Dios también me dijo: Ezequiel, hombre mortal, habla con los
habitantes de Jerusalén y hazles entender que me repugna su conducta. Dales de
mi parte el siguiente mensaje: La ciudad de Jerusalén fue fundada en Canaán.
Antes fue habitada por los amorreos y los hititas. ¡Desde sus inicios es una
ciudad malvada! Cuando la fundaron, fue como una niña abandonada al nacer.
Nadie se interesó por ella, ni la cuidó ni le cortó el ombligo. Nadie la bañó,
ni la frotó con sal, ni la envolvió en pañales. Al contrario, la abandonaron
como si fuera basura.
Yo pasaba por ahí y la ví en el suelo, revolcándose en su
propia sangre. Parecía una niña abandonada. Pensé que merecía una oportunidad,
y la ayudé a crecer. La ciudad creció; fue como ver a la niña convertirse en
una joven muy hermosa. Le crecieron los pechos, y le salió el vello de mujer.
Aun así, estaba totalmente desnuda. Tiempo después volví a pasar, y vi que la
ciudad ya había crecido bastante. Era como una jovencita convertida en mujer
lista para casarse. La puse entonces bajo mi cuidado, y me comprometí a amarla
para siempre, como si ella fuera mi mujer y yo su marido. La bañé, la limpié y
la perfumé. Les juro que así fue. Luego le puse un vestido de pura seda y finos
bordados, y le puse calzado en sus pies. Así de amoroso fui con Jerusalén. Y no
sólo la alimenté bien, sino que la llené de grandes riquezas, como quien le regala
a su novia brazaletes, collares, anillos, aretes, y una lujosa corona. Era la
ciudad más hermosa de todas; ¡parecía una reina! De tal manera traté a
Jerusalén, que la hice famosa. Todo el mundo la consideraba una belleza
perfecta. Les juro que así fue.
Pero esta ciudad se sintió orgullosa de sí misma. Llegó a
confiar sólo en su belleza y en su fama, y acabó como cualquier otra ciudad
despreciable, pues adoró a cuanto ídolo quiso. Con las mismas riquezas que le
di se fue a los cerros, y allí adoró a esos ídolos. ¡Nunca antes se había visto
algo semejante! Con las joyas de oro y de plata que le regalé, hizo figuras de
hombres, y las adoró; las vistió con finos vestidos y les rindió culto. Los
ricos ungüentos y perfumes, y hasta los mejores alimentos que le di, los usó
para adorar falsos dioses. Les juro que así fue. Pero no le bastó con portarse
como una ciudad cualquiera. Sus habitantes tomaron a sus hijos y a sus hijas, y
los quemaron como ofrenda en honor de esos ídolos. Esta ciudad cayó tan bajo en
sus prácticas repugnantes que parecía una prostituta. Me traicionó con
cualquiera, y se olvidó que fui yo quien la aceptó cuando todos la
despreciaron. En aquel tiempo parecía un bebé abandonado en el suelo, revolcándose
en su propia sangre.
¡Jerusalén, qué lástima me das! ¡Yo doy quien te lo dice!
Para colmo de todos tus males, en las plazas y en las esquinas de las calles
los israelitas construyeron altares para adorar cuanto ídolo quisieron. Se
hicieron amigos de los egipcios, y juntos adoraron a sus ídolos, creyendo que
podían más que yo. Realmente me hicieron enojar. ¡Jerusalén, has perdido toda
tu belleza! Por eso te castigué. Por eso permití que perdieras parte de tu
territorio. Por eso te dejé caer en manos de los filisteos, tus enemigos de
siempre, ¡y hasta ellos se avergonzaron de tu mal comportamiento! Siempre
buscaste la amistad de los asirios, y tus habitantes adoraron a sus dioses,
pero no quedaron satisfechos y siguieron buscando amigos con quienes adorar a
otros dioses. Luego adoraron a los dioses de Babilonia, ¡Y ni así quedaron
satisfechos! Tusas habitantes no tienen cara! ¡eres más desvergonzada que una
prostituta. Te juro que así es.
¡Jerusalén, te comportas como una mujer que engaña a su
esposo! ¡Me engañaste! En realidad, te has portado peor que una prostituta.
Porque la prostituta cobra por tener relaciones sexuales con alguien; tú, en
cambio, cuando adoras a otros ídolos, lo haces a cambio de nada, más bien eres
tú quien lo da todo. Obligas a la gente a venir de todas partes, para adorar
juntos a los ídolos en los altares que construiste en las plazas y las
esquinas. Y como ya nadie quiere venir, ni te da nada a cambio, eres tú quien
les paga para que vengan. ¡Sólo en eso eres diferente a una prostituta! Por lo
tanto, ciudad infiel, presta atención a lo que voy a decirte: Como no te dio
vergüenza adorar descaradamente a los ídolos de otras naciones, y como les
ofreciste la sangre de tus hijos, voy a reunir todas esas naciones, y delante
de todas ellas te humillaré.
Te voy a juzgar como a una prostituta y asesina. Es tanto mi
enojo que te condenaré a morir, y serán esas naciones amigas tuyas las que
cumplan la sentencia. Ellas derribarán todos los altares que hiciste para
adorar a sus ídolos. Te quitarán tus joyas, te arrancarán tus riquezas y te
dejarán en la pobreza. Luego, esas naciones le dirán a la gente que te
acuchille y te mate a pedradas, y que les prenda fuego a tus casas. Así
cumplirán tus amigas la sentencia contra ti, delante de muchas otras naciones.
Sólo así dejarás de portarte como una prostituta, y ya no les darás tus
riquezas a los ídolos de esas naciones. Una vez que se me pase el enojo, y que
se hayan calmado mis celos por ti, volveré a estar tranquilo. Pero yo te
castigaré, porque has sido una ingrata. Tú, Jerusalén, te olvidaste de todo lo
que hice por ti cuando no eras una ciudad importante. Me hiciste enojar con tus
acciones tan repugnantes. Te juro que así es.
La gente dirá que en ti se cumple el dicho: De tal madre,
tal hija, pues eres igual que tus fundadores, los hititas y los amorreos. Ellos
tampoco fueron fieles a sus fundadores, y nunca se preocuparon por sus
descendientes. Tampoco a tus ciudades
hermanas les importaban muchos sus fundadores y sus descendientes. Tu hermana
mayor es la ciudad de Samaria, que está al norte, y sus descendientes son los
pueblos que la rodean. Tu hermana menor
es la ciudad de Sodoma, que está al sur, y sus descendientes son también los
pueblos que la rodean. Pero ni ella ni sus pueblos, porque tú empezaste por
seguir su mal ejemplo y cometer sus mismas maldades, pero acabaste siendo peor
que ella. Te juro que así es.
Sodoma y sus pueblos pecaron por creer que tenían demasiado,
pues les sobraba comida y vivían sin preocupaciones; también pecaron porque
nunca ayudaron a los pobres y necesitados. Era tanto su orgullo que delante de
mí cometían maldades repugnantes. Por eso las destruí, y tú lo sabes. Pero ni
Samaria ni sus pueblos llegar a pecar como tú. Comparadas contigo, tus dos
hermanas resultan dos blancas palomitas. ¡Así de graves son tus repugnantes
acciones! Por todo eso, ahora tú tendrás que sufrir la vergüenza, y tu castigo
será la humillación. Sin embargo, tu castigo les servirá de consuelo a Sodoma y
a Samaria, y a sus pueblos, pero yo haré que ellas vuelvan a ser lo que antes
fueron, ¡y lo mismo haré contigo y con tus pueblos! Hubo un tiempo en que te
burlabas de tu hermana Sodoma; ¡tan orgullosa eras! Pero ahora son los pueblos
edomitas los que se burlan de ti, junto con los filisteos y todos los pueblos
vecinos, pues ya todo el mundo conoce tu maldad. Ahora tienes que sufrir las
consecuencias de tus repugnantes maldades. Te juro que así será.
Y también quiero decirte que te voy a castigar por no
cumplir con tu parte de nuestro compromiso. Sin embargo, yo sí cumpliré mi
compromiso contigo, lo mismo que las promesas que te hice cuando aún no eras
una ciudad importante. ¡Jerusalén, mi amor por ti será siempre el mismo! Así
reconocerás que yo soy tu Dios. Yo haré también que Samaria y Sodoma lleguen a
ser tuyas, aun cuando esto no formaba parte de mi compromiso contigo. Cuando yo
te haya perdonado por completo, te acordarás de todos los pecados que
cometiste. Y te sentirás tan avergonzada y humillada, que no volverás a abrir
la boca. Te juro que así lo haré.
Aquí puedes darte cuenta que Dios es un Dios de pacto, por
lo que el hombre debe cumplir la parte que le corresponde hacer y Dios cumplirá
su compromiso pues el amor de Dios hacia la humanidad será siempre el mismo;
pero el hombre muchas veces es desobediente
y se aparta de Dios, adora cosas superfluas pues es una sociedad consumista,
orgullosa, soberbia, todo lo que hace es bajo sus fuerzas, pero lo
trascendental es que a pesar de tanta maldad Dios siempre da una oportunidad
para que el hombre corrija sus malas actitudes pues estas prácticas repugnantes
hacen al hombre despreciable ante los ojos de Dios.
Ahora bien, el hombre debe valorar lo que es efímero y lo que
es eterno y Dios le da ese discernimiento para que escoja cambiar su manera de
vivir, siendo conveniente que el hombre esté apegado a la Palabra, que medite
en ella y se aparte de tanta idolatría, y
más bien busque a Dios pues toda mala decisión
trae consecuencias.
Asimismo, con la seguridad
de que Dios es fiel, el hombre debe amarle y obedecer sus enseñanzas,
apegarse a su Palabra para quitar todo
desenfreno pues el hombre no debe
rebasar los límites establecidos por Dios y entonces, el hombre vivirá bajo su
protección.
Con Alta Estima,