¡Qué mal les va a ir a ustedes los que inventan leyes
insoportables e injustas! ¡Ustedes no protegen a los débiles ni respetan los
derechos de los pobres; maltratan a las viudas y les roban a los huérfanos!
¿Qué harán cuando Dios les pida cuenta de lo que hacen? ¡Qué harán cuando
Dios les mande el castigo que merecen?
¿A quién le pedirán ayuda? ¿Dónde esconderán sus riquezas? Porque ustedes serán
humillados, llevados presos y asesinados. A pesar de todo esto, el enojo de
Dios no se calmará; nos seguirá amenazando todavía.
Dios dice: Estoy muy enojado; por eso usaré al rey de
Asiria para castigar a los que me ofenden. Le ordenaré que ataque a este pueblo
malvado; que le quite sus riquezas y lo pisotee como al barro de las calles.
Pero el rey de Asiria cree que no está bajo mis órdenes; más bien dice que
todos los reyes siguen sus instrucciones. El no piensa más que en destruir y en
arrasar a muchas naciones. A este rey no le importó si se trataba de Carquemis
o de Cainó, de Hamat o de Arpad, de Samaria de Damasco; a todas estas ciudades
las destruyó. Por eso dice: He vencido a muchas naciones con más dioses que
Jerusalén y Samaria. Por eso destruiré a Jerusalén así como destruí a Samaria.
Dios hará lo que ha planeado hacer contra el monte Sión y
Jerusalén. Y una vez que lo haya cumplido, castigará al rey de Asiria por su
orgullo y su arrogancia. El rey de Asiria ha dicho: Yo soy muy inteligente.
Todo lo hago con sabiduría y con mis propias fuerzas. Como un valiente, he
vencido a muchos reyes. Me he adueñado de sus países y les he robado sus
riquezas. He arrasado con toda la tierra. He dejado sin nada a los pueblos,
como quien roba huevos de un nido; ¡nadie movió un dedo, nadie protestó!
Pero Dios dice: El rey de Asiria está equivocado, porque
ni el hacha ni la sierra son más importantes que el hombre que las maneja.
¡Donde se ha visto que el bastón controle al que lo usa! Por eso el Dios
todopoderoso mandará una enfermedad; una alta fiebre dejará sin fuerzas a ese
rey y a todo su ejército. El Dios único y perfecto es nuestra luz, y se
convertirá en una llama de fuego; en un solo día quemará al ejército de Asiria,
como si fueran espinos y matorrales. Dios destruirá por completo la belleza de
sus bosques y sus huertos. Quedarán tan pocos árboles, que hasta un niño los
podrá contar.
Cuando llegue ese día, los pocos israelitas que se hayan
salvado dejarán de confiar en Asiria;
volverán a confiar en Dios, el Dios santo de Israel. Sólo unos cuantos
israelitas se volverán hacia el Dios de poder. Aunque ustedes, israelitas, sean
tan numerosos como la arena del mar, Dios hará justicia, pues la destrucción ya
está decidida; sólo unos cuantos se salvarán. Así lo ha resuelto el Dios
todopoderoso; su decisión se cumplirá en el país.
Por eso, el Dios todopoderoso dice: Pueblo mío, que vives
en el monte Sión, no les tengas miedo a los asirios. Ellos te golpean y
maltratan como antes los hicieron los egipcios. Pero dentro de poco tiempo dejaré
de estar enojado contigo. Mi enojo será contra los asirios a quienes destruiré
por completo. Yo, el Dios todopoderoso, los voy a castigar; mostraré mi poder
contra Asiria, como lo mostré contra Egipto; los destruiré como lo hice con
Madián donde está la roca de Oreb. Entonces, yo, el Dios de Israel, los libraré
de los asirios y de su terrible dominio.
El ejército asirio avanza por el lado de Rimón; llega
hasta Alta, pasa por Migrón, y deja su equipaje en Micmás. Las tropas cruzan el
desfiladero, y pasan la noche en Gueba. Tiembla de miedo la gente de Ramá, y se
escapa la gente de Guibeá de Saúl. Se escuchan gritos de Bat Galim, de Laisa, y
de Anatot. Se desbanda Madmená, se esconden los habitantes de Guebim. Hoy mismo
los invasores asirios se detienen en Nob; dan la señal de atacar el monte Sión,
la ciudad de Jerusalén.
¡Miren a los asirios! ¡Son como árboles en un bosque! El
Dios todopoderoso los derriba con una fuerza terrible; a los más altos los
corta, y los tira al suelo. ¡Dios derriba de un solo golpe los árboles más
bellos del Líbano!
Sabes, es prioritario que el ser humano reconozca a Dios
como el único Dios viviente y verdadero pero es necesario deje a un lado tanta
arrogancia y apariencia que olvide a Dios y por el contrario es urgente que
obedezca a sus mandatos, a vivir bajo su ley apegado a sus enseñanzas, actuando
con justicia en todo momento.
Con Alta Estima
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