Sabes, Samuel significa “Dios ha oído”, a veces en la vida
de cada persona se presentan situaciones complejas que la agobian e impiden que
escuche la voz de Dios, quizá porque su carencia física oprime su corazón y no la
deja avanzar, carece de algo valioso que le gustaría tener por lo que estar
apegado a la Palabra, hacer oración y pedirle a Dios, de forma específica tu
deseo, tu fe en Dios hará que te sea concedido, pero para que esto suceda debes
ser firme en tus convicciones. Así lo puedes ver en la vida de Ana que tiene
raíces de amargura por ser estéril, pero ella hace oración y platica con Dios,
muestra que depende de El, que Dios es su roca, su fortaleza y le pide
fervientemente que le conceda tener un hijo y que después se lo entregará para
que le sirva sólo a El y Dios le da ese regalo.
Por lo que puedes ver
que Samuel era un niño pequeño cuando se queda en el Santuario, su corazón es
para Dios y él le tiene una triple misión, será profeta, sacerdote y juez. Ana
cumple su promesa a Dios y entrega a su pequeño hijo al sacerdote Elí.
También puedes observar que el sacerdote Elí es un siervo de
Dios pero en cuanto a la actitud de los
hijos de Elí, cometen faltas graves a Dios, no obedecen ni cumplen con los
mandatos que Dios ha dado y mueren, pues es necesario que la actitud de los
padres para con los hijos sea correctiva y no permisiva, de forma que en
ocasiones se tomen medidas correctivas, pues es necesario vivir el orden de
Dios, una vida con propósito.
Así pues, en Ramá, un pueblo de los cerros de Efraín, vivía
un hombre llamado Elcaná, sus antepasados eran descendientes de Efraín. Elcaná
tenía dos esposas, Peniná y Ana. Peniná tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno,
Elcaná la amaba mucho a pesar de que Dios no le permitía tener hijos, cada año
Elcaná y su familia salían de su pueblo para ir al santuario de Siló, allí
adoraban a Dios todopoderoso y presentaban ofrendas en su honor, allí
trabajaban dos hijos del sacerdote Elí, llamados Hofní y Finees. Como Ana no
tenía hijos, Peniná se burlaba de ella, tanto la molestaba que Ana lloraba
mucho y ni comer quería. Todos los años, cuando iban al santuario, Peniná la
trataba así. En una de esas visitas, Elcaná le preguntó a Ana, ¿por qué lloras?
¿por qué no comes?¿por qué te afliges? Para ti, es mejor tenerme a mí que tener
muchos hijos, Ana dejó de comer, se levantó y se fue a orar al santuario y le
hizo esta promesa, Dios todopoderoso, yo soy tu humilde servidora, mira lo
triste que estoy, no te olvides de mí, si me das un hijo yo te lo entregaré
para que te sirva sólo a ti todos los días de su vida, como prueba de que te
pertenece, nunca se cortará el cabello, Ana oraba a Dios en silencio, Elí la
veía mover los labios, pero como no escuchaba lo que decía pensó que estaba
borracha, pero ella le dijo no he bebido vino ni cerveza, estoy muy triste, y
por eso estoy aquí suplicándole a Dios que me responda, entonces, Elí le
respondió, Vete tranquila, y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido.
Dicho esto, Ana regresó a comer y dejó de estar triste.
A la mañana
siguiente, Elcaná y su familia fueron al santuario para adorar a Dios, y
después de eso regresaron a su casa en Ramá. Tiempo después, Elcaná y su esposa
Ana tuvieron relaciones sexuales y Dios permitió que ella quedara embarazada,
cuando nació el niño, Ana le puso por nombre Samuel, porque Dios contestó su
oración. Al año siguiente, cuando llegó el tiempo de ir al santuario, Elcaná
fue a Siló con toda su familia para cumplir su promesa, pero Ana no quiso ir
con ellos, y por eso le dijo a su marido, cuando el niño ya pueda comer solo,
yo misma lo llevaré al santuario y se lo entregaré a Dios, allí se quedará a
vivir, Elcaná le dijo, haz lo que te parezca mejor, que el niño se quede contigo
hasta que pueda comer solo, y que Dios cumpla su promesa. Fue entonces cuando
Ana lo llevó al santuario de Siló, llevó como ofrenda un novillo de tres años,
vino y veinte kilos de harina y después Ana y su esposo le entregaron al niño
al sacerdote Elí y Ana le dijo, Señor mío hace tiempo yo estuve aquí orando a
Dios, yo le pedí este niño y me lo concedió, por eso ahora se lo entrego para
que le sirva todos los días de su vida, y todos ellos adoraron a Dios.
Entonces Ana dedicó a Dios este canto, Nuestro Dios es
único, nadie se le compara,… Dios destruye a sus enemigos, desde el cielo lanza
truenos contra ellos, Dios es el juez de todo el mundo, al que él pone como rey
le da riqueza y poder. Después de esto, Elcaná y su familia regresaron a su
casa en Ramá, mientras que el niño Samuel se quedó con el sacerdote Elí para
servir a Dios. Los hijos de Elí erán muy malos no respetaban ni obedecían a
Dios hacían cosas terribles con las ofrendas que la gente llevaba al santuario,
por ejemplo, la Ley de Dios decía que al presentar las ofrendas debía quemar la
grasa del animal y luego darle al sacerdote una porción de la carne, sin
embargo, cuando la gente apenas iba a quemar la grasa, venía un sirviente de
los hijos de Elí y le decía al que presentaba las ofrendas, dame la carne que
le toca al sacerdote, para que yo se la prepare, debo llevarla cruda porque el
sacerdote no la quiere ya cocida. A veces alguien contestaba, déjame quemar
primero la grasa, y luego te llevarás lo que gustes, pero el sirviente le
respondía, si no me la das ahora, me la llevaré por la fuerza, muchas veces el
sirviente llegaba con un tenedor, lo metía en la olla donde estaba cocinando la
carne, y todo lo que sacaba era para los hijos de Elí.
No obstante, el niño Samuel, por el contrario, servía
fielmente a Dios, se vestía con ropa de lino, como los sacerdotes, cada año su
madre le hacía una túnica pequeña, y se la llevaba cuando iba con su marido a
presentar su ofrenda. En una de esas ocasiones, Elí bendijo a Elcaná y a Ana y
les dijo, ya que han puesto a Samuel al servicio de Dios, que Dios les conceda
tener más hijos, y así sucedió, en los años siguientes, Dios bendijo a Ana, y
ella tuvo tres hijos y dos hijas, mientras tanto, el niño Samuel crecía bajo el
cuidado de Dios y la gente lo quería mucho.
Después, Elí ya era muy viejo, cuando se enteró de todo lo
que hacían sus hijos con los israelitas, los llamó y les dijo, ¿por qué se
comportan así? Ya la gente me ha contado todo lo malo que ustedes hacen, todos
en Israel hablan mal de ustedes, si una persona ofende a otra, Dios puede
decidir quién tiene la razón, pero si alguien ofende a Dios, no hay quien pueda
defenderlo. Sin embargo, los hijos de Elí no hicieron caso al regaño de su
padre, además Dios ya había decidido quitarles la vida.
Entonces, Dios envió a un profeta para que le diera este
mensaje a Elí, entre todas las tribus de Israel, elegí a tu familia para que
sus descendientes fueran mis sacerdotes, les di el privilegio de ofrecer
sacrificios en mi altar…¿por qué no das importancia a los sacrificios y
ofrendas que mandé a presentar en mi santuario? Tú les das más importancia a
tus hijos que a mí, yo les había prometido a tu familia y a tus antepasados que
siempre serían mis sacerdotes, pero ya no será así, tus dos hijos, Hofní y
Finees, morirán el mismo día. Sin embargo, yo pondré en mi santuario a un
sacerdote fiel, que hará todo como a mí me gusta, haré que su familia viva
mucho tiempo, y que sirva al rey que he elegido. Los pocos que sobrevivan de tu
familia se arrodillarán delante del sacerdote fiel, y le suplicarán, por favor,
denos usted algún trabajo como sacerdotes, para que podamos comer aunque sea un
pedazo de pan.
Cabe hacer mención, que en aquellos tiempos, Dios se
comunicaba muy pocas veces con la gente y no le daba a nadie mensajes ni
visiones, una noche, poco antes de que se apagara la lámpara del santuario,
Dios llamó a Samuel por su nombre, Elí y Samuel estaban ya acostados, cada uno
en su habitación y Samuel dormía en el santuario, donde estaba el cofre del
pacto de Dios y oyó la voz: Samuel, Samuel, dijo Dios. Samuel fue corriendo al
cuarto de Elí y le dijo, Aquí estoy, ¿en qué puedo servirle?, Elí le respondió,
yo no te llamé, anda vuelve a acostarte, Samuel fue y se acostó, pero Dios
volvió a llamarlo. Samuel estaba confundido porque aún no conocía la voz de
Dios, esta era la primera vez que Dios le hablaba, por tercera vez Dios lo
llamó, y en ese momento Elí comprendió que era Dios quien llamaba al niño, así
que le dijo, Anda a acostarte, si oyes otra vez que te llaman, contesta así,
Dime Dios mío ¿en qué puedo servirte? Y así le contestó y Dios le dijo, Voy a
hacer en Israel algo muy terrible, cumpliré contra la familia de Elí todo lo
que he dicho, él sabía que sus hijos me ofendían gravemente, y no hizo nada
para corregirlos, así es que voy a castigar a su familia, Samuel volvió a acostarse,
y cuando amaneció, se levantó y abrió las puertas del santuario, Elí le
preguntó, ¿qué te dijo Dios? Cuéntamelo todo, que Dios te castigue si no me lo
dices, Samuel se lo contó todo, sin ocultarle nada, y Elí dijo, Que se haga la
voluntad de Dios, El es quien manda.
Samuel seguía creciendo, y Dios lo cuidaba, le daba mensajes
en el santuario de Siló y Samuel se los comunicaba a todo el pueblo, todo lo
que Dios prometía por medio de Samuel, se cumplía, por eso en todo Israel, la
gente confiaba plenamente en las palabras de Samuel.
Un día los israelitas salieron a pelear contra los filisteos
y acamparon en Eben-ézer, los filisteos acamparon en Afec y se organizaron para
la batalla. Los filisteos pelearon contra los israelitas y los derrotaron, la
matanza fue muy grande, pues mataron a treinta mil soldados israelitas, y el
resto del ejército huyó a sus casas,
además, los filisteos capturaron el cofre del pacto de Dios y mataron a Hofní y
Finees, hijos de Elí. Como Elí ya era anciano y muy pesado, cuando oyó lo que
había sucedido con el cofre, se fue de espaldas, cayó junto a la puerta y se
quebró el cuello, allí murió. Elí había sido líder de Israel durante cuarenta
años.
Como la gente de Asdod había capturado el cofre, Dios los
castigó duramente, lo mismo que a los pueblos vecinos. Dios hizo que les
salieran tumores y todos ellos sufrían mucho, y entonces dijeron que ese cofre
del Dios de Israel no debería estar entre nosotros, y luego llamaron a todos
los jefes filisteos y les preguntaron, ¿qué podemos hacer con el cofre del Dios
de Israel?¿cómo podemos enviarlo de vuelta?, el cofre del pacto de Dios ya
había estado siete meses en su tierra y ellos les contestaron, si lo regresan,
deben enviar también ofrendas para pagar por el error de haberlo capturado,
sólo así sanarán de los tumores y entenderán por qué Dios ha dejado de
castigarlos.
Los filisteos tenían cinco ciudades principales: Asdod,
Gaza, Ascalón, Gat y Ecrón, por cada una de ellas, los jefes filisteos enviaron
una figura de oro como ofrenda a Dios, y por cada ciudad y pueblo, enviaron un
ratón de oro, luego pusieron en la carreta el cofre del pacto de Dios y las
cajas con la figuras de oro y dejaron que las vacas se llevaran la carreta, las
vacas se fueron directamente a Bet-semes, la gente en ese lugar estaba
cosechando trigo en el valle que está frente al pueblo, cuando vieron el cofre
les dio mucha alegría, la carreta se detuvo junto a una gran piedra en el campo
de Josué. Cerca de allí había una aldea llamada Quirit-jearim, entonces
mandaron a decir a la gente de allí, los filisteos, nos han devuelto el cofre
del pacto de Dios, vengan por él. El cofre de Dios estuvo en Quirit-jearim
veinte años y toda la gente de Israel lloraba y buscaba a Dios, por eso Samuel
les dijo, Si de veras quieren volver a obedecer a Dios, adoren solamente a
nuestro único y verdadero Dios, así él los librará del poder de los filisteos y
así lo hicieron, entonces Samuel les dijo, reúnanse en Mispá todos los israelitas y yo le pediré a Dios que
los perdone, aquí fue donde Samuel comenzó a gobernarlos, estos reconocieron
que habían ofendido a Dios, por eso sacaron agua de los pozos, la derramaron
como ofrenda delante de Dios, y después ayunaron, los filisteos se dieron
cuenta que estaban reunidos en este lugar, decidieron ir y atacarlos pero Dios
escuchó a Samuel, y envió fuertes y espantosos truenos, cuando los filisteos
los oyeron, se llenaron de terror y salieron corriendo.
Mientras Samuel vivió, Dios mostró su poder contra los
filisteos, los israelitas recuperaron las ciudades y territorios que los
filisteos les habían quitado, desde Ecrón hasta Gat, así fue como hubo paz
entre los israelitas y los habitantes de Canaán. Cada año Samuel visitaba las
ciudades de Betel, Guilgal y Mispá, allí aconsejaba y dirigía a los israelitas
y los ayudaba a resolver sus problemas, lo mismo hacía en Ramá donde él vivía y
donde había hecho un altar para adorar a Dios.
Samuel, tenía dos hijos, Joel y Abías, cuando Samuel
envejeció, puso a sus hijos que gobernaran a Israel, pero los hijos de Samuel cometían
muchas injusticias, si dos personas peleaban por algo, ellos ayudaban a quien
les daba dinero, por eso todos los representantes de Israel fueron a Ramá para
hablar con Samuel y le dijeron, usted ya está muy anciano, es mejor que nos dé
un rey como los que tienen otras naciones, esto no le gustó nada a Samuel, pero
se puso a orar a Dios, y Dios le dijo, haz lo que te piden, no te están
rechazando a ti, sino a mí, pues no quieren que yo sea su rey, dales el rey que
piden, pero adviérteles todo lo que ese rey les hará. Samuel habló con los que
pedían rey y les repitió lo que Dios le había dicho: Esto es lo que pasará
cuando tengan rey, a ustedes los hará sus esclavos, y además les quitará uno de
cada diez animales de sus rebaños, entonces se arrepentirán de haber pedido un
rey, pero Dios ya no los escuchará, y los israelitas le dijeron, eso no nos
importa, ¡Queremos tener un rey!, Samuel los escuchó y eso mismo se lo repitió
a Dios, y Dios le dijo, Hazles caso y dales un rey, entonces Samuel les dijo a
los israelitas, está bien, pero ahora váyanse a sus casas.
Así pues, había un hombre muy importante llamado Quis, era
hijo de Abiel y nieto de Seror, todos ellos eran de la tribu de Benjamín, quien
tenía un hijo llamado Saúl, que era joven y bien parecido y muy alto, como a
Quis se le perdieron unas burras, le dijo a su hijo Saúl, ve a buscar a las
burras y llévate a uno de tus ayudantes, fueron a buscar a las burras por las
montañas de Efraín y Benjamín, pero no las encontraron. Cuando llegaron a la
región de Suf, Saúl le dijo a su ayudante, tenemos que regresar, mi padre ha de
estar más preocupado por nosotros que por las burras, pero su ayudante le
contestó, en este pueblo hay un hombre que sirve a Dios, toda la gente lo
respeta mucho, dicen que cuando él anuncia que algo va a suceder, sucede, vamos
a verlo a lo mejor nos dice dónde podemos encontrar las burras, pero Saúl
respondió, ¿con qué le daremos las gracias por su ayuda? Ya no tenemos nada, ni
siquiera un poco de pan, el sirviente le dijo, yo traigo una monedita de plata,
que pesa como tres gramos, se la daré a ese hombre para que nos diga dónde
encontrar las burras, y Sául le contestó, está bien, vamos.
Sabes, en esos días, cuando alguien en Israel tenía
problemas y quería que Dios le dijera qué hacer, decía, voy a preguntarle al
hombre que interpreta visiones, se les conocía como videntes y tiempo después
se les llamó profeta.
Un día antes de que Saúl llegara, Dios le había dicho a
Samuel, mañana vendrá a buscarte un hombre de la tierra de Benjamín, ese hombre
reinará sobre mi pueblo y lo librará del poder de los filisteos. Así que tú vas
a derramar aceite sobre su cabeza, en señal de que será jefe de mi pueblo.
Cuando Saúl y su sirviente iban entrando al pueblo, Samuel
vió a Saúl, en ese momento Dios le dijo a Samuel, este hombre va a reinar sobre
mi pueblo, entonces Samuel se acercó a ellos y le dijo a Saúl que se adelantara
al santuario del cerro porque comerían juntos, y le dijo ahora mismo voy a
decirte lo que quieres saber, deja de preocuparte por las burras que se
perdieron hace tres días, porque ya las encontraron, además todo lo mejor de
Israel será para ti y para tu familia, Saúl sorprendido le contestó, ¿por qué
me dice usted todo eso? La tribu de Benjamín, a la que pertenezco, es la más
pequeña en Israel, y mi familia es la menos importante de esa tribu, Samuel le
dijo, Hoy te ha elegido Dios para que seas rey de su pueblo. Ese mismo día se
cumplió todo lo que Samuel había dicho. Entonces Samuel le dijo a todo el
pueblo, ¡Aquí tienen al hombre elegido por Dios para que sea su rey!, los
israelitas gritaron a una voz, ¡Viva el rey!, luego, Samuel, les explicó cuáles
eran los derechos del rey, y los escribió en un libro que puso en el santuario
de Dios.
Así pues, es fundamental que cada persona deje de hacer lo
malo, esté apegado a su Palabra para que esté atento a escuchar la voz de Dios,
y puedas atender a su llamado, él desea que estés dispuesto a seguirle y te
pide una relación más profunda con El,
pues El te conoce y ve tu corazón, y si tú demuestras alegría, gozo en tu
diario vivir, El sabe que estás preparado para progresar.
Con Alta Estima,