jueves, 30 de julio de 2015

Debes aceptar que de nada te sirve decir que eres fiel a Dios y confiar en él, si no haces lo bueno.


Hermanos míos, ustedes han confiado en nuestro poderoso Señor Jesucristo, así que no deben tratar a unas personas mejor que a otras. Imagínense que un rico, vestido con ropa muy fina y con un anillo de oro, entra en donde ustedes de reúnen, y que al mismo tiempo entra un pobre, vestido con ropa muy gastada. Si ustedes atienden mejor al rico y le dicen: Ven, siéntate en el mejor lugar, pero al pobre le dicen: Quédate allí de pie, o Siéntate en el suelo, serán como los malos jueces, que favorecen a unos más que a otros.

Escúchenme bien, hermanos queridos: Dios eligió a la gente pobre de este mundo para que la confianza en Dios sea su verdadera riqueza, y para que reciban el reino que él ha prometido a los que lo aman. ¿Cómo se atreven ustedes a maltratar y despreciar a los pobres? ¿Acaso no son los ricos quienes los maltratan a ustedes y los meten en la cárcel? ¿Acaso no son los ricos los que insultan a nuestro Señor?

Si ustedes obedecen el mandamiento más importante que Dios nos ha dado, harán muy bien. Ese mandamiento dice: Recuerden que cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo. Pero si ustedes les dan más importancia a unas personas, y las tratan mejor que a otras, están pecando y desobedeciendo la ley de Dios.

Si ustedes obedecen todas las leyes, menos una de ellas, es lo mismo que si desobedecieran todas. Porque el mismo Dios que dijo: No sean infieles en su matrimonio, también dijo: No maten. Por eso, si tú eres fiel en el matrimonio, pero matas, eres culpable de haber desobedecido la ley de Dios.
En el día del juicio, Dios nos juzgará de acuerdo con la ley que nos libera del pecado. Por eso, debemos tener mucho cuidado en todo lo que hacemos y decimos. Porque Dios no tendrá compasión de quienes no se compadecieron de otros. Pero los que tuvieron compasión de otros, saldrán bien del juicio.

Hermanos en Cristo, ¿de qué sirve que algunos de ustedes digan que son fieles a Dios, si no hacen nada bueno para demostrarlo? ¡Así no se van a salvar¡

Si alguien no tiene ropa ni comida, y tú no le das lo que necesita para abrigarse y comer bien, de nada le sirve que tú le digas “Que te vaya bien, abrígate y come hasta que te llenes”. Lo mismo pasa con la fidelidad de Dios: de nada me sirve decir que le somos fieles, si no hacemos nada que lo demuestre. Esa clase de fidelidad está muerta.

A los que dicen que son fieles a Dios, pero no hacen lo bueno, yo les podría decir: Tú dice que eres fiel a Dios, y yo hago lo que es bueno. Demuéstrame que es posible ser fiel a Dios sin tener que hacer lo bueno, y yo te demostraré que soy fiel a Dios por medio del bien que hago. Tú crees que existe un solo Dios. ¡Muy bien! Pero hasta los demonios creen en él y tiemblan de miedo. No seas tonto. Debes aceptar que de nada te sirve decir que eres fiel a Dios y confiar en él, si no haces lo bueno. Nuestro antepasado Abraham agradó a Dios cuando puso a su Isaac sobre el altar, para sacrificarlo. Y Dios lo aceptó por eso. La confianza que Abraham tuvo en Dios se demostró con todo lo que hizo, y por medio de todo lo que hizo su confianza llegó a ser perfecta.

Así se cumplió lo que dice en la Biblia: Abraham confió en la promesa de Dios, y por eso Dios lo aceptó. Fue así como Abraham se hizo amigo de Dios.

Como puedes ver, Dios nos acepta por lo que hacemos, y no sólo por lo que creemos.
Así le sucedió a Rahab, la prostituta, Dios la aceptó por haber recibido y escondido a los espías en su casa, y por ayudarlos también a escapar por otro camino.

Así como un cuerpo sin alma está muerto, también la confianza en Dios está muerta si no va acompañada de buenas acciones.

Aquí puedes darte cuenta que lo fundamental es que el hombre confíe en Dios y que demuestre que es fiel a Dios, haciendo buenas acciones, entre otras, tratando por igual a ricos y pobres, obedeciendo los mandatos de Dios, que ayude a los de menos recursos.

Por lo que es imprescindible que el hombre entienda que debe obedecer todas las enseñanzas pues si desobedece una de ellas, es como si desobedeciera todas.

Así pues, lo esencial para que el hombre sea útil a Dios, es que el hombre haga lo bueno, es decir, que tenga cuidado en lo que haga y lo que diga, que sienta compasión por otros, en esto el hombre muestra su fidelidad a Dios.


Con Alta Estima,

martes, 28 de julio de 2015

Hacer lo malo es como andar vestido con ropa sucia.


Yo, Santiago, estoy al servicio de Dios y del Señor Jesucristo, y les envío un saludo a los cristianos que viven en todo el mundo.

Hermanos en Cristo, ustedes deben sentirse muy felices cuando pasen por toda clase de dificultades.  Así, cuando su confianza en Dios sea puesta a prueba, ustedes aprenderán a soportar con más fuerza las dificultades. Por lo tanto, deben resistir la prueba hasta el final, para que sean mejores y puedan obedecer lo que se les ordene.

Si alguno de ustedes no tiene sabiduría, pídasela a Dios. El se la da a todos en abundancia, sin echarles nada en cara. Eso sí, debe pedirla con la seguridad de que Dios se la dará. Porque los que dudan  son como las olas del mar, que el viento lleva de un lado a otro. La gente que no es confiable ni capaz de tomar buenas decisiones no recibirá nada del Señor.

Si alguno de ustedes es pobre, debe sentirse orgulloso de lo mucho que vale ante Dios. Si alguno es rico, debe sentirse feliz cuando Dios lo humille, pues las riquezas duran muy poco; son como las flores del campo. Cuando hace mucho calor, las plantas se secan; entonces las flores se marchitan y pierden su belleza. Lo mismo pasa con el rico, ni él ni sus riquezas durarán.
Al que soporta las dificultades, Dios lo bendice y, cuando las supera, le da el premio y el honor más grande que puede recibir: la vida eterna, que ha prometido a quienes lo aman.

Cuando ustedes sean tentados a hacer lo malo, no le echen la culpa a Dios, porque él no puede ser tentado, ni tienta a nadie a hacer lo malo. Al contrario, cuando somos tentados, son nuestros propios deseos los que nos arrastran y dominan. Los malos deseos nos llevan a pecar, y cuando vivimos sólo para hacer lo malo, lo único que nos espera es la muerte eterna.

Mis queridos, hermanos, no sean tontos ni se engañen a ustedes mismos. Dios nunca cambia. Fue Dios quien creó todas las estrellas del cielo, y es quien nos da todo lo bueno y todo lo perfecto. Además, quiso que fuéramos sus hijos. Por eso, por medio de la buena noticia de salvación nos dio una vida nueva.

Mis queridos hermanos, pongan atención a esto que les voy a decir: todos deben estar siempre dispuestos a enojarse y hablar mucho. Porque la gente violenta no puede hacer lo que Dios quiere. Por eso, dejen de hacer lo malo, pues ya hay mucha maldad en el mundo. Hacer lo malo es como andar vestido con ropa sucia. Más bien, reciban con humildad el mensaje que Dios les ha dado. Ese mensaje tiene poder para salvarlos.

¡Obedezcan el mensaje de Dios! Si lo escuchan, pero no lo obedecen, se engañan a ustedes mismos y les pasará lo mismo que a quienes mira en un espejo: tan pronto como se va, se olvida de cómo era. Por el contrario, si ustedes ponen toda su atención en la Palabra de Dios, y la obedecen siempre, serán felices en todo lo que hagan. Porque la Palabra de Dios es perfecta y los libera del pecado.

Si alguien se cree muy santo y no cuida sus palabras, se engaña a sí mismo y de nada le sirve tanta religiosidad. Creer en Dios el Padre es agradarlo y hacer el bien, ayudar a las viudas y a los huérfanos cuando sufren, y no dejarse vencer por la maldad del mundo.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe confiar en Dios, vivir apegado a su Palabra  y pueda superar las dificultades pues la sabiduría viene de Dios y con esta seguridad, entonces Dios le da al hombre  la fuerza para resistir y vencer y entonces el hombre puede obedecer todo lo que Dios le ordene y Dios le bendecirá.

No obstante, el hombre debe ser confiable, tomar buenas decisiones pues el hombre debe evitar ser tentado y no dejarse llevar por los malos deseos que le dominan.

Así que, lo importante es que el hombre sea consciente de que Dios nunca cambia pues Dios no puede ser tentado pues El nos da todo lo bueno y todo lo perfecto y nos acepta como sus hijos.

Así pues, es apremiante que el hombre cambie, que reciba con humildad el mensaje de Dios y que deje de hacer lo malo, que deje de andar vestido con harapos, cuide sus palabras sobre todo si se cree que es santo porque si no se engaña a sí mismo pues cae en religiosidad. Por el contrario, el hombre debe estar atento y agradar a Dios, obedecerlo en todo para que le vaya bien.


Con Alta Estima,

Si obedeces a Dios, tendrás éxito en todo lo que hagas


David ya vivía tranquilo en su palacio, cuando le dijo al profeta Natán: No está bien que yo viva en un palacio de maderas finas, mientras el cofre del pacto de Dios todavía está en una carpa.
Natán le contestó: Haz lo que creas conveniente, pues Dios te apoya en todo.

Sin embargo, Dios le habló a Natán esa misma noche, y le dijo: Ve y dile de mi parte a David lo siguiente: David, no serás tú quien me construya una casa. Dime cuándo les pedía a los jefes de Israel que me hicieran una casa de maderas finas. ¡Si desde que los saqué a ustedes de Egipto, siempre he vivido en una carpa!

Yo soy el Dios todopoderoso. Yo soy quien te puso al frente de mi pueblo cuando eras un simple pastor de ovejas. Yo soy quien siempre te ha cuidado, y te ha ayudado a derrotar a tus enemigos. Y soy también quien te hará muy famoso en este mundo.

También a mi pueblo Israel le he dado un lugar donde pueda vivir en paz. Nadie volverá a 
molestarlos ni a hacerles daño, como cuando los gobernaban los jueces.

Yo haré que de tus descendientes salgan los reyes de Israel, y humillaré a tus enemigos. Después de tu muerte, yo haré que uno de tus hijos llegue a ser rey de mi pueblo. A él si le permitiré que me construya una casa, y haré que su reino dure para siempre. Yo será para él como un padre, y él será para mí como un hijo. Y nunca dejaré de amarlo, ni lo abandonaré como abandoné a Saúl.
Entonces Natán fue y le dio el mensaje a David.

El rey David fue a la carpa donde estaba el cofre del pacto, se sentó delante de Dios y le dijo: Mi Dios, ¿cómo puedes darme todo esto si mi familia y yo valemos tan poco? ¿Y cómo es posible que prometas darme aún más, y que siempre bendecirás a mis descendientes? Me tratas como si fuera yo alguien muy importante. ¿Qué más te puedo decir Dios mío, por haberme honrado así, si tú me conoces muy bien?

Tú me dejas conocer tus grandes planes, porque así lo has querido. ¡Qué grande eres, Dios mío! ¡Todo lo que de ti sabemos es verdad! ¡No hay ningún otro Dios como tú, ni existe tampoco otra nación como tu pueblo Israel! ¿A qué otra nación la libraste de la esclavitud? ¿A qué otra nación la hiciste tu familia?

Tú hiciste muchos milagros a favor nuestro, y arrojaste lejos de nosotros a las naciones y a sus dioses. Así nosotros hemos llegado a ser tu pueblo, y tú eres nuestro Dios; y esto será así por siempre.
Mi Dios, yo te pido que le cumplas a mis descendientes estas promesas que nos acabas de hacer. Haz que ellos se mantengan en tu servicio, para que tu nombre sea siempre reconocido. Y que todo el mundo diga: El Dios de Israel es el Dios todopoderoso.

Dios mío, yo me atrevo a pedirte esto porque tú has dicho que mis descendientes serán siempre los reyes de tu pueblo.

Tú eres Dios, y has prometido hacerme bien. Por eso te ruego que bendigas a mis descendientes para que siempre te sirvan, porque a quien tú bendigas le irá bien.

Poco tiempo después, David tocó a los filisteos. Les quitó la ciudad de Gat con sus poblados, y los tuvo bajo su poder. También derrotó a los moabitas, quienes tuvieron que reconocer a David como su rey, y pagarle impuestos.

Cuando Hadad-ézer, rey de Sobá, iba hacia Hamat para extender su dominio en la región del río Eufrates, David lo derrotó. Como resultado de la batalla David tomó presos a siete mil jinetes y a veinte mil soldados de a pie. Se quedó con mil carros de combate. A la mayoría de los caballos les rompió las patas, y sólo dejó sanos a cien.

Los arameos que vivían en Damasco vinieron a ayudar al rey Hada-ézer, pero David mató a veintidós mil de ellos. Luego puso guardias entre los arameos que vivían en Damasco, y también ellos tuvieron que reconocer a David como rey y empezar a pagarle impuestos.
David tomó los escudos de oro que tenían los oficiales de Hadad-ézer y los llevó a Jerusalén. 

También se llevó muchísimo bronce de Tibhat y Cun, ciudades que gobernaba Hadad-ézer. Con ese bronce Salomón hizo la fuente, las columnas y todos los utensilios de bronce para el templo. Así fue como Dios le dio a David victoria tras victoria.

Hadad-ézer había peleado muchas veces contra Toí, rey de Hamat. Por eso, cuando Toi supo que David había derrotado al ejército de Hadad-ézer, envió a su hijo Adoram a saludar y felicitar al rey David por su triunfo.

Adoram le llevó al rey David regalos de oro, plata y bronce. David le entregó todo esto a Dios, junto con el oro y la plata de las naciones que había conquistado: Edom, Moab, Amón, Filistea y Amalec.
Abisaí, jefe de los treinta mejores soldados de David, mató a dieciocho mil edomitas en el Valle de la Sal. Luego puso guardias en toda la tierra de Edom, y así los edomitas reconocieron a David como rey.

Dios seguía dándole victorias a David, y como rey de los israelitas, David siempre fue bueno y justo con ellos.

Los principales asistentes de David fueron los siguientes: Joab hijo de Seruiá, que era jefe del ejército; Josafat hijo de Ahilud, que era secretario del reino. Sadoc hijo de Ahitub, y Abimélec, hijo de Abiatar, que eran sacerdotes; Savisá, que era su secretario personal; Benaías hijo de Joiadá, jefe del grupo filisteo al servicio del rey. Los hijos de David eran los oficiales más importantes del reino.

Poco tiempo después, murió Nahas, el rey de los amonitas, y en su lugar reinó su hijo Hanún. Y David dijo: Voy a tratar a Hanún con la misma bondad con que me trató Nahas, su padre.

Enseguida envió David mensajeros a Hanún para que lo consolaran por la muerte de su padre. Pero cuando los mensajeros llegaron a la tierra de los amonitas, los jefes de los amonitas le dijeron a Hanún: ¿De veras cree su Majestad que David envió a sus mensajeros para consolarlo? ¡Claro que no! ¡Los envió como espías, para luego conquistar nuestra ciudad!

Entonces Hanún mandó que apresaran a los mensajeros de David, y que les avergonzaran cortándoles la barba, y que los mandaran de regreso a su tierra desnudos de la cintura para abajo.

Los mensajero regresaron muy avergonzados, y cuando David lo supo, les mandó a decir: Quédense en Jericó, y no regresen hasta que les crezca la barba.

Cuando Hanún y los amonitas supieron que David se había enojado mucho, les pagaron treinta y tres mil kilos de plata a los sirios de las ciudades de Mesopotamia, de Maacá y de Sobá, para que enviaran carros de combate y jinetes que se unieran a ellos y pelearan contra David.

Los sirios enviaron treinta y dos mil carros de combate, junto con el rey Maacá y su ejército, que acampó frente a Medebá. También vinieron otros reyes sirios, que se quedaron en el campo listos para la batalla.

Los amonitas, por su parte, salieron de sus ciudades listos para entrar en batalla a la entrada de la ciudad.
David se dio cuenta de esto, y envió a la batalla a Joab, junto con todo su ejército y sus mejores soldados. Y cuando Joab vio que los sirios iban a atacarlo por un lado y los amonitas por el otro, eligió a los mejores soldados israelitas y atacó a los arameos. El resto de su ejército lo dejó a las órdenes de su hermano Abisaí, para que peleara contra los amonitas, y le dijo: Si ves que los arameos me están ganando, irás a ayudarme. Si, por el contrario, veo que los amonitas te están ganando, yo te ayudaré. ¡Tú esfuérzate y ten valor! Luchemos por nuestra gente y por las ciudades que Dios nos ha dado, ¡y que Dios haga lo que le parezca mejor!

Joab y sus hombres pelearon contra los sirios, y los hicieron huir. Cuando los amonitas vieron que los sirios estaban huyendo, también ellos huyeron de Abisaí y corrieron a refugiarse en su ciudad. Entonces Joab dejó de combatirlos y regresó a Jerusalén.
Sin embargo, al ver los sirios que los israelitas los habían derrotado, les pidieron ayuda a los sirios que estaban del otro lado del Eufrates. Y cuando estos llegaron, se pusieron bajo las órdenes de Sofac, jefe del ejército de Hadad-ézer.

Cuando David supo esto, reunió a todo el ejército de Israel, cruzó el río Jordán y llegó a donde estaban los sirios. David puso a su ejército frente a los sirios en posición de ataque, y empezó la batalla. David mató a siete mil soldados que guiaban los carros de combate, y a cuarenta mil soldados de a pie. También mató a Sofac, jefe del ejército. Entonces los sirios huyeron de los israelitas.
Cuando todos los que habían unido a Hadad-ézer vieron que David los había derrotado, hicieron la paz con David y quedaron a su servicio. Desde entonces los sirios no volvieron a ayudar a los amonitas.

Llegó la primavera que era cuando los reyes salían a la guerra. Ese año, Joab salió con su ejército y enfrentó a los amonitas. Rodeó la ciudad de Rabá, y la conquistó. David se había quedado en Jerusalén.
David le quitó la corona al rey amonita, la cual era de oro, pesaba treinta y tres kilos, y tenía una piedra preciosa. David le quitó esa piedra preciosa y la puso en su propia corona, y se llevó además gran parte de las riquezas de la ciudad. A la gente que vivía en la ciudad la sacó de allí y la condenó a trabajos forzados. La obligó a usar sierras, picos y hachas de hierro. También la obligó a hacer ladrillos, como lo había hecho con todas las ciudades que había conquistado. Después de eso, David y su ejército regresaron a Jerusalén.
Después de esto, hubo en Guézer otra batalla contra los filisteos. Allí, Sibecai el husita mató a un gigante llamado Sipaí. Así los  israelitas dominaron a los filisteos.
Tiempo después, hubo otra batalla contra los filisteos. Allí, Elhanán hijo de Jaír mató a Lahmí, hermano de Goliat el de Gat, que tenía una lanza enorme.
Después hubo otra batalla en Gat. Allí, un gigante que tenía seis dedos en cada mano y en cada pie desafió a los israelitas. Pero lo mató Jonatán, que era hijo de Simá y sobrino de David.
Estos gigantes eran de la familia de Refá, el de Gat, pero David y sus oficiales los mataron.

Satán se levantó contra Israel, y tentó a David para que hiciera una lista de todos los hombres en edad de ser soldados. Entonces David les dijo a Joab y a los jefes del ejército: Vayan por todo el país, y cuenten a todos los hombres en edad militar, para que yo sepa cuántos soldados tengo: Pero Joab le contestó: Yo le pido a Dios que multiplique a su pueblo, y que lo haga cien veces más grande de lo que ahora es. Pero si ya todos te servimos fielmente, ¿para qué quieres saber cuántos somos? Lo único que vas a conseguir es que Dios nos castigue.
Sin embargo, la orden del rey pudo más que la opinión de Joab, y este se vio obligado a obedecer. Cuando regresó a Jerusalén, Joab le informó al rey cuántos hombres había en edad militar. En Israel había un millón cien mil, y en Judá, cuatrocientos setenta mil. Pero como a Joab no le gustó lo que el rey había ordenado hacer, no contó a los hombres de la tribu de Leví y de Benjamín.
A Dios no le agradó lo que David había hecho, y decidió castigar al pueblo de Israel. Pero David le dijo a Dios: Hice muy mal al desconfiar de ti y basar mi seguridad en el número de mis soldados. Te ruego que me perdones por haber sido tan tonto.
Entonces, Dios le habló al profeta Gad y le dijo: Ve a decirle a David que lo voy a castigar, y que puede escoger uno de estos tres castigos. Tres años de hambre en todo el país; ser perseguido por sus enemigos durante tres meses; o que todo el pueblo sufra enfermedades y que yo envíe a mi ángel a causar gran destrucción durante tres días.
Gad, fue, entregó el mensaje y le dijo a David. Dime qué respuesta deben llevarle a Dios. Y David le dijo a Gad: ¡Me resulta difícil elegir uno de los tres! Pero Dios es compasivo, así que prefiero que sea él quien me castigue. No quiero que me hagan sufrir mis enemigos.
Entonces Dios envió una enfermedad por todo Israel, y murieron setenta mil personas. Luego mandó a un ángel para que destruyera Jerusalén. El ángel salió y comenzó a destruir Jerusalén justo en donde Ornán el jebuseo limpiaba el trigo. El ángel volaba y tenía una espada en la mano.
David y los jefes del pueblo estaban vestidos con ropas ásperas en señal de tristeza. Cuando David y los líderes del pueblo vieron que el ángel  estaba a punto de destruir la ciudad, se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. Entonces David dijo: Dios mío, yo fui el que ordenó contar a los soldados. Yo soy el que hizo mal y pecó contra ti. Por favor, no castigues a tu pueblo. Mejor castígame a mí y a mi familia.
Entonces el ángel de Dios envió a Gad con este mensaje para David: Ve y constrúyeme un altar en el lugar donde Ornán limpia el trigo.
De inmediato David se fue a construir el altar. Mientras tanto, Ornán y sus cuatro hijos estaban limpiando el trigo. Al ver al ángel, los hijos de Ornán se escondieron. Cuando Ornán vio que el rey se acercaba, salió y se inclinó ante él hasta tocar el suelo con su frente. David le dijo: He venido a comprarte el lugar donde limpias el trigo. Quiero construir allí un altar para Dios. Así se detendrá la enfermedad que está matando a la gente.
Ornán le contestó: Su Majestad, todo lo que tengo es suyo. Presente las ofrendas a Dios, y yo le daré los toros para el sacrificio, y hasta mis herramientas de trabajo para que las use como leña. También tome trigo para otra ofrenda. Yo se lo daré todo con mucho gusto.
Te lo agradezco, dijo David, pero yo no puedo ofrecerle a Dios algo que no me ha costado nada. Así que te pagaré todo lo que me des.
David le dio a Ornán seiscientas monedad de oro por ese lugar. Luego construyó allí un altar para Dios, donde sacrificó y quemó animales en su honor; le presentó ofrendas para hacer las paces, y le rogó que las aceptara.
Dios escuchó su petición, y envió fuego desde el cielo para quemar las ofrendas que estaban sobre el altar. Y se arrepintió Dios al ver el sufrimiento de los israelitas, y le dijo al ángel que los estaba destruyendo y matando: Basta ya no sigas. Entonces el ángel guardó la espada.
En esos días, el santuario y el altar de los sacrificios, que Moisés había hecho para Dios en el desierto, estaban en Gabaón. Cuando David se dio cuenta de que Dios había escuchado su oración, le presentó más ofrendas en el lugar que le había comprado a Ornán el jebuseo. No quiso ir a Gabaón para conocer la voluntad de Dios, pues le daba miedo encontrarse con el ángel.

Así fue como David decidió que allí se construiría el templo de Dios, y el altar para que Israel presentara las ofrendas quemadas.
Antes de morir, David dejó todo listo para construir el templo, pues pensó: Mi hijo Salomón es todavía muy joven y no tiene experiencia, el templo de Dios deberá ser el más grandioso. Su fama y gloria serán conocidas en todo el mundo, así que le dejaré todo listo para que lo construya.
Entonces David ordenó que se reunieran todos los extranjeros que vivían en Israel, y les encargó que cortaran piedras para construir con ellas el templo de Dios. También juntó muchísimo hierro para los clavos y las bisagras de los portones; además reunió tanto bronce que no se pudo pesar. Y como la gente de Sidón y de Tiro le habían traído mucha madera de cedro, David guardó una cantidad tan grande de madera que no se pudo saber cuánto era.

Después de esto, le encargó a su hijo Salomón que construyera el templo del Dios de Israel, y le dijo: Hijo mío, yo quería construir un templo para honrar a mi dios. Pero él no me lo permitió, porque he participado en muchas batallas y he matado a mucha gente.
Sin embargo, Dios me prometió que tendría un hijo amante de la paz, y que no tendría problemas con sus enemigos, sino que durante todo su reinado Israel viviría en paz y tranquilidad. Por eso tu nombre es Salomón.
Dios me dijo que a ti si te permitiría construir el templo. El será como un padre para ti, y te tratará como a un hijo, hará que tu reino en Israel sea firme y permanezca para siempre.
Por eso, hijo mío, mi mayor deseo es que Dios te ayuda y que cumpla su promesa para que puedas construirle el templo. Que Dios te de inteligencia y sabiduría, para que cuando seas el rey de Israel obedezcas la ley que Dios dio a su pueblo por medio de Moisés.
Si obedeces a Dios, tendrás éxito en todo lo que hagas. ¡Solo te pido que seas muy fuerte y muy valiente! ¡No te desanimes ni tengas miedo!
Mira, con muchos sacrificios he podido juntar esto para el templo de Dios: tres mil trescientas toneladas de oro, treinta y tres mil toneladas de plata, y una cantidad tan grande de bronce y de hierro que ni siquiera se puede pesar. Además, tenemos muchísima madera y piedra. A todo esto, tú debes añadir aún más.
También he puesto a tu servicio una gran cantidad de obreros, albañiles, carpinteros y gente que sabe cortar piedras, además te ayudarán muchísimos obreros expertos en todo tipo de trabajos en oro, plata, hierro y bronce. Así  ¡adelante, y que Dios te ayude!

Después de esto, David les ordenó a todos los jefes de Israel que ayudaran a su hijo Salomón. Les dijo: Dios los ha ayudado y les ha permitido vivir en paz en todo el país; él me ha permitido tener bajo mi dominio a todos los habitantes de este país, y ahora ellos están bajo el dominio de Dios y de su pueblo. Por tanto, hagan una firme promesa a Dios, y constrúyanle un templo. Así podremos trasladar el cofre del pacto y los utensilios sagrados al templo que haremos para honrar su nombre.

Aquí puedes darte cuenta que si obedeces a Dios, El dará al hombre fuerza para hacer grandes cosas, pero antes, es necesario que el hombre acepte a Jesús como su redentor, el hombre debe mostrar arrepentimiento genuino y tener un corazón humilde.

No obstante, el hombre debe entender que Dios es el único que puede dar al hombre  fama y riquezas pues Dios mira el corazón de cada persona que lo busca y acepta y Dios bendice al hombre que cumple sus mandatos y también bendice a su descendencia.

Asimismo, el hombre que obedece a Dios debe entender que Dios estará a su lado siempre y Dios le dará victoria tras victoria pues Dios es bueno y justo.

Así pues, lo fundamental es que el hombre confíe en Dios, que ponga en las manos de Dios sus preocupaciones, deseos, anhelos, no bajo la fuerza humana ni desafiar a Dios, sino dirigido por el Espíritu de Dios.

Por tanto, es primordial que el hombre haga las paces con Dios y haga todo de acuerdo a su voluntad, y el hombre tendrá éxito en todo lo que haga.

Con Alta Estima,


sábado, 25 de julio de 2015

No vivan preocupados por tener más dinero.


Aménse siempre los unos a los otros, como hermanos en Cristo. No se olviden de recibir bien a la gente que llegue a sus casas, pues de ese modo mucha gente, sin darse cuenta, ha recibido ángeles. Preocúpense por los hermanos que están en la cárcel y por lo que han sido maltratados. Piensen cómo se sentirán ustedes si estuvieran en la misma situación.

Todos deben considerar el matrimonio como algo muy valioso. El esposo y la esposa deben ser fieles el uno al otro, porque Dios castigará a los que tengan relaciones sexuales prohibidas y sean infieles en el matrimonio.

No vivan preocupados por tener más dinero. Estén contentos con lo que reciben, porque Dios ha dicho en la Biblia: Nunca te dejaré desamparado.

Por eso, podemos repetir con toda confianza lo que dice la Biblia: No tengo miedo. Nadie puede hacerme daño porque Dios me ayuda.

Piensen en los líderes que les anunciaron el mensaje de Dios, pues ellos confiaron siempre en Dios. Piensen mucho en ellos y sigan su ejemplo.

Jesucristo nunca cambia: es el mismo ayer, hoy y siempre. Por eso, no hagan caso de enseñanzas extrañas, que no tienen nada que ver con lo que Jesucristo nos enseñó. Esas reglas acerca de lo que se debe comer, y de lo que no se debe comer, nunca han ayudado a nadie. Es mejor que nos de fuerza el amor de Dios.

Los sacerdotes del antiguo lugar de culto no tienen derecho a comer de lo que hay en nuestro altar. El jefe de los sacerdotes lleva al antiguo lugar de culto la sangre de los animales sacrificados, para ofrecérsela a Dios y pedir el perdón por los pecados. Sin embargo, los cuerpos de esos animales se queman fuera del lugar donde vive el pueblo. Del mismo modo, Jesús murió fue de la ciudad de Jerusalén para que, por medio de su sangre, Dios perdonara a su pueblo. Por eso, también nosotros debemos salir junto con Jesús, y compartir con él la vergüenza que le hicieron pasar al clavarlo en una cruz. Porque este mundo no tenemos una ciudad que dure para siempre, sino que vamos al encuentro de la ciudad que está por venir.
Nuestra ofrenda a Dios es darle gracias siempre, por medio de Jesucristo, pues hemos dicho que él es nuestro Señor. Nunca se olviden de hacer lo bueno, ni de compartir lo que tienen con los que no tienen nada. Esos son los sacrificios que agradan a Dios.

Obedezcan a sus líderes, porque ellos cuidan de ustedes sin descanso, y saben que son responsables ante Dios de lo que a ustedes les pase. Traten de no causar problemas, para que el trabajo que ellos hacen sea agradable y ustedes puedan servirles de ayuda.

Oren por nosotros. Estamos seguros de que Dios no tiene nada contra nosotros, pues tratamos de portarnos bien en todo. Oren especialmente para que yo pueda ir pronto a visitarlos.

El Dios de paz resucitó a nuestro Señor Jesús, y por medio de la sangre que Jesús derramó al morir, hizo un pacto eterno con nosotros. Somos el rebaño de Jesús, y él es nuestro gran Pastor. Por eso le pido al Dios de paz que haga que ustedes sean buenos y perfectos en todo, y que Jesucristo los ayude a obedecerlos. ¡Que Jesús reciba la gloria y la honra por siempre! Amén.
Hermanos, les he escrito estas breves palabras para animarlos. Léanlos con paciencia. Quiero decirles que nuestro hermano Timoteo ya está en libertad, y si llega pronto, me acompañará a visitarlos.

Saluden por favor a todos los líderes y a todos los hermanos que forman el pueblo santo de Dios. Los hermanos que están en Italia les mandan saludos. ¡Deseo de todo corazón que Dios los llene de su amor!

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe estar contento con lo que tiene, pues Dios siempre cuida de cada uno de nosotros, y entonces el hombre tiene la seguridad que con la confianza en Dios nadie le puede hacer daño pues Dios le ayuda.

Por tanto, el hombre debe ser consciente que nuestro Señor Jesucristo nunca cambia y con su amor tan grande Dios le da al hombre esa fuerza que necesita, y por eso el hombre debe dar gracias a Dios por todo y hacer lo bueno.

Así pues,  el hombre obediente entiende que sólo Dios puede ayudarlo a ser perfecto en todo, pues El es nuestro gran Pastor, y por ende  el hombre forma parte del pueblo Santo de Dios.


Con Alta Estima,

Pongamos toda nuestra atención en Jesús, pues de él viene nuestra confianza


¡Todas esas personas están a nuestro alrededor como testigos! Por eso debemos dejar de lado el pecado que es un estorbo, pues la vida es una carrera que exige resistencia.
Pongamos toda nuestra atención en Jesús, pues de él viene nuestra confianza, y es él quien hace que confiemos cada vez más y mejor. Jesús soportó la vergüenza de morir clavado en una cruz porque sabía que, después de tanto sufrimiento, sería muy feliz. Y ahora se ha sentado a la derecha del trono de Dios.

Piensen en el ejemplo de Jesús. Mucha gente pecadora lo odió y lo hizo sufrir, pero él siguió adelante. Por eso, ustedes no deben rendirse ni desanimarse, pues en su lucha contra el pecado todavía no han tenido que morir como él.
Pero ustedes parecen haberse olvidado ya del consejo que Dios les da a sus hijos en la Biblia: Querido jovencito, no tomes las instrucciones de Dios como algo sin importancia. Ni te pongas triste cuando él te reprenda. Porque Dios corrige y castiga a todo aquel que ama y considera su hijo.

Si ahora ustedes están sufriendo, es porque Dios los ama y los corrige, como si fueran sus hijos. Porque no hay un padre que no corrija a su hijo. Si Dios no los corrige, como lo hace con todos sus hijos, entonces ustedes no son en verdad sus hijos. Cuando éramos niños, nuestros padres aquí en la tierra nos corregían, y nosotros los respetábamos. Con mayor razón debemos obedecer a Dios, que es nuestro Padre que está en el cielo, pues así tendremos vida eterna.
Cuando éramos niños, nuestros padres nos corregían porque pensaban que eso era lo mejor para nosotros. Pero Dios nos corrige para nuestro verdadero bien, para hacernos santos como él. Desde luego que ningún castigo nos gusta en el momento de recibirlo, pues nos duele. Pero si aprendemos la lección que Dios nos quiere dar, viviremos en paz y haremos el bien.

Por todo eso, no debemos dejar de confiar totalmente en Dios. Si la vida es como una carrera, y ustedes tienen ya cansadas las manos y débiles las rodillas, cobren nuevas fuerzas. Corran por un camino recto y parejo, para que el pie que esté cojo se sane y no se tuerza más.

Traten de vivir en paz con todos, y de obedecer a Dios; porque si no lo hacen, jamás lo verán cara a cara. No dejen que nadie se aleje del amor de Dios. Tampoco permitan que nadie cause problemas en el grupo, porque eso les haría daño; ¡sería como una planta amarga, que los envenenaría! Ninguno debe tener relaciones sexuales prohibidas ni despreciar a Dios. Eso fue lo que hizo Esaú, pues cambió sus derechos de hijo mayor por un plato de comida, y cuando quiso que su padre le reconociera esos derechos, él no se los reconoció. Esaú lloró mucho, pero ya no había nada que hacer.

Ustedes no se acercaron al monte Sinaí, el cual se podía ver y tocar, y en el que había fuego, oscuridad, tinieblas y tormenta. Tampoco oyeron el sonido de una trompeta, ni la voz de Dios dándoles mandamientos. Los que oyeron esa voz en el monte Sinaí pedían que se callara, pues no podían obedecer el mandamiento que les ordenaba: Deberían matar a pedradas, o con una lanza, a cualquier persona o animal que ponga un pie en este monte. Tan terrible fue lo que ellos vieron en ese monte, que Moisés mismo dijo: Estoy temblando de miedo.

Ustedes, por el contrario, se han acercado al monte Sión y a la ciudad de Dios, quien vive para siempre. Esa es la ciudad de Jerusalén, que está en el cielo. Allí hay miles de ángeles que alaban a Dios, y allí están todos aquellos a quienes Dios trató como a hijos, y a quienes les dio el derecho de vivir en el cielo. Ustedes se han acercado a Dios, quien juzgará a todo el mundo. 

También se han acercado a los espíritus de las personas buenas que Dios hizo perfectas. Se han acercado a Jesús, y recuerden que, por medio de él, Dios hizo un nuevo con ustedes. Gracias a la sangre que Jesús derramó al morir, hemos sido perdonados de nuestros pecados. Por eso Jesús es mejor que Abel, pues la sangre de Abel no ofrece perdón, sino  que pide venganza.
Tengan cuidado cuando Dios les llame la atención. No lo rechacen porque los israelitas que en el pasado lo rechazaron, no escaparon del castigo. En aquella ocasión, cuando Dios les habló, su voz hizo temblar la tierra. Y si nosotros rechazamos a Dios, que nos llama la atención desde el cielo, tampoco escaparemos del castigo. Porque ahora él dice: Otra vez haré temblar, no sólo la tierra, sino también el cielo. Y cuando dice otra vez, entendemos que él quitará las cosas creadas, las que no pueden ser movidas. Gracias a Dios, el reino que él nos da no puede ser movido. Por eso debemos adorar a Dios con el amor y la fuerza que a él le gusta recibir. Porque nuestro Dios es como un fuego destructor.

Aquí puedes darte cuenta que lo fundamental es que el hombre confíe en el Señor Jesús pues El nos da ejemplo de seguir ¡Adelante!, El venció la adversidad, sufrió y murió en la cruz y resucitó para dar al hombre una vida nueva, la vida eterna y, entonces el hombre no debe rendirse sino debe  ser obediente a las instrucciones de Dios, porque es primordial que las  cumpla para que Dios no le reprenda.

No obstante, el hombre que es obediente, honra a Dios con su conducta pues es necesario que el hombre se esfuerce en vivir apegado a la Palabra de Dios para ser mejor cada día y haga el bien.

Por tanto, lo esencial es que el hombre siga a Jesús y viva de acuerdo a su ejemplo, obediente hasta la cruz y entonces el hombre que hace el bien, llegue a ser santo, y por ende, logre establecer la paz en su vida.

Así pues, es necesario que el hombre cobre nuevas fuerzas para que siga en el camino correcto, que si cojea de un pie, ya no se tuerza más.

Así es que el hombre debe poner su atención en Jesús,  sobremanera que obedezca a Dios, para que siempre esté cerca de El y aunque en la vida haya tormentas, con la confianza en Dios, el hombre saldrá victorioso pues Dios reina en su ser interior y esto es inamovible.


Con Alta Estima,

viernes, 24 de julio de 2015

Confiar en Dios es estar convencido de que algo existe, aun cuando no se pueda ver


Confiar en Dios es estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. Es estar convencido de que algo existe, aun cuando no se pueda ver. Dios aceptó a nuestros antepasados porque ellos confiaron en él. Y nosotros  creemos  que Dios creó el universo con una sola orden suya. Lo que ahora vemos fue hecho de cosas que no podían verse.

Abel confió en Dios, y por eso le ofreció un sacrificio mejor que el de Caín. Por eso Dios consideró que Abel era justo, y aceptó sus ofrendas. Y aunque Abel ya está muerto, todavía podemos aprender mucho de la confianza que él tuvo en Dios.

Henoc confió en Dios y, por eso, en vez de morir, Dios se lo llevó de este mundo y nadie volvió a encontrarlo. La Biblia dice que, antes de que Henoc fuera llevado, fue obediente, y eso le agradó a Dios. Porque a Dios no le gusta que no confiemos en él: Para ser amigos de Dios, hay que creer que él existe y que sabe premiar a los que buscan su amistad.

Noé confió en Dios y, por eso, cuando Dios le avisó que sucederían cosas que todavía no podían verse, obedeció y construyó una casa flotante para salvar a su familia. Por su confianza en Dios, Noé recibió las bendiciones que Dios da a todos los que lo obedecen. También por su confianza en Dios, Noé hizo que la gente de este mundo fuera condenada.

Abraham confió en Dios, y por eso obedeció cuando Dios le ordenó que saliera de su tierra para ir al país que le daría, aun cuando no sabía hacia donde iba. Abraham confió tanto en Dios que vivió como un extranjero en el país que Dios le había prometido. Vivió en tiendas de campaña, igual que Isaac y Jacob, a quienes Dios también les había prometido ese país. Abraham confiaba en que algún día vería la ciudad que Dios había planeado y construido sobre bases firmes.

Abraham confió en Dios, y por eso, aunque su esposa Sara no podía tener hijos y él era ya muy viejo, Dios le dio fuerzas para tener un hijo. Y es que Abraham confió  en que Dios cumpliría su promesa. Por eso Abraham, aun cuando ya iba a morir, pudo tener tantos descendientes como las estrellas del cielo y como la arena que hay a la orilla del mar. ¡Nadie puede contarlos!

Todas las personas que hemos mencionado murieron sin recibir las cosas que Dios les había prometido. Pero como ellos confiaban en Dios,  las vieron desde lejos y se alegraron, pues sabían que en este mundo ellos estaban de paso, como los extranjeros.  Queda claro, entonces, que quienes reconocen esto todavía buscan un país propio, y que no están pensando en volver al país de donde salieron, pues de otra manera hubieran regresado allá. Los que desean es tener un país mejor en el cielo. Por eso Dios les ha preparado una ciudad, y no tiene vergüenza de que le llamen su Dios.

Abraham confió en Dios cuando Dios quiso probar si él lo obedecería o no. Por eso Abraham tomó a su hijo Isaac para ofrecerlo como sacrificio. No le importó que fuera su único hijo, ni que Dios le hubiera prometido que por medio de Isaac, tendría muchos descendientes. Abraham sabía que Dios tiene poder para hacer que los muertos vuelvan a vivir. Esa confianza hizo que Abraham no tuviera que matar a su hijo; y fue como si Isaac hubiera vuelto a vivir. Isaac confió en Dios, y por eso les prometió a sus hijos Jacob y Esaú que Dios los iba a bendecir.
Jacob confió en Dios y, por eso, cuando ya estaba por morir, les prometió a los hijos de José que Dios los iba a bendecir. Luego, se apoyó en la punta su bastón y adoró a Dios.

José confió en Dios y, por eso, poco antes de morir, anunció que los israelitas saldrían libres de Egipto, y dejó instrucciones para que supieran que hacer con sus huesos.

Los padres de Moisés confiaron en Dios y, por eso, cuando Moisés nació, lo escondieron durante tres meses. El rey de Egipto había ordenado que se matara a todos los niños israelitas, pero ellos vieron que Moisés era un niño hermoso y no tuvieron miedo, porque confiaban en Dios.

Moisés confió en Dios y, por eso cuando ya fue hombre, no quiso seguir siendo hijo adoptivo de la hija del rey. No quiso disfrutar de lo que podía hacer y tener junto a ella, pues era pecado. Prefirió que los egipcios lo maltrataran, como lo hacían con el pueblo de Dios. En vez de disfrutar de las riquezas de Egipto, Moisés decidió que era mejor sufrir, como también iba a sufrir el Mesías, pues sabía que Dios le daría su premio.

Moisés confió en Dios y, por eso no le tuvo miedo al rey ni se rindió nunca. Salió de Egipto, y actuó como si estuviera viendo a Dios, que es invisible. Moisés confió en Dios, y por eso celebró la Pascua. También mandó rociar con sangre las puertas de las casas israelitas. Así, el ángel enviado a matar no le hizo daño a ningún hijo mayor de las familias israelitas.

Los israelitas confiaron en Dios, y por eso cruzaron el Mar de los Juncos como si caminaran sobre tierra seca. Pero cuando los egipcios quisieron pasar, todos ellos se ahogaron. Los israelitas confiaron en Dios y por eso, cuando marcharon alrededor de la ciudad de Jericó durante siete días, los muros de la ciudad se vinieron abajo.

Rahab, la prostituta, confió en Dios y mató bien a los espías de Israel. Por eso no murió junto con los que habían desobedecido a Dios en Jericó.

¿Qué más les puedo decir? No me alcanzará el tiempo para hablarles de la confianza en Dios de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los profetas. Ellos confiaron en Dios, y por eso conquistaron países; y como actuaron con justicia, recibieron lo que Dios les había prometido. Cerraron la boca de leones y apagaron grandes incendios. Escaparon de quéelos mataran con espada, recibieron fuerzas cuando más débiles estaban, y en la guerra fueron tan poderosos que vencieron a los ejércitos enemigos.

Algunas mujeres confiaron en Dios, y por eso Dios hizo que sus familiares muertos volvieran a vivir.

Algunos confiaron tanto en Dios que no quisieron que los dejaran en libertad. Al contrario, dejaron que los mataran, porque sabían que volverían a vivir y a sí estarían mucho mejor. Mucha gente se burló de ellos y los maltrató, y hasta los metió en la cárcel. A otros los mataron a pedradas, los partieron en dos con una sierra, o los mataron con espada. Algunos anduvieron de un lugar a otro con ropas hechas de piel de oveja o de cabra. Eran pobres, estaban tristes, y habían sido maltratados. La gente de este mundo no merecía personas tan buenas, que anduvieron sin rumbo fijo por el desierto, por las montañas, por las cuevas y las cavernas de la tierra.

Dios estaba contento con todas estas personas, pues confiaron en él. Pero ninguna de ellas recibió lo que Dios había prometido. Y es que Dios tenía un plan mucho mejor, para que nosotros también recibiéramos lo prometido. Dios sólo hará perfectas a esas personas cuando nos haya hecho perfectos a nosotros.

Aquí puedes darte cuenta que lo fundamental es que el hombre confíe en Dios y aunque no se le puede ver, el hombre está seguro de que algo existe que ha creado todas las cosas.

No obstante, lo esencial es que el hombre con su conducta demuestra que ama a Dios y por eso el hombre obedece sus mandatos  y da gracias a Dios por todo lo que tiene, y es amigo de Dios.
Así pues, el hombre debe construir su vida, apegado a la Palabra de Dios y el Señor llenará su vida de fortaleza para mantenerse firme en sus convicciones y no apartarse del camino correcto.

Por tanto, el hombre debe hacer cambios verdaderos en su vida, vivir de manera sencilla como si fuera extranjero, como si está de paso en este mundo adverso y entonces, Dios está contento pues el hombre obediente oye la voz de Dios y está atento a su voluntad para cumplirla y ser más perfecto.


Con Alta Estima,

martes, 21 de julio de 2015

Los que son fieles en todo y confían en mí vivirán para siempre


La ley de Moisés era sólo una muestra de lo bueno que Dios nos iba a dar, y no lo que en verdad nos daría. Por eso, la ley  nunca puede hacer perfectos a los que, cada año, van al santuario a ofrecer a Dios los mismos sacrificios de siempre. Si en verdad la ley pudiera quitarles el pecado, no se sentirían culpables y dejarían de ofrecer sacrificios a Dios. Pero sucede lo contrario. Cada año, cuando ofrecen esos sacrificios, lo único que logran es recordar sus pecados. Porque la sangre de los toros y de los chivos que se sacrifican no puede quitar los pecados.

Por eso, cuando Cristo vino a este mundo, le dijo a Dios: Tú no pides sacrificios a cambio de tu perdón; por eso no me has dado un cuerpo.

Por eso te dije: Aquí me tienes, para cumplir tu voluntad. Así me lo enseña la Ley de Moisés.
En primer lugar, este salmo dice que Dios no quiere, ni le gustan los sacrificios y las ofrendas, ni los animales quemados sobre el altar, aunque la ley manda que sean presentados. Después de eso, el salmo dice que Cristo vino a cumplir la voluntad de Dios. Es decir, Cristo quitó aquellos sacrificios  antiguos, y estableció uno nuevo. Dios nos eligió porque Jesucristo obedeció sus órdenes al morir en la cruz, y ofreció su cuerpo como sacrificio una sola vez y para siempre.
Aunque los sacrificios de animales no quitan el pecado, los sacerdotes judíos siguen ofreciéndolos muchas veces todos los días. Pero Jesucristo le ofreció a Dios un solo sacrificio para siempre, y así nos perdonó nuestros pecados. Luego se sentó a la derecha del trono de Dios, y allí estará esperando, hasta que Dios derrote a sus enemigos. Porque, con un solo sacrificio, Jesucristo hizo que Dios hiciera perfectos a todos los que eligió para ser parte de su pueblo. Así lo asegura el Espíritu Santo cuando dice: Por eso, este será mi nuevo pacto con el pueblo de Israel; haré que mis enseñanzas las aprendan de memoria. Y que sean la guía de su vida. Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades.

Por lo tanto, si nuestros pecados han sido perdonados, ya no es necesario darle a Dios más ofrendas para que nos perdone.

Hermanos, la sangre que Jesús derramó al morir nos permite ahora tener amistad con Dios, y entrar con toda libertad al lugar más santo. Pues cuando Jesús murió, abrió la cortina que nos impedía el paso. Pero ahora Jesús está vivo, y por medio de él podemos acercarnos a Dios de un modo nuevo y distinto. El es nuestro gran sacerdote, encargado del santuario que está en el cielo. Por eso, mantengamos una amistad sincera con Dios, teniendo la plena seguridad de que podemos confiar en él. Porque Cristo nos dejó limpio de pecado, como si nos hubiera lavado con agua pura, y ya estamos libres de culpa. Sigamos confiando en que Dios nos salvará. No lo dudemos ni un instante, porque él cumplirá lo que prometió. Tratemos de ayudarnos unos a otros, y de amarnos y hacer lo bueno. No dejemos de reunirnos, como hacen algunos. Al contrario, animémonos cada vez más a seguir confiando en Dios, y más aún cuando ya vemos que se acerca el día en que el Señor juzgará a todo el mundo.

Si seguimos pecando después de haber conocido la verdadera enseñanza de Dios, ningún sacrificio podrá hacer que Dios nos perdone. No nos quedará más remedio que esperar, con un miedo terrible, el juicio fina, que es cuando los enemigos de Dios serán destruidos con fuego ardiente.

Si en un juicio dos testigos afirman que alguien ha desobedecido la ley de Moisés, los jueces no le tienen compasión a esa persona y ordenan su muerte. ¡Imagínense entonces el terrible castigo que recibirán los que desprecian al Hijo de Dios, y los que dicen que su muerte no sirve para nada!. Los que hacen eso insultan al Espíritu de Dios, que los ama, y menosprecian la muerte de Cristo, es decir, el nuevo pacto por medio del cual Dios les perdona sus pecados. Además, como todos sabemos, Dios dijo que él se vengará de sus enemigos, y que los castigará por todo lo malo que han hecho. También dijo que juzgará a su pueblo. ¡Que terrible debe ser que el Dios de la vida tenga que castigarnos!

Recuerden todas las dificultades y los sufrimientos por los que ustedes pasaron al principio, cuando aceptaron la buena noticia. A pesar de eso, nunca dejaron de confiar. A muchos de ustedes sus enemigos los insultaron y los maltrataron delante de la gente, y en otras ocasiones ustedes sufrieron con quienes eran tratados así. También tuvieron ustedes compasión de los que estaban en la cárcel, y con alegría dejaron que las autoridades les quitarán sus pertenencias, porque sabían que en el cielo tienen algo mucho mejor y más duradero.

Por eso, no dejen de confiar en Dios, porque sólo así recibirán un gran premio. Sean fuertes, y por ningún motivo dejen de confiar en él cuando estén sufriendo, para que así puedan hacer lo que Dios quiere y reciban lo que él les ha prometido. Pues Dios dice en la Biblia: Muy pronto llegará el que tiene que venir, ¡Ya no tarda! Los que son fieles en todo y confían en mí vivirán para siempre. Pero si dejan de serme fieles, no estaré contento con ellos.

Gracias a Dios, nosotros no somos los que dejan de ser fieles y acaban siendo castigados, sino que somos de los que reciben la salvación por confiar en Dios.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe entender  que sólo la sangre preciosa de Nuestro Señor Jesucristo puede quitar los pecados del hombre, entonces es necesario que el hombre busque a Dios, pues Dios le da la oportunidad al hombre fiel que vuelva a ser amigo de Dios.
No obstante, lo esencial es que el hombre sea sincero con Dios y cambie verdaderamente, que renueve su mente, su corazón, su estilo de vida  pues con el sacrificio de Nuestro Señor Jesús, quien resucitó y le dio nueva vida al hombre, el hombre regenerado se ha acercado a Dios y establece una relación personal con Dios.

Por tanto, el tiempo apremia y Jesús ya no tarda, el hombre debe estar preparado y contento pues al confiar en Dios, recibe de El la salvación.


Con Alta Estima,

domingo, 19 de julio de 2015

¡Reconozcan el poder de nuestro Dios y ríndanle homenaje!



En los días en que David tuvo que huir de Saúl hijo de Quis, un grupo de soldados valientes se le unió en Siclag para ayudarlo en las batallas. Estos soldados eran capaces de disparar piedras y fechas con cualquiera de las dos manos. Esta es la lista de sus nombres y lugares de origen: De los descendientes de Saúl, que pertenecían a la tribu de Benjamín: Ahiézer hijo de Semaá, de Guibeá, que era el jefe; Joás hijo de Semaá, de Guibeá; Jeziel y Pélet, hijos de Azmávet; Beracá y Jehú, de Anatot; Ismaías de Gabaón, Jefe de los treinta soldados más valientes; Jeremías, Jehaziel, Johanán, Jozabad de Guederá, Eluzai, Jerimot, Bealías, Semarías, Sefarías el harufita, Joelá y Zebadías, hijos de Jeroham, de Guedot.

De los descendientes de Coré: Elcaná, Isaías, Azarel, Joézer, Jasobeam.
De la tribu de Gad hubo algunos hombres que se unieron a David cuando se refugió en una fortaleza del desierto. Eran soldados valientes, entrenados para la guerra, y que usaban muy bien el escudo y la lanza. Peleaban como leones y corrían como venados. Todos eran jefes del ejército; unos eran jefes de cien, y otros de mil.

En cierta ocasión, estos hombres cruzaron el río Jordán e hicieron huir por todos lados a los que vivían en los valles. Esto sucedió al comienzo de la primavera, que es cuando el Jordán crece mucho.
Estos son los nombres de esos soldados, en orden de importancia: Eser, Abdías, Eliab, Mismaná, Jeremías, Ataí, Eliel, Johanán, Elzabad, Jeremías, Machanaí.
Mientras David estaba en la fortaleza, algunos hombres de las tribus de Benjamín y de Judá fueron a verlo para unirse a él. Al verlos, David salió a su encuentro y les dijo: Si sus intenciones son buenas y vienen para ayudarme, acepto de todo corazón que se unan a mi tropa; pero si lo que quieren es traicionarme y entregarme a mis enemigos, ¡que nuestro Dios los castigue! Yo a nadie le he causado daño, pues no soy un criminal.
Entonces el espíritu de Dios tomó control de Amasaí, jefe de los treinta soldados más valientes del ejército de David, y lo hizo exclamar: ¡El éxito está contigo, David! ¡La victoria siempre te acompaña, y acompañará a los que se te unan; porque Dios te hace triunfar! David los aceptó, y hasta los puso entre los jefes de la tropa.
En cierta ocasión, cuando David se unió a uno de los jefes filisteos para enfrentarse a Saúl, los demás jefes no lo aceptaron, pues decían: ¡David nos matará y así podrá regresar al lado de su rey Saúl!
Los soldados que acompañaban a David a esa batalla eran hombres de la tribu de Manasés, todos ellos soldados valientes y Jefes de tropo. Se habían unido a David cuando estaba en el refugio de Siclag, y lo ayudaron a combatir tropas enemigas. Estos son sus nombres: Adná, Jozabad, Jediael, Micael, Jozabad, Elihú, Siletai. Y día tras día, más hombres  se le unían a David, hasta que llegó a tener un gran ejército..
Cuando Saúl murió, y David ya reinaba sobre Judá en Hebrón, las demás tribus de Israel le pidieron a David que fuera su rey. Por eso, todos los hombres entrenados para la guerra fueron a Hebrón con la firme decisión de reconocer a David como rey de todo Israel. Así cumplió Dios su promesa a David.
Este el número total de esos hombres: De la tribu de Judá: seis mil ochocientos, con escudos y lanzas.
De la tribu de Simeón, siete mil cien valientes soldados.
De la tribu de Leví: cuatro mil seiscientos.
De la familia de Aarón, tres mil setecientos; Joiadá era el jefe.
De la familia de Sadoc, soldado joven y valiente: veintidós.
De la tribu de Benjamín, que había sido fiel a Saúl: tres mil.
De la tribu de Efraín: veinte mil ochocientos soldados reconocidos por su valentía entre sus grupos familiares.
De la media tribu de Manasés: dieciocho mil.
De la tribu de Isacar: doscientos jefes, sin contar los soldados bajo sus órdenes. Estos jefes sabían hacer muy buenos planes de guerra.
De la tribu de Zabulón: cincuenta mil soldados siempre listos para entrar en combate.
De la tribu de Neftalí: mil jefes con treinta y siete mil soldados con lanzas y escudos.
De la tribu de Dan: veintiocho mil seiscientos.
De la tribu de Aser: cuarenta mil soldados listos para entrar en combate.
De las tribus de Rubén y Gad, y de la media tribu de Manasés, que vivían del otro lado del río Jordán: ciento veinte mil soldados bien armados.
Durante tres días, todos estos hombres estuvieron con David en Hebrón, comiendo y bebiendo lo que sus parientes les habían preparado. Además, los vecinos  de ese lugar, y aun los que vivían en lugares lejanos como Isacar, Zabulón y Neftalí, les llevaron comida en abundancia harina, panes de higos, pasas, vino, aceite, toros y ovejas. Estos fueron días de fiesta y  alegría para todo el pueblo de Israel.

David consultó a los jefes de su ejército, y después les dijo a los israelitas: Desde que Saúl era rey, nos hemos olvidados del cofre de nuestro Dios. Por eso, si ustedes creen que está bien, y si es la voluntad de nuestro Dios, vamos a llamar al resto del pueblo, y también a todos los sacerdotes y los ayudantes que están en sus ciudades y tierras de pastoreo. Los invitaremos para que, junto con ellos, traigamos el cofre del pacto de Dios.
Y los israelitas aceptaron lo que David propuso. Entonces David reunió a todo el pueblo de Israel. Lo reunió desde Sihor, en la frontera con Egipto, hasta la entrada de Hamat. Luego fue con ellos a Quiriat-Jearim, también llamada Baalá de Judá, para llevarse a Jerusalén el cofre de Dios todopoderoso. Ante ese cofre de Dios todopoderoso. Ante ese cofre se ora a Dios, que reina entre los querubines. Los israelitas sacaron el cofre de la casa de Abinadab, y lo pusieron sobre una carreta nueva que iban guiando Uzá y Ahió.
David y todos los israelitas iban danzando con todas sus fuerzas y cantando muy alegres delante de Dios, al son de la música de guitarras, arpas, panderos, platillos y trompetas. Cuando llegaron a un lugar donde se limpiaba el trigo, que pertenecía a Quidón, los bueyes que jalaban la carreta se tropezaron. Entonces Uzá sostuvo el cofre para que no se cayera, pero a Dios no le gustó que él tocara el cofre, y allí mismo le quitó la vida, partiéndolo en dos., David se enojó mucho porque Dios le había quitado la vida a Uzá, y por eso llamó a ese lugar Peres-uzá. Pero luego sintió miedo y dijo: Es mejor que no me lleve el cofre de Dios.
Y David no se atrevió a llevar el cofre de Dios a Jerusalén, así que lo dejó en casa de Obed-edom, que vivía en Gat. El cofre de Dios se quedó allí tres meses, y durante ese tiempo Dios bendijo a la familia de Obed-edom y todo lo que tenía.

Cada día David tenía más  y más poder, pues el Dios todopoderoso lo ayudaba. David sabía que Dios le había dado ese poder, y que lo había hecho rey de Israel por amor a su pueblo.
Hiram, el rey de Tiro, envió gente que sabía construir con madera y piedra. Con ellos envió madera para que le hicieran a David un palacio en Jerusalén.
En Jerusalén David tuvo más esposas; los hijos que tuvo con ellas fueron: Samia, Sobab, Natán, Salomón, Ibhar, Elisúa, Elisúa, Elpélet, Nógah, Néfeg, Jafia, Elisamá, Beeliadá, Elifélet.
Cuando los filisteos supieron que David ya era rey de todo Israel, se unieron para atacarlo y fueron al valle de Refaim, donde comenzaron a atacar las aldeas vecinas. Pero David se enteró y salió a encontrarse con ellos. Allí consultó a Dios: Si salgo a pelear contra los filisteos, ¿me ayudarás a vencerlos?
Y Dios le contestó: Claro que sí. Yo te ayudaré a vencerlos.
Entonces David salió a Baal-perasim, y allí venció a los filisteos. Los filisteos huyeron y dejaron tirados sus ídolos, así que David ordenó que los quemaran. A ese lugar David lo llamó Baal-perasim, pues dijo: Dios es fuerte como la corriente de un río, pues me abrió el camino para vencer a mis enemigos.
Pero los filisteos volvieron a atacar a David y ocuparon todo el valle de Refaim. David volvió a consultar a Dios, y Dios le respondió: No los ataques de frente; rodéalos y atácalos por detrás. Cuando llegues a donde están los árboles de bálsamo, oirás mis pasos en la punta de los árboles. Esa será la señal para que te lances al ataque. Ahí me verás ir delante de ti, para destruir al ejército filisteo.
Así lo hizo David, y ese día venció a los filisteos desde Gabaón hasta Guézer. David se hizo muy famoso en toda la tierra, y Dios hizo que todas las naciones le tuvieran miedo a David.

El rey David ordenó que le construyeran varias casas en Jerusalén, y que levantaran una carpa para el cofre del pacto de Dios. Luego, David reunió en Jerusalén a todo el pueblo de Israel, para que estuvieran presentes cuando trajeran el cofre de Dios al lugar que él le había preparado. También ordenó lo siguiente: Sólo los ayudantes de los sacerdotes cargarán el cofre, porque Dios los ha elegido para eso, y para que siempre se hagan cargo de los cultos.
Por eso, también mandó llamar a los descendientes de Aarón y a los de la tribu de Leví. Esta es la lista de los Jefes y familiares que se reunieron:
Uriel, al mando de ciento veinte descendientes de Quehat.
Asaías, al mando de doscientos veinte descendientes de Merarí.
Joel, al mando de ciento treinta descendientes de Guersón.
Semaías, al mando de doscientos descendientes de Elisafán.
Eliel, al mando de ochenta descendientes de Hebrón.
Aminadab, al mando de ciento doce descendientes de Uziel.
Luego David llamó a los sacerdotes Sadoc y Abiatar, y a sus ayudantes Uriel, Asaías, Joel, Semaías, Eliel y Aminadab, y les recordó: La primera vez que intentamos transportar el cofre de Dios, no le consultamos como hacerlo, y ustedes no lo trajeron; por eso él nos castigó, matando a algunos de nosotros. Ustedes son los jefes de las familias de la tribu de Leví; celebren con sus familias la ceremonia de limpieza para que Dios les perdone los pecados, y así puedan trasladar el cofre  del Dios de Israel al lugar que le he preparado.
Y así lo hicieron. Llevaron a cabo la ceremonia de limpieza y transportaron el cofre, llevándolo sobre los hombres con varas, tal como lo había ordenado Dios por medio de Moisés. Los jefes de los ayudantes de los sacerdotes nombraron cantantes de entre su tribu, para que cantaran con alegría, acompañados de guitarras, arpas y platillos, como lo había mandado David.
Esta es la lista de los descendientes de Merarí: Hernán, hijo de Joel, Asaf hijo de Berequías, Etán hijo de Cusaías.
Luego nombraron a otros parientes que trabajaban como ayudantes en el templo: Zacarías hijo de Jaaziel, Semiramot, Jehiel, Uní, Eliab, Benanías, Maaseías, Elifelehu, Mecneías, Obed-edom, Jeiel.
Los dos últimos en la lista eran guardianes de las entradas del templo. Los músicos encargados de tocar los platillos de bronce eran: Hernán, Asaf, Etán.
Los que tocaban la guitarra eran: Zacarías, Aziel, Semiramot, Jehie, Uní, Eliah, Maaseías, Benaías.
Los que tocaban las arpas y guiaban el canto eran: Matatías, Elifelehu, Mecneías, Obed-edom, Jeiel, Azazías.
Quenanías, hombre muy inteligente, y jefe de los ayudantes de los sacerdotes, era el director de la música.
Los que vigilaban la entrada de la carpa del cofre eran: Berequías, Elcaná, Obed-edom, Jehías.
Los sacerdotes encargados de tocar las trompetas delante del cofre de Dios eran: Sebanías, Josafat, Natanael, Amasaí, Zacarías, Benaías, Eliézer.
David y los jefes de Israel fueron a la casa de Obed.edom por el cofre del pacto de Dios, y lo trajeron a Jerusalén con gran alegría. Los acompañaron los oficiales de su ejército.
Como Dios había ayudado a los encargados de transportar el cofre, ellos le presentaron como ofrenda siete toros y siete carneros.
David y todos los israelitas trajeron el cofre de Dios a Jerusalén, con cantos de alegría y música de cuernos de carnero, trompetas, platillos, arpas y guitarras.
David, los encargados del cofre, los músicos y Quenanías, director de los cantos, estaban vestido con mantos de lino fino. David traía puesto un chaleco, y danzaba con mucha alegría.
En el momento en que entraba el cofre, Mical la hija de Saúl estaba viendo desde la ventana del palacio, y al ver lo que hacía David, sintió por él un profundo desprecio.

El cofre del pacto de Dios fue puesto en una carpa que David había preparado, y allí David le presentó a Dios muchas ofrendas de animales y de vegetales. Luego bendijo al pueblo en nombre de Dios, y a cada uno de los presentes le dio un pan de harina, uno de dátiles y otro de pasas.
Además, David nombró a algunos de los ayudantes de los sacerdotes para que se encargaran del culto frente al cofre de Dios, orando, dando gracias y alabando  al Dios de Israel. Estos son los nombres de esos ayudantes, con Asaf como jefe de ellos: Zacarías, Jeiel, Semiramot, Jehiel, Matatías, Eliab, Benaías, Obed-edom, Jeiel.
Todos estos tocaban instrumentos de cuerdas. Y junto con ellos nombraron a los sacerdotes Benaís y Jahaziel para que se encargaran de tocar siempre las trompetas. Asaf quedó encargado de tocar los platillos.
Ese el primer día en que David les encargó a Asaf y a sus compañeros que dedicaran a Dios este canto de acción de gracias:
¡Demos gracias a nuestro Dios! ¡Demos a conocer entre las naciones todo lo que él ha hecho! ¡Cantémosle himnos! ¡Demos a conocer sus grandes milagros! ¡Digamos con orgullo que no hay otro Dios aparte del nuestro! ¡Alegrémonos de corazón todos los que adoramos a Dios! Acerquémonos a nuestro poderoso Dios, y procuremos agradarle siempre. Hagamos memoria de las maravillas que nuestro Dios ha realizado; recordemos sus milagros y los mandamientos que nos dio. Somos los descendientes de Abraham y de Jacob; somos el pueblo elegido por Dios y estamos a su servicio; por lo tanto, ¡escúchenme! Pertenecemos a nuestro Dios; su palabra llena la tierra. El no ha olvidado su pacto ni las promesas que nos hizo. Hizo el pacto con Abraham, y se lo confirmó a Isaac. Con Israel lo estableció como un pacto para toda la vida, y le dijo: Yo te daré Canaán. Es la tierra que te ha tocado.
Nosotros no éramos muchos ¡éramos gente sin patria ¡Todo el tiempo andábamos de país en país y de reino en reino! Pero Dios jamás permitió que nadie nos molestara. Y les advirtió a los reyes: No se metan con mi pueblo elegido; no les hagan daño a mis profetas! ¡Cantemos alabanzas a nuestro Dios! ¡Celebremos día tras día sus victorias!¡Anunciemos entre todas las naciones su grandeza y sus maravillas! ¡Grande y digno de alabanza es nuestro Dios, y más temible que todos los dioses! Los dioses de otras naciones son dioses falsos, pero Dios hizo los cielos. Lleno está su santuario de majestad y esplendor, de poder y belleza. Pueblos todos, ¡reconozcan el poder de nuestro Dios y ríndanle homenaje! ¡Vengas ante su presencia y traigan  sus ofrendas! ¡Adórenlo como él se merece! ¡Inclínense ante él en su santuario majestuoso! ¡Que toda la tierra le rinda homenaje! El estableció el mundo con firmeza, y el mundo jamás se moverá. ¡El gobierna las naciones con justicia! ¡Que se alegren los cielos! ¡Que grite la tierra de alegría! Que digan las naciones: ¡Dios es nuestro rey! ¡Que ruja el mar, con todo lo que contiene! ¡Que canten alegres los campos, con todo lo que hay en ellos! ¡Que griten de alegría todos los árboles del bosque! ¡Que canten en presencia de Dios, que viene ya para gobernar al mundo! ¡Démosle gracias porque él es bueno! ¡Dios nunca deja de amarnos! Dios nuestro, ¡sálvanos! ¡Permítenos volver a nuestra tierra, para que te demos gracias y te alabemos como nuestro Dios! ¡Bendito sea ahora y siempre el Dios de Israel! ¡Que diga el pueblo de Dios: ¡Así sea! ¡Alabemos a nuestro Dios!

Estas son las personas que David nombró para que se hicieran cargo del culto: Asaí y sus compañeros se hicieron cargo de celebrar todos los días los cultos delante del cofre del pacto de Dios.
Los encargados de vigilar las entradas de la carpa fueron Obed-edom, Hosá, junto con el hijo de Jedutún, también llamado Obed-edom, y sesenta y ocho compañeros más.
Sadoc y sus compañeros sacerdotes, fueron los encargados del culto en el santuario que estaba en Gabaón; allí ofrecían continuamente sacrificios en honor de Dios, lo hacían por la mañana y por la noche, tal y como lo ordena la ley que Dios le dio a su pueblo Israel.
Además de esos, David eligió a otros para que entonaran a Dios el canto de gratitud que se titula: El amor de Dios es eterno. Hernán y Jedutún acompañaban este canto con trompetas, platillos y otros instrumentos musicales. Además, los hijos de Jedutún vigilaban las entradas del santuario.
Después de esto, todos regresaron a sus casas; David también volvió a su casa y bendijo a su familia.

Aquí puedes darte cuenta que es fundamental que el hombre reconozca a Dios, pues su amor es eterno y el hombre debe mostrar con su conducta diaria honra a Dios, pues ahora con el nuevo pacto, el templo en que Dios habita es el ser interior de cada hombre que lo acepta y, por ende lo alaba y obedece sus mandatos.

Por tanto, el tiempo apremia y es urgente que el hombre de gracias a Dios por todo lo que El ha creado para que el hombre  tenga gozo y  plenitud en la tierra, que sea Dios quien gobierne la vida del hombre regenerado.

Con Alta Estima,


sábado, 18 de julio de 2015

Las reglas indican lo que se debe hacer, pero no nos ayudan a cambiar nuestra manera de vivir


En el primer pacto, Dios nos dio reglas para que supiéramos cómo adorarlo. Esas reglas eran para el culto aquí en la tierra. El santuario para ese culto se construyó de la siguiente manera: En su primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro y la mesa donde se ponían los panes apartados para Dios. Detrás de la segunda cortina estaba la parte llamada Lugar Santísimo, en donde estaba el altar de oro para quemar incienso, y también el cofre del pacto, que estaba totalmente recubierto de oro. En el cofre había una jarra de oro, que contenía maná, el bastón  de Aarón, que había vuelto a florecer, y las tablas con los diez mandamientos. 
Encima del cofre se pusieron las estatuas de dos seres alados, los cuales cubrían con sus alas la tapa del cofre y representaban la presencia de Dios. Pero de momento no hace falta entrar en detalles.

Así estaban dispuestas todas las cosas en el santuario. Todos los días, los sacerdotes entraban al Lugar Santo para celebrar el culto. Pero en el Lugar Santísimo sólo podía entrar el jefe de los sacerdotes, y esto, sólo una vez al año. Entraba llevando la sangre de los animales, que él y el pueblo ofrecían para pedir perdón a Dios cuando pecaban sin darse cuenta. De este modo el Espíritu Santo da a entender que, cuando aún existía el santuario, la entrada al Lugar Santísimo no le estaba permitida a cualquiera. Todo esto se hizo así para mostrarnos lo que ahora es más importante: No podemos sentirnos perdonados sólo por haber ofrecido ofrendas y sacrificios en el culto. Todo esto son reglas que tienen que ver con comidas, bebidas y ceremonias de purificación, que nos preparan para el culto. Las reglas indican lo que se debe hacer, pero no nos ayudan a cambiar nuestra manera de vivir. Esas reglas sirven sólo mientras Dios no las cambie por algo mejor.

Pero ya Cristo vino y se ha convertido en el Jefe de sacerdotes, y a él le debemos todo lo bueno que ahora nos pasa. Porque el santuario donde él es sacerdotes, es mejor y perfecto. No lo hizo ningún ser humano, así que no es de este mundo. Cristo no entró a ese santuario para ofrecer a Dios la sangre de animales, sino para ofrecer su propia sangre. Entró una sola vez y para siempre, de ese modo, de una vez por todas nos libró del pecado.

De acuerdo con la religión judía, las personas que están impuras no pueden rendirle culto a Dios. Pero serán consideradas puras si se les rocía la sangre de chivos y toros, y las cenizas de una becerra sacrificada. Pues si todo eso tiene poder, más poder tiene la sangre de Cristo. Porque por medio del Espíritu, que vive para siempre, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha ni pecado. Su sangre nos purifica, para que estemos seguros de que hemos sido perdonados, y para que podamos servir a Dios, que vive para siempre.

Así, por medio de Jesucristo, entramos en un nuevo pacto con Dios. Porque Jesucristo murió para que Dios nos perdonara todo lo malo que hicimos cuando servíamos al primer pacto. Y por medio de su muerte, también los que hemos sigo elegidos por Dios recibiremos la salvación eterna que él nos ha prometido.

Este nuevo pacto es como un testamento. Si la persona que hace un testamento. Si la persona que hace un testamento no ha muerto todavía, ese documento aún no sirve de nada. Por eso, cuando Dios hizo el primer pacto, se mataron varios animales. Primero, Moisés anunció los mandamientos de la ley a todo el pueblo. Luego tomó lana roja y una rama de hisopo, y las mojó en agua mezclada con sangre de toros y de chivos. Después roció esa mezcla sobre el libro de la Ley, y con ella roció también a todo el pueblo. Cuando terminó, dijo: Esta sangre confirma el pacto que Dios ha hecho con ustedes. Moisés también roció con sangre el santuario y todas las cosas que se usaban en el culto. La ley dice que la sangre quita el pecado de casi todas las cosas, y que debemos ofrecer sangre a Dios para que nos perdone nuestros pecados. Por eso fue necesario matar a esos animales, para limpiar todo lo que hay en el santuario, que es una copia de lo que hay en el cielo. Pero lo que hay en el cielo necesita algo mejor que sacrificios de animales.

Porque Cristo no entró en el santuario hecho por seres humanos, que era sólo una copia del santuario verdadero. Cristo entró en el cielo mismo, y allí se presenta ante Dios para pedirle que nos perdone. No entró para ofrecerse como sacrificio muchas veces, como aquí en la tierra lo hace el jefe de los sacerdotes, que entra una vez al año para ofrecer una sangre que no es la suya. Si Cristo tuviera que hacer lo mismo, habría tenido que morir muchas veces desde que Dios creó al mundo. Pero lo cierto es que ahora, cuando ya se acerca el fin, Cristo se ha manifestado de una vez y para siempre. Se ha manifestado para ofrecerse como el sacrificio por el cual Dios nos perdona nuestros pecados. Todos nosotros moriremos una sola vez, y después vendrá el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para que muchos seamos perdonados de nuestros pecados. Después él volverá otra vez al mundo, pero no para morir por nuestros pecados, sino para salvar a todos los que esperamos su venida.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre en el antiguo pacto recibió reglas para dar culto a Dios en la tierra, con ofrendas para pedir a Dios perdón por los pecados, pero estas reglas no hacen mejor al hombre sino sólo indican lo que debe hacer.

No obstante, Dios ha cambiado estas reglas al enviar a su Hijo Jesús al mundo y su sacrificio en la cruz y con su sangre derramada, Dios lo hizo perfecto  pues ya no es un pacto de este mundo sino que es un pacto nuevo, que libera al hombre del pecado y entonces el Espíritu de Dios vive para siempre en el hombre renovado.

Así pues, es urgente que el hombre muera al “yo”, que se aparte del egoísmo, la maldad, la envidia , que cambie su manera de vivir pues nuestro Señor Jesucristo entregó su vida y resucitó y entró al Santuario verdadero, en el cielo mismo y le pidió a Dios que perdone al hombre y tenga una nueva vida.

Por tanto necesario que el hombre regenerado esté alerta, preparado,  con nuevos bríos pues vive apegado a la Palabra de Dios y espera la venida de Nuestro Señor Jesucristo, pues ha de volver para salvar a todos.


Con Alta Estima,

viernes, 17 de julio de 2015

Haré que mis enseñanzas las aprendan de memoria, y que sean la guía de su vida.


Lo más importante de todo esto es que tenemos un Jefe de sacerdotes que está en el cielo, sentado a la derecha del trono de Dios. Ese sacerdote es Jesucristo, que actúa como sacerdote  en el verdadero santuario, es decir, en el verdadero lugar de adoración, hecho por Dios y por nosotros los humanos.

Aquí en la tierra, se nombra a cada jefe de los sacerdotes para presentar a Dios las ofrendas y sacrificios del pueblo. Por eso, también Jesucristo tiene algo que ofrecer a Dios. Si él estuviera aquí no sería sacerdote, pues ya tenemos sacerdotes que presentan a Dios las ofrendas que ordena la ley de Moisés. Pero el trabajo de esos sacerdotes nos da apenas una ligera idea de lo que pasa en el cielo. Por eso, cuando Moisés iba a construir el santuario, Dios le dijo: Pon mucho cuidado, porque debes hacerlo todo siguiendo el modelo que te mostré en la montaña. Pero el trabajo que Dios le dio a Jesucristo, nuestro Jefe de sacerdotes, es mucho mejor, y por medio de él tenemos también un pacto mejor, porque en él Dios nos hace mejores promesas.
Si el pacto que Dios hizo antes con el pueblo de Israel hubiera sido perfecto, no habría sido necesario un nuevo pacto. Pero al ver Dios que el pueblo no le obedecía como él esperaba, dijo: Viene el día en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá.
En el pasado, tomé de la mano a sus antepasados y los saqué de Egipto, y luego hice un pacto con ellos. Pero no lo cumplieron, y por eso no me preocupé más por ellos.

Por eso, este será mi nuevo pacto con el pueblo de Israel: haré que mis enseñanzas las aprendan de memoria, y que sean la guía de su vida. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Les juro que así será. Ya no hará falta que unos sean maestros de otros, y que les enseñen a conocerme, porque todos me conocerán, desde el más joven hasta el más viejo. Yo les perdonaré todas sus maldades, y nunca más me acordaré de sus pecados.

Cuando Dios había de hacer con nosotros un nuevo pacto, es porque considera viejo el pacto anterior. Y lo que se considera viejo e inútil, ya está a punto de desaparecer.

Aquí puedes darte cuenta que lo más importante, es que el hombre entienda que Jesús vino al mundo  para purificar al hombre, con su sangre derramada en la cruz, perdonó las maldades del hombre y con esto sella Dios un nuevo Pacto, una alianza perfecta y hace mejores promesas.

Por tanto, lo esencial es que el hombre sea obediente, que aprenda cada día las enseñanzas a través de la Palabra de Dios y que la aplique en su diario vivir, pues de ella emana la sabiduría y entonces  el hombre guiado por  la verdad recibirá revelación para que siga por el camino correcto en este mundo adverso.

Ahora bien, lo esencial es que el hombre crea en Dios como el único Dios verdadero, pues sólo El da riqueza espiritual a toda persona que lo busca, pero el hombre sabio sabe que debe hacer y se empapará del conocimiento de Dios, pues Dios con este nuevo pacto le da oportunidad de tener una nueva vida pues  sólo Dios borra los pecados del hombre y entonces, el hombre regenerado,  muestra con su  conducta que honra a Dios.


Con Alta Estima,

jueves, 16 de julio de 2015

Por eso Jesús nos asegura que ahora tenemos con Dios un pacto mejor


Melquisedec fue rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo. Cuando Abraham regresaba de una batalla en la que había derrotado a unos reyes, Melquisedec salió a recibirlo y lo bendijo. Entonces Abraham le dio a Melquisedec la décima parte de todo lo que había ganado en la batalla.

El nombre de Melquisedec significa “rey justo”, pero también se le llama Rey de Salem, que significa  “rey de paz”. Nadie sabe quiénes fueron sus padres ni sus antepasados, ni tampoco cuándo o dónde nació y murió. Por eso él, como sacerdote, se parece al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre.

Ahora bien, Melquisedec era tan importante que nuestro antepasado Abraham le dio la décima parte de lo que ganó en la batalla. De acuerdo con la ley de Moisés, si un sacerdote pertenece a la familia de Leví, tiene derecho a recibir la décima parte de todo lo que gana el pueblo. No importa que el sacerdote sea del mismo pueblo o familia; todos por igual tienen que dar la décima parte. Y aunque Melquisedec no pertenecía a la familia de Leví, recibió la décima parte de lo que había ganado Abraham, a quien Dios le había hecho promesas.

Melquisedec bendijo a Abraham,  y como todos sabemos, el que bendice es más importante que el que recibe la bendición. Los sacerdotes que ahora reciben la décima parte de lo que ganamos son personas que algún día morirán.  Melquisedec, en cambio, sigue vivo, porque la Biblia no dice que haya muerto. Por eso podemos decir que los sacerdotes de ahora, que pertenecen a la familia de Leví también le dieron a Melquisedec la décima parte, porque Abraham actuó como su representante. Esto fue así porque todos ellos son descendientes de Abraham. Aunque todavía no habían nacido cuando Abraham se encontró con Melquisedec, de alguna manera todos ellos estaban presentes en Abraham.

Dios le dio la ley al pueblo de Israel. Esa ley se hizo pensando en que los sacerdotes de la familia de Leví ayudarían al pueblo a ser perfecto. Pero como aquellos sacerdotes no pudieron hacerlo, fue necesario que apareciera un sacerdote diferente: uno que no fuera descendiente del sacerdote Aarón, sino como Melquisedec. Porque si cambia la clase de sacerdote, también cambia la ley. Ese sacerdote tan distinto, del cual estamos hablando, es nuestro Señor Jesucristo. Como todos sabemos, él no descendía de la familia de Aarón, sino de la de Judá. La ley de Moisés dice que de esa familia nadie puede ser sacerdote, y nunca un sacerdote ha salido de ella.

Todo esto es más fácil de entender si tenemos en cuenta que ese sacerdote diferente es como Melquisedec. Es diferente porque no fue elegido por ser miembro de una familia determinada, sino porque vive para siempre. Acerca de él, dice la Biblia: “Tú eres sacerdote para siempre, como lo fue Melquisedec.

Así que  la ley de Moisés ha quedado anulada, porque resultó inútil. Esa ley no pudo hacer perfecta a la gente. Por eso, ahora esperamos confiadamente que Dios nos dé algo mucho mejor, y eso nos permite que seamos sus amigos.

Además, Dios juró que tendríamos un sacerdote diferente. Los otros sacerdotes fueron nombrados sin que Dios jurara nada, en cambio, en el caso de Cristo, Dios sí hizo un juramento, pues en la Biblia dice: Dios juró: Tú eres sacerdote para siempre”. Y Dios no cambia de idea.

Por eso Jesús nos asegura que ahora tenemos con Dios un pacto mejor. Antes tuvimos muchos sacerdotes, porque ninguno de ellos podía vivir para siempre. Pero como Jesús no morirá jamás, no necesita pasarle a ningún otro su oficio de sacerdote. Jesús puede salvar para siempre a los que, por medio de él, quieren ser amigos de Dios. Pues vive eternamente, y siempre está pidiendo y Dios por ellos.

Jesús es el Jefe de sacerdotes que necesitábamos, pues es santo, en él no hay maldad, y nunca ha pecado. Dios apartó de los pecadores, lo hizo subir al cielo, y los puso en el lugar más importante de todos. Jesús no es como los otros sacerdotes, que todos los días tienen que matar animales para ofrecérselos a Dios y pedirle perdón por sus propios pecados, y luego tienen que hacer lo mismo por los pecados del pueblo. Por el contrario, cuando Jesús murió por nuestros pecados, ofreció su vida una sola vez y para siempre. A los sacerdotes puestos por la ley de Moisés les resulta difícil obedecer a Dios en todo. Pero, después de darnos su ley, Dios juró que nos daría como Jefe de sacerdotes a su Hijo, a quien él hizo perfecto para siempre.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre ahora tiene un mejor pacto con Dios, pues Jesús el Hijo de Dios, se entregó a sí mismo, murió y resucitó para salvar a la humanidad.
Por tanto, lo esencial es que el hombre entienda que Jesús es Santo, pues nunca ha pecado y El ofreció su vida a Dios y para siempre y Dios lo hizo perfecto.

Por lo que el hombre debe ser consciente y hacer cambios en su manera de vivir, que se esfuerce por alcanzar ser mejor cada día hasta llegar a ser un varón perfecto como nuestro Señor Jesucristo.


Con Alta Estima,