Dios me habló otra vez cuando el rey Sedequías me tenía preso en el
patio de la guardia de su palacio. Fue en el tiempo en que el ejército
babilónico tenía rodeada a la ciudad de
Jerusalén. Para entonces Sedequías llevaba diez años de reinar en Judá, y
Nabucodonosor llevaba dieciocho años
como rey de Babilonia. El rey Sedequías ordenó que me encarcelaran
porque yo anuncié un mensaje de parte de Dios. Este fue el mensaje:
Yo, el Dios de Israel, voy a dejar que el rey de Babilonia conquiste
la ciudad de Jerusalén. Ni siquiera Sedequías podrá escapar del poder de los
babilonios. Ahora es rey, pero será derrotado por el rey de Babilonia. Será
llevado preso, y en ese país se quedará hasta que yo decida otra cosa. Si ustedes
quieren pelear contra los babilonios, háganlo; pero saldrán derrotados. Juro
que así será.
Yo dejé en claro que Dios habló conmigo, y que me dijo que mi primo
Hananel vendrá a ofrecerme un terreno, para que yo se lo comprara. Hananel era
hijo de mí tío Salum, y su terreno estaba en Anatot, en el territorio de
Benjamín. Y así fue. Hananel vino al patio de la guardia, donde yo estaba
preso, y me dijo que yo tenía el derecho y la responsabilidad de comprárselo
para que el terreno quedara en familia. Con eso quedaba demostrado que Dios
había hablado conmigo. Entonces le compré a mi primo el terreno, y le pagué por
él diecisiete monedas de plata.
Llamé a unos testigos, y delante de ellos le pagué y firmé la
escritura del terreno. Se hicieron dos copias de este documento, y en las dos
copias se explicaban las condiciones de compraventa; una de ellas quedó
sellada, y la otra quedó abierta. Yo le entregué las dos copias a Baruc, que
era hijo de Nerías y nieto de Maaselas. Esto lo hice delante de mi primo Hananel,
de los testigos que habían firmado la escritura, y de toda la gente de Judá que
estaba sentada en el patio de la guardia. También delante de ellos le dije a
Baruc: El Dios todopoderoso te ordena recibir esta escritura, tanto la copia
sellada como la copia abierta.
Guárdalas en una vasija de barro, para que no se
echen a perder. Dios nos promete que en este país volveremos a comprar casas,
terrenos y viñedos.
Después de entregarle a Baruc la escritura, le pedí a Dios en oración:
Dios de Israel, tú, con tu extraordinario poder, has creado el cielo y la
tierra. ¡No hay nada que tú no puedas hacer! Demuestras tu gran amor a miles de
personas, pero también castigas a los hijos por el pecado de sus padres. ¡Tú
eres grande y poderoso! ¡Por eso te llaman Dios del universo! Tus planes son
maravillosos, pero aún más maravilloso es todo lo que haces. Tú estás al tanto
de todo lo que hacemos, y a cada uno nos das lo que merecen nuestras acciones.
Todos saben de los milagros que hiciste en Egipto, y de los que sigues
haciendo en todo el mundo. Tú nos sacaste de Egipto con gran poder, por medio
de milagros que a todos llenaron de miedo. Tú nos diste este país muy fértil,
donde siempre hay abundancia de alimentos, tal como se lo habías prometido a
nuestros antepasados.
Pero cuando nuestros antepasados llegaron para habitar este país, no
te obedecieron ni tuvieron en cuenta tus enseñanzas. ¡No cumplieron con lo que
tú les mandaste hacer, y por eso los castigaste con esta desgracia! Los
ejércitos de Babilonia están listos para atacar a Jerusalén, y nuestra ciudad
será conquistada por medio de la guerra, el hambre y las enfermedades.
Dios de Israel, ¡tú mismo puedes ver cómo se cumple ahora todo lo que
habías anunciado! Si la ciudad está a punto de caer en manos de los babilonios,
¡para qué me ordenaste comprar un terreno delante de testigos! Entonces Dios me
explicó: Jeremías, yo soy el Dios de Israel y de todo el mundo. No hay
absolutamente nada que yo no pueda hacer. Tienes razón, voy a permitir que el
rey de Babilonia y sus soldados se apoderen de Jerusalén, y les prenderá fuego
a todas esas casas donde se quemaba incienso para adorar al dios Baal, y donde
se presentaban ofrendas de vino en honor de los dioses falsos. Todo eso lo
hacían para ofenderme. Siempre, desde que comenzaron a existir como nación, el
pueblo de Israel y el de Judá han hecho lo que les da la gana.
A mí me molesta mucho que adoren a esos ídolos. ¡Son dioses que ellos
mismos han fabricado! Por eso voy a destruir a Jerusalén, pues desde que la
construyeron, los habitantes de Judá y de Jerusalén no han dejado de ofenderme
con su conducta. También los pueblos de Israel y de Judá, y sus reyes, jefes,
sacerdotes y profetas, no han hecho más que ofenderme y hacerme enojar. Por más
que yo traté de enseñarles y corregirlo, ellos no me escucharon ni me prestaron
atención; en vez de seguirme, se alejaron de mí. Para colmo, ¡en mi propio
templo colocaron sus asquerosos ídolos!
¡Eso no lo puedo aceptar!
También construyeron altares en el valle de Ben-hinom, para adorar a
Baal. Pero lo que más aborrezco es que en esos altares ofrecieron a sus hijos y
a sus hijas en honor del dios Moloc. Yo jamás les ordené que hicieran eso, ¡Y
ni siquiera me pasó por la mente! Así fue como hicieron pecar a los habitantes
de Judá. Por eso yo, el Dios de Israel, te digo
que lo que has anunciado es verdad: la ciudad de Jerusalén caerá en
manos del rey de Babilonia por causa de la guerra, el hambre y la enfermedad.
Yo estoy muy enojado con mi pueblo, y por eso lo he dispersado por muchos países.
Pero en el futuro volveré a reunirlos, haré que vuelvan a Jerusalén, y entonces
vivirán tranquilos y seguros. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré
que tengan buenos pensamientos, y que cambien de conducta. Así me respetarán
siempre, y eso será provechoso para ellos y para sus hijos. Haré con ellos un
pacto que durará para siempre. Estaré con mi pueblo en todo momento, y lo
ayudaré; haré que me respete, y que no vuelva alejarse de mí. Con todo mi
corazón volveré a establecerlo en esta tierra, y mi mayor alegría será que mi
pueblo esté bien.
Yo, el Dios de Israel, declaro: Así como le di a mi pueblo este
castigo, también le daré todo lo bueno que le he prometido. Ahora mi pueblo
dice que esta tierra es un desierto, y que no tiene gente ni animales porque yo
la puse en manos de los babilonios. Pero yo les aseguro a todos que volverán a
comprar terrenos en este país. Si, volverán a comprar propiedades y firmarán y
sellarán las escrituras delante de testigos. Esas compras las harán en el
territorio de Benjamín y en los pueblos cercanos a Jerusalén, en las ciudades
de Judá y en las ciudades de la región montañosa, y también en las ciudades de
la llanura y en el desierto. Les juro que los haré volver de Babilonia.
Así pues, el hombre puede darse cuenta de las maravillas que Dios hace,
él conoce a cada persona, conoce su corazón y sabe cómo se conduce, por lo
tanto, el ser humano no le conviene hacer lo que le dé la gana, sino al
contrario, debe aprender con disciplina y así desarrollar buenos hábitos para que cambie su
manera de pensar y por ende, mejore su conducta para que sea luminaria dondequiera
que se encuentre, y, sobretodo, que esta renovación del hombre agrade a Dios
pues el hombre con su actitud demuestra su respeto al Señor.
Ahora bien, es importante que el hombre sepa que si vive apegado a las
enseñanzas de Dios y las practica en su cotidianidad, Dios le ayudará y le irá
bien; pues Dios ha hecho un pacto perpetuo con la humanidad, con todo aquel que
se arrepiente de su naturaleza anterior y acepta a Dios en su corazón con una
mente renovada El será su Dios, pero es necesario que el hombre sea útil a
Dios, pero para que le sirva debe ser
sanado de sus heridas (odio, ira, orgullo, etc.), que no voltee a ver el pasado, ya que le produce
ataduras, que le impiden crecer espiritualmente, pero sabes, sólo Dios puede
liberarlo, entonces lo ideal sería que el hombre corrija sus actitudes
equivocadas y prosiga hacia adelante.
¡Animo! El hombre con la Palabra de Dios, limpiará su ser interior y
logrará florecer con sus acciones, pues sabes Dios es tan maravilloso, que El
diseñó todo lo que ha creado para que el
hombre lo disfrute y valore pues su mayor alegría es que el hombre esté bien.
Con Alta Estima,