sábado, 28 de febrero de 2015

Y por todos lados se respetaba el nombre del Señor Jesús.


Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo cruzó la región montañosa y llegó a la ciudad de Efeso. Allí encontró a algunos que habían creído en el Mesías, y les preguntó: ¿Recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron? Ellos contestaron: No. Ni siquiera sabemos nada acerca del Espíritu Santo. Pablo les dijo: ¿Por qué se bautizaron ustedes? Ellos contestaron: Nos bautizaron por lo que Juan el Bautista nos enseñó.

Pablo les dijo: Juan bautizaba a la gente que le pedía perdón a Dios. Pero también le dijo a la gente que tenía que creer en Jesús, quien vendría después de él. Cuando ellos oyeron eso, se bautizaron aceptando a Jesús como su Señor. Pablo puso sus manos sobre la cabeza de esos doce hombres, y en ese momento, el Espíritu Santo vino sobre ellos. Entonces comenzaron a hablar en idiomas extraños y dieron mensajes de parte de Dios.

Durante tres meses, Pablo estuvo yendo a la sinagoga todos los sábados. Sin ningún temor hablaba a la gente acerca del reino de Dios, y trataba de convencerla para que creyera en Jesús. Pero algunos judíos se pusieron tercos y no quisieron creer. Al contrario, comenzaron a decirle a la gente cosas terribles acerca de los seguidores de Jesús. Al ver esto, Pablo dejó de reunirse con ellos y acompañado de los nuevos seguidores, comenzó a reunirse todos los días en la escuela de un hombre llamado Tirano.

Durante dos años, Pablo fue a ese lugar para hablar de Jesús. Fue así como muchos de los que vivían en toda la provincia de Asia escucharon el mensaje del Señor Jesús. Algunos de ellos eran judíos, y otros no lo eran.

En la ciudad de Efeso, Dios hizo grandes milagros por medio de Pablo. La gente llevaba los pañuelos o la ropa que Pablo había tocado, y los ponía sobre los enfermos, y ellos se sanaban. También ponía pañuelos sobre los que tenían espíritus malos, y los espíritus salían de esas personas.

Allí, en Efeso, andaban algunos judíos que usaban el nombre del Señor Jesús para expulsar de la gente los malos espíritus. Decían a los espíritus: Por el poder de Jesús, de quien Pablo habla, les ordeno que salgan. Esto lo hacían los siete hijos de un sacerdote judío llamado Esceva. Pero una vez, un espíritu malo les contestó: Conozco a Jesús, y también conozco a Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?

Enseguida, el hombre que tenía el espíritu malo saltó sobre ellos y comenzó a golpearlos. De tal manera los maltrató, que tuvieron que huir del lugar completamente desnudos y lastimados. Los que vivían en Efeso, judíos y no judíos, se dieron cuenta de lo sucedido y tuvieron mucho miedo. Y por todos lados se respetaba el nombre del Señor Jesús.

Muchos de los que habían creído en Jesús le contaban a la gente todo lo malo que antes habían hecho. Otros, que habían sido brujos, traían sus libros de brujería y los quemaban delante de la gente. Y el valor de los libros quemados era como de cincuenta mil monedas de plata. El mensaje del Señor Jesús se anunciaba en más y más lugares, y cada vez más personas creían en él, porque veían el gran poder que tenía.

Después de todo eso, Pablo decidió ir a la ciudad de Jerusalén, pasando por las regiones de Macedonia y Acaya,. Luego pensó ir de Jerusalén a la ciudad de Roma, así que envió a Timoteo y Erasto, que eran dos de sus ayudantes, a la región de Macedonia, mientras él se quedaba unos días más en Asia.

Por aquel tiempo, los seguidores de Jesús tuvieron un gran problema, provocado por un hombre llamado Demetrio. Este hombre se dedicaba a fabricar figuras de plata, y él y sus ayudantes ganaban mucho dinero haciendo la figura de la diosa Artemisa. Demetrio se reunió con sus ayudantes, y también con otros hombres que se dedicaban a hacer cosas parecidas, y les dijo: Amigos, ustedes saben cuánto necesitamos de este trabajo para vivir bien. Pero, según hemos visto y oído, este hombre llamado Pablo ha estado alborotando a la gente de Efeso y de toda la provincia de Asia. Según él, los dioses que nosotros hacemos no son dioses de verdad, y mucha gente le ha creído. Pablo no sólo está dañando nuestro negocio, sino que también le está quitando fama al templo de la gran diosa Artemisa. Hasta el momento, ella es amada y respetada en toda la provincia de Asia y en el mundo entero, pero muy pronto nadie va a querer saber nada de ella.

Cuando aquellos hombres oyeron eso, se enojaron mucho y gritaron: ¡Viva Artemisa, la diosa de los efesios! Entonces toda la gente de la ciudad se alborotó, y algunos fueron y apresaron a Gayo y a Aristarco, los dos compañeros de Pablo que habían venido de Macedonia, y les arrastraron hasta el teatro. Pablo quiso entrar para hablar con la gente, pero los seguidores de Jesús no se lo aconsejaron. Además, algunos amigos de Pablo, autoridades del lugar, le mandaron a decir que no debía entrar.
Mientras tanto, en el teatro todo era confusión. La gente se puso a gritar, aunque algunos ni siquiera sabían para qué estaban allí. Varios de los líderes judíos empujaron a un hombre, llamado Alejandro, para que pasara al frente y viera lo que pasaba. Alejandro levantó la mano y pidió silencio para defender a los judíos. Pero, cuando se dieron cuenta de que Alejandro también era judío, todos se pusieron a gritar durante casi dos horas: ¡Viva Artemisa, la diosa de los efesios!

Finalmente, el secretario de la ciudad los hizo callar, y les dijo: Habitantes de Éfeso, nosotros somos los encargados de cuidar el templo de la gran diosa Artemisa y su estatua, la cual bajó del cielo. Esto lo sabemos todos muy bien, así que no hay razón para este alboroto. Cálmense y piensen bien las cosas. Estos hombres que ustedes han traído no han hecho nada en contra del templo de la diosa Artemisa, ni han hablado mal de ella. Si Demetrio y sus ayudantes tienen alguna queja en contra de ellos, que vayan ante los tribunales y hablen con los jueces. Allí cada uno podrá defenderse. Y si aún tuvieran alguna otra cosa de qué hablar, deberán tratar el asunto cuando las autoridades de la ciudad se reúnan. No tenemos ningún motivo para causar todo este alboroto; más bien, se nos podría acusar ante los jueces de alborotar a la gente. Cuando el secretario terminó de hablar, les pidió a todos que se marcharan.

Aquí puedes darte cuenta que es prioridad que el hombre crea en el Señor Jesús, el único Dios verdadero, que vino al mundo a dar su vida pues se entregó a sí mismo y resucitó, por lo que es esencial que el hombre se arrepienta del pecado y, entonces  el hombre es redimido siendo prioridad que el hombre haga cambios en su vida y modifique su manera de vivir, pero es necesario que el hombre se apegue a su Palabra, la obedezca y cumpla y entonces su vida será edificada.

Ahora bien, es fundamental que el hombre entienda que al aceptar a nuestro Señor Jesucristo en su corazón, entonces el Espíritu de Dios habita en su ser interior y le da poder para hacer grandes cosas “en el nombre de Jesús” pero ese poder se acrecienta  cuando el hombre profundiza en su Palabra y establece una relación personal con nuestro Señor Jesucristo.

Por tanto, es imprescindible que el hombre estudie diariamente la Biblia, que es la fuente de vida  para que el hombre adquiera sabiduría y su ser interior sea fortalecido y entonces Dios habilita su espíritu y le da la capacidad de transmitir su mensaje a otros para  que el reino de Dios sea extendido en este mundo.

Así pues, el hombre debe estar preparado y estar alerta a la voz audible de Dios para que El lo guíe, y siga avanzando en su crecimiento espiritual.


Con Alta Estima,

De ahora en adelante les hablaré a los que no son judíos.


Pablo salió de Atenas y se fue a la ciudad de Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, que era de la región de Ponto. Hacía poco tiempo que Aquila y su esposa Priscila habían salido de Italia, pues Claudio, el emperador de Roma, había ordenado que todos los judíos salieran del país. Pablo fue a visitar a Aquila y a Priscila, y al ver que ellos se dedicaban a fabricar tiendas de campaña, se quedó a trabajar con ellos, pues también él sabía cómo hacerlas.

Todos los sábados Pablo iba a la sinagoga, y hablaba con judíos y griegos para tratar de convencerlos de hacerse seguidores de Jesús. Silas y Timoteo viajaron desde la región de Macedonia hasta Corinto. Cuando llegaron, Pablo estaba dando a los judíos las buenas noticias de que Jesús era el Mesías. Pero los judíos se pusieron en contra de Pablo y lo insultaron. Entonces Pablo, en señal de rechazo, se sacudió el polvo de la ropa y les dijo: Si Dios los castiga, la culpa será de ustedes y no mía. De ahora en adelante les hablaré a los que no son judíos.

De allí, Pablo se fue a la casa de un hombre llamado Ticio Justo, que adoraba a Dios. La casa de Ticio estaba junto a la sinagoga. El encargado de la sinagoga se llama Crispo, y él y toda su familia creyeron en el Señor Jesús. También muchos de los habitantes de Corinto que escucharon a Pablo creyeron y fueron bautizados.

Una noche, el Señor Jesús habló con Pablo por medio de una visión, y le dijo: No tengas miedo de hablar de mí ante  la gente; ¡nunca te calles! Yo te ayudaré en todo, y nadie te hará daño. En esta ciudad hay mucha gente que me pertenece. Pablo se quedó un año y medio en Corinto, y allí enseñó a la gente el mensaje de Dios. Tiempo después en los días en que Galión era gobernador de la provincia de Acaya, los judíos de Corinto atacaron a Pablo y lo llevaron ante el tribunal. Les dijeron a las autoridades: Este hombre hace que la gente adore a Dios, de un modo que está prohibido por la ley.
Pablo estaba a punto de decir algo, pero el gobernador Galión dijo a los judíos: Yo no tengo por qué tratar estos asuntos con ustedes, porque no se trata de ningún crimen. Este es un asunto de palabras, de nombres y de la ley de ustedes, así que arréglenlo ustedes. Yo, en estas cuestiones, no me meto. Galión ordenó que sacaran del tribunal a todos. Entonces los judíos agarraron a Sóstenes, el encargado de la sinagoga, y lo golpearon frente al edificio del tribunal. Pero eso a Galión no le importó nada.

Pablo se quedó algún tiempo en la ciudad de Corinto. Después se despidió de los miembros de la iglesia y decidió irse a la región de Siria, Priscila y Áquila lo acompañaron. Cuando llegaron a Cencreas, que es el puerto de la ciudad de Corinto, Pablo se rapó todo el pelo porque le había hecho una promesa a Dios. Luego, se subieron en un barco y salieron rumbo a Siria.

Cuando llegaron al puerto de Efeso, Pablo se separó de Priscila y Aquila. Fue a la sinagoga, y allí habló con los judíos acerca de Jesús. Los judíos de ese lugar le pidieron que se quedara unos días más, pero Pablo no quiso. Se despidió de ellos y les dijo: Si Dios quiere regresaré a verlos.

Luego partió en barco y continuó su viaje hacia Siria. Cuando llegó al puerto de Cesarea, fue a saludar a los miembros de la iglesia. Después salió hacia la ciudad de Antioquía. Pablo se quedó en Antioquía sólo algunos días, y después se fue a visitar varios lugares de las regiones de Galacia y de Frigia, donde animó a los seguidores a mantenerse fieles a Jesús.

Por aquel tiempo llegó a la ciudad de Efeso un hombre que se llamaba Apolo. Era de la ciudad de Alejandría, y sabía convencer a la gente con sus palabras, pues conocía mucho de la Biblia. Apolo sabía también bastante acerca de Jesús, y hablaba con entusiasmo a la gente y le explicaba muy bien lo que sabía acerca de Jesús. Sin embargo,  de bautismo sólo sabía lo que Juan el Bautista había enseñado.

Un día Apolo, confiado en sus conocimientos, comenzó a hablarle a la gente que estaba en la sinagoga. Pero cuando Priscila y Aquila lo escucharon, lo llamaron aparte y lo ayudaron a entender mejor el mensaje de Dios. Como Apolo quería recorrer la región de Acaya, los miembros de la iglesia escribieron una carta a los cristianos de la región, para que fuera bien recibido por todos. Cuando Apolo llegó a Acaya, ayudó mucho a los que, gracias al amor de Dios, habían creído en Jesús. Apolo se enfrentaba a los judíos que no creían en Jesús, y con las enseñanzas de la Biblia les probaba que Jesús era el Mesías.

Aquí puedes darte cuenta que para Dios todo es posible, aunque la gente viva enfocada a los distractores del mundo, Dios de antemano ya ha elegido a las personas con un corazón dispuesto a cambiar su estilo de vida pues el espíritu de Dios obra en la mente y abre su entendimiento para que su mensaje germine en buena tierra.

No obstante, en el camino de Señor hay muchos obstáculos, pero el hombre debe poner su confianza en Dios para que asido de la mano de El, aún con los altibajos siga siendo útil pues es el instrumento para esparcir la Palabra a los que no le conocen.

Por tanto, es fundamental que el hombre se empape de la Palabra de Dios para que en cada persona desarrolle raíces que redunde en una fe firme y sean personas fortalecidas en su andar cotidiano.

Así pues, es tiempo de júbilo, de buen ánimo para que el hombre siga las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, que se apegue cada día más a su Palabra y alcance madurez espiritual para que pueda compartir a otros el mensaje de Dios.


Con Alta Estima,

jueves, 26 de febrero de 2015

y todos los días leían la Biblia para ver si todo lo que les enseñaban era cierto


Pablo y Silas continuaron su viaje. Pasaron por las ciudades de Anfipolis y Apolonia, y llegaron a la ciudad de Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Como de costumbre, Pablo fue a la sinagoga y, durante tres sábados seguidos, habló con los judíos de ese lugar. Les leía la Biblia, y les probaba con ella que el Mesías tenía que morir y resucitar. Les decía: Jesús, de quien yo les he hablado, es el Mesías.

Algunos judíos creyeron en lo que Pablo decía y llegaron a ser seguidores de Jesús, uniéndose al grupo de Pablo y Silas. También creyeron en Jesús muchos griegos que amaban y obedecían a Dios, y muchas mujeres importantes de la ciudad. Pero los demás judíos tuvieron envidia. Buscaron a unos vagos que andaban por allí, y les pidieron que alborotaran al pueblo en contra de Pablo  y de Silas. Esos malvados reunieron a muchos más, y fueron a la casa de Jasón para sacar de allí a Pablo y a Silas, a fin de que el pueblo los maltratara. Como no los encontraron en la casa, apresaron a Jasón y a otros miembros de la iglesia, y los llevaron ante las autoridades de la ciudad. Los acusaron diciendo:
Pablo y Silas andan por todas partes causando problemas entre la gente. Ahora han venido aquí, y Jasón los ha recibido en su casa. Desobedecen las leyes del emperador de Roma, y dicen que tienen otro rey, que se llama Jesús. Al oír todo eso, la gente de la ciudad y las autoridades se pusieron muy inquietas  y nerviosas. Pero les pidieron a Jasón y a los otros hermanos que pagaran una fianza, y los dejaron ir.

Al llegar la noche, los seguidores de Jesús enviaron a Pablo y a Silas a la ciudad de Berea. Cuando ellos llegaron allí, fueron a la sinagoga. Los judíos que vivían en esa ciudad eran más buenos que los judíos de Tesalónica. Escucharon muy contentos las buenas noticias acerca de Jesús, y todos los días leían la Biblia para ver si todo lo que les enseñaban era cierto. Muchos de esos judíos creyeron en Jesús, y también muchos griegos, tantos hombres como mujeres. Estos griegos eran personas muy importantes en la ciudad.

En cuanto los judíos de Tesalónica supieron que Pablo estaba en Berea anunciando las buenas noticias, fueron y alborotaron a la gente en contra de Pablo. Los seguidores de Jesús enviaron de inmediato a Pablo hacia la costa, pero Silas y Timoteo se quedaron allí. Los que se llevaron a Pablo lo acompañaron hasta la ciudad de Atenas, pero Pablo les pidió que, cuando regresaran a Berea, les avisaran a Silas y a Timoteo que fueran a Atenas lo más pronto posible.

Mientras Pablo esperaba a Silas y a Timoteo en Atenas, le dio mucha tristeza ver que la ciudad  estaba llena de ídolos. En la sinagoga hablaba con los judíos y con los no judíos que amaban a Dios. También iba todos los días al mercado y hablaba con los que encontraba allí. Algunos eran filósofos, de los que pensaban que lo más importante en la vida es ser feliz. Otros eran filósofos que enseñaban que la gente  tiene que controlarse a sí misma para no hacer lo malo. Algunos de ellos preguntaban ¿De qué habla ese charlatán? Otros decían: Parece que habla de dioses de otros países, pues habla de Jesús y de la diosa Resurrección.

En Atenas, la Junta que gobernaba la ciudad se reunía en un lugar llamado Areópago. A la gente y a los extranjeros que vivían allí, les gustaba mucho escuchar y hablar de cosas nuevas, así que llevaron a Pablo ante los gobernantes de la ciudad, y estos le dijeron: Lo que tú enseñas es nuevo y extraño para nosotros. ¿Podrías explicarnos un poco mejor de qué se trata?

Pablo se puso de pie ante los de la Junta, y les dijo: Habitantes de Atenas: He notado que ustedes son muy religiosos. Mientras caminaba por la ciudad, vi que ustedes adoran a muchos dioses, y hasta encontré un altar dedicado “al Dios desconocido”. Pues ese Dios, que ustedes honran sin conocerlo, es el dios del que yo les hablo. Es el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él; es el dueño del cielo y de la tierra, y no vive en templos hechos por seres humanos. Tampoco necesita la ayuda de nadie. Al contrario, él es quien da la vida, el aire y todo lo que la gente necesita. A partir de una sola persona, hizo a toda la gente del mundo, y a cada nación  le dijo cuándo y dónde debía vivir.

Dios hizo esto para que todos lo busquen y puedan encontrarlo. Aunque lo cierto es que no está lejos de nosotros. El nos da poder para vivir y movernos. El nos da poder para vivir y movernos, y para ser lo que somos. Así lo dice uno de los poetas de este país: Realmente somos hijos de Dios. Así que, si somos hijos de Dios, no es  posible que él sea como una de esas estatuas de oro, de plata o de piedra. No hay quien pueda imaginarse cómo es Dios, y hacer una estatua o pintura de él. Durante mucho tiempo Dios perdonó a los que hacían todo eso, porque no sabían lo que hacían; pero ahora Dios ordena que todos los que habitan  este mundo se arrepientan, y que lo obedezcan sólo a él. Porque Dios ha decidido ya el día en que juzgará a todo el mundo, y será justo con todos. Dios eligió a Jesús para que sea el juez de todos, y ha demostrado que esto es cierto al hacer que Jesús resucitara.

Cuando la gente oyó que Jesús había muerto y resucitado, algunos comenzaron a burlarse de Pablo, pero otros dijeron: Mejor hablamos de este otro día. Pablo salió de allí, pero algunos creyeron en Jesús y se fueron con Pablo. Entre esas personas estaba una mujer llamada Dámaris, y también Dionisio, que era miembro del Areópago.

Aquí puedes darte cuenta que es fundamental que el hombre lea la Palabra de Dios para que adquiera sabiduría, ese conocimiento espiritual que viene de lo Alto, de lo sublime, de Nuestro Señor Jesucristo, el Mesías.

No obstante, es esencial que el hombre esté apegado a su Palabra, que enseña la verdad y que obedezca sus mandatos, y sobre todo, el de anunciar su mensaje a toda persona que no le conoce.

Asimismo, el hombre debe darse prisa y hacer cambios, arrepentirse de todo lo malo que ha hecho y que lo han alejado de Dios, buscar al Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, quien dio su vida y resucitó, quien es el juez de todos.

Así pues, es prioridad que el hombre mientras viva en esta tierra, con su conducta honre a Dios, el Dios que hizo el mundo, ese Dios que no vive en templos hechos por seres humanos ni en estatuas hechas de oro, de madera, de plata o de piedra, sino que vive en el corazón de cada persona que lo recibe y cree en nuestro Señor Jesucristo.


Con Alta Estima,

miércoles, 25 de febrero de 2015

…pero el Espíritu de Jesús tampoco les permitió hacerlo…


Pablo siguió su viaje y llegó a los pueblos de Derbe y de Listra. Allí vivía un joven llamado Timoteo, que era seguidor de Jesús. La madre de Timoteo era una judía cristiana, y su padre era griego. Los miembros de la iglesia en Listra y en Iconio hablaban muy bien de Timoteo. Por eso Pablo quiso que –Timoteo lo acompañara en su viaje. Pero como todos los judíos de esos lugares sabían que el padre de Timoteo era griego, Pablo llevó a Timoteo para que lo circuncidaran.

Pablo y sus dos compañeros continuaron el viaje. En todos los pueblos por donde pasaban, informaban a los seguidores de Jesús de lo que se había decidido en Jerusalén. Los miembros de las iglesias de todos esos lugares confiaban cada vez más en Jesús, y cada día más y más personas se unían a ellos.

Pablo y sus compañeros intentaron anunciar el mensaje de Dios en la provincia de Asia, pero el Espíritu Santo no se lo permitió. Entonces viajaron por la región de Frigia y Galacia, y llegaron a la frontera con la región de Misia. Luego intentaron pasar a la región de Bitinia, pero el Espíritu de Jesús tampoco les permitió hacerlo.

Entonces siguieron su viaje por la región de Misia, y llegaron al puerto de Tróade. Al caer la noche, Pablo tuvo allí una visión. Vio a un hombre de la región de Macedonia, que le rogaba: ¡Por favor, venga usted a Macedonia y ayúdenos! Cuando Pablo vio eso, todos nos preparamos de inmediato para viajar a la región de Macedonia. Estábamos seguros de que Dios nos ordenaba ir a ese lugar, para anunciar las buenas noticias a la gente que allí vivía.

Salimos de Tróade en barco, y fuimos directamente a la isla de Samotracia. Al día siguiente, fuimos al puerto de Neápolis, y de allí a la ciudad de Filipos. Esta era la ciudad más importante de la región de Macedonia, y también una colonia de Roma. En Filipos nos quedamos durante algunos días. Un sábado, fuimos a la orilla del río en las afueras de la ciudad. Pensábamos que por allí se reunían los judíos para orar. Al llegar, nos sentamos y hablamos con las mujeres que se reunían en el lugar. Una de las que nos escuchaba se llamaba Lidia. Era de la ciudad de Tiatira, vendía telas muy finas de color púrpura, y honraba a Dios. El Señor hizo que Lidia pusiera mucha atención a Pablo, y cuando ella y toda su familia fueron bautizados, nos invitó con mucha insistencia a quedarnos en su casa, y así lo hicimos.

Un día, íbamos con Pablo al lugar de oración, y en el camino nos encontramos a una esclava. Esta muchacha tenía un espíritu que le daba poder para anunciar lo que iba a suceder en el futuro. De esa manera, los dueños de la muchacha ganaban mucho dinero. La muchacha nos seguía y le gritaba a la gente: ¡Estos hombres trabajan para el Dios Altísimo, y han venido a decirles que Dios puede salvarlos.

La muchacha hizo esto durante varios días, hasta que Pablo no aguantó más y, muy enojado, le dijo al espíritu: ¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de esta muchacha! Al instante, el espíritu salió de ella. Pero los dueños de la muchacha, al ver que se les había acabado la oportunidad de ganar más dinero, llevaron a Pablo y a Silas ante las autoridades, en la plaza principal. Allí les dijeron a los jueces: Estos judíos están causando problemas en nuestra ciudad. Enseñan costumbres que nosotros, los romanos, no podemos aceptar ni seguir.

También la gente comenzó a atacar a Pablo y a Silas. Los jueces ordenaron que les quitaran la ropa y los golpearan en la espalda. Después de golpearlos bastante, los soldados los metieron en la cárcel y le ordenaron al carcelero que los vigilara muy bien. El carcelero los puso en la parte más escondida de la prisión, y les sujetó los pies con unas piezas de madera grandes  y pesadas.

Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, mientras los otros prisioneros escuchaban. De repente, un fuerte temblor sacudió con violencia las paredes y los cimientos de la cárcel. En ese mismo instante, todas las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.

Cuando el carcelero despertó y vio las puertas abiertas, pensó que los prisioneros se habían escapado. Sacó entonces su espada para matarse, pero Pablo le gritó: ¡No te mates! Todos estamos aquí. El carcelero pidió que le trajeran una lámpara y entró corriendo en la cárcel. Cuando llegó junto a  Pablo y Silas, se arrodilló temblando de miedo, luego sacó de la cárcel a los dos y les preguntó: Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Ellos le respondieron: Cree en el Señor Jesús, y tú y tu familia se salvarán.

Pablo y Silas compartieron el mensaje del Señor con el carcelero y con todos los que estaban en su casa. Después, cuando todavía era de noche, el carcelero llevó a Pablo y a Silas a otro lugar y les lavó las heridas. Luego, Pablo y Silas bautizaron al carcelero y a toda su familia. El carcelero los llevó de nuevo a su casa, y les dio de comer. El y su familia estaban muy felices de haber creído en Dios.

Por la mañana, los jueces enviaron unos guardias a decirle al carcelero que dejara libres a Pablo y a Silas. El carcelero le dijo a Pablo: Ya pueden irse tranquilos, pues los jueces me ordenaron dejarlos en libertad. Pero Pablo le dijo a los guardias: Nosotros somos ciudadanos romanos. Los jueces ordenaron que nos golpearan delante de toda la gente de la ciudad, y nos pusieron en la cárcel, sin averiguar primero si éramos culpables o inocentes. ¿y ahora quieren dejarnos ir sin que digamos nada, y sin que nadie se dé cuenta? ¡Pues no! No nos iremos; ¡que vengan ellos mismos a sacarnos!

Los guardias fueron y les contaron todo eso a los jueces. Al oír los jueces que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos, se asustaron mucho. Entonces fueron a disculparse con ellos, los sacaron de la cárcel y les pidieron que salieran de la ciudad. En cuanto Pablo y Silas salieron de la cárcel, se fueron a la casa de Lidia. Allí vieron a los miembros de la iglesia y los animaron a seguir confiando en Jesús. Luego, Pablo y Silas se fueron de la ciudad.

Aquí puedes darte cuenta que lo esencial es que el hombre confíe en Dios pues Dios que lo sabe todo, mira el corazón de cada persona y  el Espíritu de Dios habita en el ser interior de todo aquel  que cree en El y, entonces el Espíritu de Dios dirige los pasos de cada persona para que anuncien las buenas noticias, porque sabes, Dios capacita al hombre y le da poder y, entonces el hombre puede usar ese poder en nombre de nuestro Señor Jesucristo para derribar toda barrera del enemigo, pues la luz, que es la Palabra y la verdad, vence las tinieblas que oscurecen el mundo actual.


Con Alta Estima,

Nosotros creemos que somos salvos gracias a que Jesús nos amó mucho


Por esos días llegaron a Antioquía algunos hombres de la región de Judea. Ellos enseñaban a los seguidores de Jesús que debían circuncidarse, porque así lo ordenaba la ley de Moisés. Les enseñaban también que, si no se circuncidaban, Dios no los salvaría. Pablo y Bernabé no estaban de acuerdo con eso, y discutieron con ellos. Por esa razón, los de la iglesia de Antioquía les pidieron a Pablo y a Bernabé que fueran a Jerusalén, y que trataran de resolver ese problema con los apóstoles y los líderes de la iglesia en esa ciudad. Pablo y Bernabé se pusieron en camino, y algunos otros seguidores los acompañaron.

En su camino a Jerusalén pasaron por las regiones de Fenicia y Samaria. Allí les contaron a los cristianos judíos que mucha gente no judía había decidido seguir a Dios. Al oír esta noticia, los cristianos judíos se alegraron mucho.

Pablo y Bernabé llegaron a Jerusalén. Allí fueron recibidos por los miembros de la iglesia, los apóstoles y los líderes. Luego Pablo y Bernabé les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. Pero algunos fariseos que se habían convertido en seguidores de Jesús dijeron: A los que han creído en Jesús, pero que no son judíos, debemos exigirles que obedezcan la ley de Moisés y se circunciden.

Los apóstoles y los líderes de la iglesia se reunieron para tomar una decisión bien pensada. Luego de una larga discusión, Pedro les dijo: Amigos míos, como ustedes saben, hace algún tiempo Dios me eligió para anunciar las buenas noticias de Jesús a los que no son judíos, para que ellos crean en él. Y Dios, que conoce nuestros pensamientos, ha demostrado que también ama a los que no son judíos, pues les ha dado el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros, pues también a ellos les perdonó sus pecados cuando creyeron en Jesús.

¿Por qué quieren ir en contra de los que Dios ha hecho? ¿Por qué quieren obligar a esos seguidores de Jesús a obedecer leyes, que ni nuestros antepasados ni nosotros hemos podido obedecer? Más bien, nosotros  creemos que somos salvos gracias a que Jesús nos amó mucho, y también ellos lo creen.
Todos se quedaron callados. Luego, escucharon también a Bernabé y a Pablo, quienes contaron las maravillas y los milagros que, por medio de ellos, Dios había hecho entre los no judíos. Cuando terminaron de hablar, Santiago, el hermano de Jesús, les dijo a todos: Amigos míos, escúchenme. Simón Pedro no ha contado cómo Dios, desde un principio, trató bien a los que no son judíos, y los eligió para que también formaran parte de su pueblo. Esto es lo mismo que Dios anunció en la Biblia por medio de los profetas: Yo soy el Señor su Dios, y volveré de nuevo para que vuelva a reinar un descendiente de David. Cuando eso pase, gente de otros países vendrá a mí, y serán mis elegidos. Yo soy el Señor su Dios. Yo había prometido esto desde hace mucho tiempo.

Los que no son judíos han decidido ser seguidores de Dios. Yo creo que no debemos obligarlos a obedecer leyes innecesarias. Sólo debemos escribirles una carta y pedirles que no coman ninguna comida que haya sido ofrecida a los ídolos. Que tampoco coman carne de animales que hayan muerto ahogados, ni carne que todavía tenga sangre. Además, deberán evitar las relaciones sexuales que la ley de Moisés prohíbe. Hay que recordar que, desde hace mucho tiempo, en esos mismos pueblos y ciudades se ha estado enseñando y predicando la ley de Moisés. Esto pasa cada sábado en nuestras sinagogas.

Los apóstoles, los líderes y todos los miembros de la iglesia, decidieron elegir a algunos de ellos y enviarlos a Antioquía, junto con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, a quien la gente también llamaba Barsabás, y a Silas. Estos dos eran líderes de la iglesia. Con ellos mandaron esta carta: Nosotros, los apóstoles y líderes de la iglesia en Jerusalén, les enviaron un cariñoso saludo a todos ustedes, los que viven en las regiones de Antioquía, Siria y Cilicia, y que no son judíos pero creen en Jesús. Hemos sabido que algunos de aquí han ido a verlos, sin nuestro permiso, y los han confundido con sus enseñanzas. Por eso hemos decidido enviarles a algunos de nuestra iglesia. Ellos acompañarán a nuestros queridos compañeros Bernabé y Pablo, los cuales han puesto su vida en peligro por ser obedientes a nuestro Señor Jesucristo. También les enviaron a Judas y a Silas. Ellos personalmente les explicarán el acuerdo a que hemos llegado.

Al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien no obligarlos a obedecer más que las siguientes reglas, que no podemos dejar de cumplir: No coman carne de animales que hayan sido sacrificados en honor a los ídolos; no coman sangre ni carne de animales que todavía tengan sangre adentro, y eviten las relaciones sexuales que la ley de Moisés prohibe. Si cumplen con esto, harán muy bien. Reciban nuestros cariñosos saludos.

Entonces Bernabé, Pablo, Judas y Silas se fueron a Antioquía. Cuando llegaron allá, se reunieron con los miembros de la iglesia y les entregaron la carta.  Cuando la carta se leyó, todos en la iglesia se pusieron muy alegres, pues lo que decía los tranquilizaba. Además, como Judas y Silas eran profetas, hablaron con los seguidores de Jesús, y los tranquilizaron y animaron mucho.

Después de pasar algún tiempo con los de la iglesia en Antioquía, los que habían venido de Jerusalén fueron despedidos con mucho cariño. Pero Silas, Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía y, junto con muchos otros seguidores, enseñaban y anunciaban las buenas noticias del Señor Jesucristo.

Tiempo después, Pablo le dijo a Bernabé: Regresemos a todos los pueblos y ciudades donde hemos anunciado las buenas noticias, para ver cómo están los seguidores de Jesús. Bernabé quería que Juan Marcos los acompañara, pero Pablo no estuvo de acuerdo. Y es que hacía algún tiempo Juan Marcos los había abandonado en la región de Panfilia, pues no quiso seguir trabajando con ellos. Pablo y Bernabé no pudieron ponerse de acuerdo, así que terminaron por separarse. Bernabé y Marcos tomaron un barco y se fueron a la isla de Chipre. Por su parte, Pablo eligió a Silas como compañero. Luego, los miembros de la iglesia de Antioquía los despidieron, rogándole a Dios que no dejara de amarlos y cuidarlos. Entonces Pablo y Silas salieron de allí y pasaron por las regiones de Siria y Cilicia, donde animaron a los miembros  de las iglesias a seguir confiando en el Señor Jesús.

Aquí puedes darte cuenta que para Dios lo importante es que el hombre crea en nuestro Señor Jesucristo, que confíe en El, que por su gran amor a la humanidad, se entregó a sí mismo y resucitó para que el hombre tenga salvación.

No obstante, es fundamental que el hombre cumpla sus mandamientos, que los obedezca y, por ende se apartará de los malos deseos.

Así que es esencial que el hombre  crea en nuestro Señor Jesucristo y aumente su fe, pues El es el camino que lleva hacia el Padre, quizá bajo la fuerza humana es difícil que el hombre cumpliera cabalmente con algunas imposiciones de la ley, pero es necesario que aprenda a discernir del bien y del mal y que escoja lo correcto, pues sabes, Dios le dio al hombre libre albedrío, lo que si debe entender es que no todo le es conveniente.

Así pues, el tiempo apremia, y es prioridad que el hombre se conduzca apegado a la Palabra de Dios.


Con Alta Estima,

martes, 24 de febrero de 2015

Por favor, ya no hagan estas tonterías, sino pídanle perdón a Dios.


Cuando Pablo y Bernabé llegaron a la ciudad de Iconio, entraron juntos en la sinagoga de los judíos. Allí hablaron a la gente acerca de Jesús, y muchos judíos y gente de otros pueblos creyeron en él. Pero los judíos que no creyeron en Jesús hicieron que se enojaran los que no eran judíos, y los pusieron en contra de los seguidores de Jesús.

Pablo y Bernabé se quedaron en Iconio por algún tiempo. Confiaban mucho en Dios y le contaban a la gente toda la verdad acerca del amor de Dios. El Señor les daba poder para hacer milagros y maravillas, para que así la gente creyera todo lo que decían. La gente de Iconio no sabía qué hacer, pues unos apoyaban a los judíos, y otros a Pablo y a Bernabé. Entonces los judíos, y los que no eran judíos, se pusieron de acuerdo con los líderes de Iconio, y decidieron maltratar a Pablo y a Bernabé, y matarlos a pedradas. Pero Pablo y Bernabé se dieron cuenta y huyeron a la región de Liacaonia y sus alrededores. Allí anunciaron las buenas noticias en los pueblos de Listra y Derbe.

En el pueblo de Listra había un hombre que nunca había podido caminar. Era cojo desde el día en que nació. Este hombre estaba sentado, escuchando a Pablo, quien lo miró fijamente, y se dio cuenta de que el hombre confiaba en que él podía sanarlo. Entonces le dijo en voz alta: ¡Levántate y camina!
Aquel hombre dio un salto y comenzó a caminar. Al ver lo que Pablo hizo, los allí presentes comenzaron a gritar en el idioma licaonio: ¡Los dioses han tomado forma humana, y han venido a visitarnos!

Y el sacerdote y la gente querían ofrecer sacrificios en honor de Bernabé y de Pablo. Pensaban que Bernabé era el dios Zeus, y que Pablo era el dios de Hermes, porque él era el que hablaba. Y como el templo del dios Zeus estaba a la entrada del pueblo, el sacerdote llevó al templo toros y adornos de flores.

Cuando Bernabé y Pablo se dieron cuenta de lo que pasaba, rompieron su ropa para mostrar su horror por lo que la gente hacía. Luego se pusieron en medio de todos, y gritaron: ¡Oigan! ¿Por qué hacen esto? Nosotros no somos dioses, somos simples hombres, como ustedes. Por favor, ya no hagan estas tonterías, sino pídanle perdón a Dios. El es quien hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. Y aunque en otro tiempo permitió que todos hicieran lo que quisieran, siempre ha mostrado quién es él, pues busca el bien de todos. El hace que llueva y que las plantas den a tiempo sus frutos, para que todos tengan qué comer y estén siempre alegres.

A pesar de lo que Bernabé y Pablo dijeron, les fue muy difícil convencer a la gente de no ofrecerles sacrificios. Pero llegaron unos judíos de Iconio y Antioquía, y convencieron a la gente para que se pusiera en contra de Pablo. Entonces la gente lo apedreó y, pensando que estaba muerto, lo arrastró fuera del pueblo. Pero Pablo, rodeado de los seguidores de Jesús, se levantó y entró de nuevo al pueblo. Al día siguiente, se fue con Bernabé al pueblo de Derbe.

Pablo y Bernabé anunciaron las buenas noticias en Derbe, y mucha gente creyó en Jesús. Después volvieron a los pueblos de Listra, Iconio y Antioquía. Allí visitaron a los que habían creído en Jesús, y les recomendaron que siguieran confiando en él. También les dijeron: Debemos sufrir mucho antes de entrar en el reino de Dios.

En cada iglesia, Pablo y Bernabé nombraron líderes para que ayudaran a los seguidores de Jesús. Después de orar y ayunar, ponían las manos sobre esos líderes y le pedían a Dios que los ayudara, pues ellos habían creído en él.

Pablo y Bernabé continuaron su viaje, y pasaron por la región de Pisidia hasta llegar a la región de Panfilia. Allí anunciaron  las buenas noticias, primero a los del pueblo de perge y luego a los de Atalía. Después tomaron un barco y se fueron a la ciudad de Antioquía, en la región de Siria. En esa ciudad, los miembros de la iglesia le habían pedido a Dios con mucho amor que cuidara a Pablo y a Bernabé, para que no tuvieran problemas al anunciar las buenas noticias.

Cuando Pablo y Bernabé llegaron a Antioquía, se reunieron con los miembros de la iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. Les contaron también cómo el Señor los había ayudado a anunciar las buenas noticias a los que no eran judíos, para que también ellos pudieran creer en Jesús. Pablo y Bernabé se quedaron allí mucho tiempo con los miembros de la iglesia.

Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre confíe en Dios y hable otro de las maravillas del amor de Dios, pues es momento de que el hombre deje de ser cojo, que deje de hacer tonterías y que se apegue a la Palabra de Dios como fundamento ya que es fuente de vida.

No obstante, el hombre debe hablar del poder de Dios y de su autoridad, entonces alinearse a sus mandatos y aprender a vivir bajo el orden establecido por Dios y sólo así el hombre sentirá seguridad por estar bajo su cobertura.

Asimismo, el hombre debe estar consciente de que Dios le da libre albedrío, pero sabes, no todo le es conveniente pero si la adversidad le ayuda para bien, para que cada día aprenda a ser mejor persona y alcanzar la perfección en todo lo que haga, llegar a la estatura del varón perfecto que es nuestro Señor Jesucristo.

Por lo que es tiempo de que el hombre use los recursos que Dios le ha dado, sus dones y talentos, que muestre sus capacidades y habilidades a otros para que fructifique, y, sobretodo un fruto bueno, en dondequiera que se encuentre y que sea agradable a Dios.

Así pues, el tiempo apremia y el hombre debe buscar a Dios, es hora de que despierte y esté preparado, que se empape de su conocimiento y así lo conozca cada día más, no hay tiempo que perder, que esté siempre atento pues nuestro Señor Jesucristo pronto volverá.


Con Alta Estima,

domingo, 22 de febrero de 2015

Dios ya había anunciado en la Biblia que Jesús resucitaría


En la iglesia de Antioquía estaban Bernabé, Simeón “el Negro”. Lucio el del pueblo de Cirene, Menahem Saulo. Menahem había crecido con el rey Herodes Antipas. Todos ellos eran profetas y maestros.

Un día, mientras ellos estaban adorando al Señor y ayunando, el Espíritu Santo les dijo: “Prepárenme a Bernabé y a Saulo. Yo los he elegido para una misión especial. Todos siguieron orando y ayunando; después oraron por Bernabé y Saulo, les pusieron las manos sobre la cabeza, y los despidieron.

El Espíritu Santo envió a Bernabé y a Saulo a anunciar el mensaje de Dios. Primero fueron a la región de Seleucia, y allí tomaron un barco que los llevó a la isla de Chipre. En cuanto llegaron al puerto de Salamina, comenzaron a anunciar el mensaje de Dios en las sinagogas de los judíos. Juan Marcos fue con ellos como ayudante.

Después atravesaron toda la isla y llegaron al puerto de Pagos. Allí encontraron a Barjesús, un judío que hacía brujerías que, según decía, hablaba de parte de Dios. Barjesús era amigo de Sergio Paulo, un hombre inteligente que era gobernador de Chipre. Sergio Paulo mandó a llamar a Bernabé y a Saulo, pues tenía muchos deseos de oír el mensaje de Dios. Pero el brujo Barjesús, al que en griego lo llamaban Elimas, se puso frente a ellos para no dejarlos pasar, pues no quería que el gobernador los escuchara y creyera en el Señor Jesús.

Entonces Saulo, que también se llamaba Pablo y tenía el poder del Espíritu Santo, miró fijamente al brujo y le dijo: Tú eres un hijo del diablo, un mentiroso y un malvado. A ti no te gusta hacer lo bueno. ¡Deja ya de mentir diciendo que hablas de parte de Dios! Ahora Dios te va a castigar: te quedarás ciego por algún tiempo y no podrás ver la luz del sol.

En ese mismo instante, Elimas sintió como si una nube oscura le hubiera cubierto los ojos, y se quedó completamente ciego. Andaba como perdido, buscando que alguien le diera la mano para guiarlo. Al ver esto, el gobernador se quedó muy admirado de la enseñanza acerca del Señor Jesús, y en verdad creyó en él.

En Pafos, Pablo y sus compañeros subieron a un barco y se fueron a la ciudad de Perge, que estaba en la región de Panfilia. Allí, Juan Marcos se separó del grupo y regresó a la ciudad de Jerusalén. Pablo y los demás siguieron el viaje a pie hasta la ciudad de  Antioquía, en la región de Pisidia.

Un sábado fueron a la sinagoga de la ciudad, y se sentaron allí. Alguien leyó un pasaje de la Biblia y, al terminar, los jefes de la sinagoga mandaron a decir a Pablo y a los demás: Amigos israelitas, si tienen algún mensaje para darle ánimo a la gente, pueden tomar la palabra.

Pablo se puso de pie, levantó la mano para pedir silencio, y dijo: Israelitas, y todos ustedes, los que aman y obedecen a Dios, escúchenme. El Dios de Israel eligió a nuestros antepasados para hacer de ellos un gran pueblo. Los eligió cuando ellos estaban en Egipto. Luego los egipcios los hicieron esclavos, pero Dios, con su gran poder, los sacó de allí. El pueblo anduvo en el desierto unos cuarenta años, y durante todo ese tiempo Dios los cuidó. Después Dios destruyó a siete países en el territorio de Canaán, y le dio ese territorio al pueblo de Israel. Todo esto sucedió en un lapso de cuatrocientos cincuenta años.

Luego Dios envió a unos hombres para que fueran los líderes de la nación, y continuó enviando líderes hasta que llegó el profeta Samuel. Pero todos le pidieron a Dios que los dejara tener un rey que los gobernara. Dios nombró entonces a Sául rey de la nación.

Saúl era hijo de un hombre llamado Quis, que era de la tribu de Benjamín. Y gobernó Saúl durante cuarenta años. Luego, Dios lo quitó del trono y puso como nuevo rey a David. Acerca de David, Dios dijo: Yo quiero mucho a David el hijo de Jesé, pues siempre me obedece en todo. Dios prometió que un descendiente de David vendría a salvar al pueblo israelita. Pues bien, ese descendiente de David es Jesús. Antes de que él llegara, Juan el Bautista vino y le dijo a los israelitas que debían arrepentirse de sus pecados y ser bautizados. Cuando Juan estaba a punto de morir, les dijo a los israelitas: Yo no soy el Mesías que Dios les prometió. El vendrá después, y yo ni siquiera merezco ser su esclavo.

Pónganme atención, amigos israelitas descendientes de Abraham. Y pónganme atención también ustedes, los que obedecen a Dios aunque no son israelitas. Este mensaje de salvación es para todos nosotros. Sabemos que los habitantes de Jerusalén y los líderes del país no se dieron cuenta de quién era Jesús. Todos los sábados leían los libros de los profetas, pero no se dieron cuenta de que esos libros se referían a Jesús. Entonces ordenaron matar a Jesús y, sin saberlo, cumplieron así lo que los profetas habían anunciado. Aunque no tenían nada de qué acusarlo, le pidieron  a Pilato que lo matara. Luego, cuando hicieron todo lo que los profetas habían anunciado, bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús y lo pusieron en una tumba. Pero Dios hizo que Jesús resucitara, y durante muchos días Jesús se apareció a todos los discípulos. Estos habían viajado con él desde la región de Galilea hasta la ciudad de Jerusalén. Ahora ellos les cuentan a todos quién es Jesús.

Dios prometió a nuestros antepasados que enviaría a un salvador, y nosotros les estamos dando esa buena noticia: Dios ha cumplido su promesa, pues resucitó a Jesús. Todo sucedió como dice en el segundo salmo: Tú eres mi Hijo; desde hoy soy tu Padre. Dios ya había anunciado en la Biblia que Jesús resucitaría, y que no dejaría que el cuerpo de Jesús se descompusiera en la tumba. Así lo había anunciado cuando le dijo: Te haré las mismas promesas que hice a David; promesas especiales, ¡promesas que se cumplirán!

Por eso, en otro salmo dice: No dejarás mi cuerpo en la tumba; no dejarás que tu amigo fiel sufra la muerte. La verdad es que David obedeció todo lo que Dios le ordenó. Pero luego murió y fue enterrado en la tumba de sus antepasados, y su cuerpo se descompuso. En cambio, Dios resucitó a Jesús, y su cuerpo no se descompuso.

Amigos israelitas, este es el mensaje que anunciamos: ¡Jesús puede perdonarles sus pecados! La ley de moisés no puede librarlos de todos sus pecados, pero Dios perdona a todo aquel que cree en Jesús. Tengan cuidado, para que no reciban el castigo que anunciaron los profetas, cuando dijeron: Ustedes se burlan de Dios, pero asómbrense ahora y huyan. Tan terribles serán los castigos que les daré a los desobedientes, que no van a creerlo si alguien se los cuenta.

Cuando Pablo y sus amigos salieron de la sinagoga, la gente les rogó que volvieran el siguiente sábado y les hablaran más de todo esto. Muchos judíos, y algunos extranjeros que habían seguido la religión judía, se fueron con ellos. A estos, Pablo y Bernabé les pidieron que nunca dejaran de confiar en el amor de Dios.

Al sábado siguiente, casi toda la gente de la ciudad se reunió en la sinagoga, para oír el mensaje de Dios que iban a dar Pablo y Bernabé. Pero cuando los judíos vieron reunida tanta gente, tuvieron envidia. Entonces comenzaron a decir que Pablo estaba equivocado en todo lo que decía, y también lo insultaron. Pero Pablo y Bernabé les contestaron con mucha valentía: Nuestra primera obligación era darles el mensaje de Dios a ustedes los judíos. Pero como ustedes lo rechazan y no creen merecer la vida eterna, ahora les anunciaremos el mensaje a los que no son judíos. Porque así nos lo ordenó Dios: Yo te he puesto, Israel, para que seas luz de las naciones; para que anuncies mi salvación hasta el último rincón de mundo.

Cuando los que no eran judíos oyeron eso, se pusieron muy contentos y decían que el mensaje de Dios era bueno. Y todos los que Dios había elegido para recibir la vida eterna creyeron en él. El mensaje de Dios se anunciaba por todos los lugares de aquella región. Pero los judíos hablaron con las mujeres más respetadas y religiosas de la ciudad, y también con los hombres más importantes, y los convencieron de perseguir a Pablo y a Bernabé, y de echarlos fuera de esa región.
Por eso Pablo y Bernabé, en señal de rechazo contra ellos, se sacudieron los pies para quitarse el polvo de ese lugar, y se fueron a Iconio. Los seguidores de Jesús que se quedaron en Antioquía estaban muy alegres, y recibieron todo el poder del Espíritu Santo.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe estar preparado en el conocimiento de Dios pues es tiempo de que se vuelva a Dios y esto implica que el hombre debe arrepentirse y pedir perdón a Dios por sus pecados, y este es el mensaje de salvación,  que Dios envió a su Hijo Jesús para dar su vida y Dios lo resucitó, y así el hombre tenga vida eterna.

Así pues, el hombre que cree en Jesús como su salvador, el Espíritu de Dios viene a habitar en su ser interior, pero sabes,  Dios elige a cada persona que muestra humildad y lo  recibe con sinceridad a Jesús en su corazón y El elige a quien quiere  que le sirva.

Por tanto, es importante que el hombre ame y obedezca los mandatos de Dios y, entonces será parte de su pueblo pues Dios con su poder cuidará a sus elegidos.


Con Alta Estima,

sábado, 21 de febrero de 2015

Dios envió un ángel para librarme de todo lo malo


En aquel tiempo Herodes Agripa gobernaba a los judíos, y empezó a maltratar a algunos miembros de la iglesia. Además, mandó que mataran a Santiago, el hermano de Juan. Y como vio que esto les agradó a los judíos, mandó que apresaran a Pedro, que lo encerraran hasta que pasara la fiesta de la Pascua, y que cuatro grupos de soldados vigilaran la cárcel.

Herodes planeaba acusar a Pedro delante del pueblo judío y ordenar que lo mataran, pero no quería hacerlo en esos días, porque los judíos estaban celebrando la fiesta de los panes sin levadura.
Mientras Pedro estaba en la cárcel, los miembros de la iglesia oraban a Dios por él en todo momento. Una noche, Pedro estaba durmiendo en medio de dos soldados y atado con dos cadenas. Afuera, los demás soldados seguían vigilando la entrada de la cárcel. Era un día antes que Herodes Agripa presentara a Pedro ante el pueblo.

De repente, un ángel de Dios se presentó, y una luz brilló en la cárcel. El ángel toco a Pedro para despertarlo, y le dijo: Levántate, date prisa. En ese momento las cadenas se cayeron de las manos de Pedro, y el ángel le ordenó: Ponte el cinturón y ajústate las sandalias.

Pedro obedeció. Luego el ángel le dijo: Cúbrete con tu manto, y sígueme. Pedro siguió al ángel, sin saber si todo eso realmente estaba sucediendo, o si era solo un sueño. Pasaron frente a los soldados y, cuando llegaron a la salida principal, el gran portón de hierro se abrió solo. Caminaron juntos por una calle y, de pronto, el ángel desapareció. Pedro entendió entonces lo que le había pasado, y dijo: Esto es verdad. Dios envió un ángel para librarme de todo lo malo que Herodes Agripa y los judíos querían hacerme.

Enseguida Pedro se fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos, pues muchos de los seguidores de Jesús estaban orando allí. Pedro llegó a la entrada de la casa y llamó a la puerta. Una muchacha llamada Rode salió a ver quién llamaba. Al reconocer la voz de Pedro, fue tanta su alegría que, en vez de abrir la puerta, se fue corriendo a avisarles a los demás.

Todos le decían que estaba loca, pero como ella insistía en que Pedro estaba a la puerta, pensaron entonces que tal vez había visto a un ángel. Mientras tanto, Pedro seguía llamando a la puerta. Cuando finalmente le abrieron, todos se quedaron sorprendidos de verlo allí.

Pedro les hizo señas para que se callaran, y empezó a contarles cómo Dios lo había sacado de la cárcel. También les dijo: Vayan y cuenten esto a Jacobo y a los demás seguidores de Jesús. Luego se despidió de todos, y se fue a otro pueblo.

Al amanecer, hubo un gran alboroto entre los soldados. Ninguno sabía lo que había pasado, pero todos preguntaban: ¿Dónde está Pedro? El rey Herodes Agripa ordenó a sus soldados que buscaran a Pedro, pero ellos no pudieron encontrarlo. Entonces Herodes les echó la culpa y mandó que los mataran. Después de esto, Herodes salió de Judea y se fue a vivir por tiempo en Cesarea.

Herodes Agripa estaba muy enojado con la gente de los puertos de Tiro y de Sidón. Por eso un grupo de gente de esos puertos fue a ver a Blasto, un asistente muy importante en el palacio de Herodes Agripa, y le dijeron: Nosotros no queremos pelear con Herodes, porque nuestra gente recibe alimentos a través de su país.

Entonces Blasto convenció a Herodes para que los recibiera. El día en que iba a recibirlos, Herodes se vistió con sus ropas de rey y se sentó en su trono. Luego, lleno de orgullo, les habló. Entonces la gente empezó a gritar: ¡Herodes Agripa, tú no hablas como un hombre sino como un dios!
En ese momento, un ángel de Dios hizo que Herodes se pusiera muy enfermó, porque Herodes se había creído Dios. Más tarde murió, y los gusanos se lo comieron. Los cristianos siguieron anunciando el mensaje de Dios. Bernabé y Saulo terminaron su trabajo en Jerusalén y regresaron a Antioquía. Con ellos se llevaron a Juan Marcos.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe apartarse de la maldad para evitar que  se contamine. Por lo que es importante que el hombre renueve su mente, limpie sus pensamientos  y su corazón sea purificado, aunque también es necesario que el hombre se sujete a Dios y viva bajo el orden establecido por El, que se conduzca apegado a sus enseñanzas para que adquiera riqueza espiritual, esa sabiduría que sólo viene de lo Alto, de lo sublime que viene del Espíritu de Dios.

No obstante, es necesario que el hombre esté fortalecido en la Palabra de Dios para que pueda vencer la levadura que contamina al ser humano y, por ende debilita su fe, que haga a un lado la crítica destructiva, la malicia, la envidia, la venganza, siendo esencial que el hombre muestre una actitud humilde, sincera, sin religiosidad, ya que esta impide el avance en el conocimiento verdadero de Dios y que se conozca la verdad.

Por tanto,  el hombre debe tener temor de Dios y guardar su corazón  pues sólo Dios puede liberar al hombre del cautiverio sólo asido de  El puede romper las ataduras que lo acongojan e intimidan para seguir hacia adelante, pues sabes,  su Palabra  es la luz  que ilumina todo entendimiento, y alumbra el camino del hombre que es obediente, que se conduce como un auténtico seguidor de nuestro Señor Jesucristo.


Con Alta Estima,

jueves, 19 de febrero de 2015

Pero a ustedes Dios los va a bautizar con el Espíritu Santo.


En toda la región de Judea se supo que también los que no eran judíos habían recibido el mensaje de Dios. Así que, cuando Pedro regresó a Jerusalén, los apóstoles y los seguidores judíos se pusieron a discutir con él. Y le reclamaron: ¡Tú entraste en la casa de gente que no es judía, y hasta comiste con ellos!

Pedro empezó a explicarles todo lo que había pasado: Un día, yo estaba orando en el puerto de Jope. De pronto, tuve una visión: Vi que del cielo bajaba algo como un gran manto, colgado de las cuatro puntas.  Miré con atención, y en el manto había toda clase de animales domésticos y salvajes, y también serpientes y aves. Luego oí la voz de Dios, que me dijo: Pedro, levántate; mata y come de estos animales.

Yo le respondí: ¡No, Señor, de ninguna manera! Nuestra ley no nos permite comer carne de esos animales. Yo jamás he comido alimentos prohibidos. Pero Dios me dijo: Si yo digo que puedes comer de estos animales, no digas que eso es malo. Esto ocurrió tres veces. Luego Dios retiró el manto y lo devolvió al cielo. Poco después llegaron tres hombres, que fueron a buscarme desde Cesarea. El Espíritu Santo me dijo que fuera con ellos y que no tuviera miedo. Seis miembros de la iglesia de Jope fueron conmigo.

Al llegar a Cesarea, entramos en la casa de Cornelio. El nos contó que un ángel del Señor se le apareció y le dijo: Envía unos mensajeros a Jope, para que hagan venir a un hombre llamado Pedro. El mensaje que él te va a dar hará que se salven tú y toda tu familia. Yo empecé a hablarles, y de pronto el Espíritu Santo vino sobre todos ellos, así como nos ocurrió a nosotros al principio. Y me acordé de que el Señor Jesús nos había dicho: Juan bautizó con agua, pero a ustedes Dios los va a bautizar con el Espíritu Santo.

Entonces pensé: Dios le ha dado a esta gente el mismo regalo que nos dio a nosotros los judíos, porque creímos en Jesús, el Mesías y Señor. Y yo no soy más poderoso que Dios para ponerme en contra de lo que él ha decidido hacer.

Cuando los hermanos judíos oyeron esto, dejaron de discutir y se pusieron a alabar a Dios. Y decían muy admirados: ¡Así que también a los que no son judíos Dios les ha permitido arrepentirse y tener vida eterna!

Después de la muerte de Esteban, los seguidores de Jesús fueron perseguidos y maltratados. Por eso muchos de ellos huyeron a la región de Fenicia y a la isla de Chipre, y hasta el puerto de Antioquía. En todos esos lugares, ellos anunciaban las buenas noticias de Jesús solamente a la gente judía. Sin embargo, algunos de Chipre y otros de Cirene fueron a Antioquía y anunciaron el mensaje del Señor Jesús también a los que no eran judíos. Y Dios les dio poder y los ayudó para que muchos aceptaran el mensaje y creyeran en Jesús.

Los de la iglesia de Jerusalén supieron lo que estaba pasando en Antioquía, y enseguida mandaron para allá a Bernabé. Bernabé era un hombre bueno que tenía el poder del Espíritu Santo y confiaba solamente en el Señor. Cuando Bernabé llegó y vio que Dios había bendecido a toda esa gente, se alegró mucho y los animó para que siguieran siendo fieles y obedientes al Señor.  Y fueron muchos los que escucharon a Bernabé y obedecieron el mensaje de Dios.

De allí, Bernabé se fue a la ciudad de Tarso, para buscar a Saulo. Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. Allí estuvieron un año con toda la gente de la iglesia, y enseñaron a muchas personas. Fue allí, en Antioquía, donde por primera vez la gente comenzó a llamar cristianos a los seguidores de Jesús.

En ese tiempo, unos profetas fueron de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Agabo, recibió la ayuda del Espíritu Santo y anunció que mucha gente en el mundo no tendría nada para comer. Y esto ocurrió, en verdad, cuando el emperador Claudio gobernaba en Roma.

Los seguidores de Jesús en Antioquía se pusieron de acuerdo para ayudar a los cristianos en la región de Judea, y cada uno dio todo lo que pudo dar. Entonces Bernabé y Saulo llevaron el dinero a Jerusalén, y lo entregaron a los líderes de la iglesia.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe obedecer los mandatos del Señor Jesús y cumplirlos en su vida, de manera que sea ejemplo a otros que apenas conocen a Dios y que por tanto son más anímicos para que no se confundan y aprendan a tener una fe firme.

No obstante, es esencial que el hombre crea en nuestro Señor Jesucristo, en que se entregó a sí mismo y resucitó para salvar a la humanidad, y entonces Dios envió al Espíritu Santo para que more en cada persona que le acepta y purifique su corazón  y pueda ser útil a Dios.

Por tanto, el hombre debe mostrar fidelidad y obediencia a Dios, y entonces será ejemplo como cristiano, de un verdadero seguidor de Jesús pues obedece el mensaje de Dios.


Con Alta Estima,

miércoles, 18 de febrero de 2015

Dios ama a todos los que lo obedecen…


En la ciudad de Cesarea vivía un hombre llamado Cornelio. Era capitán de un grupo de cien soldados romanos, al que se conocía como Regimiento Italiano. Cornelio y todos los de su casa amaban y adoraban a Dios. Además, Cornelio ayudaba mucho a los judíos pobres, y siempre oraba a Dios.

Un día, a eso de las tres de la tarde, Cornelio tuvo una visión, en la que claramente veía que un ángel de Dios llegaba a donde él estaba y lo llamaba por su nombre. Cornelio sintió miedo, pero miró fijamente al ángel y le respondió: ¿Qué desea mi Señor? El ángel le dijo: Dios ha escuchado tus oraciones, y está contento con todo lo que haces para ayudar a los pobres. Envía ahora mismo dos hombres al puerto de Jope. Diles que busquen allí a un hombre llamado Pedro, que está viviendo en casa de un curtidor de pieles llamado Simón. La casa está junto al mar.

Tan pronto como el ángel se fue, Cornelio llamó a dos de sus sirvientes. Llamó también a un soldado de su confianza que amaba a Dios, y luego de contarles todo lo que le había pasado, los envió a Jope.
Al día siguiente, mientras el soldado y los sirvientes se acercaban al puerto de Jope, Pedro subió a la azotea de la casa para orar. Era como el mediodía. De pronto, sintió hambre y quiso comer algo. Mientras le preparaban la comida, Pedro tuvo una visión. Vio que el cielo se abría, y que bajaba a la tierra algo como un gran manto, colgado de las cuatro puntas. En el manto había toda clase de animales, y hasta reptiles y aves. Pedro oyó la voz de Dios, que le decía: ¡Pedro, mata y come de estos animales!

Pedro respondió: ¡No, Señor, de ninguna manera! Nuestra ley no nos permite comer carne de esos animales, y yo jamás he comido nada que esté prohibido. Dios le dijo: Pedro, si yo digo que puedes comer de estos animales, no digas tú que son malos. Esto ocurrió tres veces. Luego, Dios retiró el manto y lo subió al cielo. Mientras tanto, Pedro se quedó admirado, pensando en el significado de esa visión.

En eso, los hombres que Cornelio había enviado llegaron a la casa de Simón y preguntaron: ¿Es aquí donde vive un hombre llamado Pedro? Pedro seguía pensando en lo que había visto, pero el Espíritu del Señor le dijo: Mira, unos hombres te buscan. Baja y vete con ellos. No te preocupes, porque yo los he enviado.

Entonces Pedro bajó y les dijo a los hombres: Yo soy Pedro, ¿Para qué me buscan? Ellos respondieron: Nos envía el capitán Cornelio, que es un hombre bueno y obedece a Dios. Todos los judíos lo respetan mucho. Un ángel del Señor se le apareció y le dijo: Haz que Pedro venga a tu casa, y escucha bien lo que va a decirte.

Pedro les dijo: Entren en la casa, y pasen aquí la noche. Al amanecer, Pedro y aquellos hombres se prepararon y salieron hacia la ciudad de Cesarea. Con ellos fueron algunos miembros de la iglesia del puerto de Jope.

Un día después llegaron a Cesarea, Cornelio estaba esperándolos, junto con sus familiares y un grupo de sus mejores amigos, a quienes él había invitado. Cuando Pedro estuvo frente a la casa, Cornelio salió a recibirlo, y con mucho respeto se arrodilló ante él. Pedro le dijo: Levántate Cornelio,  que no soy ningún dios. Luego se pusieron a conversar, y entraron juntos en la casa. Allí Pedro encontró a toda la gente que se había reunido para recibirlo, y les dijo: Ustedes deben saber que a nosotros, los judíos, la ley no nos permite visitar a personas de otra raza ni estar con ellas. Pero Dios me ha mostrado que yo no debo rechazar a nadie. Por eso he aceptado venir a esta casa. Díganme, ¿para qué me han hecho venir?

Cornelio le respondió: Hace cuatro días, como a las tres de la tarde, yo estaba aquí en mi casa, orando. De pronto se me apareció un hombre con ropa muy brillante, y me dijo: Cornelio, Dios ha escuchado tus oraciones, y ha tomado en cuenta todo lo que has hecho para ayudar a los pobres. Envía a Jope unos mensajeros para que busquen a un hombre llamado Pedro, que está  viviendo en casa de un curtidor de pieles llamado Simón. La casa está junto al mar.

Enseguida envié a mis mensajeros, y tú has aceptado muy amablemente mi invitación. Todos estamos aquí, listos para oír lo que Dios te ha ordenado que nos digas, y estamos seguros de que él nos está viendo en este momento. Entonces Pedro comenzó a decirles: Ahora comprendo que para Dios todos somos iguales. Dios ama a todos los que lo obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean. Este es el mismo mensaje que Dios enseñó a los israelitas por medio de Jesús, el Mesías y Señor que manda sobre todos; para que por medio de él todos vivan en paz con Dios.

Ustedes ya saben lo que ha pasado en toda la región de Judea. Todo comenzó en Galilea, después de que Juan bautizó a Jesús de Nazaret y Dios le dio el poder del Espíritu Santo. Como Dios estaba con él, Jesús hizo siempre lo bueno y sanó a todos los que vivían bajo el poder  del diablo. Nosotros vimos todas las cosas que Jesús hizo en la ciudad de Jerusalén y en todo el territorio judío. Y también vimos cuando lo mataron clavándolo en una cruz. Pero tres días después Dios lo resucitó y nos permitió verlo de nuevo, y comer y beber con él. Dios no permitió que todos lo vieran. Sólo nos lo permitió a nosotros, porque ya nos había elegido para anunciar que Jesús vive.

Jesús nos ha encargado anunciar que Dios lo ha nombrado juez de todo el mundo, y que él juzgará a los que aún viven y a los que ya han muerto. Los profetas hablaron acerca de Jesús, y dijeron que Dios perdonará a todos los que confíen en él. Sólo por medio de él podemos alcanzar el perdón de Dios. Todavía estaba hablando Pedro con ellos cuando, de repente, el Espíritu Santo vino sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Los que habían venido de Jope con Pedro se quedaron sorprendidos al ver que el Espíritu Santo había venido también sobre los que no eran judíos. Y los oían hablar y alabar a Dios en idioma desconocidos.

Pedro les dijo a sus compañeros: Dios ha enviado el Espíritu Santo para dirigir la vida de gente de otros países, así como nos lo envió a nosotros, los judíos. Ahora nadie puede impedir que también los bauticemos. Habiendo dicho esto, Pedro ordenó que todos fueran bautizados en el nombre de Jesús, el Mesías. Luego, ellos le rogaron a Pedro que se quedara en su casa algunos días más.

Aquí puedes darte cuenta que Dios ama a todo aquel que se arrepiente y pide perdón por sus pecados. Entonces, el hombre inicia una nueva vida, apegada a la Palabra de Dios, la cual obedece y cumple sus mandatos.

No obstante, lo esencial es que el hombre crea verdaderamente en nuestro Señor Jesucristo y lo acepte en su vida y confíe en El pues para Dios todas las personas son iguales.

Por tanto, el hombre debe tratar bien a los demás, hacer lo bueno  pues obedece el mensaje de nuestro Señor Jesucristo, para que todos vivan en paz con Dios.


Con Alta Estima,

martes, 17 de febrero de 2015

¿Por qué me persigues?


Saulo estaba furioso y amenazaba con matar a todos los seguidores del Señor Jesús. Por eso fue a pedirle al jefe de los sacerdotes unas cartas con un permiso especial. Quería ir a la ciudad de Damasco y sacar de las sinagogas a todos los que siguieran las enseñanzas de Jesús, para llevarlos presos a la cárcel de Jerusalén. Ya estaba Saulo por llegar a Damasco, cuando de pronto, desde el cielo lo rodeó un gran resplandor, como de un rayo. Saulo cayó al suelo, y una voz le dijo: ¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor?, preguntó Saulo. Yo soy Jesús, respondió la voz. Es a mí a quien estás persiguiendo. Pero levántate y entra en la ciudad, que allí sabrás lo que tienes que hacer.

Los hombres que iban con Saulo se quedaron muy asustados, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Por fin, Saulo se puso de pie pero, aunque tenía los ojos abiertos, no podía ver nada. Entonces lo tomaron de la mano y lo llevaron a la ciudad de Damasco. Allí Saulo estuvo ciego durante tres días, y no quiso comer ni beber nada.

En Damasco vivía un seguidor de Jesús llamado Ananías. En una visión que tuvo, oyó que el Señor Jesús lo llamaba: ¡Ananías! ¡Ananías! Señor, aquí estoy, respondió. Y el Señor le dijo: Levántate y ve a la Calle Recta. En la casa de Judas, busca a un hombre de la ciudad de Tarso. Se llama Saulo, y está orando allí. Yo le he mostrado que un hombre, llamado Ananías, llegará a poner sus manos sobre él, para que pueda ver de nuevo.

Señor, respondió Ananías, me han contado que en Jerusalén este hombre ha hecho muchas cosas terribles contra tus seguidores. ¡Hasta el jefe de los sacerdotes le ha dado permiso para que atrape aquí, en Damasco, a todos los que te adoran! Sin embargo, el Señor Jesús le dijo: Ve, porque yo he elegido a ese hombre para que me sirva. El hablará de mí ante reyes y gente que no me conoce, y ante el pueblo de Israel. Yo le voy a mostrar lo mucho que va a sufrir por mí.

Ananías fue y entró en la casa donde estaba Saulo. Al llegar, le puso las manos sobre la cabeza y le dijo: Amigo Saulo, el Señor Jesús  se te apareció cuando venías hacia Damasco. El mismo me mandó que viniera aquí, para que puedas ver de nuevo y para que recibas el Espíritu Santo. Al instante, algo duro, parecido a las escamas de pescado, cayó de los ojos de Saulo, y este pudo volver a ver. Entonces se puso de pie y fue bautizado. Después de eso, comió y tuvo nuevas fuerzas.

Saulo pasó algunos días allí en Damasco, con los seguidores de Jesús, y muy pronto empezó a ir a las sinagogas para anunciar a los judíos que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que lo oían, decían asombrados: Pero si es el mismo que allá, en Jerusalén, perseguí y maltrataba a los seguidores de Jesús. Precisamente vino a Damasco a buscar más seguidores, para llevarlos atados ante los sacerdotes principales.

Y cada día Saulo hablaba con más poder del Espíritu Santo, y les probaba que Jesús era el Mesías. Sin embargo, los judíos que vivían en Damasco lo escuchaban, pero no entendían nada. Tiempo después, se pusieron de acuerdo para matarlo; pero Saulo se dio cuenta de ese plan. Supo que la entrada de la ciudad era vigilada de día y de noche, y que habían puesto hombres dispuestos a matarlo. Así que, una noche, los seguidores de Jesús lo escondieron dentro de un canasto y lo bajaron por la muralla de la ciudad.

Saulo se fue a la ciudad de Jerusalén, y allí trató de unirse a los seguidores de Jesús. Pero estos tenían miedo de Saulo, pues no estaban seguros de que en verdad él creyera en Jesús. Bernabé sí lo ayudó, y lo llevo ante los apóstoles. Allí Bernabé le contó cómo Saulo  se había encontrado con el Señor Jesús en el camino a Damasco, y cómo le había hablado. También les contó que allí, en Damasco, Saulo había anunciado sin miedo la buena noticia acerca de Jesús.

Desde entonces Saulo andaba con los demás seguidores de Jesús en toda la ciudad de Jerusalén, y hablaba sin miedo acerca del Señor Jesús. También trataba de convencer a los judíos de habla griega, pero ellos empezaron a hacer planes para matarlo. Cuando los seguidores de Jesús se enteraron, llevaron a Saulo hasta la ciudad de Cesarea, y de allí lo enviaron a la ciudad de Tarso.

En las regiones de Judea, Galilea y Samaria, los miembros de la iglesia vivían sin miedo a ser maltratados. Seguían adorando al Señor, y cada día confiaban más en él. Con la ayuda del Espíritu Santo, cada vez se unían más y más personas al grupo de seguidores del Señor Jesús.

Pedro viajaba por muchos lugares, para visitar a los seguidores del Señor Jesús. En cierta ocasión, pasó a la ciudad de Lida, para visitar a los miembros de la iglesia en ese lugar. Allí conoció a un hombre llamado Eneas, que desde hacía ocho años estaba enfermo y no podía levantarse de la cama. Pedro le dijo: Eneas, Jesús el Mesías te ha sanado. Levántate y arregla tu cama. Al instante, Eneas se levantó. Al ver ese milagro, todos los que vivían en Lida y en  la región de Sarón creyeron en el Señor Jesús.

En el puerto de Jope vivía una seguidora de Jesús llamada Tabitá. Su nombre griego era Dorcas, que significa Gacela. Tabitá siempre servía a los demás y ayudaba mucho a los pobres. Por esos días Tabitá se enfermó y murió. Entonces, de acuerdo con la costumbre, lavaron su cuerpo y lo pusieron en un cuarto del piso superior de la casa.

Pedro estaba en Lida, ciudad cercana al puerto de Jope. Cuando los seguidores de Jesús que vivían en Jope lo supieron, enseguida enviaron a dos hombres con este mensaje urgente: Por favor, venga usted tan pronto como pueda. De inmediato, Pedro se fue a Jope con ellos. Al llegar, lo llevaron a donde estaba el cuerpo de Tabitá. Muchas viudas se acercaron llorosas a Pedro, y todas le mostraban los vestidos y los mantos que Tabitá les había hecho cuando aún vivían.

Pedro mandó que toda la gente saliera del lugar. Luego se arrodilló y oró al Señor. Después de eso, se dio vuelta hacia donde estaba el cuerpo de Tabitá y le ordenó: ¡Tabitá, levántate! Ella abrió los ojos, miró a Pedro y se sentó. Pedro le dio la mano para ayudarla a ponerse de pie; luego llamó a los seguidores de Jesús y a las viudas, y les presentó a Tabitá viva. Todos los que vivían en Jope se enteraron de esto, y muchos creyeron en el Señor Jesús. Por un tiempo Pedro se quedó en Jope, en la casa de un hombre llamado Simón, que se dedicaba a curtir pieles.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre vive apartado de Dios y hace difícil la convivencia con las personas que sí creen y que tienen una relación personal con Dios, pero sabes, Dios es todopoderoso y su poder que da al hombre a través de su Espíritu, le da fuerza a cada persona para vencer toda obstrucción del enemigo, pues sólo nuestro Señor Jesucristo puede sanar el corazón de las personas que tienen ceguera y se conducen en las tinieblas.

Así pues, es fundamental que el hombre se levante y  busque la luz, la cual hallará en la Palabra de Dios. Entonces el hombre que acepta al Señor Jesús como su redentor recibe el poder del Espíritu de Dios, y por ende, el hombre es transformado en una persona nueva y hace grandes cosas.

Por tanto, es prioridad que el hombre despierte, que se arrepienta y crea verdaderamente en el Señor Jesús, quien se entregó a sí mismo y resucitó para que el hombre tenga vida eterna. Por lo que es tiempo de que el hombre reflexione si lo que está haciendo es agradable a Dios,  o si   persigue a las personas que buscan a Dios. Lo bueno sería que el hombre esté atento a la voz audible de Dios y que haga lo bueno.


Con Alta Estima,

lunes, 16 de febrero de 2015

¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero!


Saulo vio cómo mataban a Esteban, y le pareció muy bien. Más tarde, unos hombres que amaban mucho al Señor recogieron el cuerpo de Esteban, lo enterraron, y durante varios días lloraron su muerte. A partir de ese día, mucha gente comenzó a maltratar a los seguidores de Jesús que vivían en Jerusalén. Por eso todos tuvieron que separarse y huir a las regiones de Judea y de Samaria. Solamente los apóstoles se quedaron en Jerusalén.

Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la iglesia. Entraba a las casas, sacaba por la fuerza a hombre y mujeres, y los encerraba en la cárcel. Sin embargo, los que habían huido de la ciudad de Jerusalén seguían anunciando las buenas noticias de salvación en los lugares por donde pasaban.

Felipe fue  a la ciudad de Samaria, y allí se puso a hablar acerca de Jesús, el Mesías. Felipe era uno de los siete ayudantes de la iglesia. Toda la gente se reunía para escucharlo con atención y para ver los milagros que hacía. Muchos de los que fueron a verlo tenían espíritus impuros, pero Felipe los expulsaba, y los espíritus salían  dando gritos. Además, muchos cojos y paralíticos volvían a caminar. Y todos en la ciudad estaban muy alegres.

Desde hacía algún tiempo, un hombre llamado Simón andaba por ahí. Este Simón asombraba a la gente de Samaria con sus trucos de magia, y se hacía pasar por gente importante. Ricos y pobres le prestaban atención, y decían: Este hombre tiene lo que se llama el gran poder de Dios.

Toda la gente prestaba mucha atención a los trucos mágicos que realizaba. Pero llegó Felipe y les anunció las buenas noticias del reino de Dios. Les habló acerca de Jesús, el Mesías, y todos en Samaria le creyeron. Y así Felipe bautizó a muchos hombres y mujeres. También Simón creyó en el mensaje de Felipe, y Felipe lo bautizó. Y Simón estaba tan asombrado de los milagros y las maravillas que Felipe hacía, que no se apartaba de él.

Los apóstoles estaban en Jerusalén. En cuanto supieron que la gente de Samaria había aceptado el mensaje de Dios, mandaron allá a Pedro y a Juan. Cuando estos llegaron, oraron para que los nuevos seguidores recibieran el Espíritu Santo, porque todavía no lo habían recibido. Y es que sólo habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces Pedro y Juan pusieron sus manos sobre la cabeza de cada uno, y todos ellos recibieron el Espíritu Santo.

Al ver Simón que la gente recibía el Espíritu Santo cuando los apóstoles les ponían las manos sobre la cabeza, les ofreció dinero a los apóstoles y les dijo: Denme ese mismo poder que tienen ustedes. Así yo también podré darle el Espíritu Santo a quien le imponga las manos. Pero Pedro le respondió: ¡Vete al infierno con todo y tu dinero! ¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero! Tú no tienes parte con nosotros, pues bien sabe Dios que  tus intenciones no son buenas. Claramente veo que tienes envidia, y que no puedes dejar de hacer lo malo. Tienes que dejar de hacerlo. Si le pides perdón a Dios por tus malas intenciones, tal vez te perdone.

Simón les suplicó: ¡Por favor, pídanle a Dios que me perdone, para que no me vaya al infierno! Antes de volver a Samaria, Pedro y Juan compartieron con la gente el mensaje del Señor. Después regresaron a la ciudad de Jerusalén, pero en el camino fueron anunciando a los samaritanos las buenas noticias del reino de Dios.

Un ángel del señor se le apareció a Felipe y le dijo: Prepárate para cruzar el desierto, y dirígete al sur por el camino que va de la ciudad de Jerusalén a la ciudad de Gaza. Felipe obedeció. En el camino pasaron por un lugar donde había agua. Entonces el oficial dijo: ¡Allí hay agua! ¿No podría usted bautizarme ahora? Enseguida el oficial mandó parar el carruaje, bajó con Felipe al agua, y Felipe lo bautizó. Pero cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó  a Felipe; y aunque el oficial no volvió a verlo, siguió su viaje muy contento.

Más tarde, Felipe apareció en la ciudad de Azoto y se dirigió a la ciudad de Cesárea. Y en todos los pueblos por donde pasaba, anunciaba las buenas noticias acerca de Jesús.

Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre se vuelva a Dios, que sea obediente y viva de acuerdo a los principios que Dios ha establecido, es decir, que viva el hombre de acuerdo a su Palabra pues  Dios derrama su espíritu y su presencia permanece en cada persona que  obedece sus mandatos.

No obstante, la persona que recibe el Espíritu Santo, recibe el poder de Dios como regalo y puede hacer grandes cosas pues su fe es fortalecida por el Espíritu de Dios.

Por tanto, es esencial que el hombre se aparte de lo malo, haga a un lado la envidia y acepte verdaderamente a nuestro Señor Jesucristo como su salvador y establezca el reino de Dios en su vida.


Con Alta Estima,

sábado, 14 de febrero de 2015

…debían circuncidarse para indicar que Dios los aceptaba como parte de su pueblo.


El jefe de los sacerdotes le preguntó a Esteban: ¿Es verdad todo eso que dicen de ti? Y Esteban respondió: Amigos israelitas y líderes del país, escúchenme: Nuestro poderoso Dios se le apareció a nuestro antepasado Abraham en Mesopotamia, antes de que fuera a vivir en el pueblo de Harán, y le dijo: Deja a tu pueblo y a tus familiares, y vete al lugar que te voy a mostrar.

Abraham salió del país de Caldea y se fue a vivir al pueblo de Harán. Tiempo después murió su padre, y Dios hizo que Abraham viniera a este lugar, donde ustedes viven ahora. Aunque Abraham vivió aquí, Dios nunca le permitió ser dueño ni del pedazo de tierra que tenía bajo sus pies. Sin embargo, le prometió a Abraham que le daría este territorio a sus descendientes después de que él muriera.

Cuando Dios le hizo esa promesa, Abraham no tenía hijos. Dios le dijo: Tus descendientes vivirán como extranjeros en otro país. Allí serán esclavos, y durante cuatrocientos años los tratarán muy mal. Pero yo castigaré a los habitantes de ese país, y tus descendientes saldrán libres y me adorarán en este lugar.

Con esta promesa, Dios hizo un pacto con Abraham. Le ordenó que, a partir de ese día, todos los hombres israelitas debían circuncidarse para indicar que Dios los aceptaba como parte de su pueblo. Por eso, cuando nació su hijo Isaac, Abraham esperó ocho días y lo circuncidó. De la misma manera, Isaac circuncidó a su hijo Jacob, y Jacob a sus doce hijos.

José fue uno de los doce hijos de Jacob. Como sus hermanos le tenían envidia, lo vendieron como esclavo a unos comerciantes, que lo llevaron a Egipto. Sin embargo, Dios amaba a José, así que lo ayudó en todos sus problemas, le dio sabiduría y lo hizo una persona muy agradable. Por eso el rey de Egipto lo tomó en cuenta, y lo nombró gobernador de todo Egipto y jefe de su palacio.

Tiempo después, hubo pocas cosechas de trigo en toda la región de Egipto y de Canaán. Nuestros antepasados no tenían nada que comer, ni nada que comprar. Pero Jacob se enteró de que en Egipto había bastante trigo, y envió a sus hijos para que compraran. Los hijos de Jacob fueron allá una primera vez. Cuando fueron la segunda vez, José permitió que sus hermanos lo reconocieran. Así el rey de Egipto conoció más de cerca a la familia de José.

Al final, José ordenó que vinieran a Egipto su padre Jacob y todos sus familiares. Eran en total setenta y cinco personas, que vivieron en Egipto hasta que murieron. Todos ellos fueron enterrados en Siquem, en la misma tumba que Abraham había comprado a los hijos de Hamor. Pasó el tiempo, y a Dios le pareció bien cumplir la promesa que le había hecho a Abraham. Mientras tanto, en Egipto, cada vez había más y más israelitas.

En Egipto comenzó a gobernar un nuevo rey, que no había oído hablar de José. Este rey fue muy malo con los israelitas y los engañó. Además, los obligó a abandonar a los niños recién nacidos, para que murieran. En ese tiempo nació Moisés. Era un niño muy hermoso, a quien sus padres cuidaron durante tres meses, sin que nadie se diera cuenta. Luego tuvieron que abandonarlo, pero la hija del rey lo rescató y lo crió como si fuera su propio hijo. Moisés recibió la mejor educación que se daba a los jóvenes egipcios, y llegó a ser un hombre muy importante por lo que decía y hacía.

Cuando Moisés tenía cuarenta años, decidió ir a visitar a los israelitas, porque eran de su propia nación. De pronto, vio que un egipcio maltrataba a un israelita. Sin pensarlo mucho, defendió al israelita y mató al egipcio. Moisés pensó que los israelitas entenderían que Dios los libraría de la esclavitud por medio de él. Pero ellos no pensaron lo mismo. Al día siguiente, Moisés vio que dos israelitas se estaban peleando. Trató de calmarlos y les dijo: Ustedes son de la misma nación. ¿Por qué se pelean? Pero el que estaba maltratando al otro se dio vuelta, empujó a Moisés y le respondió: ¡Y a ti qué te importa! ¿Quién te ha dicho que tú eres nuestro jefe o nuestro juez? ¿Acaso piensas matarme como al egipcio?

Al oír eso, Moisés huyó de Egipto tan pronto como pudo, y se fue a vivir a Madián. En ese país vivió como extranjero, y allí nacieron dos de sus hijos. Pasaron cuarenta años. Pero un día en que Moisés estaba en el desierto, cerca del monte Sinaí, un ángel se le apareció entre un arbusto que ardía en llamas. Moisés tuvo mucho miedo, pero se acercó para ver mejor lo que pasaba. Entonces Dios, con voy muy fuerte le dijo: Yo soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

Moisés empezó a temblar, y ya no se atrevió a mirar más. Pero Dios le dijo: Quítate las sandalias, porque estás en mi presencia. Yo sé muy bien que mi pueblo Israel sufre mucho, porque los egipcios lo han esclavizado. También he escuchado sus gritos pidiéndome ayuda. Por eso he venido a librarlos del poder egipcio. Así que prepárate, pues voy a mandarte a Egipto.

Los israelitas rechazaron a Moisés, y le dijeron: ¿Quién te ha dicho que tú eres nuestro jefe o nuestro juez? Pero Dios mismo lo convirtió en jefe y libertador de su pueblo. Esto lo hizo por medio del ángel que se le apareció a Moisés en el arbusto.

Con milagros y señales maravillosas, Moisés sacó de Egipto a su pueblo. Lo llevó a través del Mar de los Juncos, y durante cuarenta años lo guió por el desierto. Y fue Moisés mismo quien les anunció a los israelitas: Dios elegirá a uno de nuestro pueblo para que sea un profeta como yo. Moisés estuvo con nuestros antepasados en el desierto, y les comunicó todos los mensajes que el ángel de Dios le dio en el monte Sinaí. Esos mensajes son palabras que dan vida.

Pero los israelitas fueron rebeldes. No quisieron obedecer a Moisés y, en cambio, deseaban volver a Egipto.  Un día, los  israelitas le dijeron a Aaron, el hermano de Moisés: Moisés nos sacó de Egipto, pero ahora no sabemos que le sucedió. Es mejor que nos hagas un dios, para que sea nuestro guía y protector.

Hicieron entonces una estatua con forma de toro y sacrificaron animales para adorarla. Luego hicieron una gran fiesta en honor de la estatua, y estaban muy orgullosos de lo que habían hecho. Por eso Dios decidió olvidarse de ellos, pues se pusieron a adorar a las estrellas del cielo. En el libro del profeta Amós dice: Pueblo de Israel, durante los cuarenta años que anduvieron por el desierto, ustedes nunca me presentaron ofrendas para adorarme. En cambio, llevaron en sus hombros la tienda con el altar del dios Moloc y la imagen de la estrella del dios Refán. Ustedes se hicieron esos ídolos y los adoraron. Por eso, yo haré que a ustedes se los lleven lejos, más allá de Babilonia.

Allí, en el desierto, nuestros antepasados tenían el santuario del pacto, que Moisés construyó según el modelo que Dios le había mostrado. El santuario pasó de padres a hijos, hasta el tiempo en que José llegó a ser el nuevo jefe de Israel. Entonces los israelitas llevaron consigo el santuario para ocupar el territorio que Dios estaba quitándoles a otros pueblos. Y el santuario estuvo allí hasta el tiempo del rey David.

Como Dios quería mucho a David, este le pidió permiso para construirle un templo donde el pueblo de Israel pudiera adorarlo. Sin embargo, fue su hijo Salomón quien se lo construyó. Pero como el Dios todopoderoso no vive en lugares hechos por seres humanos, dijo por medio de su profeta: El cielo es mi trono; sobre la tierra apoyo mis pies. Nadie puede hacerme una casa donde pueda descansar. Yo hice todo lo que existe.

Antes de terminar su discurso, Esteban les dijo a los de la Junta Suprema: ¡Ustedes son muy tercos!  ¡No entienden el mensaje de Dios! Son igual que  sus antepasados. Siempre han desobedecido al Espíritu Santo. Ellos trataron mal a todos los profetas, y mataron a los que habían anunciado la venida de Jesús, el Mesías, al que ustedes traicionaron y mataron. Por medio de los ángeles, todos ustedes recibieron la Ley de Dios, pero no la han obedecido.

Al escuchar esto, los de la Junta Suprema se enfurecieron mucho contra Esteban, Pero como Esteban tenía el poder del Espíritu Santo, miró al cielo y vio a Dios en todo su poder. Al lado derecho de Dios estaba Jesús, de pie. Entonces Esteban dijo: Veo el cielo abierto. Y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor.

Los de la Junta Suprema se taparon los oídos y gritaron. Luego todos juntos atacaron a Esteban, lo arrestaron fuera de la ciudad, y empezaron a apedrearlo. Los que lo habían acusado falsamente se quitaron sus mantos, y los dejaron a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le tiraban piedras, Esteban oraba así: Señor Jesús, recíbeme en el cielo. Luego cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: Señor, no los castigues por este pecado que cometen  conmigo. Y con estas palabras en sus labios, murió.

Aquí puedes darte cuenta que es prioridad que el hombre se vuelva a Dios pero antes es necesario que circuncide lo malo que guarda en su corazón y se arrepienta verdaderamente y entonces el hombre renovado  puede adorar  a Dios en espíritu y verdad,  a Dios que hizo todo lo que existe.

No obstante, lo inmediato es que el hombre haga cambios en su conducta, que se apegue a la Palabra, y sea obediente, que Dios mismo le revele el propósito para su vida, que guarde su corazón pues el mal aumenta y es necesario que esté preparado del conocimiento de Dios, para que con ímpetu defienda su fe como verdadero creyente de Jesucristo.

Así pues, es necesario  que el hombre deje de vivir en tinieblas,  que se esfuerce y  construya el templo de Dios en su ser interior, pero sabes es necesario que establezca los principios de Dios en su vida, en su familia, los valores de acuerdo al orden divino, pues Dios no vive en templos construido por los seres humanos, El vive en el corazón de todo aquel que obedece su Palabra y, así contribuirá a  lograr una sociedad más justa e igualitaria y, por ende un mundo mejor.

Por tanto, es prioridad, que el hombre que cree en nuestro Señor Jesucristo, quien murió y resucitó, de ahora en adelante como persona regenerada se conduzca con humildad, sirviendo u ayudando a otros. Asimismo, es tiempo que el hombre muestre reverencia al Señor, pues al recibir el Espíritu de Dios en su ser interior, Dios le instruye para abrir senderos nuevos y, que su mensaje de salvación sea conocido por otros


Con Alta Estima,