jesús: Señor, permítenos orar para que caiga fuego del cielo y destruya a todos los que viven aquí. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después, se fueron a otro pueblo.

Cuando iban por el camino, alguien le dijo a Jesús: Te seguiré a cualquier sitio que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen sus cuevas, y las aves tienen nidos, pero yo, el Hijo del hombre, no tengo ni siquiera un sitio donde descansar.

Después Jesús le dijo a otro: ¡Sígueme! Pero él respondió: Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre. Jesús le dijo: Lo importante es que tú vayas ahora mismo a anunciar las buenas noticias del reino de Dios. ¡Deja que  los muertos entierren a sus muertos! Luego vino otra persona y le dijo a Jesús: Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de mi familia.
Jesús le dijo: No se puede pertenecer al reino de Dios y hacer lo mismo que hace un mal campesino. Al que se pone a arar el terreno y vuelve la vista atrás, los surcos le salen torcidos.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe hacer cambios en su vida pero para lograrlo debe poner sus cargas en las manos de Dios, pues sólo El puede fortalecer a cada persona que se apega a su Palabra.

No obstante, el hombre debe mostrar gratitud al Creador y reconocerlo como su salvador, pues Dios envió a su unigénito Hijo para que con su sangre redimiera al hombre de sus pecados y se vuelva a Dios para  tener una relación personal con El.
No obstante, es esencial que el hombre obedezca las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, pero sabes, esta es una decisión voluntaria de cada ser humano de aceptar a Jesús en su ser interior. 

Asimismo,  Dios conoce el corazón de cada persona, ve su humildad, su disposición  para obedecer sus mandamientos, para estar atento a su voluntad.

Ahora bien, el hombre debe conocer su identidad como Hijo de Dios y entonces pertenecerá al reino de Dios, pero sabes, como hombre renovado de mente y corazón el hombre no puede volver su mirada hacia atrás, sino más bien, hacia adelante, seguir el camino recto que lleva a Jesucristo.


Con Alta Estima, 

lunes, 22 de diciembre de 2014

Estoy seguro de que alguien me ha tocado, pues sentí que de mí salió poder…

Los días siguientes, Jesús fue por muchos pueblos y ciudades anunciando las buenas noticias del reino de Dios. Con Jesús andaban también sus doce discípulos y muchas mujeres. Estas mujeres ayudaban con dinero a Jesús y a sus discípulos. A algunas de ellas, Jesús las había sanado de diferentes enfermedades y de los espíritus malos. Entre esas mujeres estaba María, a la que llamaban Magdalena, que antes había tenido siete demonios. También estaban Juana y Susana.  Juana era la esposa de Cuza, el administrador del rey Herodes Antipas.

Mucha gente había venido de distintos pueblos para ver a Jesús. El les puso este ejemplo:  Un campesino salió a sembrar trigo. Mientras sembraba, unas semillas cayeron en el camino. La gente que pasaba por allí las pisoteaba, y los pájaros se las comían. Otras semillas cayeron en un lugar donde había muchas piedras. Las plantas nacieron, pero pronto se secaron porque no tenían agua. Otras semillas cayeron entre espinos. Las plantas brotaron, pero los espinos las ahogaron y no las dejaron crecer. El resto de las semillas cayó en buena tierra. Las plantas nacieron, crecieron y produjeron espigas que tenían hasta cien semillas.

Después, Jesús dijo con voz muy fuerte: ¡Si ustedes en verdad tienen oídos, pongan mucha atención!.  Luego, los discípulos le preguntaron: ¿Qué significa ese ejemplo que contaste? Jesús les respondió: A ustedes les he explicado los secretos acerca del reino de Dios. Pero a los demás sólo les enseño por medio de ejemplos. Así, aunque miren, no verán, y aunque oigan, no entenderán.

El ejemplo significa lo siguiente:  Las semillas representan el mensaje de Dios. Las que cayeron en el camino  representan a los que oyen el mensaje, pero cuando viene el diablo hace que se les olvide, para que ya no crean ni reciban la salvación que Dios les ofrece. Las semillas que cayeron entre piedras representan a los que reciben el mensaje con alegría. Pero, como no lo entienden bien, en cuanto tienen problemas dejan de confiar en Dios. Las semillas que cayeron entre espinos representan a los que oyen el mensaje,  pero no dejan que el mensaje cambie sus vidas, pues viven preocupados por tener más dinero y por divertirse. Las semillas que cayeron en buena tierra representan a los que oyen el mensaje de Dios y lo aceptan con una actitud obediente y sincera. Estos últimos se mantienen firmes, y sus acciones son buenas.

Nadie enciende una lámpara para taparla con una olla, o para ponerle debajo de la cama. Más bien, la pone en un lugar alto, para que alumbre a todos los que entran en la casa. Porque todo lo que esté escondido se descubrirá, y todo lo que se mantenga en secreto llegará a conocerse. Por eso, presten mucha atención, porque a los que saben algo acerca de los secretos del reino se les contarán muchísimas cosas más. Pero a los que no saben nada de los secretos del reino, Dios les hará olvidar hasta lo que creen saber.

La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero no podían llegar hasta donde él estaba porque mucha gente lo rodeaba. Entonces alguien le dijo a Jesús: Tu madre y tus hermanos están afuera, y quieren hablar contigo. Jesús contestó: Mi madre y mis hermanos son todos aquellos que escuchan y obedecen el mensaje de Dios.

Un día, Jesús subió a una  barca con sus discípulos, y les dijo: Vamos al otro lado del lago. Entonces partieron, y mientras navegaban Jesús se quedó dormido. De pronto se desató una tormenta sobre el lago, y el agua empezó a meterse en la barca. Los discípulos, al ver el grave peligro que corrían, a gritos despertaron a Jesús: ¡Maestro, Maestro, nos hundimos! Jesús se levantó y ordenó al viento y a las olas que se calmaran. Y así fue; todo quedó tranquilo. Luego les dijo a los discípulos: ¡Ustedes no confían en mí! Pero ellos estaban tan asustados y asombrados que se decían: ¿Quién es este hombre, que hasta el viento y las olas lo obedecen?

Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, a la región de Gerasa. Cuando Jesús bajó de la barca, le salió al encuentro un hombre de ese lugar, que tenía muchos demonios. Ese hombre no vivía en una casa, sino en el cementerio, y hacía ya mucho tiempo que andaba desnudo. Como los demonios lo atacaban muchas veces, la gente le ponía cadenas en las manos y en los pies, y lo mantenía vigilado. Pero él rompía las cadenas, y los demonios lo hacían huir a lugares solitarios.
Cuando este hombre vio a Jesús, lanzó un grito y cayó de rodillas ante él. Entonces Jesús, ordenó a los demonios que salieran del hombre, pero ellos gritaron: ¡Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¿Qué vas a hacer con nosotros? Te rogamos que no nos hagas sufrir. Jesús le preguntó al hombre: ¿Cómo te llamas? El contestó: Me llamo Ejército. Dijo eso porque eran muchos los demonios que habían entrado en él. Los demonios le rogaron a Jesús que no les mandara al abismo, donde se castiga a los demonios.

Cerca de allí, en un cerro, había muchos cerdos comiendo. Los demonios le suplicaron a Jesús que los dejara entrar en esos animales, y él les dio permiso. Los demonios salieron del hombre y se metieron dentro de los cerdos. Entonces los cerdos corrieron cuesta abajo, y cayeron en el lago y se ahogaron. Cuando los hombres que cuidaban los cerdos vieron lo que había pasado, corrieron al pueblo y les contaron a todos lo sucedido.

La gente fue a ver qué había pasado. Al llegar, vieron sentado a los pies de Jesús al hombre que antes tenía los demonios. El hombre estaba vestido y se comportaba normalmente, y los que estaban allí temblaban de miedo. Los que vieron cómo Jesús había sanado a aquel hombre,  empezaron a contárselo a todo el mundo. Entonces los habitantes de la región de Gerasa le rogaron a Jesús que se fuera de allí, porque tenían mucho miedo.

Cuando Jesús subió a la barca para regresar a Galilea, el hombre que ahora estaba sano le rogó a Jesús que lo dejara ir con él. Pero Jesús le dijo: Vuelve a tu casa y cuéntales a todos lo que Dios ha hecho por ti. El hombre se fue al pueblo y contó todo lo que Jesús había hecho por él.
Cuando Jesús regresó a Galilea, la gente lo recibió con mucha alegría, pues  lo había estado esperando. En ese momento llegó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Se acercó a Jesús, se inclinó hasta el suelo y le suplicó que fuera a su casa, porque su única hija, que tenía doce años, se estaba muriendo.

Jesús se fue con Jairo. Mucha gente los siguió y se amontonó alrededor de Jesús. Entre esa gente estaba una mujer enferma. Desde hacía doce años  tenía una enfermedad que le hacía perder mucha sangre. Había gastado mucho dinero en médicos, pero ninguno había  podido sanarla. Ella se acercó a Jesús por detrás, tocó levemente su manto, y enseguida quedó sana. Entonces Jesús le preguntó a la gente: ¿Quién me tocó? Como todos decían que no había sido ninguno de ellos, Pedro le dijo: Maestro, ¿no ves que todos se amontonan a tu alrededor y te empujan? Pero Jesús volvió a decirles: Estoy seguro de que alguien me ha tocado, pues sentí que de mí salió poder.

Cuando la mujer vio que ya no podía esconderse, temblando de miedo fue y se arrodilló delante de Jesús. Luego, frente a todos los que estaban allí, contó por qué había tocado el manto de Jesús, y cómo de inmediato había quedado sana. Jesús entonces le dijo a la mujer: Hija, fuiste sanada porque confiaste en mí. Puedes irte en paz. Jesús no había terminado de hablar cuando llegó un mensajero, que venía de la casa de Jairo, y le dijo: Ya murió su hija. No moleste usted más al Maestro.  Al oír esto, Jesús le dijo a Jairo: No tengas miedo. Confía en mí y ella se pondrá bien.

Cuando llegaron a la casa, todos lloraban y lamentaban la muerte de la niña, pero Jesús les dijo: ¡No lloren! La niña no está muerta; sólo está dormida. La gente empezó a burlarse de Jesús, pues sabían que la niña estaba muerta. Entonces Jesús entró con Pedro, Santiago, Juan, Jairo y la madre de la niña, y no dejó que nadie más entrara. Tomó de la mano a la niña y le dijo: ¡Niña, levántate! La niña volvió a vivir, y al instante se levantó. Jesús mandó entonces que le dieran a la niña algo de comer. Los padres estaban muy asombrados, pero Jesús les pidió que no le contaran a nadie lo que había pasado.

Aquí puedes darte cuenta que lo fundamental  es que el hombre confíe en Dios.
No obstante, el hombre debe aceptar a Jesucristo como su Señor y Salvador para que Jesús habite en su ser interior, pero es esencial que el hombre viva con obediencia, de acuerdo a su Palabra para que de buen fruto.

Por lo tanto, es prioridad que el hombre pida a Dios sabiduría y fortaleza para que pueda mantenerse firme en sus convicciones, que sus acciones muestren la bonanza de su corazón y sea luz a los demás.

Así también, el hombre debe crecer en fe y seguir avanzando espiritualmente.


Con Alta Estima,

sábado, 20 de diciembre de 2014

Pero recuerden que la sabiduría de Dios se prueba por sus resultados.


Cuando Jesús terminó de enseñar a la gente, se fue al pueblo de Cafarnaúm. Allí vivía un capitán del ejército romano, que tenía un sirviente a quien apreciaba mucho. Ese sirviente estaba muy enfermo y a punto de morir. Cuando el capitán oyó hablar de Jesús, mandó a unos jefes de los judíos para que lo buscaran y le dijeran: Por favor, venga usted a mi casa y sane a mi sirviente. Ellos fueron a ver a Jesús y le dieron el mensaje. Además, le rogaron: Por favor, haz lo que te pide este capitán romano. Merece que lo ayudes, porque es un hombre bueno. A los judíos nos trata bien, ¡y hasta mandó construir una sinagoga para nosotros!

Jesús fue con ellos, y cuando estaban cerca de la casa, el capitán romano mandó a unos amigos para que le dijeran a Jesús: Señor, no se moleste usted por mí, yo no merezco  que entre en mi casa. Tampoco me siento digno de ir a verlo yo mismo. Solamente le ruego que ordene que mi sirviente se sane; yo sé que él quedará completamente sano. Yo estoy acostumbrado a dar órdenes y a obedecerlas. Cuando le digo a uno de mis soldados: ¡Ve!, me obedece y va. Si le digo a otro: ¡Ven!, me obedece y viene. Y si le digo a uno de mis sirvientes: ¡Haz esto!, lo hace.

Al escuchar las palabras del capitán, Jesús se quedó admirado y les dijo a quienes lo seguían: En todo Israel no he encontrado a nadie que confíe tanto en mí, como este capitán romano. Cuando los mensajeros regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

Poco después, Jesús y sus discípulos fueron al pueblo de Naín. Mucha gente iba con ellos. Cuando llegaron a la entrada del pueblo, vieron a unos hombres. El muerto era el único hijo de una viuda. Mucha gente del pueblo iba acompañando a esa pobre mujer. Cuando Jesús la vio, sintió compasión por ella y le dijo: No llores. Entonces se acercó y tocó la camilla. Los hombres dejaron de caminar, y Jesús le dijo al muerto: ¡Joven, te ordeno que te levantes! El muchacho se levantó y empezó a hablar. 
Entonces Jesús llevó al muchacho a donde estaba su madre.

Al ver eso, la gente tuvo mucho miedo y comenzó a alabar a Dios. Todos decían: ¡Hay un profeta entre nosotros! ¡Ahora Dios va a ayudarnos! Y muy pronto la gente de la región de Judea y de sus alrededores supo lo que Jesús había hecho.

Los discípulos de Juan el Bautista fueron a contarle todo lo que Jesús hacía. Por eso, Juan envió a dos de sus discípulos para que le preguntaran a Jesús si él era el Mesías, o si debían esperar a otro. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, le dijeron: Juan el Bautista nos envió a preguntarte si  eres el Mesías, o si debemos esperar a otro.  En ese momento, Jesús sanó a muchos que estaban enfermos y que sufrían mucho. También sanó a los que tenían espíritus malos, y a muchos ciegos les devolvió la vista. Luego les respondió a los dos hombres: Vayan y díganle a Juan todo lo que ustedes han visto y oído: Ahora los ciegos pueden ver y los cojos caminan bien. Los leprosos quedan sanos, y los sordos ya pueden oír. Los que estaban muertos han vuelto a la vida, y a los pobres se les anuncia la buena noticia de salvación.

¡Dios bendecirá a los que no me abandonan porque hago todo esto! Cuando los discípulos de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar con la gente acerca de Juan, y dijo: ¿A quién fueron a ver al desierto? ¿Era acaso un hombre doblado como las cañas que dobla el viento? ¿Se trataba de alguien vestido con ropa muy lujosa? Recuerden que los que se visten así viven en el palacio de los reyes. ¿A quién fueron a ver entonces? ¿Fueron a ver a un profeta? Por supuesto que sí. En realidad, Juan era más que profeta; era el mensajero de quien Dios había hablado cuando dijo:  Yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar todo para tu llegada. Les aseguro que en este mundo no ha nacido un hombre más importante que Juan el Bautista. Sin embargo, el menos importante en el reino de Dios es superior a Juan.

Los que habían escuchado a Juan le pidieron que los bautizara, y hasta los cobradores de impuestos hicieron lo mismo. Así obedecieron lo que Dios había mandado. Pero los fariseos y los maestros de la Ley no quisieron obedecer a Dios, ni tampoco quisieron que Juan los bautizara. Jesús siguió diciendo: Ustedes, los que viven en esta época, son como los niños que se sientan a jugar en las plazas, y gritan a otros niños: Tocamos la flauta, pero ustedes no bailaron. Cantamos canciones tristes, pero ustedes no lloraron.

Porque Juan el Bautista ayunaba y no bebía vino, y ustedes decían que tenía un demonio. Luego, vine yo, el Hijo del hombre, que como y bebo, y ustedes dicen que soy un glotón y un borracho; que soy amigo de gente de mala fama y de los que cobran impuestos para Roma. Pero recuerden que la sabiduría de Dios se prueba por sus resultados.

Un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a comer en su casa, Jesús aceptó y se sentó a la mesa. Una mujer de mala fama, que vivía en aquel pueblo, supo que Jesús estaba comiendo en casa de Simón. Tomó entonces un frasco de perfume muy fino, y fue a ver a Jesús. La mujer entró y se arrodilló detrás de Jesús, y tanto lloraba que sus lágrimas caían sobre los pies de Jesús. Después le secó los pies con sus propios cabellos, se los besó y les puso el perfume que llevaba. Al ver esto, Simón pensó: Si de veras este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer de mala fama.

Jesús dijo: Simón, tengo algo que decirte. Te escucho, Maestro, dijo él. Jesús le puso este ejemplo: Dos hombres le debían dinero a alguien. Uno de ellos le debía quinientas monedas de plata, y el otro sólo cincuenta. Como ninguno de los dos tenía con qué pagar, ese hombre le perdonó a los dos la deuda. ¿Qué opinas tú? ¿Cuál de los dos estará más agradecido con ese hombre? Simón contestó: El que le debía más. ¡Muy bien!, dijo Jesús. Luego Jesús miró a la mujer y le dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, tú no me diste agua para lavarme los pies. Ella, en cambio, me los ha lavado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. Tú no me saludaste con un beso. Ella, en cambio, desde que llegué a tu casa no ha dejado de besarme los pies. Tú no me pusiste aceite sobre la cabeza. Ella, en cambio, me ha perfumado los pies. Me ama mucho porque sabe que sus muchos pecados ya están perdonados. En cambio, al que se le perdonan pocos pecados, ama poco.

Después Jesús le dijo a la mujer: Tus pecados están perdonados. Los otros invitados comenzaron a preguntarse: ¿Cómo se atreve este a perdonar pecados? Pero Jesús le dijo a la mujer: ¡Tú confías en mí, y por eso te has salvado. Vete tranquila.

Aquí puedes darte cuenta que la sabiduría sólo viene de Dios y Dios quiera que el hombre le conozca, entienda los propósitos que el Señor tiene para cada persona, pero sabes, lo más importante es que el hombre sea obediente a sus enseñanzas y, por tanto, viva apegado a su Palabra.

No obstante, es esencial que el hombre entienda que el camino recto que lleva a Dios, es a través de su Hijo Jesús.

Por tanto, lo importante es que el hombre pida sabiduría a Dios, que crea con firmeza en Jesucristo quien vino al mundo para redimir a cada persona con su sangre derramada en la cruz y darle salvación , y entonces  Jesús habitará  en cada corazón renovado para que sea lleno de gozo su ser interior.

Asimismo,  el hombre que tiene madurez espiritual entiende que es conveniente adquirir discernimiento del bien y del mal,  escogerá hacer el bien, se comportará con humildad, buscará la paz y, por ende compartirá y será afable con los demás.


Con Alta Estima,

viernes, 19 de diciembre de 2014

Las palabras que salen de tu boja muestran lo que hay en tu corazón.

Un sábado, Jesús y sus discípulos caminaban por un campo sembrado de trigo. Los discípulos comenzaron a arrancar espigas y frotarlas entre las manos, para sacar el trigo y comérselo. Los fariseos vieron a los discípulos hacer esto, y dijeron: ¿Por qué desobedecen la ley? ¡Está prohibido hace eso en el día de descanso! Jesús les respondió: ¿No han leído ustedes en la Biblia lo que hizo el rey David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre? David entró en la casa de Dios, tomó el pan sagrado, que sólo los sacerdotes tenían permiso de comer, y se lo comieron él y sus compañeros. Yo, el Hijo del hombre, soy quien decide lo que puede hacerse, y lo que no puede hacerse, en el día de descanso.

Otro sábado, Jesús fue a la sinagoga para enseñar. Allí estaba un hombre que tenía tullida la mano derecha. Los fariseos y los maestros de la Ley estaban vigilando a Jesús, para ver si sanaba la mano de aquel hombre. Si lo hacía, podrían acusarlo de trabajar en el día de descanso. Jesús se dio cuenta de lo que ellos estaban pensando, así que llamó al hombre que no podía mover la mano y le dijo: Levántate, y párate en medio de todos.

El hombre se levantó y separó en el centro. Luego Jesús dijo a todos los que estaban allí: Voy a hacerles una pregunta: ¿Qué es correcto hacer en día de descanso? ¿Hacer el bien, o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Y después de mirar a todos, Jesús le dijo al hombre: Extiende la mano. El hombre la extendió, y la mano le quedó sana. Pero aquellos hombres se enojaron muchísimo y comenzaron a hacer planes contra Jesús.

En aquellos días, Jesús subió a una montaña para orar. Allí pasó toda la noche hablando con Dios. Al día siguiente, llamó a sus seguidores y eligió a doce de ellos. A estos doce Jesús los llamó apóstoles. Ellos eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo  y Tomás; Santiago hijo de Alfeo, y Simón, que era miembro del partido de los patriotas; Judas hijo de Santiago, y Judas Iscariote, el que después traicionó a Jesús.

Jesús y los doce apóstoles bajaron de la montaña y se fueron a una llanura. Allí se habían reunido muchos de sus seguidores. También estaban allí muchas personas de la región de Judea, de Jerusalén y de las ciudades de Tiro y Sidón. Había llegado para que Jesús los escuchara y los sanara de sus enfermedades. Los que tenían espíritus malos también quedaron sanos. Todos querían tocar a Jesús, porque sabían que el poder que salía de él los sanaría.

Jesús miró fijamente a sus discípulos y les dijo: Dios los bendecirá a ustedes, los que son pobres, porque el reino de Dios les pertenece. Dios los bendecirá a ustedes, los que ahora pasan hambre, porque tendrán comida suficiente. Dios los bendecirá a ustedes, los que ahora están tristes, porque después vivirán alegres.

Dios los bendecirá a ustedes cuando la gente los odie o los insulte, o cuando sean rechazados y nadie quiera convivir con ustedes. La gente los tratará así sólo porque me obedecen a mí, el Hijo del hombre. Siéntanse felices, salten de alegría, porque Dios ya les tiene preparado un premio muy grande. Hace mucho tiempo, su propia gente también trató muy mal a los profetas.

Jesús miró a los otros y les dijo: ¡Qué mal les va a ir a ustedes, los que son ricos, pues ahora viven cómodos y tranquilos! ¡Qué mal les va a ir a ustedes, los que tienen mucho que comer, porque pasarán hambre! ¡Qué mal les va a ir a ustedes, los que ahora ríen, porque sabrán lo que es llorar y estar tristes! ¡Qué mal les va a ir a ustedes, los que siempre reciben halagos! Hace mucho tiempo, su propia gente también halagó a los profetas mentirosos.

Escuchen bien lo que tengo que  decirles: Amen a sus enemigos, y traten bien a quienes los maltraten. A quienes los insulten, respóndales con buenas palabras. Si alguien los rechaza, oren por esa persona. Si alguien les da una bofetada en una mejilla, pídanle que les pegue en la otra. Si alguien quiere quitarles el abrigo, dejen que también se lleve la camisa. Si alguien les pide algo, dénselo. Si alguien les quita algo, no le pidan que lo devuelva. Traten a los demás como les gustaría que los demás los trataran a ustedes.

Si sólo aman a la gente que los ama, no hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso!  Y si sólo tratan bien a la gente que los trata bien, tampoco hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso! Y si sólo tratan bien a la gente que los trata bien, tampoco hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso! Si ustedes les prestan algo sólo a los que pueden darles también algo, no hacen nada que merezca ser premiado. Los pecadores también se prestan unos a otros, esperado recibir muchas ganancias.

Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Si lo hacen, el Dios altísimo les dará un gran premio, y serán sus hijos. Dios es bueno hasta con la gente mala y desagradecida. Ustedes deben ser compasivos con todas las personas, así como Dios, su Padre, es compasivo con todos.

Jesús también les dijo: No se conviertan en jueces de los demás, y Dios no los juzgará a ustedes. No sean duros con los demás, y Dios no será duro con ustedes. Perdonen a los demás y Dios los perdonará a ustedes. Denles a otros lo necesario, y Dios les dará a ustedes lo que necesiten. En verdad, Dios les dará la misma medida que ustedes den a los demás. Si dan trigo, recibirán una bolsa llena de trigo, bien apretada y repleta, sin que tengan que ir a buscarla.

Jesús también les puso esta comparación: Un ciego no puede guiar a otro ciego, porque los dos caerían en el mismo hueco. El alumno no sabe más que su maestro; pero, cuando termine sus estudios, sabrá lo mismo que él. ¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo de alguien hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en el tuyo hay una rama. ¿Cómo te atreves a decirle al otro: Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo, si en el tuyo tienes una rama? ¡Hipócrita! Saca primero la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro.

Jesús también les dijo: Ningún árbol bueno produce frutos malos, y ningún árbol malo produce frutos buenos. Cada árbol se conoce por los frutos que produce. De una planta de espinos no se pueden recoger higos ni uvas. La gente buena siempre hace el bien, porque el bien habita en su corazón.  La gente mala siempre hace el mal, porque en su corazón está el mal. Las palabras que salen de tu boca muestran lo que hay en tu corazón.

Jesús continuó diciendo: Ustedes dicen que yo soy su Señor y su dueño, pero no hacen lo que yo les ordeno. Si alguien se acerca a mí, y escucha lo que yo enseño y me obedece, es como el que construyó su casa sobre la roca. Hizo un hoyo profundo, hasta encontrar la roca, y allí puso las bases. Cuando vino una inundación, la corriente de agua pegó muy fuerte contra la casa. Pero la casa no se movió, porque estaba bien construida.

En cambio, el que escucha lo que yo enseño y no me obedece, es como el que construyó su casa sobre terreno blando. Vino  la corriente de agua y pegó muy fuerte contra la casa; la casa enseguida se vino abajo y se hizo pedazos.

Aquí puedes darte cuenta que Jesús dejó enseñanzas para que el hombre adquiera sabiduría, entre otras, hacer el bien, hacer oración y tener comunicación con Dios. Por tanto, es esencial que el hombre viva apegado a su Palabra para que reciba el poder del Espíritu de Dios y será bendecido por El.

No obstante, es esencial es que el hombre sea obediente a todos los mandatos del Señor Jesús, aunque eso signifique tener un estilo de vida nuevo, no a lo común del mundo, sino más bien, ser diferente a los demás, pero sabes, Dios ya tiene preparado un premio a todo aquel que obedece lo que El ordena, por lo que es tiempo de que cada persona sienta alegría porque su vida al aceptar a Jesucristo ha sido restaurada.

Así pues, para agradar a Dios es necesario que el hombre trate a los demás como le gustaría que lo tratarán a él mismo, siendo prioridad que el hombre trate bien a todos, aunque lo insulten u ofendan,  que  sea compasivo con todas las personas, así como no juzgar con dureza a otros, sino más bien que cada persona saque la basurita que tiene en su ojo, pues Dios dará la misma medida  con que cada persona de a los demás

Por tanto, cada persona debe tener cuidado con lo que dice, pues las palabras que salen de la boca del hombre muestran lo que guarda en su corazón. ¡Anímate! Es tiempo de que el hombre muestre alegría pues Jesús es el rey y Señor que habita  en cada corazón renovado.


Con Alta Estima

jueves, 18 de diciembre de 2014

Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos.


Una vez Jesús estaba a la orilla del Lago de Galilea, y la gente se amontonó alrededor de él para escuchar el mensaje de Dios. Jesús vio dos barcas en la playa. Estaban vacías porque los pescadores estaban lavando sus  redes.  Una de esas barcas era de Simón Pedro. Jesús subió a ella y le pidió a Pedro que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a la gente.

Cuando Jesús terminó de enseñarles, le dijo a Pedro: Lleva la barca a la parte honda del lago, y lanza las redes para pescar. Pedro respondió: Maestro, toda la noche estuvimos trabajando muy duro y no pescamos nada. Pero, si tú lo mandas, voy a echar las redes. Hicieron lo que Jesús les dijo, y fueron tantos los pescados que recogieron, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que fueran enseguida a ayudarlos. Eran tantos los pescados que, entre todos, llenaron las dos barcas. Y las barcas estaban a punto de hundirse.

Al ver esto, Pedro se arrodilló delante de Jesús y le dijo: ¡Señor, apártate de mí, porque soy un pecador! Santiago y Juan que eran hijos de Zebedeo, Pedro y todos los demás, estaban muy asombrados por la pesca tan abundante. Pero Jesús le dijo a Pedro: No tengas miedo. De hoy en adelante, en lugar de pescar peces, voy a enseñarte a ganar seguidores para mí. Los pescadores llevaron las barcas a la orilla, dejaron todo lo que llevaban, y se fueron con Jesús.

Un día, Jesús estaba en un pueblo. De pronto llegó un hombre que estaba enfermo de lepra, se inclinó delante de Jesús hasta tocar el suelo con la frente, y le suplicó: Señor, yo sé que tú puedes sanarme. ¿Quieres hacerlo? Jesús extendió la mano, tocó al enfermo y le dijo: ¡Si quiero! ¡Queda sano!
De inmediato, el hombre quedó completamente sano. Después, Jesús le dijo: No le digas a nadie lo que sucedió. Ve con el sacerdote y lleva la ofrenda que Moisés ordenó; así los sacerdotes verán que ya no estás enfermo. Jesús se hacía cada vez más famoso. Mucha gente se reunía para escuchar su mensaje, y otros venían para que él los sanara. Pero Jesús siempre buscaba un lugar para estar solo y orar.

En cierta ocasión, Jesús estaba enseñando en una casa. Allí estaban sentados algunos fariseos y algunos maestros de la Ley. Habían venido de todos los pueblos de Galilea, de Judea, y de la ciudad de Jerusalén, para oír a Jesús.

Y como Jesús tenía el poder de Dios para sanar enfermos, llegaron unas personas con una camilla, en la que llevaban a un hombre que no podía caminar. Querían poner al enfermo delante de Jesús, pero no podían entrar en la casa porque en la entrada había mucha gente. Entonces subieron al techo y abrieron allí un agujero. Por ese agujero bajaron al enfermo en la camilla, hasta ponerlo en medio de la gente, delante de Jesús. Cuando Jesús vio la gran confianza que aquellos hombres tenían en él, le dijo al enfermo: ¡Amigo, te perdono tus pecados! Los maestros de la Ley y los fariseos pensaron: ¿Y este quién se cree que es? ¡Qué barbaridades dice contra Dios! ¡Sólo Dios puede perdonar pecados!

Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les preguntó: ¿Por qué piensan así? Díganme, ¿qué es más fácil? ¿Perdonar a este enfermo, o sanarlo? Pues voy a demostrarles que yo, el Hijo del hombre, tengo autoridad aquí en la tierra para perdonar pecados. Entonces le dijo al hombre que no podía caminar: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. En ese mismo instante, y ante la mirada de todos, el hombre se levantó, tomó la camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron admirados y llenos de temor, y comenzaron a alabar a Dios diciendo: ¡Qué cosas tan maravillosas hemos visto hoy!

Después de esto, Jesús se fue de aquel lugar. En el camino vio a un hombre llamado Mateo que estaba cobrando impuestos para el gobierno de Roma, Jesús le dijo: Sígueme. Mateo se levantó, dejó todo y lo siguió. Ese mismo día, Mateo ofreció en su casa una gran fiesta en honor de Jesús. Allí estaban comiendo muchos cobradores de impuestos y otras personas. Algunos fariseos y maestros de la Ley comenzaron a hablar contra los discípulos de Jesús, y les dijeron: ¿Por qué comen ustedes con los cobradores de impuestos y con toda esta gente mala? Jesús les respondió: Los que necesitan del médico son los enfermos, no los que están sanos. Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos.

Algunas personas le dijeron a Jesús: Los discípulos de Juan el Bautista y los seguidores de los fariseos siempre dedican tiempo para ayunar y para orar. Tus discípulos, en cambio, nunca dejan de comer y de beber. Jesús les respondió: Los invitados a una fiesta de bodas no ayunan mientras el novio está con ellos. Pero llegará el momento en que se lleven al novio, y entonces los invitados ayunarán.

Jesús también les puso esta comparación: Si un vestido viejo se rompe, nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar el viejo. Si lo hace, echa a perder el vestido nuevo. Además, el remiendo nuevo se verá feo en el vestido viejo. Tampoco se echa vino nuevo en recipientes viejos porque, cuando el vino nuevo fermente, hará que reviente el cuero viejo. Entonces se perderá el vino nuevo, y los recipientes se destruirán. Por eso, hay que echar vino nuevo en recipientes de cuero nuevo. Además, si una persona prueba el vino viejo, ya no quiere beber vino nuevo, porque habrá aprendido que el viejo es mejor

Aquí puedes darte cuenta que lo fundamental es que el hombre se vuelva a Dios, pues para Dios es esencial que el hombre confíe en El, que ponga toda su carga en las manos de Dios, que a través de su Palabra sea fortalecido y,  enriquecido en sabiduría  que viene de lo Ato y asimismo pueda enseñar a otros el mensaje  y ganar seguidores para el reino de Dios.

Por tanto, es el momento de que el hombre cambie su forma de pensar,  que se arrepienta de lo malo que ha hecho, pues sólo Dios perdona los pecados. Asimismo,  Jesús vino a invitar a los pecadores  no a los que se creen buenos .  Así que es tiempo de que el hombre renueve su mente y su corazón, que actúe en obediencia a sus enseñanzas, y por ende honre a Dios con su manera de vivir.


Con Alta Estima,

miércoles, 17 de diciembre de 2014

¡Este es el tiempo que Dios eligió para darnos salvación!


El Espíritu de Dios llenó a Jesús con su poder. Y cuando Jesús se alejó del río Jordán, el Espíritu lo . guió al desierto. Allí, durante cuarenta días, el diablo trató de hacerlo caer en sus trampas, y en todo ese tiempo Jesús no comió nada. Cuando pasaron los cuarenta días, Jesús sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: Si en verdad eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan.
Jesús le contestó: La Biblia dice: No sólo de pan vive la gente. Después el diablo llevó a Jesús a un lugar alto. Desde allí, en un momento, le mostró todos los países más ricos y poderosos del mundo, y le dijo:  Todos estos países me lo dieron a mí, y puedo dárselos a quien yo quiera. Yo te haré dueño de todos ellos, si te arrodillas delante de mí y me adoras. Jesús le respondió: La Biblia dice: Adoren a Dios, y obedézcanlo sólo a él.

Finalmente, el diablo llevó a Jesús a la ciudad de Jerusalén, hasta la parte más alta del templo, y allí le dijo: Si en verdad, eres el Hijo de Dios, tírate desde aquí, pues la Biblia dice: Dios mandará a sus ángeles para que te cuiden. Ellos te sostendrán, para que no te lastimes los pies contra ninguna piedra. Jesús le contestó: La Biblia también dice: Nunca trates de hacer caer a Dios en una trampa. El diablo le puso a Jesús todas las trampas posibles, y como ya no encontró más que decir, se alejó de él por algún tiempo.

Jesús regresó a la región de Galilea lleno del poder del Espíritu de Dios. Iba de lugar en lugar enseñando en las sinagogas, y toda la genta hablaba bien de él. Y así Jesús pronto llegó a ser muy conocido en toda la región. Después volvió a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Un sábado como era su costumbre, fue a la sinagoga. Cuando se levantó a leer, le dieron el libro del profeta Isaías. Jesús lo abrió y leyó: El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me eligió y me envió para dar buenas noticias a los pobres, para anunciar libertad a los prisioneros, para devolverles la vista a los ciegos, para rescatar a los que son maltratados. Y para anunciar a todos que ¡Este es el tiempo que Dios eligió para darnos salvación!

Jesús cerró el libro, lo devolvió al encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga se quedaron mirándolo. Entonces Jesús les dijo: Hoy se ha cumplido antes ustedes esto que he leído. Todos hablaban bien de Jesús, pues se admiraban de lo agradable que eran sus enseñanzas. La gente preguntaba: ¿No es este el hijo de José? Jesús les respondía: Sin duda ustedes me recitarán este dicho: ¡Médico, primero cúrate a ti mismo! Ustedes saben todo lo que he hecho en Cafarnaúm, y por eso ahora me pedirán que haga aquí lo mismo. Pero les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propio pueblo. Hace muchos años, cuando aún vivía el profeta Elías, no llovíó durante tres años y medio, y la gente se moría de hambre. Y aunque había en Israel muchas viudas, Dios no envió a Elías para ayudarlas a todas, sino solamente a una viuda del pueblo de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. En ese tiempo, también había en Israel muchas personas enfermas de lepra, pero Eliseo sanó solamente a Naamán, que era del país de Siria.

Al oír eso, los que estaban en la sinagoga se enojaron muchísimo. Entonces sacaron de allí a Jesús, y lo llevaron a lo alto de la colina donde estaba el pueblo, pues querían arrojarlo por el precipicio. Pero Jesús pasó en medio de ellos, y se fue de Nazaret.

Jesús se fue al pueblo de Cafarnaúm, en la región de Galilea. Allí se puso a enseñar un día sábado. Todos estaban admirados de sus enseñanzas, porque les hablaba con autoridad. En la sinagoga había un hombre que tenía un espíritu malo. El espíritu le gritó a Jesús: ¡Jesús de Nazaret! ¿Qué quieres hacer con nosotros? ¿Acaso vienes a destruirnos? Yo sé quién eres tú. ¡Eres el Hijo de Dios! Jesús reprendió al espíritu malo y le dijo: ¡Cállate, y sal de este hombre!

Delante de todos, el espíritu malo arrojó al hombre al suelo, y salió de él sin hacerle daño. La gente se asombró mucho, y decía: ¿Qué clase de poder tiene este hombre? Con autoridad y poder les ordena a los espíritus malos que salgan, ¡y ellos lo obedecen! En toda aquella región se hablaba de Jesús y de lo que él hacía.

Jesús salió de la sinagoga y se fue a la casa de Simón. Cuando entró en la casa, le contaron que la suegra de Simón estaba enferma, y que tenía mucha fiebre. Jesús fue a verla, y ordenó que la fiebre se la quitara. La fiebre se le quitó, y la suegra de Simón se levantó y les dio de comer a los que estaban en la casa.
Al anochecer, la gente le llevó a Jesús muchas personas con diferentes enfermedades. Jesús puso sus manos sobre los enfermos, y los sanó. Los demonios que salían de la gente gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que él era el Mesías.

Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y fue a un lugar solitario. Sin embargo, la gente lo buscaba y le pedía que no se fuera del pueblo. Pero Jesús les dijo:
Dios me ha enviado a anunciar a todos las buenas noticias de su reino. Por eso debo ir a otros poblados. Entonces Jesús fue a las sinagogas de todo el país, y allí anunciaba las buenas noticias.

Aquí puedes darte cuenta que cuando el hombre es obediente, honra a Dios pues cumple con su Palabra  y sigue el orden establecido por El y entonces le irá bien.

Por tanto, ahora es el tiempo de que el hombre  cambie su manera de vivir, su  voluntad, mente y corazón deben estar renovados y entonces, el Espíritu de Dios morará en el interior de cada persona que lo acepta.

Ahora bien, el hombre  obediente es lleno del Espíritu de Dios que le da vida, pues es lleno del poder de Dios para anunciar a otros su mensaje, pues es  tiempo de que cada persona enderece el camino torcido o sin rumbo, que no ha sido guiado por la sabiduría de Dios y que el hombre adquiere al leer su Palabra, pero sabes, es urgente  que el hombre se vuelva a Dios para que tenga salvación.

No obstante, el hombre debe ser consciente de hacer los cambios pertinentes,  en  su actitud hacia los demás pues Dios conoce su corazón, y debe recordar que sólo con la sabiduría de Dios puede lograrlo, pues Dios elige y da poder y autoridad,  para anunciar las buenas noticias del reino de Dios.

Con Alta Estima,  

martes, 16 de diciembre de 2014

Muestren con su conducta que realmente han dejado de pecar …


Juan el Bautista, el hijo de Zacarías, vivía en el desierto. Dios le habló allí, en el desierto, cuando Tiberio tenía ya quince años de ser el emperador romano y Poncio Pilato era el gobernador de región de Judea. En ese tiempo Herodes Antipas  gobernaba en la región de Galilea; por su parte Filipo, el hermano de Herodes, gobernaba en las regiones de Iturea y Traconítide; Lisanias gobernaba en la región de Abilene, Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes del pueblo judío.

Juan fue entonces a la región cercana al río Jordán. Allí le decía a la gente: ¡Bautícense y vuélvanse a Dios! Sólo así Dios los perdonará. Mucho tiempo atrás, el profeta Isaías había escrito acerca de Juan: Alguien grita en el desierto: Prepárenle el camino a nuestro Dios.  ¡Abranle paso!   ¡Que no encuentre estorbos! Rellenen los valles, y conviertan en llanura la región montañosa. Enderecen los caminos torcidos. ¡Todo el mundo verá al Salvador que Dios envía!

Mucha gente venía para que Juan los bautizara, y él les decía: ¡Ustedes son unas víboras! ¿Creen que van a escaparse del castigo que Dios les enviará? Muestren con su conducta que realmente han dejado de pecar. No piensen que van a salvarse sólo por ser descendientes de Abraham. Si Dios así lo quiere, hasta estas piedras las puede convertir en familiares de Abraham. Cuando un árbol no produce buenos frutos, su dueño lo corta de raíz y lo quema. ¡Y Dios ya está listo para destruir a los que no hacen lo bueno!

La gente le preguntaba: Y entonces, ¿qué podremos hacer? El les respondía: El que tenga dos mantos, comparta uno con quien no tenga nada que ponerse. El que tenga comida, compártala con quien no tenga nada que comer. Vinieron también unos cobradores de impuestos y le preguntaron a Juan: Maestro, ¿qué podemos hacer para salvarnos? Juan les contestó: No le cobren a la gente más dinero del que debe pagar. Unos soldados preguntaron: Juan, ¿qué podemos hacer nosotros? El les contestó: Ustedes amenazan  a la gente y la obligan a que les dé dinero. Sólo así le prometen dejarla en paz. ¡No lo vuelvan a hacer, y quédense satisfechos con su salario!

Todos se admiraban y quería saber si Juan era el Mesías que esperaban. Pero Juan les respondió: Yo los bautizo a ustedes con agua. Pero hay alguien que viene después de mí, y que es más poderoso que yo. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. ¡Yo ni siquiera merezco ser su esclavo! El que viene después de mi separará a los buenos de los malos. A los buenos los pondrá a salvo, y a los malos los echará en un fuego que nunca se apaga.

De este modo, y de otras maneras, Juan anunciaba las buenas noticias a la gente. Además, reprendió a Herodes Antipas porque vivía con Herodías, la esposa de su hermano Filipo, y por todo lo malo que había hecho. Pero a toda su maldad Herodes añadió otra mala acción: puso a Juan en la cárcel.
Cuando Juan terminó de bautizar a todos, Jesús vino y también se bautizó. Mientras Jesús oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajo sobre él en forma de paloma. Luego se oyó una voz que desde el cielo decía: Tú eres mi Hijo, a quien quiero mucho. Estoy muy contento contigo.

Jesús comenzó a predicar cuando tenía unos treinta años y, según la gente, era hijo de José. Esta es la lista de sus antepasados: José, Elí, Matat, Leví, Melquí, Janai, José, Matatías, Amós, Nahúm, Eslí, Nagai, Máhat, Matatías, Semeí, Josec, Joladá, Johanán, Resá, Zorobabel, Salatiel, Nerí, Melquí, Adí, Cosam, Elmadam, Er, Jesús, Eliézer, Jorim, Matat, Leví, Simeón, Judá, José, Jonam, Eliaquim, Melá, Mená, Matatá, Natán, David, José, Obed, Booz, Sélah, Nahasón, Aminadab, Admín, Arní, Hersón, Fares, Judá, Jacob, Isaac, Abraham, Térah, Nahor, Serug, Ragau, Péleg, Eber, Sélah, Cainán, Arfaxad, Sem, Noé, Lámec, Matusalén, Henoc, Jéred, Mehalalei, Cainán, Enós, Set, Adan, Dios mismo.

Aquí puedes darte cuenta que es tiempo que el hombre se vuelva a Dios y se arrepienta de sus pecados, es ahora que el hombre debe enderezar su camino, apartarse de hacer lo malo para que esté preparado cuando Jesús vuelva.

No obstante, es  esencial que el hombre cambie su manera de vivir y muestre con su conducta que ha dejado de pecar, que aprenda a actuar con justicia, y sobre todo si tiene un cargo de autoridad a quedar satisfecho con el salario que devenga y no cobrar a la gente más de lo que debe pagar o amenazar para que les den dinero, sino más bien que el hombre aprenda a compartir con otros y entonces será una mejor persona cada día.

Por tanto, el tiempo apremia, es prioridad que el hombre sea obediente a los mandatos que estableció nuestro Señor Jesucristo para que su mente sea renovada y su corazón purificado y, entonces reciba a Jesús para que El habite en su ser interior, pues sólo Dios puede perdonar pecados y El separará a los buenos de los malos.


Con Alta Estima,  

lunes, 15 de diciembre de 2014

El será una luz que alumbrará a todas las naciones…


Poco antes de que Jesús naciera, Augusto, emperador de Roma, mandó hacer un censo, es decir, una lista de toda la gente que vivía en el Imperio Romano. En este tiempo, Quirinio era el gobernador de Siria, y fue el responsable de hacer este primer censo en la región de Palestina. Todos tenían que ir al pueblo de donde era su familia, para que anotaran sus nombres en esa lista. José pertenecía a la familia de David. Y como vivía en Nazaret, tuvo que ir a Belén para que lo anotaran, porque mucho tiempo antes allí había nacido el rey David. Lo acompañó María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras estaban en Belén, a María le llegó la hora de tener su primer hijo. Como no encontraron ningún cuarto donde pasar la noche, los hospedaron en el lugar de la casa donde se cuidan los animales. Cuando el niño nació, María lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Esa misma noche, unos pastores estaban cuidando sus ovejas cerca de Belén.  De pronto, un ángel de Dios se les apareció, y la gloria de Dios brilló alrededor de ellos. Los pastores se asustaron mucho, pero el ángel les dijo: No tengan miedo. Les traigo una buena noticia que los dejará muy contentos: ¡Su Salvador acaba de nacer en Belén! ¡Es el Mesías, el Señor! Lo reconocerán porque está durmiendo en un pesebre, envuelto en pañales.

De pronto, muchos ángeles aparecieron en el cielo y alababan a Dios cantando: ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra para todos los que Dios ama! Después de que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: ¡Vayamos corriendo a Belén para ver esto que Dios nos ha anunciado! Los pastores fueron de prisa a Belén, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Luego salieron y contaron lo que el ángel les había dicho acerca del niño. Todos los que estaban allí se admiraron al oírlo.

María quedó muy impresionada por todo lo que estaba sucediendo, y no dejaba de pensar en eso. Finalmente, los pastores regresaron a cuidar sus ovejas. Por el camino iban alabando a Dios y dándoles gracias por lo que habían visto y oído. Todo había pasado tal y como el ángel les había dicho. Cuando Jesús cumplió ocho días de nacido, lo circuncidaron y le pusieron por nombre Jesús. 

Así lo había pedido el ángel cuando le anunció a María que iba a tener un hijo.
Cuarenta días después de que Jesús nació, sus padres lo llevaron al templo de Jerusalén para presentarlo delante de Dios. Así lo ordenaba la ley que dio Moisés. Cuando el primer niño que nace es un varón, hay que dedicárselo a Dios. La ley también decía que debían presentar, como ofrenda a Dios, dos pichones de paloma o dos tórtolas.

En ese tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y lo amaba mucho. Vivía esperando que Dios libertara al pueblo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre Simeón, y le había dicho que no iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios les había prometido. Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo. Cuando los padres de Jesús entraron al templo con el niño, para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: Ahora, Dios mío, puedes dejarme morir en paz. ¡Ya cumpliste tu promesa! Con mis propios ojos he visto al Salvador, a quien tú enviaste y al que todos los pueblos verán. El será una luz que alumbrará a todas las naciones, y será la honra de tu pueblo Israel.

José y María quedaron maravillados por las cosas que Simeón decía del niño. Simeón los bendijo, y les dijo a María: Dios envió a este niño para muchos en Israel se salven, y para otros sean castigados. El será una señal de advertencia, y muchos estarán en su contra. Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno. Y a ti, María, esto te hará sufrir como si te clavaran una espada en el corazón.

En el templo estaba también una mujer muy anciana, que era profetisa. Se llamaba Ana, era hija de Penuel  y pertenecía a la tribu de Aser. Cuando Ana era joven, estuvo casada durante siete años, pero ahora era viuda y tenía ochenta y cuatro años de edad. Se pasaba noche y día en el templo ayunando, orando y adorando a Dios. Cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que Dios liberara a Jerusalén.

Por su parte, José y María cumplieron con todo lo que mandaba la ley de Dios y volvieron a su pueblo Nazaret, en la región de Galilea. El niño Jesús crecía en estatura y con poder espiritual. Estaba lleno de sabiduría, y Dios estaba muy contento con él. José y María iban todos los años a la ciudad de Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, los acompañó a Jerusalén.

Al terminar los días de la fiesta, sus padres regresaron a su casa; pero, sin que se dieran cuenta, Jesús se quedó en Jerusalén. José y María caminaron un día entero, pensando que Jesús iba entre los compañeros de viaje. Después lo buscaron entre los familiares y conocidos, pero no lo encontraron. Entonces volvieron a Jerusalén para buscarlo.

Al día siguiente encontraron a Jesús en el templo, en medio de los maestros de la Ley. El los escuchaba con atención y les hacía preguntas. Todos estaban admirados de su inteligencia y de las respuestas que daba a las preguntas que le hacían. Sus padres se sorprendieron al verlo, y su madre le reclamó: ¡Hijo! ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado. Estábamos muy preocupados por ti. Pero Jesús les respondió:  ¿Y por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en la casa de mi Padre? Ellos no entendieron lo que quiso decirles. Entonces Jesús volvió con sus padres a Nazaret, y los obedecía en todo.

Su madre pensaba mucho en todo lo que había pasado. Mientras tanto, Jesús seguía creciendo en sabiduría y en estatura. Dios y toda la gente del pueblo están muy contentos con él, y lo que querían mucho.

Aquí puedes darte cuenta que cuando nació el niño Jesús, no hubo un lugar acogedor para que naciera y nació en un lugar humilde, en un establo. El Salvador del mundo,  nació en un pequeño lugar Belén. El cumplió con lo que la Ley mandaba, El vino a ser luz que alumbra a todas las naciones.

No obstante, el niño Jesús, debe ser el rey que habita en cada ser humano que le ama y acepta en su corazón, para que le alabe y bendiga, A Dios sea la gloria y gratitud por el nuevo pacto, que envió a su unigénito hijo Jesús para redimir a cada persona arrepentida,  por ese regalo que dio a la humanidad "la gracia" para que el hombre vuelva a tener comunión con El.

Por tanto, el hombre debe cambiar de actitud, dejar a un lado la soberbia, el orgullo sino más bien ser sincero y reflexivo en todo lo que haga mostrando humildad y obediencia, vivir apegado a la Palabra  para que adquiera sabiduría que sólo viene del Dios Altísimo.


Con Alta Estima,