domingo, 27 de septiembre de 2015

¡Pongan atención! ¡Yo vengo pronto!



Luego el ángel me mostró un río de aguas que dan vida eterna. Ese río salía del trono de Dios y del Cordero, y era claro como el cristal; sus aguas pasaban por en medio de la calle principal de la ciudad. En cada orilla del río había árboles que daban fruto una vez al mes, o sea, doce veces al año. Sus frutos dan vida eterna, y sus hojas sirven para sanar las enfermedades de todo el mundo.

En la ciudad no habrá nada ni nadie que desagrade a Dios. Allí estará el trono de Dios y del Cordero, y los servidores de Dios lo adorarán. Todos podrán ver a Dios cara a cara, y el nombre de Dios estará escrito en sus frentes. Allí nunca será de noche, y nunca nadie necesitará la luz de una lámpara ni la luz del sol, porque Dios el Señor será su luz, y ellos reinarán para siempre.

El ángel me dijo: Todos pueden confiar en lo que aquí se dice, pues es la verdad. El Señor, el mismo Dios que da su Espíritu a los profetas, ha enviado a su ángel para mostrarles a sus servidores lo que pronto sucederá.

Y Jesús dice: ¡Pongan atención! ¡Yo vengo pronto! Dios bendiga a los que hagan caso de la profecía que está en este libro.

Yo, Juan, vi y oí todas estas cosas. Y después de verlas y oírlas, me arrodillé para adorar al ángel que me las mostró, pero él me dijo: ¡No lo hagas! Adora a Dios, pues todos somos servidores de él; tanto tú como yo, y los profetas y todos los que obedecen la Palabra de Dios.

Además me dijo: No guardes en secreto las profecías de este libro, porque pronto sucederán. Deja que el malo siga haciendo lo malo; y que quien tenga la mente sucia, siga haciendo cosas sucias. Al que haga el bien, déjalo que siga haciéndolo, y al que haya entregado su vida a Dios, deja que se entregue más a él.

Jesús dice: ¡Pongan atención! ¡Yo vengo pronto! Y traigo el premio que le daré a cada persona, de acuerdo con lo que haya hecho. Yo soy el principio y el fin, el primero y el último.

A los que dejen de hacer lo malo, Dios los bendecirá pues les dará el derecho a comer de los frutos del árbol que da vida eterna. Ellos podrán entrar por los portones de la ciudad. Afuera se quedarán
los malvados, los que practican la brujería, los que tienen relaciones sexuales prohibidas, los asesinos, los que adoran a dioses falsos y todos los que engañan y practican el mal.

Jesús dice: Yo he enviado a mi ángel, para que les diga a las iglesias todas estas cosas. Yo soy el descendiente del rey David; yo soy la estrella que brilla al amanecer.

El espíritu de Dios y la esposa del Cordero dicen: ¡Ven, Señor Jesús! Y todos los que estén
escuchando digan: ¡Ven, Señor Jesús!.

Y el que tenga sed y quiera agua, que venga y tome gratis del agua que da vida eterna.

A todos los que escuchen el mensaje de esta profecía, les advierto esto: si alguien le añade algo a este libro, Dios lo castigará con todas las plagas terribles que están descritas en el libro. Y si alguien le quita algo al mensaje de esta profecía, Dios no lo dejará tomar su parte del fruto del
árbol que da vida, ni lo dejará vivir en la ciudad santa, como se ha dicho en este libro.

El que anuncia estas cosas dice: Les aseguro que vengo pronto. ¡Así sea! ¡Ve, Señor Jesús! Que el amor del Señor Jesús los acompañe siempre.

Aquí puedes darte cuenta que es ¡prioridad! Que el hombre debe estar ¡Despierto! y sobre todo, preparado pues el Señor Jesús dice: ¡Pongan Atención! ¡Yo vengo pronto!

Asi que Dios bendecirá a los que hagan caso de esta revelación de la Palabra de Dios, pero es necesario que el hombre busque a Dios y cambie su estilo de vida, que obedezca los mandatos que Dios ha establecido pues su Palabra es la fuente de la vida eterna.

Por tanto, el hombre entendido debe volverse a Dios, pues su venida del Señor está cerca y entonces el hombre podrá ver al Señor cara a cara, pues Jesús es la estrella que brilla al amanecer y El será la luz que iluminará nuestra vida, más nunca tendrá oscuridad, por eso el malvado que deje de hacer lo malo y Dios le bendecirá y le dará a comer de los frutos del árbol que da vida eterna.

No obstante, el hombre debe tomar una decisión personal  y aceptar a Jesús en su corazón, que el Señor le abra sus ojos espirituales y que se empape del conocimiento de Dios, que haga realidad la verdad que Jesús muestra al hombre a través de su ejemplo, que por eso encarnó en Hombre para enseñarnos como vivir.

Así pues, el Señor Jesús nos anima a que perseveremos en su Palabra, que el hombre siga haciendo el bien y se entregue más a Dios, pues es necesario que el hombre sea valiente y esforzado, que hable a otros de su Palabra, que no se avergüence de hablar del evangelio.

Ahora bien, Jesús premiará a cada persona de acuerdo a lo que haya hecho pues dice el Señor Jesús: Yo soy el principio y el fin, el primero y el último, y el hombre debe decir: ¡Ven Señor Jesús! Y entonces el hombre sediento tomará del agua y fruto que dan vida eterna.


Con Alta Estima,

sábado, 26 de septiembre de 2015

¡Yo hago todo nuevo!



Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues ya el primer cielo y la primera tierra había dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi también que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajaba del cielo, donde vive Dios. La ciudad parecía una novia vestida para su boda, lista para encontrarse con su novio. Y oí que del trono salía una fuerte voz que decía: Aquí es donde Dios vive con su pueblo. Dios vivirá con ellos, y ellos serán suyos para siempre. En efecto, Dios mismo será su único Dios. El secará sus lágrimas, y no morirán jamás. Tampoco volverán a llorar, ni a lamentarse, ni sentirán ningún dolor, porque lo que antes existía ha dejado de existir.

Dios dijo desde su trono: ¡Yo hago todo nuevo! Y también dijo: ¡Escribe, porque estás palabras son verdaderas y dignas de confianza. Después me dijo: ¡Ya todo está hecho! Yo soy el principio y el fin. Al que tenga sed, a cambio de nada le daré a beber del agua de la fuente que da vida eterna. A los que triunfen sobre las dificultades y sigan confiando en mí, les daré todo eso, y serán  mis hijos, y yo seré su Dios. Pero a los cobardes, a los que no confíen en mí, a los que hagan cosas terribles que no me agradan, a los que hayan matado a otros, a los que tengan relaciones sexuales prohibidas, a los que practiquen la brujería, a los que adoren dioses falsos, y a los mentirosos, los lanzaré al lago donde el azufre arde en llamas; y allí se quedarán, separados de mí para siempre.

Después vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas con las últimas plagas terribles, y me dijo: Acércate; voy a mostrarte a la novia, la que va a ser la esposa del Cordero.

Y en la visión que el Espíritu de Dios me mostró, el ángel me llevó a un cerro grande y alto, y me enseñó la gran ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, donde está Dios. La presencia de Dios la hacía brillar, y su brillo era como el de una joya, como el de un diamante, transparente como el cristal. Por fuera estaba rodeada por una muralla alta y grande. En la muralla había doce portones;  en cada portón había un ángel, y en cada portón estaba escrito el nombre de una de las doce tribus de Israel. Tres de sus portones daban al este, tres daban al sur. La muralla estaba construida sobre doce grandes rocas, y en cada roca estaba escrito uno de los nombres de los doce apóstoles del Cordero.

El ángel que me hablaba tenía una regla de oro, y con esa regla midió la ciudad, sus portones y su muralla. La ciudad era cuadrada; sus cuatro lados medían lo mismo. El ángel midió la ciudad con la regla de oro, y medía dos mil doscientos kilómetros, tanto de ancho como de largo y de alto.

El ángel también midió la muralla, y era de sesenta y cinco metros, según las medidas humanas que estaba usando el ángel.

La muralla estaba hecha de diamante, y el oro con que estaba hecha la ciudad era tan puro que dejaba pasar la luz,  como si fuera  cristal. Las rocas sobre las que estaba construida la muralla estaban adornadas con toda clase de piedras preciosas: la primera roca está adornadas con diamantes; la segunda, con zafiros, la tercera, con ágatas, la cuarta, con esmeraldas; la quinta, con ónices; la sexta, con rubíes; la séptima, con crisólitos, la octava, con berilos; la novena, con topacios: la décima, con crisoprasas; la undécima, con jacintos; y la duodécima, con amatistas. Y los doce portones eran doce perlas; cada portón estaba hecho de una sola perla. La calle principal de la ciudad estaba cubierta de un oro tan puro que brillaba como el vidrio transparente.

En la ciudad no vi ningún templo, porque su templo es el Señor, el Dios todopoderoso, y también el Cordero. La  ciudad no necesita que el sol o la luna iluminen, porque el brillo de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. Gente de todos los países caminará a la luz que sale de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus riquezas. Los portones de la ciudad no se cerrarán de día, y allí nunca será de noche. Le entregarán las riquezas y todo lo bello de los países. Pero nunca entrará en ella nada que desagrade a Dios; no entrarán los que han adorado a dioses falsos, ni los objetos que hayan usado  en su culto. Sólo podrán entrar los que tengan anotados sus nombres en el libro del Cordero. En ese libro están anotados los que recibirán la vida eterna.

Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre se esfuerce y esté listo y preparado, apartado del mal, que haya enderezado su camino y su conducta sea intachable para presentarse ante el trono de Dios que está en el cielo nuevo y vivir con El,  y entonces el hombre no sentirá dolor porque no habrá sufrimiento, pues Dios hace nuevas todas las cosas, su misericordia es nueva cada mañana y El es  el Señor, el principio y el fin, y El hace que todo lo que existía deje de existir y hace  un cielo nuevo y una tierra nueva para aquel que confía en El.

No obstante, lo esencial es que el hombre regenerado reconozca a Dios como su único Dios y que el hombre viva apegado a su Palabra, que es la fuente que da vida, que quita la sed al hombre sediento del conocimiento de Dios y que  permanece fiel y obediente a su Palabra, hasta su regreso.

Asimismo, el hombre debe entender que es templo de Dios para que El habite, pero antes es fundamental que el hombre cambie su manera de vivir y alcance un nivel de conciencia mayor, para que sea lleno de la sabiduría de Dios y alcance  perfección, y cuando Dios habite en el hombre, en su ser interior, es porque el hombre ha sido lleno de pureza y transparencia y entonces el  hombre regenerado con nuevos bríos, Dios permitirá al hombre su entrada pues está anotado su nombre en el libro del Cordero.


Con Alta Estima, 

viernes, 25 de septiembre de 2015

Y fueron abiertos los libros donde está escrito todo lo que uno hizo.



Vi entonces un ángel que bajaba del cielo. En su mano llevaba una gran cadena y la llave del Abismo profundo. Este ángel capturó al dragón, aquella serpiente antigua que es el diablo, llamado Satanás, y lo encadenó durante mil años. Lo arrojó al Abismo, y allí lo encerró. Luego aseguró la puerta y le puso un sello, para que el dragón no pueda salir a engañar a los países, hasta que se cumplan mil años. Después de eso, el dragón será puesto en libertad por un corto tiempo.

Luego vi unos tronos, y en esos tronos estaban sentados los que habían sido asesinados por mantenerse fieles a la enseñanza de Jesús y al mensaje de Dios. Ellos no habían adorado al monstruo ni a su estatua, ni se habían dejado poner su marca en la frente ni en las manos. Ellos volvieron a vivir, pues han recibido una gran bendición y forman parte del pueblo elegido de Dios. Nunca serán apartados de Dios, sino que serán sacerdotes de Dios y del Mesías, y reinarán con él durante mil años. El resto de los muertos no volverá a vivir hasta que se cumplan los mil años.

Cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión, y saldrá a engañar a los países de Gob y Magog, que representan a todos los países de este mundo. Satanás reunirá para la guerra a los ejércitos de esos países, sus soldados no se pueden contar, como tampoco se puede contar la arena del mar. Ellos recorrerán todo el mundo, y rodearán al pueblo de Dios y a su ciudad amada, pero saldrá fuego del cielo y los quemará por completo. Y el diablo, que los había engañado, será arrojado al lago donde el azufre arde en llamas, donde también fueron arrojados el monstruo y el falso profeta. Allí serán atormentados todos ellos para siempre, de día y de noche.

Entonces vi un gran trono blanco, y el que estaba sentado en él. Y en su presencia desaparecieron la tierra y el cielo, y nadie volvió a verlos. Y vi que todos los que habían muerto, tanto los humildes como los poderosos, estaban de pie delante del trono. Y fueron abiertos los libros donde está escrito todo lo que uno hizo. También se abrió el libro donde están escritos los nombres de todos los que vivirán con Dios para siempre. Los muertos fueron juzgados de acuerdo con lo que habían hecho y con lo que decían los libros. Los que murieron en el mar se presentaron delante de Dios para que él los juzgara, y lo mismo hicieron los que estaban en el reino de la muerte. Todos los muertos fueron juzgados de acuerdo con lo que habían hecho. Luego, la Muerte y el reino de la muerte fueron lanzados al lago de fuego. Los que caen en este lago quedan separados de Dios para siempre, y allí fueron arrojados todos los que no tenían sus nombres escritos en el libro de la vida eterna.

Aquí puedes darte cuenta que es necesario que el hombre se vuelva a Dios, pues el hombre ya no tiene tiempo pues se acerca la venida del Señor Jesús.

Por tanto, ahora es el momento en que el hombre debe ser humilde y arrepentirse, es importante que el hombre se vuelva a Dios, que no se deje engañar por los distractores del mundo, ni que se deje llevar por tanto afán, por la corriente del humanismo, que hace que el hombre corra a pasos agigantados hacia el abismo donde sólo hay muerte y destrucción.

Por lo que el hombre regenerado que ha recibido el Espíritu de Dios en su ser interior, que le da fortaleza para que el hombre se mantenga fiel a Dios,  sea obediente y viva de acuerdo al orden de Dios para que esté en comunión permanente con Dios

Ahora bien, lo fundamental es que el hombre pertenezca en la Palabra de Dios y Dios le protegerá, pues Dios es un Dios de amor pero también fuego consumidor.

Así pues, el hombre debe estar ¡Alerta! pues Dios vendrá a juzgar con justicia y los libros serán abiertos donde está escrito todo lo que uno hizo y donde están escritos los nombres de todo los que vivirán con Dios para siempre.

Así que el hombre debe tomar conciencia y hacer cambios, vivir con disciplina y obediencia y entonces estará preparado para  cuando Jesús vuelva y lo encuentre con una conducta intachable, sin mancha para que no sea lanzado al lago de fuego y entonces quede separado de Dios.


Con Alta Estima 

El rey más poderoso de todo el universo.


Después de esto, me pareció escuchar en el cielo las fuertes voces de muchísimas personas, que gritaban:

¡Que todos alaben al Señor!
Nuestro Dios es poderoso,
Y nos ha salvado.
Por eso le pertenecen
El poder y la gloria,
Porque Dios juzga con justicia
Y de acuerdo con la verdad.

Castigó a la gran prostituta,
Que enseñó a todo el mundo
A adorar a dioses falsos.
Fue castigado por haber matado
A los servidores de Dios.

Después volvieron a decir:

¡Que todos alaben a Dios!
Pues el humo del fuego
Que hace arder a la gran prostituta,
Nunca dejará de subir.

Los veinticuatro ancianos y los cuatros seres vivientes se inclinaron hasta tocar el suelo, diciendo: ¡Así sea! ¡Que todos alaben a Dios! Y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono.

Entonces oí una voz que venía del trono, la cual decía:
¡Que todos alaben a nuestro Dios!
¡Que lo alabe todo el mundo,
Los poderosos y los humildes,
Los que lo sirven y lo honran.

Entonces me pareció oír las voces de mucha gente. Era como el sonido de cataratas y de fuertes truenos, y decían:

¡Que todos alaben a Dios,
El Señor todopoderoso,
Porque él ha comenzado a reinar!

Alegrémonos,
Llenémonos de gozo y alabémoslo,
Porque ha llegado el día
De la boda del Cordero.

Ya está lista su esposa,
La cual es la iglesia;
Dios la ha vestido de lino fino,
Limpio y brillante.

Ese lino fino representa el bien que hace el pueblo de Dios. El ángel me dijo: Escribe esto: Benditos sean todos los que han sido invitados a la cena de bodas del Cordero.

Y luego añadió: Esto lo dice Dios, y él no miente.
Entonces me arrodillé a los pies del ángel, para adorarlo, pero él me dijo: ¡No lo hagas! Adora a Dios, pues yo también le sirvo, igual que tú y que todos los que siguen confiando en el mensaje que les dio Jesús.

Porque el mensaje que Jesús enseñó es lo que anima a la gente a seguir anunciándolo.

Entonces vi el cielo abierto, y allí estaba un caballo blanco. El que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, porque era justo cuando gobernaba o cuando iba a la guerra. Sus ojos parecían llamas de fuego; llevaba muchas coronas en su cabeza, y tenía escrito un nombre que sólo él conocía. Estaba vestido con ropa teñida de sangre, y su nombre era: El Mensaje de Dios. Los ejércitos del cielo, vestidos de lino fino, blanco y limpio, lo seguían montados en caballos blancos. De su boca salía una espada afilada, que representa su mensaje poderoso; con esa espada conquistará a todos los países. Los gobernará con fuerza, y él mismo exprimirá las uvas para sacar el vino que representa el terrible enojo del Dios todopoderoso. En su manto, y sobre el muslo, llevaba escrito este título: El rey más poderoso de todo el universo.

Vi entonces que un ángel estaba de pie, en el sol, y que les gritaba a las aves de rapiña que vuelan en lo alto del cielo: Vengan y reúnanse para la gran cena de Dios. Comerán carne de reyes, de jefes militares y de valientes guerreros. También comerán la carne de los caballos y de sus jinetes, comerán carne de toda clase: de gente libre y de esclavos, de gente importante y de gente poco importantes.

Entonces vi al monstruo y a los reyes del mundo con sus ejércitos. Se habían reunido para pelear contra el que estaba montado en aquel caballo blanco, y contra su ejército. El monstruo fue capturado, junto con el falso profeta que en su presencia había hecho maravillas. El falso profeta había engañado con milagros a los que se dejaron poner la marca del monstruo y adoraron su estatua. Los dos fueron lanzados vivos a un lago donde el azufre arde en llamas. Luego, con la espada que salía de su boca, el que estaba sentado sobre el caballo blanco mató a todos los soldados del monstruo. Y las aves de rapiña se dieron un banquete con la carne de ellos.

Aquí puedes darte cuenta que Dios es poderoso, y es en esencia el rey más poderoso del mundo, por eso el hombre debe alabarlo y con su conducta honre a Dios pues a Dios le pertenecen el poder y la gloria, pues Dios juzga con justicia y de acuerdo a la verdad.

No obstante, lo esencial es que el hombre crea en Jesús, el Hijo de Dios, El Cordero, y que lo acepte en su corazón, y es necesario que lo haga ahora porque la boda del Cordero será pronto, y el hombre debe arrepentirse y cambiar y entonces, Dios le limpiará y purificará su mente y su corazón, y le vestirá al hombre de una tela de calidad, de lino fino, limpio y brillante pues representa el bien que hace el pueblo de Dios.

Así es que lo fundamental es que el hombre siga confiando en el mensaje que dejó nuestro Señor Jesucristo.

Asimismo, es prioridad que el hombre esté preparado, que enseñe a otros los mandatos de Dios para que aprendan a vivir de acuerdo a sus enseñanzas y que el hombre se aparte de hacer lo malo, y más bien se dedique a leer la Palabra de Dios y extraiga de ella esa riqueza espiritual y construya una vida honrada y disciplinada, que se esfuerce por ser mejor cada día y arranque esa raíz de depredador de su naturaleza pecaminosa que sólo le trae miseria y obstaculiza que el hombre  avance en el camino correcto.

Así pues, es ¡urgente! que el hombre ¡despierte!, pues Jesús vino al mundo, a morir y resucitar para restituir al hombre su naturaleza divina.


Con Alta Estima,

Háganle pagar el doble de todo lo malo que hizo.


Después de esto, vi que del cielo bajaba otro ángel. Tenía mucha autoridad, y era tanto su brillo que la tierra se iluminó con su resplandor. Gritaba con fuerte voz:
¡Por fin cayó
La gran Babilonia!
Ahora es casa de demonios,
Escondite de malos espíritus,
Nido de todas las aves
Y cueva de todas las fieras
Que odiamos y no debemos comer.

En todos los países
Siguieron su ejemplo
Y adoraron dioses falsos.
Lo mismo hicieron
Los reyes de la tierra.

Los comerciantes del mundo
Se hicieron ricos,
Pues ella les compró de todo
Para satisfacer sus malos deseos.

Entonces oí otra voz del cielo, que decía:

Ustedes son mi pueblo.
Salgan de Babilonia,
Y no pequen como ella,
Para que no caigan sobre ustedes
Las terribles plagas que le vendrán.

Son tantos sus pecados
Que llegan hasta el cielo.
¡Dios no se ha olvidado
De ninguno de ellos!

Hagan con ella todo lo malo
Que ella hizo con otros;
Háganle pagar el doble
De todo lo malo que hizo.

Háganla pasar dos veces
Por la misma amarga experiencia
Que otros tuvieron por su culpa.

Ella era muy orgullosa,
Y le gustaba vivir con grandes lujos:
¡pues ahora háganla sufrir!,
¡dense el lujo de atormentarla!

Porque ella piensa:
Aquí me tienen,
Sentada en mi trono de reina.
No soy viuda, y nunca sufriré.

Por eso, es un mismo día
Recibirá todos estos castigos:
Hambre, sufrimiento y muerte.
¡Será destruida por el fuego,
Porque el Señor,
El Dios todopoderoso,
Ha decidido castigarla!

Cuando Babilonia anda en llamas, lo lamentarán los reyes del mundo y llorarán por ella. Esos reyes, lo mismo que Babilonia, adoraron a dioses falsos y vivieron a todo lujo. Pero por miedo a ser castigados junto con ella, se mantendrán alejados y dirán:

¡Ay, qué terrible!
¡Pobrecita de ti,
Gran ciudad de Babilonia,
Gran ciudad poderosa!
¡En un abrir y cerrar de ojos,
Dios decidió castigarte!

También lo lamentarán los comerciantes del mundo, y llorarán, pues ya no habrá quien les compre nada- Porque Babilonia les compraba cargamentos de oro, plata, joyas y perlas; cargamentos de ropa hecha de lino fino y de seda, de colores púrpura y rojo; toda clase de maderas finas y olorosas, y objetos de marfil, de bronce, de hierro y de mármol; cargamentos de canela y de especias aromáticas, perfumes y aceites perfumados; cargamentos de vino, aceite, harina fina y trigo; de ganado, ovejas, caballos, carrozas, esclavos y prisioneros de guerra. Y le dirán a Babilonia:

Ya no tienes las riquezas
Que tanto te gustaban;
Has perdido para siempre
Todos tus lujos y joyas.

Esos comerciantes, que se hicieron ricos vendiendo todo esto a Babilonia, se mantendrán alejados por miedo a ser castigados con ella. Y entre lágrimas y lamentos dirán:

¡Ay, qué terrible!
¡Pobrecita de ti,
Gran ciudad poderosa!
Te vestías con ropas de lino fino,
Con ropas de color
Púrpura  y rojo,
Y te adornabas con oro,
Joyas y perlas
¡En un abrir y cerrar de ojos
Se acabó tanta riqueza!

Todos los capitanes de barco, los que viajaban por mar, los marineros y los comerciantes se mantuvieron alejados. Y al ver el humo de la ciudad en llamas, gritaron: ¡Nunca ha existido un ciudad tan poderosa como Babilonia!. Además, se echaron ceniza para mostrar su tristeza, y entre llantos y lamentos gritaban:

¡Ay, qué terrible!
¡Pobrecita de ti, gran ciudad poderosa!
Con tus riquezas se hicieron ricos
Todos los comerciantes del mar.
¡Y en un abrir y cerrar de ojos
Has quedado destruida!

¡Alégrense ustedes los santos,
Que viven en el cielo,
Pues Dios ha destruido
a la gran ciudad!
¡Alégrense ustedes los apóstoles,
Y ustedes los profetas,
Pues Dios ha castigado a
Babilonia
Por todo el mal que les hizo!

Entonces un poderoso ángel tomó una roca, grande como piedra de molino, y la arrojó al mar diciendo:
Babilonia, gran ciudad poderosa,
¡asi serás destruida,
Y nunca más volverán a verte!

¡Nunca más se escuchará
En tus calles
Música de arpas,
Ni de flautas o trompetas!

¡Nunca más habrá en tus calles
Gente de diferentes oficios,
Ni volverá a escucharse en ti
El ruido de la piedra del molino!

¡Nunca más brillará en ti
La luz de una lámpara,
Ni se escuchará la alegría
De una fiesta de bodas!
Porque tus comerciantes eran
Los más poderosos del mundo,
Y tú engañaste con tus brujerías
A todos los países.

Dios castigó a esa gran ciudad, porque ella es la culpable de haber matado a los profetas y a los del pueblo de Dios. En efecto, ella mató a muchos en todo el mundo.

Aquí puedes darte cuenta que el tiempo apremia, y vivimos una época difícil, el hombre debe estar apegado a la Palabra de Dios, obedeciendo sus mandatos para que sea luz en dondequiera que se encuentre y sea ejemplo a otros.

No obstante, lo importante es que el hombre sea consciente de que sólo la sabiduría que viene de Dios puede guiar al hombre en rectitud pues el hombre obediente pertenece al pueblo de Dios.

Por tanto, el hombre regenerado entiende que Dios lo protege pues cumple sus mandatos y tiene la confianza en Dios y Dios es todopoderoso y El hará pagar al hombre que hace lo malo, dos veces la misma amarga experiencia que hizo pasar a otro por su culpa, pues el hombre orgulloso, cree en su superioridad de sí mismo y desprecia a los demás y cree que nunca sufrirá, pero Dios es justo y Dios hará que el hombre soberbio viva atormentado.

Así pues, lo importante es que el hombre esté atento y preparado en el conocimiento de Dios, lleno de riquezas espirituales pues las riquezas materiales en un abrir y cerrar de ojos pueden acabarse, pues lo grandioso sería que el hombre cambie su manera de vivir y que su vida sea transformada para que brille como la luz de una lámpara ante los demás.


Con Alta Estima,  

jueves, 24 de septiembre de 2015

El Cordero vencerá, porque es el Señor más grande



Entonces vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y me dijo: Ven; te voy a mostrar el castigo que le espera a esa gran prostituta que está sentada a la orilla de muchos ríos. Los reyes del mundo se unieron a ella para adorar a dioses falsos, y la gente del mundo hizo lo mismo.

Luego, en la visión que me mostró el Espíritu de Dios, el ángel me llevó al desierto. Allí vi una mujer sentada sobre un monstruo de color rojo. Este monstruo, de siete cabezas y diez cuernos, tenía escritos por todo el cuerpo nombres que ofendían a Dios. Aquella mujer vestía ropas de color púrpura y rojo. Se había adornado el cuerpo con oro, piedras preciosas y perlas. En su mano derecha tenía una copa de oro llena de vino. Ese vino significa que hizo mucho mal y que adoró a dioses falsos. En la frente, esa mujer tenía escrito un nombre misterioso: La gran Babilonia, madre de todas las prostitutas y de todo lo malo y odioso que hay en el mundo. Luego me di cuenta de que la mujer se había bebido el vino y se había emborrachado con él. Ese vino representa la sangre del pueblo de Dios y de los que fueron asesinados por mantenerse fieles a Jesús.

Esta visión me sorprendió mucho, pero el ángel me dijo: ¿Por qué te sorprendes? Yo te voy a explicar el significado secreto de esta visión. Voy a decirte quién es esa mujer, y quién es el monstruo de siete cabezas y diez cuernos que ella monta.

Este monstruo que has visto es uno que antes vivía, pero que ya no existe. Sin embargo, saldrá del Abismo profundo, pero sólo para ser destruido. Y los habitantes de la tierra que no están anotados en el libro de la vida desde antes de la creación del mundo, se sorprenderán cuando vean a este monstruo. Antes estuvo vivo, y ahora ya no existe, pero regresará-

Para entender esto, hace falta sabiduría: Las siete cabezas son los siete cerros sobre los cuales está sentada la mujer, y también representan a siete reyes. Cinco de esos reyes ya han muerto, y uno de ellos reina ahora. El otro no ha reinado todavía pero, cuando venga, reinará sólo un poco de tiempo. El monstruo  que antes vivía, y que ya no existe, es uno de esos siete reyes. Regresará a reinar por segunda vez, y llegará a ser el octavo rey, pero será destruido para siempre.

Los diez cuernos que has visto son diez reyes, que todavía no han comenzado a reinar; pero durante una hora recibirán poder, y junto con el monstruo gobernarán como reyes. Los diez reyes se pondrán de acuerdo, y entregarán al monstruo su poder y su autoridad.

Después, el monstruo y los diez reyes pelearán contra el Cordero, pero él y sus seguidores los vencerán. El Cordero vencerá, porque es el Señor más grande y el Rey más poderoso. Con él estarán sus seguidores. Dios los ha llamado y elegido porque siempre lo obedecen.

El ángel también me dijo: Los ríos que has visto, y sobre los cuales está sentada la prostituta, representan pueblos y gente de diferentes idiomas y países. Los diez cuernos que has visto, lo mismo que el monstruo, odiarán a la prostituta y le quitarán todo lo que tiene. La dejarán destruida, se comerán la carne de su cuerpo, y luego la arrojarán al fuego.

Dios permitió que los diez reyes hicieran lo que él había pensado hacer. Los hizo ponerse de acuerdo para entregarle su poder al monstruo. Y ellos obedecerán al monstruo hasta que se cumplan todos los planes de Dios. La mujer que has visto representa a la gran ciudad, y su rey domina a todos los reyes del mundo.

Aquí puedes darte cuenta que es fundamental que el hombre se aparte de la idolatría, que se vuelva a Dios y aprenda a hacer lo bueno.

No obstante, es necesario que el hombre se mantenga fiel a Dios, que tenga puesta su confianza en Dios y que a pesar de la adversidad Dios le protegerá pues El cuida del hombre que obedece sus mandatos.

Ahora bien, lo importante es que el hombre sea consciente de que siempre existirá la maldad en el mundo pero si el hombre vive  apegado a la Palabra de Dios  adquirirá sabiduría y entonces sabrá discernir del bien y del mal, y entonces el hombre sabio escogerá el camino recto.

Así pues, es necesario que el hombre tenga fe y espere en Dios, porque el Cordero es el Señor más grande y vencerá y será el rey más poderoso.


Con Alta Estima,

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Dios bendecirá al que se mantenga despierto y vestido



Entonces oí una fuerte voz que salía del templo, y que les decía a los siete ángeles: Vayan y vací
en las siete copas que representan el enojo de Dios.

El primer ángel fue y vació su copa sobre la tierra, y a todos los que tenían la marca del monstruo y adoraban su estatua les salió una llaga terrible y dolorosa.

El segundo ángel vació su copa sobre el mar, y el agua del mar se convirtió en sangre, como la sangre de los que mueren asesinados. Así murió todo lo que tenía vida en el mar.

El tercer ángel vació su copa sobre los ríos y sobre los manantiales, y el agua se convirtió en sangre. Luego oí decir al ángel que tiene poder sobre el agua: Dios, tú eres santo, vives por siempre, y tus castigos son justos. Tus enemigos mataron a muchos de tu pueblo santo, y también a tus profetas. Por eso ahora tú les das a beber sangre, ¡pues se lo merecen!

Y escuché una voz que salía del altar y decía: Sí, Señor Dios todopoderoso, estos castigos son correctos y justos.

El cuarto ángel vació su copa sobre el sol, el cual se le permitió quemar a la gente. Todos quedaron terriblemente quemados, pero ni aun así se volvieron a Dios ni lo alabaron. Al contrario, ofendieron a Dios, que tiene poder para suspender esos terribles castigos.

El quinto ángel vació su copa sobre el trono del monstruo, y su reino quedó en la oscuridad. La gente se mordía la lengua de dolor, porque las llagas los hacían sufrir mucho. Pero ni aun así dejaron de hacer lo malo, sino que ofendieron a Dios por el dolor que sentían; ¡ofendieron a Dios, que vive en el cielo!

El sexto ángel vació su copa sobre gran río Eufrates, y el agua del río se secó para que los reyes del Oriente pudieran pasar.

Entonces vi que de la boca del dragón, de la boca del monstruo y de la boca del falso profeta, salieron tres espíritus malos que parecían ranas. Eran espíritus de demonios, que hacían cosas extraordinarias y maravillosas. Salieron para reunir a todos los seres del mundo, para que lucharan contra el dios todopoderoso. Lo harán cuando llegue el día en que Dios juzgará a todo el mundo.

Por eso el Señor Jesús dice: Yo volveré cuando menos lo esperen. Volveré como el ladrón, que roba en la noche menos esperada. ¡Dios bendecirá al que se mantenga despierto y vestido, pues no lo sorprenderán desnudo! ¡Ni tendrá nada de qué avergonzarse!

Los espíritus malos reunieron a los reyes en un lugar, que en hebreo se llama Harmagedón.  El séptimo ángel vació su copa sobre el aire, y desde el trono que está en el templo salió una fuerte voz que decía: ¡Ya está hecho!

Y hubo relámpagos, voces, truenos y un gran terremoto, más terrible que todos los terremotos que han sacudido a la tierra desde que hay gente en ella. El terremoto partió en tres a la gran ciudad de Babilonia,  y las ciudades de todo el mundo se derrumbaron. Dios no se olvidó de Babilonia, sino que la castigó terriblemente, con todo su enojo. Todas las islas y las montañas desaparecieron, y del cielo cayeron grandes granizos sobre la gente. Los granizos parecían rocas, pues pesaban más de cuarenta kilos. Y la gente insultó y ofendió  a Dios, porque aquellos terribles granizo fueron un castigo muy duro.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe buscar a Dios, reconocer su poder y su santidad y que vive por siempre y Dios protege al hombre obediente contra los malvados pues su vida ha sido transformada y entonces el hombre regenerado no provoca el enojo de Dios.

Lo importante, es que el hombre entienda que si Dios castiga al hombre perverso, el juicio de Dios es correcto y justo.

Por tanto, es prioridad que el hombre se vuelva a Dios, que se aparte del mal y haga lo bueno pues es esencial que el hombre no ofenda a Dios, sino al contrario que sobre todo alabe a Dios que vive en el cielo.

No obstante, el tiempo apremia, nuestro Señor Jesucristo vendrá pronto y por eso es necesario que el hombre esté ¡Despierto! y vestido, purificado con la Palabra de Dios y con un corazón limpio, de nada de qué avergonzarse y entonces el Espíritu de Dios pueda habitar en el hombre que lo acepta en su ser interior.

Así pues, lo conveniente es que el hombre avance espiritualmente y que su fe sea incrementada pues el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo, quien vino al mundo a habitar entre nosotros, murió y resucitó para dar al hombre una nueva vida llena de bendiciones, y esto es la verdad.


Con Alta estima

martes, 22 de septiembre de 2015

Tú eres el Rey del mundo, todo lo que haces, es justo y correcto



Vi en el cielo algo extraordinario: siete plagas terribles que vendrían sobre la tierra. Después de todo eso, el enojo de Dios se calmaría.

Vi también algo que parecía un mar de cristal mezclado con fuego. Junto a ese mar estaban de pie los que habían vencido al monstruo, los que no aceptaron ser marcados con el número de su nombre ni habían adorado a su estatua. Dios les había dado arpas, y con ellas cantaban el canto de Moisés, dedicado al Cordero. Decían: Señor, Dios todopoderoso, todo lo que tú haces es grande y maravilloso. Tú eres el Rey del mundo, todo lo que haces, es justo y correcto. Dios mío, todos te honran y te alaban, pues sólo tú eres santo. Todos los países del mundo vendrán a adorarte, pues bien saben que eres justo.

Después de esto miré hacia el cielo, y vi que se abría el templo. De él salieron los siete ángeles con las siete plagas terribles que iban a suceder. Estaban vestidos con una tela fina y costosa, limpia y brillante, y se cubrían el pecho con protectores de oro. Uno de los cuatro seres vivientes le dio una copa llena de vino y cada uno de los ángeles. Las siete copas de vino representaban el enojo de Dios, quien vive para siempre. El templo se llenó con el humo que salía de la grandeza y del poder de Dios. Y a nadie se le dejaba entrar en el templo antes de que llegaran las siete plagas terribles que llevaban los siete ángeles.

Aquí puedes darte cuenta que es de prioridad que el hombre reconozca a Dios como el único Dios verdadero, Dios todopoderoso, el Rey del mundo y todo lo que hace es justo y correcto, por lo que el hombre debe tener su confianza en Dios y con su conducta honrar y alabar a Dios pues El vive para siempre.

Es ¡Urgente! que el hombre viva apegado a la Palabra de Dios y obedezca sus mandatos para que haga lo correcto y le irá bien y se mantendrá el hombre firme en sus convicciones apartados de lo malo, pues Dios es maravilloso, sólo Dios es santo y El será justo cuando venga a juzgar a los que en El creen.


Con Alta Estima,

Dios los premiará por todo el bien que han hecho



Entonces miré, y vi al Cordero de pie en el monte Sión. Junto a él estaban ciento cuarenta y cuatro mil seguidores suyos, que tenían escritos en la frente los nombres del Cordero y del Padre. Después oí una voz que venía del cielo. Era como el estruendo enormes cataratas, o como el fuerte resonar del trueno; era un sonido semejante al de muchos músicos tocando arpas. Los ciento cuarenta y cuatro mil estaban de pie delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes y de los veinticuatro ancianos, y cantaban una canción que nunca antes se había escuchado. Nadie podía aprenderse la letra de aquella canción, a no ser los que fueron salvados de entre la gente de este mundo, los cuales no adoraron a dioses falsos ni fueron infieles a Dios. Todos ellos seguían al Cordero por dondequiera que él iba, y habían sido salvados para ser el primer regalo que se ofreciera a Dios y al Cordero, pues nunca mintieron ni hicieron lo malo.

Vi entonces a otro ángel, que volaba en lo alto del cielo. Llevaba buenas noticias de valor eterno, para la gente de todos los países, razas, idiomas y pueblos. Decía con fuerte voz: Honren a Dios y alábenlo; ha llegado el momento en que él juzgará al mundo. Adoren al creador del cielo y de la tierra, del mar y de los manantiales.

La seguía otro ángel que decía:  ¡Ya cayó la gran Babilonia! Ya ha sido destruida la ciudad que enseñó a todos los países a pecar y a obedecer a dioses falsos.

Luego los siguió un tercer ángel, que decía con fuerte voz: Si alguno adora al monstruo o a su estatua, o deja que le pongan su marca en la frente o en la mano. Dios se enojará mucho y lo castigará duramente. No será un castigo suave, sino que lo hará sufrir con fuego y azufre ardiente, y los santos ángeles y el Cordero lo verán sufrir su castigo. El humo del fuego que lo hará sufrir nunca dejará de subir, pues los que adoran al monstruo y a su estatua, y tienen la marca de su nombre, nunca dejarán de sufrir, ni de día ni de noche.

El pueblo de Dios debe aprender a soportar con fortaleza las dificultades y los sufrimientos. También debe obedecer los mandatos de Dios y seguir confiando en Jesús.

Entonces oí una voz del cielo, que me decía: Escribe esto: ¡Dios bendecirá a los que de ahora en adelante mueran unidos al Señor Jesucristo!

Y el Espíritu de Dios dice: Así es, porque ellos descansarán de todos sus sufrimientos y dificultades, pues Dios los premiará por todo el bien que han hecho.

Luego vi una nube blanca, sobre lo que estaba sentado alguien me parecía un hijo de hombre. Tenía una corona de oro en la cabeza, y en la mano llevaba una hoz afilada. Y otro ángel salió del templo, y gritó con fuerte voz al que estaba sentado en la nube: ¡Empieza a cortar con tu hoz, y recoge la cosecha! Y ha llegado la hora de recogerla.

El que estaba sentado en la nube pasó la hoz sobre la tierra, y recogió la cosecha. Entonces salió del templo otro ángel, que también llevaba una hoz afilada. Y del altar salió el ángel que tiene poder sobre el fuego, y le dijo al ángel que llevaba la hoz afilada: ¡Empieza a cortar con tu hoz! ¡Recoge las uvas del viñedo de la tierra, porque las uvas ya están maduras.

El ángel pasó la hoz sobre la tierra, y cortó las uvas de los viñedos. Luego las echó en el recipiente grande que se usa para exprimirlas, y que representa el enojo de Dios. Las uvas fueron exprimidas fuera de la ciudad, y del recipiente salió tanta sangre que subió hasta un metro y medio de altura, en una extensión de trescientos kilómetros.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre regenerado, el que cree en el mensaje de Dios y cumple con El pertenece al pueblo de Dios y el Señor los escogerá para vivir eternamente con El pues dejaron de hacer lo malo.

No obstante, el hombre debe mostrar gratitud a Dios pues Dios es bueno y su amor es tan grande que cada día es nueva su misericordia y El desea que la gente se vuelva a El antes de que juzgue al mundo.

Por tanto, es necesario que el hombre se arrepienta y pida perdón a Dios y enderece su camino, cambie su manera de vivir, y con su conducta honre y alabe al Dios Creador de todo lo que existe.

Asimismo, lo fundamental es que el hombre se mantenga firme en sus convicciones y que obedezca la Palabra de Dios y la cumpla en su vida y, aunque en el mundo haya dificultades Dios le dará fortaleza al hombre y aprenderá a soportarlas y, por ende vencerá al maligno, pues el Espíritu de Dios protege al que obedece sus mandatos y sigue confiando en Jesús y por ende, premia a los que hacen el bien.

Así pues, el tiempo apremia y el hombre debe estar preparado en el conocimiento de Dios y alcanzar la madurez espiritual para que de buen fruto, una buena cosecha que agrade a Dios.


Con Alta Estima,

domingo, 20 de septiembre de 2015

El pueblo de Dios debe aprender a soportar los sufrimientos, y a seguir confiando en Dios.



Entonces vi que del mar salía un monstruo con diez cuernos y siete cabezas. En cada cuerno tenía una corona, y en cada cabeza tenía escritos nombres que ofendían a Dios. Este monstruo parecía leopardo; pero tenía patas de oso y hocico de león. El dragón le entregó a este monstruo su poder y su reino. Una de las cabezas del monstruo su poder y su reino. Una de las cabezas del monstruo parecía tener una herida mortal. Pero la herida sanó, lo que hizo que todo el mundo se asombrara y creyera en el monstruo. Todos adoraron al dragón, porque le había dado su autoridad del monstruo, y también adoraron al monstruo. Decían: No hay nadie tan fuerte como ese monstruo. Nadie puede luchar contra él.

Al monstruo se le permitió creerse importante y decir que él era Dios. También se le permitió gobernar durante cuarenta y dos meses. Pasado ese tiempo, empezó a insultar a Dios, a su templo y a todos los que están en el cielo. También se le permitió pelear contra el pueblo de Dios y derrotarlo, y además se le dio autoridad sobre la gente de todas las razas y pueblos, idiomas y países. A ese monstruo lo adorarán todos los que no tienen sus nombres escritos en el libro del Cordero, que fue sacrificado. Ese libro fue escrito desde antes de que Dios creara el mundo, y en él están escritos los nombres de todos los que tienen vida eterna.

Si alguien tiene oídos, que ponga atención a lo siguiente: Quien deba ir a la cárcel, a la cárcel, a la cárcel será llevado; y quien deba morir por la espada, a filo de espada morirá.

Esto significa que el pueblo de Dios debe aprender a soportar los sufrimientos, y a seguir confiando en Dios.

Luego vi que de la tierra salía otro monstruo. Tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como un dragón; había recibido autoridad del primer monstruo, y trabajaba para él. Obligaba a los habitantes del mundo a que adoraran al primer monstruo, el cual se había repuesto de su herida mortal. También hacía cosas grandiosas delante de la gente, y dejaba caer fuego del cielo sobre la tierra. Este monstruo engañó a la gente por medio de los milagros que hizo con el poder que el primer monstruo le había dado. Luego los obligó a hacer una estatua del primer monstruo, el cual había sido herido con una espada pero seguía con vida. Dios permitió que segundo monstruo le diera vida a la estatua del primer monstruo, para que pudiera hablar. Todos los que no adoraban la imagen del primer monstruo eran condenados a muerte. También hizo que a todos les pusieran una marca, en la mano derecha o en la frente. No importaba que fueran ricos o pobres, grandes o pequeños, libres o esclavos; todos tenía que llevar la marca. Nadie podía comprar ni vender nada, si no tenía esa marca, o el nombre del monstruo, o el número de su nombre.

Aquí hay que esforzarse mucho para poder comprender, si hay alguien que entienda, trate de encontrar el significado del número del monstruo, porque es el número de un ser humano. Ese número es 666.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe ser obediente a la Palabra de Dios para que se mantenga firme en sus convicciones, seguro en lo que cree: que nuestro Señor Jesucristo vino al mundo y murió y resucitó para redimir al hombre y darle libertad y entonces pertenezca al pueblo de Dios.

No obstante, es necesario que el hombre se aparte del pecado, pues si vuelve a pecar entonces cae bajo el dominio de Satanás quien lo engaña y lo conduce a la muerte espiritual y lo aleja del camino de Dios, pero el hombre regenerado con obediencia y disciplina debe enderezar su camino.

Así pues, es necesario y conveniente que el hombre lea la Palabra de Dios, que medite y reflexione cada día, y entonces la Palabra le da el discernimiento para hacer el bien, su mente y corazón serán renovados cada mañana y el hombre fortalecido  permanecerá en comunión con Dios.

Por tanto, lo esencial es que el hombre siga confiando en Dios, y aprenda a soportar los sufrimientos, más no caiga en la idolatría ni en los afanes del mundo, sino que haya una transformación total en su vida y el hombre cambie su manera de vivir, que se esfuerce por ser mejor cada día, y sea lumbrera dondequiera que se encuentre.


Con Alta Estima,

sábado, 19 de septiembre de 2015

Nuestro Dios ha salvado a su pueblo; ha mostrado su poder, y es el único rey.



Luego se vio en el cielo algo muy grande y misterioso: apareció una mujer envuelta en el sol. Tenía la luna debajo de sus pies, y llevaba en la cabeza una corona con doce estrellas. La mujer estaba embarazada y daba gritos de dolor, pues estaba a punto de tener a su hijo. De pronto se vio en el cielo algo también grande y misterioso: apareció un gran dragón rojo, que tenía siete cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza. Ese dragón arrastró con la cola a la tercer parte de las estrellas del cielo, y las arrojó a la tierra; luego se detuvo frente a la mujer, para comerse a su hijo tan pronto como naciera.

La mujer tuvo un hijo que gobernaría con gran poder a todos los países de este mundo. Pero le quitaron a su hijo y lo llevaron ante Dios y ante su trono. La mujer huyó al desierto, donde Dios había preparado un lugar para que la cuidaran durante tres años y medio.

Después hubo una batalla en el cielo. Uno de los jefes de los ángeles, llamado Miguel, acompañado de su ejército, peleó contra el dragón. El dragón y sus ángeles lucharon, pero no pudieron vencer, y ya no se les permitió quedarse más tiempo en el cielo. Arrojaron del cielo al gran dragón, que es la serpiente antigua, es decir, el diablo, llamado Satanás, que se dedica a engañar a todo el mundo. El y sus ángeles fueron lanzados a la tierra.

Entonces oí una fuerte voz que decía: Nuestro Dios ha salvado a su pueblo; ha mostrado su poder, y es el único rey. Su Mesías gobierna sobre todo el mundo. El diablo ha sido arrojado del cielo, pues día y noche, delante de nuestro Dios, acusaba a los nuestros.

La muerte del Cordero y el mensaje anunciado han sido su derrota. Los nuestros no tuvieron miedo, sino que se dispusieron a morir.

¡Que se alegren los cielos, y todos los que allí viven! Pero ¡qué mal les va a ir a los que viven en la tierra, y a los que habitan en el mar! El diablo está muy enojado; ha bajado para combatirlos. ¡Bien sabe el diablo que le queda poco tiempo!

Cuando el dragón se dio cuenta de que había sido lanzado a la tierra, empezó a perseguir a la mujer que había tenido  a su hijo. Pero Dios le dio a la mujer dos grandes alas de águila para que escapara volando, lejos del dragón, hacia el lugar en el desierto donde la cuidarían durante tres años y medio. El dragón arrojó mucha agua por la boca, y con el agua formó un río para que arrastrara a la mujer. Pero la tierra vino en su ayuda; abrió un hueco y, como si fuera su boca, se tragó toda el agua que el dragón había arrojado. Entonces el dragón se enojó mucho contra la mujer, y fue a pelear contra el resto de sus descendientes, es decir, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y siguen confiando en el mensaje de Jesús. Y el dragón se detuvo a la orilla del mar.

Aquí puedes darte cuenta que Dios envió a su Hijo Jesús a vivir en el mundo, a habitar como hombre pero El nunca pecó, ha sido un Cordero sin mancha y sufrió y murió y resucitó para redimir al hombre y que tenga una nueva vida y entonces el hombre regenerado lo reconozca como el único rey, pues El demostrará su poder y gobernará a todos los países del mundo.

Por tanto, el hombre debe estar preparado y atento pues se viven tiempos difíciles pero el hombre que esté apegado a la Palabra de Dios, y obedeciendo los mandamientos y sobre todo, confiando en el mensaje del Señor Jesús, podrá vencer ante las mentiras del maligno.

Así pues, lo esencial es que el hombre regenerado, cambie su manera de vivir, que su vida sea transformada totalmente y que no vuelva a ser esclavo del pecado, sino más bien que el hombre aprecie la libertad que ha recibido por la sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo,  y entonces el hombre muestre gozo y alegría y esté alerta  esperando la venida del Señor Jesús.


Con Alta Estima,

viernes, 18 de septiembre de 2015

No te opongas a los planes de Dios.


Cuando terminó la celebración, todos los israelitas fueron a las ciudades de Judá y a los territorios de las tribus de Benjamín, Efraín y Manasés, y destrozaron las imágenes que la gente adoraba. También destruyeron las imágenes de la diosa Astarté, y los pequeños templos de las colinas. No descansaron hasta acabar con todo eso. Luego regresaron a sus ciudades, cada uno a su hogar.
Después Ezequías organizó en grupos a los sacerdotes y a sus ayudantes, de acuerdo al turno y al trabajo que les tocaba hacer. Unos presentaban las ofrendas para agradar a Dios o para pedir perdón por los pecados. Otros daban gracias y alababan a Dios, y otros servían como vigilantes de las entradas del templo.
El rey tomó de su propio ganado los animales para hacer los sacrificios que Dios ordena en ley: las ofrendas de la mañana y las de la tarde que se presentaban todos los días de la semana, las ofrendas de los sábados, las de cada mes, y los que se ofrecen a Dios en las fiestas de cada año. Luego el rey pidió a la gente que vivía en Jerusalén, que también diera ofrendas para que los sacerdotes y sus ayudantes tuvieran todo lo necesario para vivir, y así ellos pudieran dedicarse por completo a servir a Dios como él lo ordena.
En cuanto los israelitas se enteraron de la petición del rey, dieron en abundancia de lo mejor que tenían; de su cosecha de trigo, vino, aceite y miel, y de todo lo que habían recogido de sus campos. También entregaron la décima parte de todo lo que tenían, que resultó ser una gran cantidad de cosas.
Era el mes de Silván, cuando la gente de Israel, y de Judá empezó a llevar a Jerusalén la décima parte de sus reses, de sus ovejas y de lo que había apartado para Dios. Después de cuatro meses dejaron de guardar y acomodar sus ofrendas.
Cuando Ezequías y los principales jefes vieron esa gran cantidad de ofrendas, bendijeron a Dios y a su pueblo Israel. Entonces Ezequías les pidió a los sacerdotes y a sus ayudantes que le informaran sobre lo que se estaba haciendo con esas ofrendas. Azarías, que era el jefe de los sacerdotes, y descendiente de Sadoc, le respondió: Dios ha bendecido a su pueblo, y es tanto lo que desde el principio han traído al templo, que no nos ha faltado comida; por el contrario ha sobrado mucho.
Entonces Ezequías mandó que prepararan las bodegas del templo de Dios, y allí guardaron todos los diezmos y ofrendas que la gente había traído. Para cuidar de todo eso, nombraron a Conanías y a su hermano Simí, que eran ayudantes de los sacerdotes. Bajo sus órdenes estaban los vigilantes, que también fueron nombrados por el rey y por Azarías, que era el jefe principal del templo de Dios. Sus nombres eran: Jehiel, Azazías, Náhat, Asael, Jerimot, Jozahad, Eliel, Ismaquías, Máhat, Benaías.
Coré hijo de Imná, de la tribu de Leví, tenía a sus cargo la vigilancia de la entrada este del templo, y era el responsable de cuidar las ofrendas que la gente daba voluntariamente a Dios. También se encargaba de repartirlas entre los sacerdotes y sus ayudantes.
Coré tenía seis ayudantes que, con toda honradez, repartían las ofrendas entre los sacerdotes y los ayudantes que vivían en las ciudades y campos de pastoreo del territorio de Judá. Los sacerdotes que recibían esa ayuda debían ser descendientes de Aarón, y los ayudantes debían estar en la lista oficial de ayudantes al servicio de Dios. Estos eran los seis ayudantes: Edén, Minjamín, Jesús, Semaías, Amarías, Secanías.
La repartición se hacía de la siguiente manera en un libro estaban escritos los nombres de todos los sacerdotes y los ayudantes mayores de tres años. La lista de los sacerdotes seguía el orden de la familia a la que pertenecían, y a la lista de los ayudantes tenía una sección con todos aquellos mayores de veinte años, según el turno y el trabajo que hacían. Como estos estaban totalmente dedicados a servir a Dios, en el libro también estaban registrados los nombres de todos sus familiares, es decir, de sus esposas, hijos e hijas.
Y así, todos los sacerdotes y levitas que iban al templo para cumplir con sus trabajos diarios, según el turno y trabajo que les tocaba hacer, recibían la parte que les correspondía.
Ezequías tuvo éxito en la organización del trabajo del templo, porque todo lo hizo con el único deseo de agradar a Dios, y porque siempre actuó de acuerdo con su ley. Por eso Dios consideró que todo lo que Ezequías hizo en el territorio de Judá, lo había hecho con sinceridad.
Después de que Ezequías hizo todo esto, con lo que demostró su obediencia y fidelidad a Dios, vino Senaquerib, rey de Asiria, e invadió el territorio de Judá. Y aunque las ciudades tenían murallas, las rodeó para conquistarlas.
Cuando Ezequías se dio cuenta de que Senaquerib había decidido atacar también a Jerusalén, reunió a los principales jefes del pueblo y a sus soldados más valientes, y les propuso tapar los pozos que estaban fuera de la ciudad. De esa manera los asirios no tendrían agua para beber. Todos estuvieron  de acuerdo en hacerlo, y de inmediato reunieron a mucha gente para  tapar todos los pozos, y cortar el paso del río que cruzaba la ciudad. Así, cuando el rey de Asiria llegara, no tendría suficiente agua.
Luego, Ezequías cobró ánimo y mandó reparar la muralla de la ciudad. Construyó torres sobre ella, y también edificó otra muralla exterior. Además, fortaleció el relleno de tierra del lado este de la Ciudad de David, y fabricó una gran cantidad de lanzas y escudos. Luego puso a los jefes del ejército al mando del pueblo, y los reunió en el patio principal que estaba frente a la entrada de la ciudad para darles ánimo. Les dijo: ¡Tengo confianza y sean valientes! ¡No se desanimen  ni les tengan miedo al rey de Asiria y a su gran ejército! Nosotros somos más poderosos. El rey de Asiria confía en su ejército; pero nosotros tenemos a Dios de nuestra parte, y él peleará por nosotros.
Al oír el rey, el pueblo cobró valor. Mientras Senaquerib, rey de Asiria, atacaba con todas sus tropas la ciudad de Laquis, envió mensajeros a Jerusalén para que dieran este mensaje a Ezequías y a toda la gente de Judá: ¿Cómo pueden estar tan tranquilos? ¡Los tengo rodeados con mi ejército! ¿A qué se atienen? ¿No será que Ezequías los ha engañado al decirles que su Dios los librará de mi poder? Lo único que Ezequías hará es matarlos de hambre y de sed.
¿No cometió Ezequías el error de quitar los altares donde adoraban a Dios? ¿No fue él quien  les ordenó que solamente lo adoraran en un altar? ¿Acaso no se han enterado de lo que yo y mis antepasados hemos hecho con todas las naciones? ¡Ningún dios ha podido detenernos! ¿Qué les hace pensar que su Dios sí podrá hacerlo? Si ninguno de esos dioses pudo librar a su pueblo de mi poder, ¡mucho menos podrá hacerlo el Dios de ustedes! ¡No se dejen engañar por Ezequías!
Estos y muchos insultos más lanzaron los mensajeros del rey de Asiria contra Dios y contra su servidor Ezequías. Los insultaban a gritos y en el idioma de Judá, para meterles miedo a los que estaban en la muralla de Jerusalén. Pensaban que así sería más fácil conquistar a la ciudad.
Además, Senaquerib escribió cartas en las que también insultaba al Dios de Israel. En ellas decía: Si los dioses de las demás naciones no pudieron librarlas de mí poder, mucho menos podrá el Dios de Ezequías librar a su pueblo.
Senaquerib y sus mensajeros pensaban que Dios era como los dioses de las naciones de la tierra, que son fabricados por los hombres.
Ante esa situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amós, clamaron a Dios y le pidieron ayuda. En respuesta, Dios envió un ángel que mató a los valientes soldados y jefes del ejército del rey de Asiria. A Senaquerib no le quedó más remedio que regresar a su país lleno de vergüenza. Y cuando entró al templo de su dios, sus propios hijos lo mataron.
Así fue como Dios libró a Ezequías y a los habitantes de Jerusalén del poder de Senaquerib, rey de Asiria. También los libró del poder de todos sus enemigos, y les permitió vivir en paz con los pueblos vecinos.
En agradecimiento por todo eso, muchos llevaron a Jerusalén ofrendas para Dios, y valiosos regalos para el rey Ezequías. Desde ese día, el rey se hizo muy famoso en todas las naciones.
En esos días, Ezequías se puso tan enfermo que estaba a punto de morirse. Sin embargo, le pidió a Dios que lo sanara, y Dios le dio una señal de que así lo haría.
¨Pero Ezequías fue tan orgulloso que no le dio gracias a Dios por su ayuda. Entonces Dios se enojó tanto que decidió castigar a Ezequías, y también a todos los de Judá y de Jerusalén.
Sin embargo, Ezequías y los que vivían en Jerusalén se arrepintieron de su orgullo. Así, mientras Ezequías estuvo con vida, Dios dejó en paz a los habitantes de Judá y de Jerusalén.
Dios permitió que Ezequías llegara a tener grandes riquezas y honores. Y fue tanto lo que llegó a poseer, que se construyó lugares para guardar las enormes piedras preciosas, perfumes, escudos y objetos valiosos.
También construyó bodegas para almacenar los cereales, el vino y el aceite. Ordenó construir establos para las muchas clases de ganado que tenía, y también hizo corrales para los rebaños. Además, ordenó construir varias ciudades.
Ezequías también mandó tapar el paso del agua y que salía del pozo de Guihón, y luego hizo construir un canal para llevar el agua hasta el lado oeste de la ciudad de David. Todo lo que Ezequías hizo tuvo éxito.
En cierta ocasión, los líderes de Babilonia enviaron gente para averiguar lo que había pasado con Ezequías y la señal que Dios le había dado. Entonces Dios dejó que Ezequías atendiera ese asunto por sí mismo, pues quería saber si los respetaba y obedecía.
La historia de Ezequías y de cómo obedeció a Dios, está escrita en el libro del profeta Isaías hijo de Amós, y en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá.
Cuando Ezequías murió, lo enterraron en el cementerio de los reyes, en una tumba especial para los reyes más respetados por el pueblo. Toda la gente de Judá, y los que vivían en Jerusalén, hicieron un gran funeral en su honor. Manasés, su hijo, reinó en su lugar.
Manasés comenzó a reinar a los doce años. Manasés no obedeció a Dios, pues practicó las costumbres vergonzosas de las naciones que Dios había expulsado del territorio de los israelitas. Reconstruyó los pequeños templos que su padre Ezequías había destruido, hizo imágenes de la diosa Astarté y edificó altares para adorar a Baal, y adoró a todos los astros del cielo.
Manasés construyó altares para esos astros en los patios del templo de Dios, aun cuando Dios había dicho que ese templo sería su casa en Jerusalén por siempre. Puso la imagen de un ídolo en el templo de Dios, practicó la hechicería y la brujería, y se hizo amigo de brujos y espiritistas. También hizo quemar a su hijo como un sacrificio en el valle de Ben-hinom. Su comportamiento fue tan malo, que Dios se enojó mucho. Dios les había dicho a David y a su hijo Salomón: De todas las ciudades de Israel ha elegido a Jerusalén, para poner allí mi templo y vivir en él para siempre. Si los israelitas obedecen todos los mandamientos que le di a Moisés, no los expulsaré del país que les he dado.
Pero los israelitas no obedecieron a Dios, y Manasés les enseñó a cometer peores pecados que los que habían cometido las naciones que Dios había destruido cuando los israelitas llegaron a la región. Dios les hizo ver a Manasés y a su pueblo que estaban equivocados, pero ellos no le hicieron caso.
Entonces Dios hizo que los jefes del ejército del rey de Asiria atacaron a los israelitas. Los asirios apresaron a Manasés y lo humillaron, pues le pusieron un gancho en la nariz, lo ataron con cadenas de bronce y se lo llevaron prisionero a Babilonia.
Allí, mientras sufría tal humillación, Manasés le rogó a Dios que lo perdonara. Se humilló tanto delante del Dios de sus antepasados, que Dios escuchó su oración y lo perdonó. Además, le permitió volver a Jerusalén para reinar sobre Judá. Sólo así pudo Manasés comprender que su Dios era el Dios verdadero.
Después de esto, Manasés construyó una muralla más alta alrededor de la Ciudad de David. Esta empezaba al oeste de Guihón, pasaba por el arroyo y llegaba al Portón del Pescado, y finalmente rodeaba el monte Ofel. Luego puso a los jefes de su ejército en todas las ciudades de Judá que tenían murallas. También quitó los dioses extranjeros y el ídolo que había puesto en el templo de Dios. Además, destruyó todos los altares que había construido en Jerusalén y en el cerro donde estaba el templo, y los arrojó fuera de la ciudad.
Manasés restauró el altar de Dios, y presentó ofrendas para pedir perdón y dar gracias a Dios. Finalmente, le ordenó a toda la gente de Judá que solamente adorara y sirviera al Dios de Israel. El pueblo obedeció a Manasés, presentando ofrendas a su Dios, aunque también siguieron haciéndolo en los pequeños templos de las colinas.
La historia de Manasés está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel, y en la Historia de profetas. Allí se puede leer acerca de su oración y la respuesta que Dios le dio, y también acerca de sus pecados y su desobediencia. Allí aparece la lista de los pequeños templos de las colinas, en donde edificó altares y puso imágenes de Astarté y de ídolos, y allí se narra también cómo adoró Manasés a esos ídolos, y cuáles fueron los mensajes que recibió de Dios por medio de los profetas.
Cuando Manasés murió, lo enterraron en el jardín de su palacio. Su hijo Amón reinó en su lugar.
Amón tenía veintidós años cuando comenzó a reinar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dos años. Amón no obedeció a Dios, sino que siguió el mal ejemplo de su padre Manasés, pues adoró a los ídolos que su padre había fabricado, y les ofreció sacrificios. Pero Amón no se humilló ante Dios, como lo había hecho Manasés, sino que se comportó peor aún. Un día sus servidores se rebelaron contra él y lo mataron en su palacio. Luego el pueblo mató a esos servidores de Amón, y puso como rey a su hijo Josías.
Josías comenzó a reinar a los ocho años. La capital de su reino fue Jerusalén y su reinado duró treinta y un años. Josías obedeció a Dios en todo, pues siguió fielmente el ejemplo de su antepasado David.
A la edad de dieciséis años, el rey Josías empezó a obedecer al Dios de su antepasado David. Cuatros años después, comenzó a quitar los altares en los que el pueblo adoraba al dios Baal. También quitó las imágenes de la diosa Astarté, las imágenes y los ídolos que había por todo el territorio de Judá y en Jerusalén.
Josías ordenó que destruyeran todo eso hasta hacerlo polvo, y que luego esparcieran el polvo sobre las tumbas de quienes habían ofrecido sacrificios en ellos. Después mandó quemar los huesos de los sacerdotes de esos dioses, y los quemaron sobre los altares que ellos mismos habían usado para quemar incienso. Al terminar, también destruyeron esos altares.
Esto mismo hizo Josías en todo Israel y Judá, y no sólo en las ciudades, sino también en los poblados cercanos.
Después, a los dieciocho años de su reinado, Josías le ordenó a Safán hijo de Asaías, a Amasías, gobernador de la ciudad, y a su secretario Joah hijo de Joacaz, que repararan el templo de Dios.
Ellos fueron a ver a Hilquías, el jefe de los sacerdotes, y le entregaron el dinero que había en el templo de Dios. Ese dinero era el que los vigilantes de las entradas de templo había recogido entre la gente de las tribus de Manasés. Efraín y Benaín, y también entre la gente de Judá y de Jerusalén, y el resto del territorio israelita.
El dinero fue entregado después a los encargados de la construcción del templo para que pagaran a los carpinteros y a los constructores. Con ese mismo dinero compraron la madera y las piedras que necesitaban para las reparaciones. El templo estaba en ruinas, porque los reyes de Judá lo habían descuidado. Los encargados de la construcción del templo eran hombres honestos, dirigido por los siguientes ayudantes de los sacerdotes: Jáhat, Abdías, Zacarías, Mesulam.
Los dos primeros eran descendientes de Merarí, y los otros dos, descendientes de Quehat. Los ayudantes de los sacerdotes vigilaban  el trabajo de los cargadores, y dirigían a todos los obreros, sin importar el trabajo que realizaran.
Algunos ayudantes de los sacerdotes están muy buenos músicos, y otros eran secretarios, inspectores o vigilantes de las entradas del templo.
En el momento en que estaban sacando el dinero del templo, el sacerdote Hilquías encontró el libro de la Ley de Dios, que había sido dada por medio de Moisés. Entonces Hilquías le dijo al secretario Safán: ¡Encontré el libro de la Ley en el templo de Dios! Y se lo dio.
Safán le llevó el libro al rey, junto con este informe: Tus ayudantes están haciendo todo lo que les encargaste: Juntaron el dinero que había en el templo, y se lo dieron a los encargados de la construcción. Además, el sacerdote Hilquías encontró un libro y me lo entregó.
Entonces Safán se lo leyó al rey. Y cuando el rey escuchó lo que decía el libro de la Ley, rompió su ropa en señal de tristeza. Después les dio esta orden a Hilquías, a Ahicam hijo de Safán, a Abdón hijo de Micaías, al secretario Safán y a su ayudante personal Asaías: Vayan a consultar a Dios para que sepamos qué debemos hacer en cuanto a lo que dice este libro. ¡Dios debe estar furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron lo que está escrito aquí!.
Ellos fueron a ver a la profetisa Huldá, que vivía en el Segundo Barrio de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salum hijo de Ticvá y nieto de Harthás, Salum era el encargado de cuidar la ropa del rey. Cuando la consultaron. Huldá les contestó: El rey Josías debe enterarse del desastre que el Dios de Israel va a mandar sobre este lugar y sus habitantes. Así lo dice el libro que le han leído al rey. Dios está muy enojado, pues lo han abandonado para adorar a otros dioses. ¡Ya no los perdonará más! Pero díganle al rey que Dios ha visto su arrepentimiento y humildad, y que sabe lo preocupado que está por el castigo que se anuncia en el libro. Como el rey ha prestado atención a todo eso, Dios no enviará este castigo por ahora. Dejará que el rey muera en paz y sea enterrado en la tumba de sus antepasados. Luego el pueblo recibirá el castigo que se merece.
Los mensajeros fueron a contarle al rey lo que había dicho  Dios por medio de la profetisa Huldá. Entonces el rey mandó a llamar a los líderes de Judá y de Jerusalén, para que se reunieran en el templo con él. A la cita acudieron todos los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y sus ayudantes. Toda la nación, desde el más joven hasta el más viejo, fue el templo. Allí, el rey les leyó lo que decía el libro del pacto que habían encontrado. Después se puso de pie, junto a una columna, y se comprometió a obedecer siempre todos los mandamientos de Dios, y a cumplir fielmente el pacto que estaba escrito en el libro. Luego hizo que todos los que estaban allí presentes, y que eran de Jerusalén y de la tribu de Benjamín, se comprometieron a obedecer ese pacto. Y ellos cumplieron el pacto del Dios de sus antepasados.
Josías destruyó todos los odiosos ídolos que había en el país, y les ordenó a los israelitas que adoraran solamente al Dios de Israel. Mientras Josías vivió, su pueblo obedeció a Dios de sus antepasados.
El día catorce del mes de Ahib, Josías ordenó dar inicio a la celebración de la Pascua en Jerusalén, sacrificando el cordero de la fiesta. A los sacerdotes los organizó de acuerdo a sus tareas, y los animó para que hicieran bien su trabajo en el templo de Dios. A los ayudantes de los sacerdotes que se dedicaban a las enseñanzas de la ley de Dios, les ordenó lo siguiente: Ya no es necesario que transporten de un lugar, a otro el cofre del pacto de Dios. Pónganlo en el templo que el rey Salomón construyó. De ahora en adelante trabajarán en el templo, al servicio de su Dios y su pueblo Israel.
Sigan las instrucciones que el rey David y su hijo Salomón nos dieron, y organícense de acuerdo a sus familias y a sus turnos de trabajo. Así, un grupo de ayudantes de cada familia tendrá su oportunidad de servir en el templo. Cada grupo representará a las demás familias israelitas. Cumplan con la ceremonia de preparación y sacrifiquen el cordero de la Pascua, para que así sus compatriotas tengan todo los necesario para celebrar la fiesta, tal y como Dios lo ordenó por medio de Moisés.
Entonces Josías les dio a todos los que estaban allí treinta mil animales de su propio ganado, para que celebraran la Pascua. Entre los animales iban corderos y cabritos, además de otros tres mil novillos que también ofreció.
Al ver esto, los asistentes del rey también regalaron  animales, para que el pueblo, los sacerdotes y sus ayudantes celebraran la Pascua.
Además, Hilquías, Zacarías y Jehiel, que eran los asistentes del rey y estaban a cargo del templo de Dios, les dieron a los sacerdotes dos mil seiscientos corderos y trescientos novillos. Conanías y sus hermanos  Semaías y Natanael, así como Hasabías, Jehiel y Jozabad, jefes de los ayudantes de los sacerdotes, dieron cinco mil corderos y quinientos novillos.
Una vez que los sacerdotes estuvieron listos y sus ayudantes se organizaron por grupos, de acuerdo a las órdenes del rey, empezaron la celebración de la Pascua.
Los sacerdotes sacrificaron los animales de la Pascua y rociaron el altar con la sangre. Los ayudantes les quitaron la piel a los animales, y les sacaron la grasa para darle a cada familia la parte que le correspondía quemar ante Dios. Luego asaron los animales para la fiesta, y el resto de las ofrendas de Dios las cocinaron en ollas, calderos y sartenes. Todo eso lo repartieron entre la gente del pueblo, y así cumplieron con lo que había ordenado Moisés.
Los ayudantes de los sacerdotes no sólo tuvieron que cocinar su propia parte, sino también la que les tocó a todos aquellos que estuvieron muy ocupados como para hacerlo por sí mismos. Los sacerdotes, por ejemplo, estuvieron ocupados hasta el anochecer, presentando la grasa y las ofrendas que fueron quemadas. Los cantores estuvieron ocupados siguiendo las indicaciones que habían dejado David, Asaf, Hernán y Jedutún, el profeta del rey. Y los encargados de vigilar las entradas del templo tampoco pudieron dejar su puesto.
Así fue como organizaron todo lo que se necesitó para celebrar la Pascua, y para quemar sobre el altar las ofrendas presentadas a Dios. Todo se hizo según las instrucciones del rey Josías. Durante siete días, los israelitas celebraron la fiesta de la Pascua y de los panes sin levadura.
Cuando Josías cumplió dieciocho años de gobernar, tanto él como los sacerdotes y el pueblo celebraron la Pascua en Jerusalén. Nunca antes se había festejado la Pascua de esa manera, ni en la época en que gobernó el profeta Samuel, ni en la época de los reyes que gobernaron Israel antes de Josías.
Mucho tiempo después de que Josías reparara el templo, Necao, rey de Egipto, salió en plan de guerra hacia Carquemis, junto al río Eufrates. Josías pensó que Necao quería atacarlo; pero Necao envió mensajeros a decirle: No tengo nada contra ti, sino contra una nación enemiga. Además, Dios me ha ordenado hacer esto con prontitud. No te opongas a los  planes de Dios, porque él podría destruirte.
Pero Josías no se dio cuenta de que Dios le estaba hablando por medio de Necao. Así que se puso su armadura y fue a pelear contra Necao en el valle de Meguido. En medio de la batalla, una flecha alcanzó al rey Josías, y sus ayudantes lo sacaron del campo, pues estaba herido de muerte. Lo sacaron del carro de combate en el que estaba, lo pasaron a otro de sus carros, y lo llevaron a Jerusalén. Sin embargo, poco después murió. Lo enterraron junto a la tumba de sus antepasados, y todos en Judá y Jerusalén lamentaron en gran manera la muerte de Josías.
Jeremías compuso un canto que expresaba su gran tristeza por la muerte de Josías. Lo mismo hicieron los cantores y cantoras; y hasta el momento en que esto se escribió, era costumbre en Israel recordar a Josías con esas canciones tan tristes. La letra de estas canciones está escrita en el Libro de las lamentaciones.
La historia de Josías está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá. En ese libro se puede leer acerca de todo lo que hizo Josías, y de cómo obedeció la ley de Dios.
El pueblo eligió a Joacaz para que reinara en lugar de Josías, su padre. Joacaz tenía veintitrés años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, pero su reinado sólo duró tres meses, pues el rey de Egipto no le permitió gobernar, y se lo llevó prisionero. Este rey obligó a todo el país a pagar un impuesto de treinta y tres kilos de oro y tres mil trescientos kilos de plata. Luego nombró a Eliaquim como rey de Judá en Jerusalén, que era la capital. Eliaquim era hermano de Joacaz, pero el rey de Egipto le cambió el nombre, y le llamó Joacín.
Joacín tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró once años.
Joacín no obedeció a Dios. Nabucodonosor, rey de Babilonia, peleó contra él, lo encadenó y se lo llevó prisionero a Babilonia. También se llevó con él una parte de los utensilios del templo de Dios, y los puso en el templo de su dios en Babilonia.
La historia de Joacín narra su terrible comportamiento, y está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá. Joaquín, su hijo, reinó en su lugar.
Joaquín tenía ocho años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado sólo duró tres meses y diez días. Joaquín no obedeció a Dios.
En la primavera de ese año, el rey Nabucodonosor ordenó que llevaran a Joaquín preso a Babilonia. En su lugar, Nabucodonosor nombró como rey de Judá a Sedequías, que era hermano de Joaquín. También se llevaron a Babilonia los utensilios de más valor que había en el templo de Dios.
Sedequías tenía veintiún años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró once años. Sedequías no obedeció a Dios, ni le hizo caso al profeta Jeremías cuando este le dio mensajes de parte de Dios. Fue muy orgulloso y terco; nunca quiso arrepentirse ni obedecer al Dios de Israel.
Sedequías fue tan rebelde que tampoco obedeció al rey Nabucodonosor ni cumplió con el juramento que le había hecho.
De la misma manera se comportaron los principales sacerdotes y el pueblo. Traicionaron a Dios en gran manera, pues siguieron las odiosas costumbres de los países que adoraban dioses falsos. También se comportaron de manera terrible en el templo de Dios, el cual había sido dedicado a su adoración.
A pesar de eso, Dios amó a su pueblo y a su templo, y les envió muchos mensajeros para llamarles la atención. Pero la gente siempre se burlaba de los mensajeros de Dios y de los profetas, y no les hacían caso. Y así siguieron hasta que Dios ya no aguantó más y, muy enojado, decidió castigarlos.
Dios hizo que Nabucodonosor atacara Jerusalén y la derrotara. El rey Nabucodonosor mató a los  jóvenes en el templo, y luego mató a muchos de los habitantes de Jerusalén, sin importar si eran hombres o mujeres, niños o ancianos.
Nabucodonosor se llevó a Babilonia todos los utensilios y tesoros del templo de Dios. También se apoderó de los tesoros del rey y de sus asistentes. Luego derribó la muralla de Jerusalén, les prendió fuego al templo de Dios y a los palacios, y destruyó todos los objetos de valor.
Los israelitas que quedaron con vida fueron llevados presos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus descendientes. Así permanecieron, hasta que el reino de Persia se convirtió en un país poderoso y conquistó Babilonia.
Así fue como se cumplió lo que Dios había anunciado por medio del profeta Jeremías. El territorio de Judá quedó abandonado setenta años, y sólo así pudo disfrutar de paz.
En el primer año del gobierno de Ciro, rey de Persia, este rey dio la siguiente orden a todos los habitantes de su reino: El Dios de los cielos, que es dueño de todo, me hizo rey de todas las naciones, y me encargó que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en la región de Judá. Por tanto, todos los que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén. ¡Y que Dios los ayude!       Ciro, rey de Persia.
Con esta orden se cumplió la promesa que Dios había hecho por medio del profeta Jeremías.
Aquí puedes darte cuenta que lo más importante es que el hombre honre a Dios con su conducta, que agrade a Dios siendo obediente a sus mandatos para que le vaya bien.
No obstante, es importante que el hombre muestre gratitud a Dios y ayude a la iglesia, a los que se dedican de tiempo completo a servir a Dios y preparan las ofrendas de Dios, pues están dedicados por completo y así El lo ordena. Además, es conveniente que el hombre, obedezca y cumpla los mandatos de Dios, que entregue de corazón la décima parte de lo que tiene y será bendecido abundantemente.
Así, también es necesario que el hombre se aparte de la idolatría y adore sólo a Dios, al único y verdadero Dios, pues el Espíritu de Dios, vive en cada persona que lo ha recibido en su ser interior.
Así pues, el hombre regenerado hace todo lo que Dios ha ordenado y lo hace con prontitud, pues el hombre obediente no se opone a los planes de Dios.

Con Alta Estima,