lunes, 12 de mayo de 2014

Se acerca nuestro fin…


¡Perdió el oro su brillo! ¡Quedó totalmente empañado! ¡Por las esquinas de las calles quedaron rasgadas las joyas del templo! ¡Oro puro! Así se valoraba a los habitantes de Jerusalén, ¡pero ahora no valen más que simples ollas de barro! Bondadosas se muestran las lobas cuando alimentan a sus cachorros, pero las crueles madres israelitas abandonan a sus hijos. Reclaman pan nuestros niños, pero nadie les da nada. La lengua se les pega al paladar, y casi se mueren de sed.

En las calles se mueren de hambre los que antes comían manjares; entre la basura se revuelcan los que antes vestían con elegancia. Cayó Jerusalén, pues ha pecado más de lo que pecó Sodoma. ¡De pronto se vino abajo y nadie pudo ayudarla! Increíblemente hermosos eran los líderes de Jerusalén; estaban fuertes y sanos, estaban llenos de vida. Tan feos y enfermos se ven ahora que nadie los reconoce. Tienen la piel reseca como leña, ¡hasta se les ven los huesos! A falta de alimentos, todos mueren poco a poco. ¡Más vale morir en la guerra que morirse de hambre!

¡Destruida ha quedado Jerusalén! ¡Hasta las madres más cariñosas cocinan a sus propios hijos para alimentarse con ellos! El enojo de Dios fue tan grande que ya no pudo contenerse; le prendió fuego a Jerusalén y la destruyó por completo. ¡Terminaron entrando a la ciudad los enemigos de Jerusalén! ¡Nadie en el mundo se imaginaba que esto pudiera ocurrir! Injustamente ha muerto gente a manos de profetas y sacerdotes. Dios castigó a Jerusalén por este grave pecado.

Juntos andan esos asesinos como ciegos por las calles. Tienen las manos llenas de sangre; ¡nadie se atreve a tocarlos! En todas partes les gritan: ¡Fuera de aquí, vagabundos! ¡No se atrevan a tocarnos! ¡No pueden quedarse a vivir aquí! Rechazados por Dios, los líderes y sacerdotes vagan por el mundo. ¡Dios se olvidó de ellos! Una falsa esperanza tenemos: que un pueblo venga a salvarnos; pero nuestros ojos están cansados. ¡Nadie vendrá en nuestra ayuda!

Se acerca nuestro fin. No podemos andar libremente, pues por todas partes nos vigilan; ¡nuestros días están contados! Aun más veloces que las águilas son nuestros enemigos. Por las montañas y por el desierto nos persiguen sin descanso. La sombra que nos protegía era nuestro rey; Dios mismo nos lo había dado. ¡Pero hasta él cayó prisionero! Esto mismo lo sufrirás tú, que te crees la reina del desierto. Puedes reírte ahora, ciudad de Edom, ¡pero un día te quedarás desnuda! No volverá Dios a castigarte, bella ciudad de Jerusalén, pues ya se ha cumplido tu castigo. Pero a ti, ciudad de Edom, Dios te castigará por tus pecados.

Aquí puedes darte cuenta que cuando el hombre lleva una vida ostentosa, que se deja arrebatar por la cotidianeidad del mundo, se separa de Dios y entonces el hombre puede ser empañado,  mostrar poco brillo en su ser interior debido a sus actitudes negativas de soberbia, orgullo, egoísmo, falta de compañerismo, entre otros que son impurezas que oscurecen su alma y, por ende su espíritu carece de la  madurez espiritual que es imprescindible para vencer al enemigo.

No obstante, el hombre debe buscar la tersura de su corazón, para que esté en comunión con el Creador, que su vida esté libre de arrugas, sin mancha, para que refleje  una luminosidad incomparable que sólo la Palabra de Dios da,  pues ella es el alimento diario de donde emana la vida.  

Así pues, no hay tiempo que perder, es hora de que el hombre se levante y despierte pues sus días están contados, que ponga su esperanza en Jesucristo, que su mirada esté puesta en El pues de Dios vendrá la ayuda, pero es necesario que el hombre se someta a la obediencia de sus preceptos para que camine bajo la sombra del rey, Dios mismo.


Con Alta Estima,

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