Princesa mía, lucen bellos tus pies en las sandalias.
Las curvas de tus caderas son la obra maestra de un
experto joyero.
Tu ombligo es una copa llena del mejor vino. Tu vientre,
un montón de trigo rodeado de rosas.
Tus pechos son dos gacelas, tu cuello me recuerda a una
torre de marfil.
Tienen tus ojos el brillo de los manantiales de
Hesbón.
Afilada es tu nariz, como la torre del Líbano orientada
hacia Damasco.
Tu cabeza sobresale como la cumbre del monte Carmelo;
hilos de púrpura parecen tus cabellos; ¡cautivo de tus rizos ha quedado el rey!
¡Eres muy bella, amada mía! ¡
Eres una mujer encantadora!
Eres alta como la palmera, y tus pechos son dos racimos.
He pensado en treparme y hacer míos esos racimos. Tus pechos se volverán dos
racimos de uvas, y tu aliento tendrá fragancia de manzanas. Habrá en tus labios
el gusto del buen vino que al correr moja y acaricia los labios y los dientes.
La novia
Yo soy de mi amado, y su pasión lo obliga a buscarme.
Ven conmigo, amado mío, acompáñame a los campos.
Pasaremos la noche entre flores de azahar.
Cuando amanezca, iremos a los viñedos y veremos sus
retoños, los capullos abiertos, y los granados en flor.
¡Allí te entregaré mi amor!
Ya esparcen las mandrágoras la fragancia de sus frutos;
hay a nuestra puerta fruta fresca y fruta seca.
Amado mío, ¡los frutos más variados los he guardado para
ti!
Así pues, es conveniente que en este mundo tan complejo y con tantos
atractivos el ser humano esté apegado a la Palabra para obtener conocimiento y pueda discernir el bien en cualquier circunstancia ambigua en
que se encuentre, lo esencial es que el
creyente sea sanado, crezca y madure espiritualmente para que el hombre
renovado refleje ante los demás su belleza interior, esa esencia que sólo con
la relación personal con Dios puede experimentar cambios en su vida.
Con Alta Estima
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