lunes, 19 de mayo de 2014

A gritos me pedirán que los perdone…


El día cinco del mes de Etul, los jefes de Judá fueron a verme a mi casa. Para entonces ya teníamos seis años viviendo como prisioneros en Babilonia. De pronto, mientras ellos estaban sentados frente a mí, el Dios de Israel me hizo sentir su poder y me permitió ver la figura de algo que parecía un ser humano. De la cintura para abajo, parecía fuego; de la cintura para arriba, brillaba como bronce pulido.

Esa figura extendió lo que parecía ser una mano, y me agarró por el pelo. Entonces una fuerza dentro de mí me levantó por los aires y me llevó a Jerusalén; una vez allí, me dejó a la entrada del portón interior, que da al norte. Allí habían colocado un ídolo, pero allí también estaba el Dios de Israel en todo su esplendor, tal y como antes lo había visto en el valle. Al ver Dios aquel ídolo, se puso celoso y se enojó.

Luego Dios me dijo que mirara hacia el norte, y cuando lo hice, vi que en el portón del altar, junto a la entrada, estaba aquel ídolo. Entonces Dios me dijo: Fíjate en las acciones tan repugnantes que cometen los israelitas. Eso hace que yo me aleje de mi templo. Pero todavía vas a ver cosas peores.

Dios me llevó luego a la entrada del patio del templo, y en la pared vi un agujero. Dios me dijo: Haz más grande ese agujero. Así lo hice, y encontré una entrada. Entonces Dios me dijo: Entra y verás las acciones tan repugnantes ´que allí se cometen. En cuanto entré, pude ver toda clase de reptiles y de animales asquerosos, pintados sobre la pared. También estaban pintados todos los repugnantes ídolos de los israelitas. Pude ver también que los setenta jefes de los israelitas estaban adorando a esos ídolos. Entre los jefes estaba Jaazanías hijo de Safán. El olor a incienso era muy fuerte, pues cada uno de los jefes tenía un incensario en la mano. Entonces Dios me dijo:

Mira a los jefes de Israel. ¡Allí los tienes, cada uno adorando en secreto a su propio ídolo! Ellos creen que he abandonado el país, y por eso piensan que no los veo. Pero esto no es todo; todavía vas a ver cosas peores. De allí me llevó a la entrada norte de su templo. Allí vi sentadas a unas mujeres que lloraban por el dios Tamuz. Entonces Dios me dijo: ¿Ves esto? Pues todavía vas a ver cosas peores. Luego Dios me llevó al patio que está dentro del templo, y vi que entre el patio y el altar había unos veinticinco hombres. Estaban de espaldas al Lugar Santo y mirando hacia el este; arrodillados, tocaban el suelo con la cara, y adoraban al sol. Entonces Dios me dijo:

¿Ya viste, Ezequiel? Parece que el pueblo de Judá no se conforma con cometer tantos actos repugnantes aquí en el templo. También ha llenado de violencia a todo el país! ¡Todo el tiempo me están haciendo enojar! ¡Y para colmo, me obligan a oler los ramos malolientes con que adoran a su ídolo! Estoy tan enojado que voy a castigarlos sin ninguna compasión. A gritos me pedirán que los perdone, ¡pero no les haré caso!

Entonces escuché que Dios gritaba con fuerza: Ustedes, los que tienen que castigar a Jerusalén, ¡tomen sus armas destructoras y vengan a destruirla! Por la entrada del norte del templo llegaron seis hombres. Los vi llegar con sus armas y pararse junto al altar de bronce. Entre ellos había un hombre con ropa de lino. Por los utensilios que llevaba a la cintura, se veía que era un escritor. En ese momento el gran esplendor de Dios, que hasta entonces había estado sobre los seres de apariencia extraña, se elevó de allí y fue a detenerse a la entrada del templo. Dios llamó al escritor y le dio la siguiente orden: Ve a recorrer la ciudad de Jerusalén, y pon una marca en la frente de todos los que realmente estén tristes por las acciones tan repugnantes que se cometen en la ciudad. A los otros hombres les ordenó: Ustedes, sigan al escritor y maten sin ninguna compasión a cualquiera que no tenga la marca en la frente. No se fijen en la edad ni en el sexo: Comiencen aquí, en el templo, y llenen sus patios de cadáveres, ¡no importa que quede sucio y no sirva más para el culto.

Aquellos  hombres lo hicieron así, y comenzaron a matar gente por toda la ciudad. Primero mataron a los jefes de los israelitas, que estaban frente al templo. Mientras mataban a la gente yo me quedé solo. Entonces me arrodillé hasta tocar el suelo en mi frente, y grité: ¡Ay, Dios nuestro! ¿Tan enojado estás contra Jerusalén, que vas a acabar con los israelitas que aún quedan vivos?

Dios me respondió: La gente de Israel y de Judá ha pecado mucho. Ellos creen que yo los he abandonado, y que por eso no me fijo en lo que hacen. Han manchado todo el país con la sangre de sus crímenes; han llenado toda la ciudad con sus injusticias. Por eso voy a llamarlos a cuentas; voy a castigarlos sin ninguna compasión. Después de todo esto, el escritor volvió y le informó a Dios: Ya he cumplidos tus órdenes.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre se deja llevar por los afanes del mundo y muchas veces hace cosas abominables para Dios con lo que muestra tener un corazón entenebrecido, siendo necesario que el hombre se afiance en la verdad , y sólo lo puede hacer apegado a la Palabra para poder crecer tanto intelectual como espiritualmente y avanzar en el  camino recto pues su fe está puesta en un fundamento sólido, que es la Palabra de Dios, logrando a diario que el hombre fortalezca su espíritu y bajo la protección de Dios podrá vencer las asechanzas del enemigo.

No obstante, debido a que el tiempo apremia, es necesario que el hombre se llene del conocimiento de Dios, que estudie su Palabra para que su corazón sea lleno de gozo y de amor, de fidelidad y temor a Dios de manera que muestre un buen comportamiento, moldeando con disciplina el carácter, cuidando sus pensamientos, que no sólo estén llenos de materialismo sino que lo  logren transformar en un nuevo ser y, por ende recibirá el sello en la frente como hijo de Dios.

Ahora bien, es hora de que el hombre refleje en su actitud la presencia de Dios para avanzar en el camino hacia la santidad,  siendo necesario que reflexione y medite,  ¿Estoy  esforzándome para alcanzar la estatura del varón perfecto? ¿Me  perfecciono en mis actitudes, en mi carácter? Por lo pronto,  el hombre  debe buscar a Dios pues sólo El puede perfeccionar al hombre su carácter, pero sabes, es necesario que el hombre prosiga con actitud íntegra  pues Dios va a llamarlo a cuentas.


Con Alta Estima,

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