Era la voz de Dios, y oí que me decía: Ezequiel, hombre
mortal, levántate, que quiero hablar contigo. En ese momento sentí que algo
dentro de mí me hacía levantarme, y pude oír que Dios me daba este encargo: Tú,
Ezequiel, llevarás de mi parte un mensaje a los israelitas. Son un pueblo muy
desobediente, se parecen a las naciones que no confían en mí. Tanto sus
antepasados como ellos y sus hijos son muy rebeldes, necios e incorregibles.
Hasta el día de hoy son así.
Voy a enviarte a ellos, para que les digas lo que yo quiero
que hagan. Es muy posible que no te hagan caso, pues son muy rebeldes; pero no
te preocupes. Lo importante es que se den cuenta de que no les ha faltado quien
les hable de mi parte. Y aunque te parezca que están rodeado de espinas o en
medio de alacranes, tú no les tengas miedo ni te espantes por lo que te digan,
ni por la cara que te pongan. Ellos son muy rebeldes, pero tú no seas como
ellos. Al contrario, obedece siempre todo lo que yo te ordene.
Para empezar, abre la boca y come lo que te voy a dar.
Entonces vi una mano que tenía un librito, esa mano se extendió hacia donde yo
estaba, y comenzó a abrir ese librito delante de mis ojos. Y pude ver que el
libro contenía mensajes de luto, de dolor y de tristeza. Entonces Dios me dijo:
Ezequiel, cómete este libro, y llena tu estómago con él. Yo tomé el libro y me
lo comí, y su sabor era tan dulce como la miel. Después Dios me dijo: Quiero
que lleves un mensaje para el pueblo de Israel. No te estoy enviando a países
donde se hablan idiomas desconocidos para ti. Pero si lo hiciera, la gente de
esos países te haría caso. En cambio, los israelitas, a pesar de que hablan tu
idioma, son tan necios y rebeldes que te van a ignorar, como me han ignorado a
mí.
Sin embargo, yo haré que seas tan terco como ellos. Y
mientras menos caso te hagan, más insistirás tú en que te escuchen. Te haré más
duro que los diamantes y las piedras. Así que no te espantes ni les tengas miedo, por más rebeldes que sean.
Dios también me dijo: Apréndete de memoria todo lo que voy a
decirte, y repítelo al pie de la letra. Ve al lugar donde está prisionera la
gente de tu pueblo, y dales este mensaje de mi parte. Si te hacen caso, bien;
si no te hacen caso, también.
Cuando el esplendor de Dios comenzó a retirarse de donde
estaba, escuché detrás de mí un ruido muy fuerte, parecido al de un terremoto.
Ese ruido lo hacían aquellos seres extraños. Lo hacían sus alas al tocarse unas
con otras, y también las ruedas que estaban a su lado. Y pude oír que alguien
decía con fuerte voz: ¡Bendito sea en su templo nuestro gran Dios!
Entonces, algo dentro de mí me hizo levantarme y me sacó de
allí; era como si Dios me hubiera tomado fuertemente de la mano. Yo estaba muy
molesto y enojado. De pronto me vi en Tel Abib, que está a la orilla del río
Quebar. En esa ciudad estaban los israelitas que habían sido sacados de su
país, y allí me quedé entre ellos siete días, sin saber qué hacer ni qué decir.
Pasado los siete días, Dios me dijo: Ezequiel, tu tarea será
mantenerte siempre vigilante y decirles a los israelitas que están en grave
peligro. Tan pronto como yo te diga algo, tú deberás decírselo a ellos. Si yo
te anuncio a alguien que va a morir por causa de su mala conducta, y tú no se
lo adviertes, esa persona morirá por causa de su pecado, pero el culpable de su
muerte serás tú. En cambio, si tú le adviertes que debe apartarse del mal, y no
te hace caso, esa persona morirá por causa de su pecado, pero tú no serás
culpable de nada. Puede ser que una persona buena deje de hacer el bien y haga
lo malo. Si yo la pongo en peligro de muerte, y tú no se lo adviertes, morirá
por causa de su pecado, y no tomaré en cuenta lo bueno que haya hecho antes.
Pero el culpable de su muerte serás tú.
En cambio, si le adviertes y deja de pecar, seguirá con vida, y tú quedarás
libre de culpa.
Mientras yo estaba allí, Dios me hizo sentir su poder y me
dio esta orden: Levántate y ve al valle. Allí te diré lo que tienes que hacer.
Así lo hice. Y cuando llegué al valle, vi de nuevo a Dios en todo su esplendor,
como lo había contemplado a orillas del río Quebar. Yo me arrodillé para
adorarlo, pero algo en mí me hizo levantarme. Entonces, Dios me dijo: Ve a tu
casa, y quédate encerrado. Debes saber que te van a atar, y no podrás caminar
libremente entre la gente. Como los israelitas son muy rebeldes, voy a hacer
que te quedes mudo: La lengua se te pegará al paladar, y no podrás
reprenderlos. Volverás a hablar cuando yo lo decida, y entonces les darás mi
mensaje. Unos te harán caso, y otros no. Pues bien, el que quiera oír, que
oiga, y el que no quiera oír que no lo haga.
Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe estar vigilante
a oír la voz de Dios pues es tiempo de que el hombre despierte, que se levante
pues Dios tiene un propósito para cada persona y le dará encargos para que sean cumplidos, dar a
otros su mensaje siendo esencial que el
hombre ponga su confianza en Dios.
Por lo tanto, el hombre que lee la Palabra de Dios sentirá
que vive cada día bajo su protección, aunque a veces parezca que está en medio
de alacranes o entre espinas, pues sabes, el hombre que tiene una relación
personal con Dios, por ende tiene comunión íntima con El, Dios le da sabiduría y lo hace ser luz en todo momento, y esa luz
brillará en dondequiera que se encuentre.
Asimismo, lo fundamental es que el hombre que busca a Dios,
le obedezca y se apegue a su Palabra, que es como miel que se adhiere en su
mente y en su corazón y que lo hará tan fuerte y con tanta dureza como los
diamantes y las piedras, por eso no debe tener miedo.
Ahora bien, es preponderante que el hombre tome conciencia
de que Dios avisa al hombre a través de mensajes constantes en su Palabra, para
que la gente deje de hacer lo malo así como advierte a la gente que era buena y
vuelve a pecar; por lo que el hombre debe estar alerta y preparado con un
corazón quebrantado para oír su voz, hacer caso y tome la decisión voluntaria
de realizar cambios verdaderos en su conducta para que Dios habite en su ser
interior, que establezca en su vida el reino de Dios.
Con Alta Estima,
No hay comentarios:
Publicar un comentario