Dios dijo: Esta canción habla de una viña, y quiero
dedicársela a mi pueblo. Mi amigo plantó una viña en un terreno muy fértil.
Removió la tierra, le quitó las piedras y plantó semillas de la mejor calidad.
Puso una torre en medio del terreno y construyó un lugar para hacer el vino. Mi
amigo esperaba uvas dulces, pero sólo cosechó uvas agrias. Ahora, díganme
ustedes, habitantes de Jerusalén y de Judá, digan quién tiene la culpa, si
ustedes o yo. ¿Qué no hice por ustedes? Lo que tenía que hacer, lo hice. Yo
esperaba que hicieran lo bueno, pero sólo hicieron lo malo.
Pues bien, ustedes son mi viña y ahora les diré lo que
pienso hacer: dejaré de protegerlos para que los destruyan, derribaré sus muros
para que los pisoteen. Los dejaré abandonados, y pasarán hambre y sed, y no los
bendeciré. Mi viña, mi plantación más querida, son ustedes, pueblo de Israel;
son ustedes, pueblo de Judá. Yo, El Dios todopoderoso, esperaba de ustedes
obediencia, pero sólo encuentre desobediencia; esperaba justicia, pero sólo
encuentro injusticia.
El profeta Isaías anunció seis amenazas contra Judá: ¡Qué
mal les va a ir a ustedes! Compran casas y más casas, campos y más campos y no
dejan lugar para nadie más. Se creen los únicos dueños del país. El Dios
todopoderoso me ha prometido: Todas esas casas grandes y hermosas, serán
destruidas y nadie podrá habitarlas. Tres hectáreas plantadas de uvas no darán
más que un barril de vino; diez bolsas de semilla sólo producirán una bolsa de
trigo.
¡Qué mal les va a ir a ustedes! Muy temprano empiezan a
emborracharse, y todavía de noche siguen tomando. En sus fiestas se oye música
de arpas, tambores y flautas, y abunda el vino. Ustedes nunca se fijan ni toman
en cuenta todo lo que Dios ha hecho. Por eso, el pueblo y sus jefes serán llevados
a un país extraño, y allí morirán de hambre y de sed. Les aseguro que las
tumbas se abrirán para tragarse al pueblo y a sus jefes, porque se divierten
haciendo el mal. El pueblo quedará humillado, y sus jefes agacharán la cabeza.
Las ciudades serán destruidas, y ovejas y cabras comerán pasto entre sus
ruinas. Así el Dios todopoderoso mostrará su grandeza y santidad cuando haga
justicia.
¡Qué mal les va a ir a ustedes¡ El pecado los tiene
atrapados! Para colmo, ustedes se animan a decir: Que Dios nos demuestre que
cumplirá todo lo que ha prometido; que el Dios único y todopoderoso se apresure
a cumplir su planes, para que podamos conocerlos.
¡Qué mal les va a ir a ustedes! Dicen que lo malo es
bueno, y que las tinieblas son luz. También dicen que lo amargo es dulce.
¡Qué mal les va a ir a ustedes! ¡Se creen muy sabios y
muy inteligentes!
¡Qué mal les va a ir a ustedes! ¡Para beber vino y
mezclar licores son unos campeones! ¡Pero en realidad, son todos unos
corruptos! Por dinero dejan en libertad al culpable, y no respetan los derechos
del inocente. Rechazan la enseñanza del Dios santo de Israel; desprecian los
mandamientos del Dios único y perfecto.
Por eso, así como el fuego quema la paja así también
desparecerán ustedes: serán como plantas que se pudren de raíz y sus flores se
convierten en polvo.
Por eso Dios se enojó con ustedes, que son su pueblo, y
levantó su mano poderosa para castigarlos. Temblaron las montañas, y los
cadáveres quedaron tirados como basura en las calles. Pero Dios sigue muy
enojado, su mano está lista para seguir con el castigo.
Dios llama a una nación lejana para atacar a su pueblo.
Los soldados de esa nación atienden pronto a su llamado. Son fuertes y no se
cansan; están siempre alertas y listos para la guerra. Ya han preparado sus
arcos, y han afilado sus flechas. Los cascos de sus caballos son duros como las
piedras; las ruedas de sus carros avanzan con rapidez. Los soldados lanzan
gritos de guerra; parecen leones feroces que arrastran la presa y se la llevan;
¡nadie se las puede quitar! En el momento indicado, esa nación atacará a Israel
con la fuerza de un mar tormentoso. Entonces la tierra quedará envuelta en
tinieblas, y la luz del día se perderá entre oscuros nubarrones. ¡Israel quedará
muy angustiada!
Sabes, Dios espera que el hombre sea obediente, que de
testimonio de su fe, que sea edificado a través de su Palabra y muestre en todo momento una actitud de amor
y justicia ante los demás, pues es lo
menos que el ser humano puede ofrecer a Dios en agradecimiento de sus
bendiciones.
Con Alta Estima