Cuando Joacín llevaba cuatro años de reinar en Judá, el Dios de Israel
me habló acerca de las otras naciones, y del ejército de Necao, rey de Egipto.
Por esos días el rey de Babilonia había derrotado a Necao en la ciudad de Carquemis,
junto al río Eufrates. El mensaje que me dio fue el siguiente: ¡Egipcios, tomen
sus armas y prepárense para el combate! ¡Ensillen y monten los caballos!
¡Afilen las lanzas y pónganse las corazas! ¡Cúbranse con los cascos!
¿Pero qué es lo que veo? ¡Los soldados egipcios retroceden! Derrotados
y llenos de miedo, huyen sin mirar atrás. ¡Hay terror por todas partes! ¡Los
más veloces no pueden huir! ¡Los más fuertes no logran escapar! ¡Allá en el
norte, a la orilla del río Eufrates, tropiezan y ruedan por el suelo!
Una nación se acerca con violencia. ¡Hasta se parece al río Nilo
cuando sus aguas se desbordan! ¿Qué nación puede ser? ¡Es Egipto, que se ha
enfurecido, que ha crecido como el Nilo! Viene decidido a inundar la tierra, a
destruir ciudades y a matar gente.
¡Que ataquen los caballos! ¡Que avancen los carros de guerra! ¡Que
marchen los soldados! ¡Que tomen sus armas los soldados de los países
africanos! El día de la victoria pertenece al poderoso Dios de Israel. El
ganará la batalla; se vengará de sus enemigos. La espada se empapará de sangre
y acabará por matar a todos. Allá en el país del norte, a la orilla del río
Eufrates, el Dios de Israel matará a mucha gente.
Soldados de Egipto: de nada les servirá que vayan a Galaad y consigan
alguna crema curativa; aunque consigan medicinas, no les servirán de nada. Todo
el mundo está enterado de que han sido derrotados; por todas partes se escuchan
sus gritos de dolor; chocan los guerreros unos contra otros, y ruedan por el
suelo.
Cuando el rey de Babilonia vino para atacar a los egipcios, Dios me
dio este mensaje: Esto debe saberse en Egipto; debe anunciarse en sus ciudades: ¡Soldados, prepárense para
la batalla! ¡Ya viene su destrucción!
Los soldados se tropiezan; caen uno encima del otro, y dicen: ¡Huyamos!
¡Volvamos a nuestro país antes que nos mate el enemigo! ¡Nuestro rey es un
charlatán! ¡Había mucho y no hace nada! Pero los soldados han caído, y ya no
podrán levantarse, porque yo los derribé. ¡Yo soy el Dios de Israel! Ustedes,
los que viven en Egipto, vayan empacando lo que tienen, porque serán llevados
prisioneros; la capital será destruida y quedará en ruinas y sin gente.
Les juro por mí mismo que el enemigo que viene se parece al monte
Tabor, que sobresale entre los montes; se parece al monte Carmelo, que está por
encima del mar. ¡Yo soy el Dios todopoderoso! ¡Yo soy el único Rey!
La hermosura de Egipto será destruida; Babilonia vendrá del norte y la
atacará. Egipto contrató soldados extranjeros, todos muy fuertes y valientes,
¡pero hasta ellos saldrán huyendo; ¡saldrán corriendo a toda prisa! Ya llegó el
día de su derrota; ¡Ya llegó el día de su castigo!
El ejército babilonio es muy numeroso; tanto que nadie lo puede
contar. Por eso los soldados egipcios huirán como serpientes desprotegidas.
Egipto parece un bosque tupido, pero sus enemigos lo rodearán y lo atacarán con
sus hachas, dispuestos a derribar todos los árboles. ¡Egipto quedará humillado!
¡Caerá bajo el poder de Babilonia!
El Dios de Israel dice: Voy a castigar al rey de Egipto, a sus dioses
y a todos los que confían en ellos.
Dejaré que caigan en poder del rey de Babilonia y de su ejército, para
que los maten. Sin embargo, en el futuro Egipto volverá a ser habitado como
antes. Les juro que así lo haré.
Y ustedes, pueblo de Israel, no tengan miedo ni se asusten; yo haré
que vuelvan de Babilonia, adonde fueron llevados como esclavos. No tengan
miedo, israelitas. Ustedes son mi pueblo; son descendientes de Jacob. Yo les
prometo que volverán a vivir tranquilos porque yo estoy con ustedes. Destruiré
a todas las naciones por las que los dispersé, pero a ustedes no los destruiré; sólo los castigaré por su
bien, pues merecen que los corrija. Les juro que así lo haré.
Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe poner su confianza en
Dios, a medida que le conoce, con actitud humilde le amará más cada día y le
entregará su corazón para que nazca un hombre nuevo, se logre un cambio, un
hombre disciplinado a los mandatos de Dios que le ayudarán a desarrollar una
conciencia íntegra y por ende, una relación de comunión con Dios.
Ahora bien, lo que tiene que considerar el hombre son las enseñanzas
del Dios Altísimo, pues la Palabra es
tan poderosa que hace que el hombre cambie e incremente su sabiduría y la practique en su diario vivir pues Dios le da
armas espirituales para vencer al enemigo, siendo esencial que Jesucristo habite en el ser interior del
hombre para que haya paz y viva en santidad.
Con Alta Estima,
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