De pronto ví que arriba de la cúpula que estaba sobre los
cuatro seres con apariencia extraña, había algo que parecía un trono. Era tan
azul que parecía estar hecho de zafiro. En ese momento Dios le ordenó al
escritor: Métete entre las ruedas que están debajo de los cuatro seres, toma un
puñado de los carbones encendidos que hay allí, y espárcelos por toda la
ciudad.
Aquel hombre obedeció y se metió entre las ruedas, pero se
quedó junto a una de ellas. Entonces,
debajo de las alas de los cuatro seres apareció algo semejante a una mano. Uno
de los seres extendió la mano hacia el fuego, tomó algunos carbones y se los
dio al escritor.
Cuando esto sucedió, los cuatro seres todavía estaban en la
parte sur del templo. Una nube cubría el patio interior, y el gran resplandor
de Dios, que estaba por encima de los seres, se elevó y fue a detenerse a la entrada
del templo. En ese momento la nube llenó el templo, y todo el patio se iluminó
con el resplandor. Era tanto el ruido que los cuatro seres hacían con sus alas,
que podía oírse hasta el patio de afuera. ¡Parecía como si Dios mismo estuviera
hablando!
Al lado de los cuatro seres vi cuatro ruedas, una junto a
cada uno de ellos. Las ruedas eran todas iguales y brillaban como si fueran
piedras preciosas. Estaban puestas en forma de estrella, y parecían estar
encajadas la una dentro de la otra.
Podían girar en cualquier dirección, sin tener que darse vuelta. Eso permitía
que los seres siempre pudieran avanzar de frente.
Los seres tenían ojos en todo el cuerpo, en la espalda, las
manos, las alas, y hasta en las cuatro ruedas. Y pude oír que a las ruedas les
pusieron por nombre carruaje. El espíritu que impulsaba a los seres también
estaba en las ruedas. Por eso, cuando los seres se movían, o se paraban, o se
elevaban de la tierra, las ruedas hacían lo mismo.
Cada uno de los seres tenía cuatro alas, y en sus costados,
debajo de las alas, tenían manos humanas. También tenían cuatro caras. La
primera de ellas era de un toro, la segunda era la de un hombre, la tercera era
la de un león, y la cuarta era la de un águila. Todos ellos avanzaban de
frente. Cuando vi sus caras, me di cuenta de que eran los mismos seres extraños
que yo había visto junto al río Quebar, a los pies del Dios de Israel.
En ese momento el gran resplandor de Dios se elevó por
encima de la entrada del templo, y se detuvo sobre los cuatro seres. Entonces
ellos extendieron sus alas y, con sus ruedas a un lado, se elevaron del suelo.
Luego se detuvieron en la entrada que está en el lado este del templo de Dios.
Por encima de ellos podía verse el gran resplandor del Dios de Israel.
Así pues, es importante que el hombre se vuelva a Dios para que
lo honre dondequiera que se encuentre mostrando una actitud de acuerdo a su
voluntad, que sea agradable y perfecta,
aunque es urgente que el hombre se arrepienta verdaderamente y Dios le
restaurará, mientras tanto, el hombre debe obedecer las enseñanzas de Dios,
apegarse a los preceptos que El ha establecido, para que pueda brillar en las
tinieblas.
Sabes, Dios es misericordioso y El merece que cada persona
le ame y demuestre su fidelidad, pues El pedirá cuentas de su conducta a cada
persona, por lo que es urgente un cambio, una renovación de la mente y el
corazón para ser transformado y que el reino de Dios sea establecido en su ser
interior, pues es el momento de sentir su presencia, de ver el gran resplandor
de Dios.
Con Alta Estima,
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