sábado, 5 de septiembre de 2015

Señor y Dios nuestro; tú mereces que te alaben, que te llamen maravilloso, y que admiren tu poder.



Después de esto, vi una puerta abierta en el cielo. Entonces la voz que había escuchado al principio, y que resonaba tan fuerte como una trompeta, me dijo: ¡Acuérdate!, voy a enseñarte lo que está por suceder.

En ese mismo instante quedé bajo el poder del Espíritu Santo, y vi un trono en el cielo. Sobre el trono estaba sentado alguien, que brillaba como un diamante o como un rubí. Alrededor del trono, un arco iris brillaba como una esmeralda. Había también otros veinticuatro tronos, los cuales formaban un círculo, y en ellos estaban sentados veinticuatro ancianos. Esos ancianos estaban vestidos con ropas blancas, y tenían una corona de oro en la cabeza. Del trono salían ruidos, truenos y relámpagos, y delante del trono ardían siete antorchas, que son los siete espíritus de Dios. Delante del trono había también algo que era transparente como el cristal, y que parecía un mar.

En el centro del círculo, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes que tenían ojos en todo el cuerpo, por delante y por detrás. El primero de ellos parecía un león; el segundo parecía un toro; el tercero parecía un ser humano, y el cuarto parecía un águila en pleno vuelo. Cada  uno de estos seres vivientes tenía seis alas, y ojos por todos lados, y no dejaban de cantar de día y de noche: ¡Santo, santo, santo es el Señor, Dios todopoderoso, que siempre ha vivido, que vive, y pronto vendrá!

Estos cuatro seres vivientes cantan y dan gracias al que está sentado en el trono y vive para siempre. En sus cantos dicen lo maravilloso, poderoso y digno que es él de recibir honores. Cada vez que hacen esto, los veinticuatro ancianos se arrodillan delante de él, lo adoran y, arrojando sus coronas delante del trono, cantan: Señor y Dios nuestro; tú mereces que te alaben, que te llamen maravilloso, y que admiren tu poder.

Porque tú creaste todo lo que existe; gracias a ti, todo fue creado.

Aquí puedes darte cuenta que la tercera puerta abierta en el cielo, es la de la revelación, como dice el apóstol Juan, vi una puerta abierta en el cielo y es la puerta de acceso a Dios, por medio de  su Hijo Jesucristo, por eso el hombre debe confiar en El y que sea obediente a sus enseñanzas.

Ahora bien, es urgente que el hombre cambie su manera de vivir, que se aparte del pecado pues lo esencial es que el hombre agrade a Dios con su conducta, que con su vida honre a Dios, que confíe en su gran amor pues El mira la actitud de nuestro corazón.

No obstante, es necesario que el hombre regenerado entienda que el hombre que busca a Dios, Dios envía la visión a sí mismo y que conozca su verdad, es decir, cuando el hombre busca la sabiduría de Dios, cuando  busca las cosas de arriba, el Espíritu de Dios desciende a su ser interior; por eso el hombre debe estar atento a la voz audible de Dios, consciente de lo que haga pues no se sabe el día en que Jesús volverá, en que los cielos se abrirán para ver el poder de Dios, la gloria de Dios, la cual llenará de gozo, alabanzas a los que hayan amado a nuestro Señor Jesucristo.

Por tanto, el hombre debe mostrar gratitud a nuestro Dios maravilloso, creador de todo lo que existe y mantenerse fiel y seguir creyendo en nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios, quien murió y resucitó para perdonar el pecado del hombre y darle libertad y, por ende una nueva vida.

Así pues, es necesario  que el hombre se esfuerce y crezca espiritualmente y entonces Dios le capacita al hombre, en sus sentidos, pero debe estar atento y preparado  para que reciba revelación de Dios.


Con Alta Estima,

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