viernes, 28 de noviembre de 2014

No se avergüencen de mí ni de mis palabras…


Un día, mucha gente volvió a reunirse junto a Jesús, y como no tenían nada para comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:  Siento compasión de toda esta gente. Ya han estado conmigo tres días y no tienen nada que comer. Algunos han venido desde muy lejos; si los mando a sus casas sin comer, pueden desmayarse en el camino.

Sus discípulos le respondieron: Pero en este lugar no vive nadie. ¿Dónde vamos a conseguir comida para tanta gente? Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tienen? Siete, contestaron los discípulos.
Jesús le ordenó a la gente que se sentara en el suelo. Luego tomó los siete panes y dio gracias a Dios. Partió los panes en pedazos y se los entregó a sus discípulos, para que ellos los repartieran entre la gente. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado.

Como también tenían unos cuantos pescaditos, Jesús dio gracias y mandó que los repartieran. Todos los que estaban allí comieron hasta quedar satisfechos, y con los pedazos que sobraron llenaron siete canastas. Los que comieron eran como cuatro mil personas.

Luego Jesús los despidió., subió a la barca y se fue con sus discípulos a la región de Dalmanuta.
Los fariseos llegaron a donde estaba Jesús y comenzaron a discutir con él. Para ponerle una trampa, le pidieron que demostrara con alguna señal milagrosa que él venía de parte de Dios. Jesús se molestó mucho por esto, y dijo: ¿Por qué siempre piden ustedes una señal? Les aseguro que no se les dará ninguna. Entonces Jesús los dejó, volvió a subir a la barca, y se fue al otro lado del lago.

Los discípulos se habían olvidado de llevar comida, y sólo tenían un pan en la barca. Jesús les advirtió: Les recomiendo que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes Antipas.  Los discípulos comenzaron a hablar entre ellos y decían: Seguramente dijo eso porque no trajimos pan.

Jesús se dio cuenta de lo que hablaban y les dijo: ¿por qué hablan de pan? ¿Todavía no comprenden? ¿Tienen la mente cerrada? Si tienen ojos, ¿cómo es que no ven? Si tienen oídos, ¿cómo es que no oyen? ¿No se acuerdan de aquella vez, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres? ¿Cuántas canastas llenaron entonces con lo que sobró? Los discípulos respondieron: Doce canastas.

Jesús les preguntó: Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenaron? Siete, contestaron los discípulos. Jesús les dijo entonces: ¿y todavía no entienden?
Cuando llegaron al pueblo de Betsaida, unas personas guiaron a un ciego hasta Jesús y le pidieron que lo tocara. Jesús tomó al ciego de la mano y lo llevó fuera del pueblo.  Después le mojó los ojos con saliva, colocó las manos sobre él, y le preguntó si veía algo. El ciego respondió: Veo gente, pero parecen árboles que caminan.

Entonces Jesús volvió a ponerle las manos sobre los ojos. El hombre miró de nuevo con cuidado, y vio todo claramente, porque ya estaba sano. Jesús le mandó que volviera  a su casa, y le dijo: No regreses al pueblo.

Después de esto, Jesús y sus discípulos fueron a los caseríos cercanos al pueblo de Cesarea de Filipo. En el camino, Jesús les preguntó: ¿Qué dice la gente acerca de mí? Los discípulos contestaron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres  el profeta Elías. Hay otros que piensan que eres alguno de los profetas. Entonces Jesús les preguntó: Y ustedes, ¿qué opinan? ¿Quién soy yo? Y Pedro contestó: Tú eres el Mesías.

Jesús les ordenó que no le contaran a nadie que él era el Mesías. Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos lo que le iba a pasar: Yo, el Hijo del hombre, voy a sufrir mucho. Seré rechazado por los líderes del pueblo, por los sacerdotes principales y por los maestros de la Ley. Me van a matar, pero tres días después resucitaré.

Como Jesús habló tan claramente de su muerte. Pedro lo llevó aparte y lo reprendió por hablar de eso. Pero Jesús se volvió, y frente a todos sus discípulos regañó a Pedro: ¡Pedro, estás hablando como Satanás! ¡Apártate de mí, pues no entiendes los planes de Dios! Te comportas como cualquier ser humano.

Después, Jesús llamó a sus discípulos, tienen que olvidarse de hacer su propia voluntad. Tienen que estar dispuestos a morir en una cruz y a hacer lo que yo les diga. Porque si sólo les preocupa salvar la vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mí y por anunciar las buenas noticias, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane todo lo que quiera en el mundo, si al fin de cuentas pierde su vida. Y no hay nada que una persona pueda dar para salvar su vida.

Delante de esta gente malvada que rechaza a Dios, no se avergüencen de mí ni de mis palabras. Si lo hacen, yo, el Hijo del hombre, me avergonzaré de ustedes cuando venga con el poder de mi Padre y con sus ángeles.

Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre viva apegado a la Palabra de Dios  para que sacie su hambre espiritual y defienda con fe y certeza los ataques del maligno, sin avergonzarse, pues su Palabra es la verdad y permanece para siempre.

No obstante, el hombre que cree en Jesús, Dios le muestra su poder y su gran amor pero el hombre debe hacer la parte que le corresponde y Dios hará su parte. Además, Dios dará entendimiento a la gente que confía en El y le enriquecerá de sabiduría.

Asimismo, es fundamental que el hombre no caiga  en decir “pura paja”, sino más bien que pida al Señor Jesús discernimiento espiritual para que cada persona abra sus ojos y Dios le de entendimiento y obediencia a sus mandatos, pues Jesús vino a dar su vida y con su sangre salvó al ser humano y al tercer día resucitó pues obedeció a la voluntad de su Padre para  redimir al ser humano y que nuevamente tenga una relación personal con El.

Así pues, el hombre con obediencia tendrá una mente renovada con un corazón nuevo y, por ende será una mejor persona, amará  con sinceridad a Dios, meditará y cumplirá su Palabra y por ende, recibirá el poder de Dios, pues el Espíritu de Dios vivirá en cada persona regenerada y así avanzará como nueva criatura alcanzando la estatura del varón perfecto que es Jesucristo..  


Con Alta Estima,

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Lo que hace impura delante de Dios a la gente, es lo que la gente dice y hace.


Los judíos, y en especial los fariseos, siguen la costumbre de sus antepasados, de no comer sin antes lavarse las manos debidamente. Cuando llegan a sus casas después de haber ido al mercado, no comen nada de lo que compran allí sin antes lavarlo bien.

Cierto día, se acercaron a Jesús algunos fariseo y maestros de la Ley que habían de Jerusalén. Al ver que los discípulos de Jesús comían sin lavarse las manos, comenzaron a criticarlos. Y le preguntaron a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no siguen las costumbres que desde hace mucho han practicado nuestros antepasados? ¿por qué comen sin haberse lavado las manos?

Jesús les respondió: ¡Ustedes son unos hipócritas! Dios tenía razón cuando dijo por medio del profeta Isaías: Este pueblo dice que me obedece, pero en verdad nunca piensa en mí. De nada sirve que ustedes me alaben, pues inventan reglas y luego las enseñan diciendo que yo las ordené.
Ustedes desobedecen los mandamientos de Dios para poder seguir enseñanzas humanas. Han aprendido muy bien la manera de rechazar los mandamientos de Dios para seguir sus propias enseñanzas. Porque Moisés dijo: Obedezcan y cuiden a su padre y a su madre.

Y también dijo: El que maldiga a su padre o a su madre tendrá que morir. Sin embargo, ustedes enseñan que un hijo no tiene la obligación de ayudar a sus padres si les dice: No puedo ayudarlos, porque todo lo que tengo se lo he ofrecido a Dios. De esa manera, desobedecen los mandamientos de Dios para  seguir sus propias enseñanzas. Y hacen muchas otras cosas parecidas a esta.

Luego Jesús llamó a la gente y dijo: Escúchenme todos, y entiendan bien: La comida que entra por su boca no los hace impuros delante de Dios. Lo que los hace impuros son los insultos y malas palabras que salen de su boca. Cuando Jesús dejó a la gente y entró en la casa, los discípulos le preguntaron qué significaba esa enseñanza. El les respondió: ¿Tampoco ustedes entienden? Nada de lo que entra en la persona la hace impura delante de Dios. Lo que se come no va a la mente sino al estómago, y después el cuerpo lo expulsa.

Jesús dijo eso para que supieran que ningún alimento es impuro. Y también dijo: Lo que hace impura delante de Dios a la gente, es lo que la gente dice y hace. Porque si alguien dice cosas malas, es porque es malo y siempre está pensando en el mal, y en cómo hacer cosas indecentes, o robar, o matar a otros, o ser infiel en el matrimonio. Esa gente vive pensando solamente en cómo hacerse rica, o en hacer maldades, engañar, ser envidiosa, insultar y maldecir a otros, o en ser necia y orgullosa.

Después, Jesús salió de allí y fue hasta la región de la ciudad de Tiro. En ese lugar, se quedó unos días en una casa, y no quería que nadie supiera dónde estaba. Pero no pudo esconderse. Una mujer supo que Jesús estaba en el lugar, y fue a buscarlo, pues su hija tenía un espíritu malo. Esta mujer no era judía; era de la región de Fenicia, que está en Siria. Cuando encontró a Jesús, se arrodilló delante de él y le rogó que librara del espíritu malo a su hija. Pero Jesús le dijo: Deja que primero coman los hijos, pues no está bien quitarles la comida para echársela a los perros.

Y ella le contestó: ¡Señor, eso es cierto! Pero aun los perros comen las sobras que se les caen a los hijos debajo de la mesa. Jesús le dijo: ¡Mujer, es muy cierto lo que dices! Vete tranquila a tu casa, pues el demonio ya salió de tu hija. La mujer regresó a su casa y, cuando llegó, encontró a su hija acostada en la cama. El demonio ya había salido de ella.

Jesús volvió a salir de la región de Tiro. Pasó por la región de Sidón y llegó al Lago de Galilea, en el territorio de Decápolis. Allí le llevaron a Jesús un hombre sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera las manos sobre él para sanarlo. Jesús tomó al hombre y lo llevó aparte, lejos de la gente. Luego puso sus dedos en los oídos del hombre y le puso saliva en la lengua. Después miró al cielo, suspiró y dijo: ¡Efata!, palabra que significa: ¡Abrete! En ese momento el hombre pudo oir y hablar normalmente.

Jesús le ordenó a la gente que no se lo contara a nadie; pero cuanto más lo ordenaba, más lo contaba la gente, porque estaba muy admirada y decía: Jesús todo lo hace bien. ¡Hasta puede hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen!

Aquí puedes darte cuenta que es importante para Dios que el hombre sea sincero, que sea congruente tanto en lo que dice como en lo que hace, pues a Dios no le gustan las apariencias ni que inventen reglas a su conveniencia pues luego el hombre las enseña a otros y dice que Dios las ordenó.

Así pues, lo esencial es que el hombre obedezca los mandamientos, que viva apegado a su Palabra y su fe sea fortalecida pues Dios, es el único Dios de amor que sana y redime los pecados del hombre.

No obstante, la Palabra de Dios es la brújula que guía al hombre y le muestra en qué aspecto de su vida debe reflexionar y  enmendar los errores, pero  es necesario que el hombre cumpla los principios de Jesús  para que sea purificado y entonces obtenga  sabiduría  para que discierna lo que es conveniente al hombre obediente, sobre todo si se trata de honrar a sus padres, proporcionarles ayudar si es necesario hacerlo.

Por lo tanto es prioridad que el hombre asido de la mano de Dios, tenga pensamientos buenos y, por ende,  le ayudará a hacer el bien en todo momento.


Con Alta Estima,

martes, 25 de noviembre de 2014

Tenían la mente cerrada…


De allí Jesús se fue a Nazaret, que era su propio pueblo, y sus discípulos lo acompañaron. Cuando llegó el sábado, Jesús empezó a enseñar en la sinagoga. Los que estaban presentes lo escucharon y se preguntaron admirados: ¿Dónde aprendió este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado tantos conocimientos?¿De dónde saca el poder para hacer los milagros que hace? ¿Acaso no es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no es verdad que sus hermanas viven en este mismo pueblo?

Y se quedaron confundidos? Y contrariados. Por eso, Jesús les dijo: Al profeta se le reconoce y se le acepta en todas partes, menos en su propio pueblo, en su propia familia y en su propia casa. Y poniendo las manos sobre los enfermos, Jesús sanó a algunos de ellos; pero no pudo hacer ningún otro milagro, pues se sorprendió mucho de que aquella gente no creyera en él.

Jesús iba por todos los pueblos cercanos enseñando las buenas noticias. Reunió a los doce apóstoles y los envió de dos en dos. Les dio poder para expulsar de la gente a los espíritus malos, y también les ordenó: Lleven un bastón para el camino, pero no lleven comida ni bolsa ni dinero. Pónganse sandalias, pero no lleven ropa de más. Cuando entren en un pueblo, quédense en una sola casa hasta que salgan de ese pueblo. Si en algún lugar no quieren recibirlos, ni escucharlos, váyanse de allí y sacúdanse el polvo de los pies. Eso le servirá de advertencia a esa gente.

Los discípulos partieron de allí y comenzaron a decirle a la gente que dejara de pecar y se volviera a Dios. También expulsaron muchos demonios y sanaron a muchos enfermos frotándoles aceite de oliva.

Jesús era tan conocido que hasta el rey Herodes Antipas oyó hablar de él. Algunos decían que Jesús era Juan el Bautista, que había vuelto a vivir y hacía muchos milagros. Otros decían que era el profeta Elías, o alguno de los profetas que habían vivido hacía mucho tiempo.

Cuando el rey Herodes oyó hablar de Jesús, estaba seguro de que se trataba de Juan, y decía: Jesús es Juan. Yo mismo ordené que le cortaran la cabeza, pero ha resucitado. Resulta que Herodes Antipas se había casado con Herodías, la esposa de su hermano Filipo, y Juan lo había reprendido, diciéndole: No te está permitido tener a la esposa de tu hermano.

Esto enfureció a Herodías, la cual decidió hacer todo lo posible para matar a Juan. Pero Herodes sólo mandó que lo arrestaran y lo metieran en la cárcel. Herodes le tenía miedo a Juan y lo protegía, porque sabía que Juan era un hombre justo y santo. Y aunque Herodes no sabía qué hacer cuando lo oía hablar, lo escuchaba de buena gana.

El día de su cumpleaños, el rey Herodes Antipas organizó una gran fiesta. Invitó a los jefes, a los comandantes y a la gente más importante de la región de Galilea. Herodías vio que esa era su gran oportunidad para matar a Juan. Mientras cenaban, la hija de Herodías entró al salón y bailó delante de todos. Tanto le gustó el baile al rey Herodes y a todos los que estaban allí, que el rey le dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Aun si me me pides la mitad de mi reino, te juro que te lo daré.

La muchacha salió del salón, fue a donde estaba Herodías, su madre, y le preguntó: ¿Qué podría pedir? Herodías le respondió: Pide la cabeza de Juan el Bautista. La muchacha entró de prisa al salón y le dijo al rey. Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. El rey se puso muy triste, pero no quiso negarle a la muchacha lo que pedía, porque se lo había jurado delante de sus invitados. Enseguida ordenó a un soldado que le trajera la cabeza de Juan. El soldado fue a la cárcel, le cortó a Juan la cabeza y se la llevó en un plato a la muchacha. Después, ella se la entregó a su madre. Cuando los discípulos de Juan supieron esto, fueron a recoger el cuerpo de Juan y lo enterraron.

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Pero eran tantos los que iban y venían, que ni tiempo tenían para comer. Entonces Jesús les dijo: Vengan, vamos a un lugar tranquilo para descansar a solas. Y él  y los apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado. Pero la gente que los vio partir adivinó hacia dónde iban. Así, la gente de todos los pueblos cercanos se fue a ese lugar, y llegó antes que Jesús y sus discípulos.

Cuando Jesús bajo de la barca, vio la gran cantidad de gente que se había reunido  y les tuvo compasión, porque parecían ovejas sin pastor. Entonces empezó a enseñarles muchas cosas. Por la tarde, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: Este lugar está muy solitario, y ya se está haciendo tarde. Despide a la gente, para que vaya a buscar comida por los campos y los pueblos cercanos.

Jesús les dijo: Denles ustedes de comer. Ellos respondieron: No podemos comprar pan para tanta gente. ¡Para eso nos hace falta el salario de todo un año! Jesús les dijo: Vayan a ver cuántos panes tienen ustedes. Ellos fueron, y al rato regresaron diciendo: Tenemos cinco panes y dos pescados. 

Entonces Jesús ordenó que todos se sentaran en grupos sobre el pasto verde. La gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. Luego Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al cielo y dio gracias a Dios. Después partió los panes, y los dio a los discípulos para que los repartieran entre toda la gente; lo mismo hizo con los dos pescados. Todos comieron hasta quedar satisfechos. Luego los discípulos llenaron doce canastas con los pedazos de pan y de pescado que habían sobrado. ¡Y fueron más de cinco mil los que comieron de aquellos panes y pescados!

Después Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a la barca y cruzaron el lago en dirección al pueblo de Betsaida, pero él se quedó en la orilla para despedir a toda la gente. Luego de despedirla, se fue a un cerro a orar. Cuando llegó la noche, la barca ya estaba en medio del lago, pero Jesús aún permanecía en tierra. Desde allí pudo ver que los discípulos remaban con mucha dificultad, pues navegaban contra el viento. Poco antes del amanecer, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el agua. 

Cuando ya estaba cerca, hizo como que pasaría de largo. Al verlo caminar sobre el agua, los discípulos creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar. Estaban muy asustados, pero enseguida Jesús les dijo: Tranquilos, no tengan miedo. Soy yo.

Entonces Jesús se subió a la barca, y el viento se calmó. Los discípulos estaban muy asombrados. Tenían la mente cerrada, pues no habían entendido el verdadero significado del milagro de los panes.
Después de cruzar el lago, llegaron al pueblo de Genesaret y ataron la barca en la orilla. Tan pronto salieron, la gente reconoció a Jesús y corrió por toda aquella región para llevarle enfermos. Cuando oían que Jesús estaba en un lugar, ponían a los enfermos en camillas los llevaban ante él. A dondequiera que iba Jesús, ya fuera por aldeas, pueblo o campos, la gente ponía a los enfermos en las calles. Y cuando él pasaba, le rogaban que dejara que los enfermos tocaran, por lo menos el borde de su ropa. Y todos los que lo tocaban quedaban sanos.

Aquí puedes darte cuenta que es importante que el hombre acepte a Jesús en su corazón y se apegue a sus principios para llevar una vida ordenada e íntegra de acuerdo a sus enseñanzas, que evite caer en las situaciones ambiguas que sólo impide al hombre seguir avanzando, pues sólo su Palabra es sabiduría que viene del Dios Altísimo y, por ende proporciona al hombre crecimiento espiritual.

Ahora bien, el tiempo apremia y el hombre debe volverse a Dios, llenarse de su verdad a través de su Palabra,  y  haciendo esfuerzo por cumplir cabalmente con los mandamientos instituidos por Dios, para  hacer  cambios en su manera de vivir.

Por lo tanto, lo fundamental es que el hombre busque a Dios, que desarrolle una conciencia de hacer lo bueno y lo demuestre en su conducta, que cumpla con todo lo que agrada a Dios, y así a pesar de tanta frivolidad del mundo, el hombre pueda vencer las pruebas que se le presenten pues con la confianza puesta en Dios, el hombre librará la adversidad, pero sabes, el hombre debe decidir ahora  ser diferente, desarrollar  una mente abierta y renovada dispuesta amar a Dios, apartándose de hacer lo malo y  sobre todo mantenerse firme en sus convicciones.


Con Alta Estima,

lunes, 24 de noviembre de 2014

Si tan solo pudiera tocar su ropa, quedaría sana…


Jesús y sus discípulos cruzaron el Lago de Galilea y llegaron a un lugar cerca del pueblo de Gerasa. Allí había un cementerio, donde vivía un hombre que tenía un espíritu malo. Nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. ¡Cuántas veces lo había encadenado y le había sujetado los pies con gruesos aros de hierro! Pero él rompía las cadenas y despedazaba los aros. ¡Nadie podía con su terrible fuerza! Día y noche andaba en el cementerio y por los cerros dando gritos y lastimándose con piedras.

En el momento en que Jesús bajaba de la barca, el hombre salía del cementerio, y al ver a Jesús a lo lejos, corrió y se puso de rodillas delante de él. Jesús ordenó al espíritu malo: ¡Espíritu malo, sal de este hombre! Entonces el espíritu malo le contestó a gritos: ¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? ¡No me hagas sufrir! ¡Por Dios, te pido que no me hagas sufrir!

Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? El le respondió: Me llamo Ejército, porque somos muchos los malos espíritus que estamos dentro de este hombre. Por favor, te ruego que no nos mandes a otra parte. En una colina, cerca de donde estaban, había unos dos mil cerdos comiendo. Entonces los malos espíritus le rogaron a Jesús: ¡Déjanos entrar en esos cerdos!  Jesús les dio permiso, y ellos salieron del hombre y entraron en los cerdos. Los animales echaron a correr cuesta abajo, hasta que cayeron en el lago y se ahogaron.

Los que cuidaban los cerdos corrieron al pueblo y contaron a todos lo sucedido. La gente fue a ver lo que había pasado. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron al hombre que antes estaba endemoniado, y lo encontraron sentado, vestido y portándose normalmente. Los que estaban allí temblaban de miedo.

Las personas que vieron cómo Jesús había sanado a aquel hombre empezaron a contárselo a todo el mundo. Pero la gente le pidió a Jesús que se fuera a otro lugar. Cuando Jesús estaba subiendo a la barca, el hombre que ahora estaba sano le rogó que lo dejara ir con él. Pero Jesús le dijo: Vuelve a tu casa y cuéntales a tu familia y a tus amigos todo lo que Dios ha hecho por ti, y lo bueno que ha sido contigo. El hombre se fue, y en todos los pueblos de la región de Decápolis contaban lo que Jesús había hecho por él. La gente escuchaba y se quedaba asombrada.

Jesús llegó en la barca al otro lado del lago, y se quedó en la orilla porque mucha gente se juntó a su alrededor. En ese momento llegó un hombre llamado Jairo, que era uno de los jefes de la sinagoga. Cuando Jairo vio a Jesús, se inclinó hasta el suelo y le rogó: Mi hijita está a punto de morir. ¡Por favor, venga usted a mi casa y ponga sus manos sobre ella, para que se sane y pueda vivir!

Jesús se fue con Jairo. Mucha gente se juntó alrededor de Jesús y lo acompañó. Entre la gente, iba una mujer que había estado enferma durante doce años. Perdía mucha sangre, y había gastado en médicos todo el dinero que tenía, pero ellos no habían podido sanarla; al contrario, le habían causado más daño, y cada día se ponía más enferma.

La mujer había oído hablar de Jesús, y pensaba: Si tan solo pudiera tocar su ropa, quedaría sana. Por eso, cuando la mujer vio a Jesús, se abrió paso entre la gente, se le acercó por detrás y le tocó la ropa. Inmediatamente la mujer dejó de sangrar, y supo que ya estaba sana. Jesús se dio cuenta de había salido poder de él. Entonces miró a la gente y preguntó: ¿Quién me tocó la ropa? Sus discípulos le respondieron: ¡Mira cómo se amontona la gente sobre tí! ¿Y todavía preguntas quién te tocó la ropa? Pero Jesús miraba y miraba a la gente para descubrir quién lo había tocado. La mujer, sabiendo lo que había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y temblando de miedo le dijo toda la verdad.

Jesús le dijo: Hija, has sido sanada porque confiaste en Dios. Vete tranquila. Jesús no había terminado de hablar cuando llegaron unas personas desde la casa de Jairo, y le dijeron: ¡Su hija ha muerto! ¿Para qué molestar más al Maestro? Jesús no hizo caso de lo que ellos dijeron, sino que le dijo a Jairo: No tengas miedo, solamente confía. Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro y los dos hermanos Santiago y Juan. Cuando llegaron a la casa de Jairo, vieron que la gente lloraba y gritaba y hacía mucho alboroto. Entonces Jesús entró en la casa y les dijo: ¿Por qué lloran y hacen tanto escándalo? La niña no está muerta, sólo está dormida.

La gente se burló de Jesús. Entonces él hizo que todos salieran de allí. Luego entró en el cuarto donde estaba la niña. Lo acompañaron los padres y tres de sus discípulos. Tomó de la mano a la niña y le dijo en idioma arameo: ¡Talita, cum! Eso quiere decir: Niña, levántate. La niña, que tenía doce años, se levantó en ese mismo instante y comenzó a caminar. Cuando la gente la vio, se quedó muy asombrada. Pero Jesús ordenó que no le contaran a nadie lo que había pasado, y después mandó que le dieran de comer a la niña.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe creer en Jesús y aceptarlo en su ser interior, creer que Dios envió a su único Hijo Jesús para dar su vida en la cruz y salvar a la humanidad y que El resucitó al tercer día para que cada ser humano tenga una vida nueva y vida eterna .

No obstante, es fundamental que el hombre ponga su confianza en Dios para que su fe crezca y sea lleno del conocimiento de Dios, que se apegue a su Palabra, y entonces su vida será edificada y fortalecida espiritualmente.

Asimismo, es prioridad que el hombre decida voluntariamente  buscar a Dios pero sabes, es esencial que el hombre se arrepienta verdaderamente de sus pecados y pida perdón a Dios pues Dios mira cada corazón contrito y  humillado, pues Dios es el único que sana heridas y restaura la vida de cada persona que le busca.


Con Alta Estima, 

sábado, 22 de noviembre de 2014

¡Sí en verdad tienen oído, presten mucha atención!


Otro día, Jesús estaba enseñando a la orilla del Lago de Galilea. Como mucha gente se reunió para escucharlo, Jesús tuvo que subir a una barca y sentarse para hablar desde allí. La gente se quedó de pie en la playa. Jesús les enseñó muchas cosas por medio de ejemplos y comparaciones.
Les puso esta comparación: Escuchen bien esto: Un campesino salió a sembrar trigo. Mientras sembraba. Algunas semillas cayeron en el camino. Poco después vinieron unos pájaros y se las comieron:

Otras semillas cayeron en un terreno con muchas piedras y poca tierra. Como la tierra era poco profunda, pronto brotaron plantas de trigo. Pero las plantas no duraron mucho tiempo. Al salir el sol se quemaron, porque no tenían buenas raíces.

Otras semillas cayeron entre espinos. Cuando los espinos crecieron, ahogaron el trigo y no lo dejaron crecer. Por eso, las semillas no produjeron nada. En cambio, otras semillas cayeron en buena tierra, y sus espigas crecieron muy bien y produjeron una muy buena cosecha. Algunas espigas produjeron treinta semillas, otras sesenta, y otras cien. Luego Jesús dijo: ¡Sí en verdad tienen oído, presten mucha atención!

Después, cuando ya se había ido casi toda la gente, los que se quedaron con Jesús y los doce discípulos le preguntaron qué significaba el ejemplo del campesino. Jesús les respondió: A ustedes les he explicado los secretos del reino de Dios, pero a los demás les enseño solamente por medio de ejemplos. Así, aunque miren, no verán, y aunque oigan, no entenderán, a menos que se arrepientan de sus pecados y pidan perdón a Dios.

Jesús les dijo: Si no entienden el ejemplo de las semillas, ¿cómo van a entender los otros ejemplos y comparaciones? El campesino representa al que anuncia las buenas noticias. Las semillas que cayeron en el camino representan a los que escuchan las buenas noticias, pero luego viene Satanás y hace que olviden todo lo que oyeron. Las semillas que cayeron entre piedras representan a quienes oyen el mensaje del reino de Dios y rápidamente lo aceptan con alegría. Pero como no lo entienden muy bien, la alegría  les dura muy poco. Tan pronto como tienen problemas, o son maltratados por ser obedientes a Dios, se olvidan del mensaje.

Hay otros que son como las semillas que cayeron entre los espinos. Oyen el mensaje, pero no dejan que el mensaje cambie su vida. Sólo piensan en las cosas que necesitan, en cómo ganar dinero, y en cómo disfrutar de esta vida.

Finalmente, las semillas que cayeron en buena tierra representan a los que escuchan el mensaje y lo aceptan. Esas personas cambian su vida y hacen lo bueno. Son como las semillas que produjeron espigas con treinta, sesenta y hasta cien semillas.

Después de esto, Jesús les dijo: ¿Se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, o debajo de la cama? ¡Claro que no! Se enciende y se pone en un lugar alto, para que alumbre bien. Porque todo lo que esté escondido se descubrirá, y todo lo que se mantenga en secreto llegará a saberse. Si en verdad tienen oídos, ¡úsenlos!

También les dijo: ¡Presten mucha atención! Dios les dará a ustedes la misma cantidad que ustedes den a los demás, y mucho más todavía. Porque al que tenga algo, se le dará más; pero al que no tenga nada, se le quitará aun lo poquito que tenga.

Jesús también les puso esta otra comparación: Con el reino de Dios pasa algo parecido a lo que sucede cuando un hombre siembra una semilla en la tierra. No importa si ese hombre está dormido o despierto, o si es de noche o de día; la semilla siempre nace y crece sin que el campesino entienda cómo. La tierra produce primero el tallo, después la espiga, y finalmente las semillas. Y cuando llega el tiempo de la cosecha, el campesino recoge las semillas.

Jesús también dijo: ¿Con qué puede compararse el reino de Dios? ¿A qué se parece? Es como la semilla de mostaza que el campesino siembra en la tierra. A pesar de que es la más pequeña de todas las semillas del mundo, cuando crece llega a ser la más grande de las plantas del huerto. ¡Tiene ramas bien grandes, y hasta los pájaros pueden hacer nidos bajo su sombra.

Jesús enseñó el mensaje del reino de Dios por medio de muchas comparaciones, de acuerdo con lo que la gente podía entender. Hablaba solamente por medio de comparaciones y ejemplos, pero cuando estaba a solas con sus discípulos les explicaba todo con claridad.

Ese mismo día, cuando llegó la noche, Jesús les dijo a sus discípulos: Vamos al otro lado del lago. Entonces dejaron a la gente y atravesaron el lago en una barca. Algunos fueron también en otras barcas. De pronto se desató una tormenta. El viento soplaba tan fuerte que las olas se metían en la barca, y esta empezó a llenarse de agua.

Entre tanto, Jesús se había quedado dormido en la parte de atrás de la barca, recostado sobre una almohada. Los discípulos lo despertaron y le gritaron: Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó y ordenó al viento y al mar que se calmaran. Enseguida el viento se calmó, y todo quedó completamente tranquilo.

Pero ellos estaban muy asombrados, y se decían unos a otros: ¿Quién es este hombre, que hasta el viento y el mar lo obedecen?

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe vivir apegado a la Palabra de Dios, que preste atención a sus enseñanzas, las obedezca para que su vida sea íntegra de acuerdo a la verdad que Dios ha establecido. Por tanto, es prioridad que el hombre se arrepienta de sus pecados y acepte a Jesús en su corazón para que El reine en su ser interior.

No obstante, es fundamental que el hombre con obediencia preste atención a esta verdad, que se aleje de la maldad, del odio, ira, rencor, venganza, sino más bien viva con alegría y aunque pase algunas situaciones difíciles, con la confianza puesta en Dios, el hombre podrá vencer las pruebas y su fe será fortalecida.

Asimismo, es necesario que el hombre se mantenga firme en sus convicciones, que cambie su manera de vivir, pues sabes, el tiempo apremia y el tiempo actual que el hombre vive es difícil con tantos distractores, pero si  el hombre tiene su mirada  puesta en Dios seguirá avanzando, para que sea luz a los demás, demostrando con su conducta: sinceridad, honestidad, ayudando a otros, pero es hora de que el hombre despierte, que se levante, que su corazón nuevo esté dispuesto a servir a Dios.

Ahora bien, es urgente, que el hombre siga avanzando para que de frutos y que el mensaje del reino de Dios sea extendido a todos los que no le conocen.


Con Alta Estima,

viernes, 21 de noviembre de 2014

¿Qué es correcto hacer en sábado: el bien o el mal?...


Jesús volvió a entrar en la sinagoga. Allí había un hombre que tenía una mano tullida. Los fariseos estaban vigilando a Jesús para ver si sanaba a ese hombre en día sábado, y poder así acusarlo de trabajar en ese día de descanso. Jesús le dijo al enfermo: Levántate y ponte en medio de todos. Luego, les preguntó a los que estaban allí: ¿Qué es correcto hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Pero nadie le contestó. Jesús miró con enojo a los que lo rodeaban, y al ver que eran muy tercos y no tenían amor, se puso muy triste. Entonces le dijo al enfermo: Extiende la mano.
El hombre extendió la mano, y la mano le quedó tensa. Los fariseos salieron de la sinagoga y enseguida se reunieron con los partidarios del rey Herodes; y juntos comenzaron a hacer planes para matar a Jesús.

Jesús se fue con sus discípulos a la orilla del lago. Los seguía mucha gente que había oído hablar de las cosas que él hacía. Era gente de las regiones de Galilea y de Judea, de la ciudad de Jerusalén y de Idumea. Algunos venían también del otro lado del río Jordán, y de los alrededores de las ciudades de Tiro y de Sidón. Como había tanta gente, Jesús les pidió a sus discípulos que prepararan una barca, para que la gente no lo apretujara. Aunque Jesús había sanado a mucha gente, todavía quedaban muchos enfermos que lo rodeaban y que querían tocarlo para quedar sanos.

Cuando los espíritus malos veían a Jesús, caían al suelo y gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero Jesús les advertía muy seriamente que no dijeran a la gente quien era él. Después, Jesús invitó a algunos de sus seguidores para que subieran con él a un cerro. Cuando ya todos estaban juntos, eligió a doce de ellos para que lo acompañaran siempre y para enviarlos a anunciar las buenas noticias. A esos doce los llamó apóstoles y les dio poder para expulsar de la gente a los demonios.

Estos son los doce que eligió: Simón, a quien llamó Pedro;  Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y a quienes llamó Boanerges, que quiere decir “hijos del trueno”; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el patriota y Judas Iscariote, que después traicionó a Jesús.

Después de esto, Jesús regresó a la casa. Y era tanta la gente que volvió a reunirse, que ni él ni sus discípulos podían siquiera comer. Cuando los familiares de Jesús supieron lo que hacía, fueron para llevárselo, porque decían que se había vuelto loco. Pero los maestros de la Ley que habían llegado de Jerusalén decían: Este hombre tiene a Beelzebú, el jefe de los demonios. Sólo por el poder que Beelzebú le da, puede expulsarlos.

Entonces Jesús los llamó y les puso este ejemplo: ¿Cómo puede Satanás expulsarse a sí mismo? Si los habitantes de un país se pelean entre sí, el país acaba por destruirse. Si los miembros de una familia se pelean unos contra otros, la familia también acabará por destruirse. Y si Satanás lucha contra sí mismo, acabará con su propio reino.

Si alguien quiere robar todo lo que hay en la casa de un hombre fuerte, primero tiene que atar a ese hombre. Les aseguro que Dios le perdonará a la gente cualquier pecado que haga, y todo lo malo que diga; pero jamás perdonará a quien hable en contra del Espíritu Santo. ¡Eso nunca le será perdonado!

Jesús dijo esto porque los maestros de la Ley pensaban que él tenía un espíritu malo. Mientras tanto, la madre y los hermanos de Jesús llegaron a la casa donde él estaba, pero prefirieron quedarse afuera y mandarlo a llamar. La gente que estaba sentada alrededor de Jesús le dijo: Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están allá afuera, y quieren hablar contigo.

Pero Jesús les preguntó: ¿Quiénes son en verdad mi madre y mis hermanos? Luego, miró a todos los que estaban sentados a su alrededor y dijo: ¡Estos son mi madre y mis hermanos! Porque, en verdad, cualquiera que obedece a Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Aquí puedes darte cuenta que lo más importante es que el hombre tenga amor, que obedezca los mandamientos establecidos por Dios y haga el bien para que exista hermandad entre todos los seres humanos, ayuda mutua, aunque sabes, es importante que el hombre no quebrante ningún mandamiento pues sería como quebrantar todos los demás, por lo tanto, el día de descanso el hombre debe guardarlo como un día Santo para el Señor, honrar a Dios.

No obstante, es fundamental que el hombre al creer en Jesucristo cambie su manera de vivir, se apegue a su Palabra para que su mente sea renovada y Dios le dará un corazón nuevo pero es necesario que el hombre se arrepienta y sea restaurado pues Dios es el único sanador de la humanidad, Dios es el  único que perdona los pecados, pero sabes, jamás perdonará a quien hable en contra del Espíritu Santo.

Asimismo, como Dios mira el corazón de cada ser humano, El elige al hombre humilde y obediente para que le siga, que lleve las buenas noticias, así como eligió a sus doce discípulos, y ¿qué crees?  El ya tiene un propósito para cada quien, El quiere que el hombre esté dispuesto a amarle y servirle con sinceridad.

Ahora bien, si el hombre se esfuerza por hacer siempre lo correcto enriquece su vida espiritual y agrada a Dios.


Con Alta Estima,

jueves, 20 de noviembre de 2014

Yo, el Hijo del hombre, soy quien decide qué puede hacerse y que no puede hacerse…


Después de varios días, Jesús regresó al pueblo de Cafarnaúm.  Apenas se supo que Jesús estaba en casa, mucha gente fue a verlo. Era tanta la gente que ya no cabía nadie más frente a la entrada. Entonces Jesús comenzó a anunciarles las buenas noticias. De pronto, llegaron a la casa, cuatro personas. Llevaban en una camilla a un hombre que nunca había podido caminar. Como había tanta gente, subieron al techo y abrieron un agujero. Por allí bajaron al enfermo en la camilla donde estaba acostado.

Cuando Jesús vio la gran confianza que aquellos hombres tenían en él, le dijo al paralítico: Amigo, te perdono tus pecados. Al oír lo que Jesús le dijo al paralítico, unos maestros de la Ley que allí estaban pensaron: ¿Cómo se atreve este a hablar así? ¡Lo que dice es una ofensa contra Dios! Solo Dios puede perdonar pecados.

Pero Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les dijo: ¿Por qué piensan así? Díganme, ¿qué es más fácil? ¿Perdonar a este enfermo, o sanarlo? Pues voy a demostrarles que yo, el Hijo del hombre, tengo autoridad aquí en la tierra para perdonar pecados. Entonces le dijo al que no podía caminar: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

En ese mismo instante, y ante la mirada de todos, aquel hombre se levantó, tomó la camilla y salió de allí. Al verlo, todos se quedaron admirados y comenzaron a alabar a Dios diciendo: ¡Nunca habíamos visto nada como esto!

Después de esto, Jesús fue otra vez a la orilla del Lago de Galilea. Mucha gente se reunió a su alrededor, y él se puso a enseñarles. Luego, mientras caminaban, Jesús vio a Mateo hijo de Alfeo, que estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo: Sígueme. Mateo se levantó enseguida y lo siguió.

Más tarde, Jesús y sus discípulos estaban cenando en la casa de Mateo. Muchos de los que cobraban impuestos, y otras personas de mala fama que ahora seguían a Jesús, también fueron invitados a la cena. Cuando algunos maestros de la Ley, que eran fariseos, vieron a Jesús comiendo con toda esa gente, les preguntaron a los discípulos: ¿Por qué su maestro come con cobradores de impuestos y con gente de mala fama?

Jesús los oyó y les contestó: Los que necesitan al médico son los enfermos, no los sano. Y yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos.

Una vez, los discípulos de Juan el Bautista y los discípulos de los fariseos estaban ayunando. Algunas personas fueron a donde estaba Jesús y le preguntaron: ¿Por qué tus discípulos no ayunan? Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos si lo hacen. Jesús les respondió: Los invitados a una fiesta de bodas no ayunan mientras el novio está con ellos; pero llegará el momento en que se lleven al novio, y entonces los invitados ayunarán.

Si un vestido viejo se rompe, nadie le pone un parche de tela nueva; porque al lavarse el vestido, la tela nueva se encoge y el hueco se hace más grande. Tampoco se echa vino nuevo en recipientes de cuero viejo, porque al fermentar el vino nuevo hace que el cuero viejo se reviente. Así el vino nuevo se pierde, y los recipientes también. Por eso hay que echar vino nuevo en recipientes nuevos.

Un sábado, mientras Jesús y sus discípulos iban por un campo sembrado de trigo, los discípulos comenzaron a arrancar espigas. Cuando los fariseos vieron esto, le dijeron a Jesús: ¡Mira lo que hacen tus discípulos! ¿Acaso no saben que está prohibido arrancar espigar en el día de descanso?
Jesús les respondió: ¿No han leído ustedes en la Biblia lo que hizo el rey David, cuando Abiatar era el jefe de los sacerdotes? David y sus compañeros sufrían gran necesidad y tenían mucha hambre. 

Entonces David entró en la casa de Dios y comió del pan especial, que sólo a los sacerdotes les estaba permitido comer, y lo compartió con sus compañeros.

Además les dijo: El sábado se hizo para el bien de los seres humanos, y no los seres humanos para el bien del sábado. Yo, el Hijo del hombre, soy quien decide qué puede hacerse y que no puede hacerse en el día de descanso.

Aquí puedes darte cuenta, que Dios envió a su único Hijo Jesús, para salvar al hombre, por eso vino a la tierra para anunciar las buenas noticias y que el hombre crea en Dios y lo acepte en su corazón para que El gobierne su vida. Por lo tanto, es esencial que el hombre se apegue a su Palabra, para que el Señor Jesús viva en su ser interior, obedezca sus mandatos y cambie su manera de vivir.

No obstante, el hombre debe poner su confianza en Dios, arrepentirse y apartarse de hacer lo malo, pues  sólo Dios puede perdonar los pecados y El decide que puede y que no puede hacerse, sólo El tiene autoridad; pero sabes, el tiempo apremia, es momento de que el hombre se vuelva a Dios, El vino a sanar a los que lo necesitan, a los que están enfermos, a los pecadores.


Con Alta Estima,

martes, 18 de noviembre de 2014

…anunciar estas buenas noticias, pues para eso vine al mundo.


Esta es la historia de cómo empezaron a anunciarse las buenas noticias acerca de Jesús, que es el Hijo de Dios y el Mesías. Todo comenzó como Dios lo había anunciado por medio del profeta Isaías: Yo envío a mi mensajero delante de ti, y él va a preparar todo para tu llegada. Alguien grita en el desierto: ¡Prepárenle el camino a nuestro Dios! ¡Ábranle paso! ¡Que no encuentre estorbos!
Por esos días, Juan el Bautista apareció en el desierto. Se vestía con ropa hecha de pelo de camello y usaba un taparrabos de cuero. Comía saltamontes y miel silvestre. Juan le decía a la gente: 

¡Bautícense y demuestren que ya no quieren hacer lo malo! Sólo así Dios los perdonará. También decía: Después de mí viene alguien más poderoso que yo. ¡Ni siquiera merezco ser su esclavo! Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.

Todos los que vivían en la región de Judea, y en Jerusalén, iban al desierto para oír a Juan. Muchos confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán. En esos días, Jesús estaba en la región de Galilea, en un pueblo llamado Nazaret. Desde allí viajó hasta el río Jordán, donde Juan lo bautizó. Cuando Jesús salió del agua, vio que se abría el cielo, y que el Espíritu de Dios bajaba sobre él en forma de paloma. En ese momento, una voz que venía del cielo le dijo: Tú eres mi Hijo, a quien quiero mucho. Estoy muy contento contigo.

De inmediato, el Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto. Y Jesús estuvo allí cuarenta días, viviendo entre los animales salvajes. Satanás trataba de hacerlo caer en sus trampas, pero los ángeles de Dios cuidaban a Jesús. Después de que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a la región de Galilea. Allí anunciaba las buenas noticias acerca de Dios. ¡Ya está cerca el día en que Dios comenzará a reinar! Vuélvanse a Dios y crean en la buena noticia.

Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a Andrés dejaron sus redes y siguieron a Jesús. Un poco más adelantes, Jesús vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo. Ellos también eran pescadores, y estaban en una barca arreglando las redes. Jesús los llamó, y ellos lo siguieron, dejando a su padre en la barca, con los empleados.

Jesús y sus discípulos fueron al pueblo de Cafarnaúm. El sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban admirados de sus enseñanzas, pues cuando les hablaba, lo hacía con autoridad, y no como los maestros de la Ley. En la sinagoga, había un hombre que tenía un espíritu malo. El espíritu le gritó a Jesús: ¿Jesús de Nazaret? ¿Qué tienes contra nosotros? ¿Acaso vienes a destruirnos? Yo te conozco. ¡Tú eres el Hijo de Dios!

Jesús reprendió el espíritu malo y le dijo: ¡Cállate! ¡Sal de este hombre! El espíritu malo salió gritando y haciendo que el hombre se pusiera a temblar muy fuerte. La gente se quedó muy asombrada, y se preguntaba: ¿Qué es esto? ¿Una nueva enseñanza? ¿Qué clase de poder tiene este hombre? Con autoridad y poder ordena a los espíritus malos que salgan, ¡y ellos lo obedecen! Y Jesús se hizo famoso en toda la región de Galilea.

Luego Jesús salió de la sinagoga y se fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Cuando entró en la casa, le dijeron que la suegra de Simón estaba enferma y con fiebre. Jesús fue a verla, la tomó de la mano y la levantó. En ese mismo instante la fiebre se le fue, y la suegra de Simón, les sirvió de comer.

Al anochecer, la gente le llevó a Jesús todos los enfermos y todos los que tenían demonios. Todo el pueblo se reunió a la entrada de la casa de Simón. Allí Jesús sanó a mucha gente que tenía diferentes enfermedades, y también expulsó a muchos demonios. Pero no dejaba hablar a esos demonios, porque ellos lo conocían.

En la madrugada, Jesús se levantó y fue a un lugar solitario para orar. Más tarde, Simón y sus compañeros salieron a buscarlo. Cuando lo encontraron, le dijeron: Todos te andan buscando. Pero Jesús les dijo: Vamos a otros pueblos cercanos. También allí debo anunciar estas buenas noticias, pues para eso vine al mundo.

Jesús recorrió toda la región de Galilea anunciando las buenas noticias en las sinagogas de cada pueblo, y expulsando a los demonios. Un hombre que tenía la piel enferma se acercó a Jesús, se arrodilló ante él y le dijo: Señor, yo sé que tú puedes sanarme. ¿Quieres hacerlo? Jesús tuvo compasión del enfermo, extendió la mano, lo tocó y le dijo: ¡Quiero hacerlo! ¡Ya estás sano! De inmediato, aquel hombre quedó completamente sano; pero Jesús lo despidió con una seria advertencia: No le digas a nadie lo que te sucedió. Sólo ve con el sacerdote para que te examine, y lleva la ofrenda que Moisés ordenó. Así los sacerdotes verán que ya no tienes esa enfermedad.

Pero el hombre empezó a contarles a todos cómo había sido sanado. Por eso Jesús, no podía entrar libremente en los pueblos, sino que tenía que quedarse en las afueras, donde no había gente. De todos modos, la gente iba a verlo.  

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe estar preparado en el conocimiento de Dios, debe ¡estar alerta! Y buscando a Dios, apartarse de hacer lo malo y arrepentirse de sus pecados y Dios le perdonará, pero sabes, es esencial que el hombre se vuelva a Dios y se bautice para que sea purificado sus pensamientos y su corazón y cambie su manera de vivir.

Ahora bien, es esencial que el hombre se apegue a la Palabra de Dios para que enmiende sus errores, que sea genuino en su nuevo estilo de vida, y entonces, el espíritu de Dios habitará en cada mente renovada pues Dios le dará un corazón nuevo, pero sabes, es prioridad que cada persona acepte al Señor Jesús, y que el gobierne su vida pues bajo la fuerza humana no es posible lograr este cambio. 

Asimismo, cada hombre que ame a Dios verdaderamente, tiene una tarea fundamental, llevar las buenas noticias del Reino de Dios a todos los confines de la tierra.


Con Alta Estima,

lunes, 17 de noviembre de 2014

Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado.


El domingo al amanecer, cuando ya había pasado el tiempo del descanso obligatorio, María Magdalena y la otra María fueron a ver la tumba de Jesús. De pronto, hubo un gran temblor. Un ángel de Dios bajó del cielo, movió la piedra que cerraba la tumba, y se sentó sobre ella. El ángel brillaba como un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Al verlo, los guardias se asustaron tanto que empezaron a temblar y se quedaron como muertos.: El ángel les dijo a las mujeres: No se asusten. Yo sé que están buscando a Jesús, el que murió en la cruz. No está aquí, ha resucitado, tal y como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde habían puesto su cuerpo. Y ahora, vayan de inmediato a contarles a sus discípulos que él ya ha resucitado, y que va a Galilea para llegar antes que ellos. Allí podrán verlo. Este es el mensaje que les doy.

Las mujeres se asustaron mucho, pero también se alegraron, y enseguida corrieron a darles la noticia a los discípulos. En eso, Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellos se acercaron a él, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces Jesús les dijo: No tengan miedo. Corran a avisarles a mis discípulos, para que vayan a Galilea, allí me verán.

Las mujeres fueron a buscar a los discípulos. Mientras tanto, algunos de los soldados que cuidaban la tumba regresaron a la ciudad. Allí les contaron a los sacerdotes principales todo lo que había pasado. Entonces los sacerdotes y los líderes del país decidieron pagarles mucho dinero a los soldados, para no dijeran lo que en verdad había sucedido. Les dijeron: Vayan y digan a la gente que los discípulos de Jesús vinieron por la noche, cuando ustedes estaban dormidos, y que se robaron el cuerpo de Jesús. Si el gobernador llega a saber esto, nosotros hablaremos con él, y a ustedes no sé les culpará de nada.

Los soldados aceptaron el dinero y le contaron a la gente lo que los sacerdotes principales les habían indicado. Esta misma mentira es la que se sigue contando entre los judíos hasta el momento de escribir esta historia.

Los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. Cuando se encontraron él, lo adoraron, aunque algunos de ellos todavía dudaban de que realmente fuera Jesús. Pero él se acercó y les dijo: Dios me ha dado todo el poder para gobernar en todo el universo: Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu Santo. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo

Aquí puedes darte cuenta que es fundamental que el hombre que cree en Dios, que ama a Dios lo muestre con su conducta, haciendo lo bueno, obedeciendo y cumpliendo todos sus mandamientos.

No obstante, es prioridad que cada persona crea en que Jesucristo vino a dar su vida para redimir a la humanidad y que resucitó al tercer día, Y todo aquel que lo crea,  pueda estar más cerca de Dios y establecer una relación personal con El, pero es necesario que cada persona le acepte en su ser interior, que purifique su corazón y sus pensamientos para que se  aparte de la maldad, y entienda que al recibir a Jesús en su vida, nueva criatura y el Espíritu de Dios estará por siempre hasta el fin del mundo.


Con Alta Estima, 

domingo, 16 de noviembre de 2014

…Se sintió muy mal haberlo traicionado.


Al amanecer, todos los sacerdotes principales y los líderes del país hicieron juntos un plan para matar a Jesús. Lo ataron, lo sacaron del palacio de Caifás y lo entregaron a Poncio Pilato, el gobernador romano.

Cuando Judas supo que habían condenado a muerte a Jesús, se sintió muy mal haberlo traicionado. Entonces fue a donde estaban los sacerdotes principales y los líderes del país, les devolvió las treinta monedas de plata, y les dijo: He pecado contra Dios porque entregué a Jesús, y él es inocente.

Ellos le contestaron: ¡Y eso qué nos importa! ¡Es problema tuyo! Entonces Judas tiró las monedas en el templo, y fue y se ahorcó. Los sacerdotes principales recogieron las monedas y dijeron: Estas monedas son el precio de la vida de un hombre; la ley no nos permite que las pongamos en la caja de las ofrendas.

Entonces decidieron comprar con ese dinero el terreno conocido como Campo del Alfarero, para enterrar allí los extranjeros. Por eso, aquel terreno se conoce con el nombre de Campo de Sangre. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías: La gente de Israel puso el precio que se pagó por la vida de aquel hombre: ¡Treinta monedas de plata! Y ellos tomaron las monedas, y compraron el Campo del Alfarero, como Dios me lo había ordenado.

Cuando llevaron a Jesús ante Pilato, este le preguntó: ¿Eres en verdad el rey de los judíos? Jesús respondió: Tú lo dices. Los sacerdotes principales y los líderes del país acusaban a Jesús delante de Pilato, pero Jesús no respondía a nada. Pilato le preguntó: ¿No oyes todo lo que dicen contra ti? Y como Jesús no respondió nada, el gobernador se quedó muy asombrado. Durante la fiesta de la Pascua, el gobernador tenía la costumbre de poner en libertad a uno de los presos; el que el pueblo quisiera. En ese tiempo estaba encarcelado un bandido muy famoso, que se llamaba Jesús Barrabás. Pilato le preguntó a la gente que estaba allí: ¿A quién quieren ustedes que ponga en libertad: a Jesús Barrabás, o a Jesús, a quien llaman el Mesías? Pilato preguntó esto porque sabía que, por envidia, los sacerdotes principales y los líderes acusaban a Jesús.

Mientras Pilato estaba juzgando el caso, su esposa le mandó este mensaje: No te metas con ese hombre, porque es inocente. Por causa de él, anoche tuve un sueño horrible. Mientras tanto, los sacerdotes principales y los líderes convencieron a los que estaban allí, para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador volvió a preguntarle al pueblo: ¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad? Y todos respondieron: ¡A Barrabás! Entonces Pilato les dijo: ¿Y qué quieren que haga con Jesús, a quien llaman el Mesías? ¡Que muera en una cruz! Respondieron a coro. El gobernador les preguntó: Díganme, ¿qué mal ha hecho este hombre? Pero la multitud gritó con más fuerza: ¡Que muera en una cruz!

Pilato vio que ya no le hacían caso, y que aquello podía terminar en un alboroto muy peligroso. Entonces mandó que le llevaran agua, se lavó las manos delante de la gente y dijo: Yo no soy culpable de la muerte de este hombre. Los culpables son ustedes. Y la gente le contestó: ¡Nosotros y nuestros hijos seremos responsables por la muerte de este hombre! Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás, luego ordenó que golpearan a Jesús en la espalda con un látigo, y que después lo clavaran en una cruz.

Los soldados de Pilato llevaron a Jesús al patio del cuartel y llamaron al resto de la tropa. Allí desvistieron a Jesús y le pusieron un manto rojo, le colocaron en la cabeza una corona hecha con ramas de espinos, y le pusieron una vara en la mano derecha. Luego se arrodillaron ante él, y en son de burla le decían: ¡Viva el rey de los judíos!

Lo escupían y, con la misma vara que le habían dado, le pegaban en la cabeza. Cuando se cansaron de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para clavarlo en la cruz. Los soldados salieron con Jesús. En el camino encontraron a un hombre llamado Simón, que era del pueblo de Cirene, y obligaron a ese hombre a cargar la cruz de Jesús. Cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que quiere decir: La Calavera, le dieron vino mezclado con una hierba amarga, la cual sería para aliviar los dolores- Jesús lo probó, pero no quiso beberlo.

Los soldados clavaron a Jesús en la cruz, y luego hicieron un sorteo para ver quién de ellos se quedaría con su ropa. También colocaron un letrero por encima de la cabeza de Jesús, para  explicar porque lo habían clavado en la cruz. El letrero decía: Este es Jesús, el Rey de los judíos. Junto con Jesús clavaron también a dos bandidos, y los pusieron uno a su derecha y el otro a su izquierda. Luego, los soldados se sentaron para vigilarlos.

La gente que pasaba por allí insultaba a Jesús y se burlaba de él, haciéndole muecas y diciéndole: Tú dijiste que podías destruir el templo y construirlo de nuevo en tres días. ¡Si tienes tanto poder, sálvate a ti mismo! ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!
También los sacerdotes principales, los maestros de la Ley y los líderes del pueblo se burlaban de él. Decían: Este salvó a otros, pero no puede salvarse a sí mismo. Dice que es el rey de Israel. ¡Pues que baje de la cruz y creeremos en él. Dijo que confiaba en Dios, y que era el Hijo de Dios, ¡Pues si en verdad Dios lo ama, que lo salve ahora! Y también insultaban a Jesús los bandidos que fueron clavados a su lado.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, el cielo se puso oscuro. A esa hora, Jesús gritó con mucha fuerza: ¡Elí, Elí!, ¿lemá sabactani? Eso quiere decir: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Algunos de los que estaban allí, lo oyeron y dijeron: ¡Está llamando al profeta Elías! Uno de ellos buscó enseguida una esponja, la empapó con vinagre, la ató en el extremo de un palo largo, y se la acercó a Jesús, para que bebiera. Los demás que observaban le dijeron: Déjalo, vamos a ver si Elías viene a salvarlo.

Jesús lanzó otro fuerte grito, y murió. En aquel momento, la cortina del templo se partió en dos, de arriba abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron; las tumbas se abrieron, y muchos de los que confiaban en Dios y ya habían muerto, volvieron a vivir. Después de que Jesús resucitó, esas personas entraron en Jerusalén y mucha gente las vio.

El oficial romano y los soldados que vigilaban a Jesús sintieron el terremoto y vieron todo lo que pasaba. Temblando de miedo dijeron: ¡Es verdad, este hombre era el Hijo de Dios! Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos. Ellas habían seguido y ayudado a Jesús durante su viaje desde Galilea. Entre esas mujeres estaban María Magdalena; María, madre de Santiago y de José; la esposa de Zebedeo.

Al anochecer, un hombre rico llamado José se acercó al lugar. Era del pueblo de Arimatea y se había hecho seguidor de Jesús. José le pidió a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús, para enterrarlo. Pilato ordenó que se lo dieran. José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y los puso en una tumba. Era una tumba nueva, que hacía poco tiempo él había ordenado construir en una gran roca. José tapó la entrada de la tumba con una piedra muy grande, y se fue.

Frente a la tumba se quedaron sentadas María Magdalena y la otra María. El día siguiente era sábado, el día de descanso de los judíos. Los sacerdotes principales y los fariseos fueron a ver a Pilato y le dijeron: Señor, nos acordamos de que, cuando ese mentiroso de Jesús aún vivía, dijo: Tres días después  de que me maten resucitaré. Ahora sus discípulos pueden robar el cuerpo y empezar a decir a la gente que Jesús resucitó. Ese engaño sería peor que cuando él dijo que era el Mesías. Para que no pase esto, ordene usted que unos guardias vigilen cuidadosamente la tumba hasta después del tercer día. Pilato les dijo: Ustedes tienen soldados a su servicio; vayan y protejan la tumba lo mejor que puedan. Entonces ellos fueron a la tumba, y ataron la piedra que tapaba la entrada para que no se moviera. También dejaron allí a los soldados para que vigilaran.

Aquí puedes darte cuenta que el Señor Jesús fue traicionado por uno de sus discípulos y quizá se te haga ¡increíble! Sobre todo después de haber compartido un buen tiempo juntos, momentos especiales como la “última cena con Jesús”. Así pues, el hombre incurre en acciones deshonestas, por lo tanto, es necesario que el hombre reflexione, que medite sobre su conducta, si su manera de proceder es la correcta, de acuerdo al orden establecido por Dios.

No obstante, lo esencial es que el hombre siga el camino recto, que se apegue a la Palabra, para que sea más sensible a las necesidades de los demás, por lo tanto, lo fundamental es que el hombre busque a Dios, se vuelva a El, se arrepienta y pida perdón por los pecados cometidos y Dios lo hará, pues el hombre demostrará obediencia cumpliendo sus mandatos, y por ende, esto traerá consuelo, gozo y paz al corazón de cada persona por haber sido reconciliado con Dios


Con Alta Estima,

viernes, 14 de noviembre de 2014

Ustedes están dispuestos a hacer lo bueno, pero no pueden hacerlo con sus propias fuerzas…

Cuando Jesús terminó de enseñar, dijo a sus discípulos: Ustedes saben que dentro de dos días va a celebrarse la fiesta de la Pascua. Durante la fiesta, yo, el Hijo del hombre, seré apresado y moriré clavado en una cruz.

En esos días, los sacerdotes principales y los líderes del país se reunieron en el palacio de Caifás, que era jefe de los sacerdotes. Todos ellos se pusieron de acuerdo para ponerle una trampa a Jesús, apresarlo y matarlo. Pero algunos decían: No hay que hacerlo durante la fiesta, para que la gente no se enoje contra nosotros ni se arme un gran alboroto.

Jesús estaba en el pueblo de Betania, en casa de Simón, el que había tenido lepra. Mientras Jesús comía, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro. La mujer se acercó a Jesús y derramó el perfume sobre su cabeza.

Los discípulos se enojaron y dijeron: ¡Que desperdicio! Ese perfume pudo haberse vendido, y con el dinero hubiéramos ayudado a muchos pobres. Jesús los escuchó, y enseguida les dijo: No critiquen a esta mujer. Ella me ha tratado con mucha bondad. Cerca pero muy pronto yo no estaré aquí con ustedes. Esta mujer derramó perfume sobre mi cabeza, sin saber que estaba preparando mi cuerpo para mi entierro. Les aseguro que esto que ella hizo se recordará en todos los lugares donde se anuncien las buenas noticias de Dios.

Ese mismo día, Judas Iscariote, que era uno de los doce discípulos de Jesús, fue a ver a los sacerdotes principales y les dijo: ¿Cuánto me pagan si los ayudo a atrapar a Jesús. Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Y desde ese momento, Judas buscó una buena oportunidad para entregarle a Jesús.
El primer día de la fiesta de los panes de levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que preparemos la cena de la Pascua? Jesús les respondió: Vayan a la ciudad, busquen al amigo que ustedes ya conocen, y denle este mensaje: El Maestro dice: yo sé que pronto moriré, por eso quiero celebrar la Pascua en tu casa, con mis discípulos.

Los discípulos fueron y prepararon todo, tal y como Jesús les mandó. Al anochecer, mientras Jesús y sus discípulos comían, él les dijo: Uno de ustedes me va a entregar a mis enemigos. Los discípulos se pusieron muy tristes, y cada uno de ellos le dijo: Señor, no estarás acusándome a mí, ¿verdad? Jesús respondió: El que ha mojado su pan en el mismo plato en que yo estoy comiendo, es el que va a traicionarme. La Biblia dice claramente que yo, el Hijo del hombre, tengo que morir. Sin embargo, al que me traiciona va a pasarle algo muy terrible. ¡Más valdría no haber nacido!

Judas, el que después entregó a Jesús, también le preguntó: Maestro, ¿hablas de mí? Jesús le contestó: Tú lo has dicho. Mientras estaban comiendo, Jesús tomó un pan y dio gracias a Dios. Luego lo partió, lo dio a sus discípulos y les dijo: Tomen y coman, esto es mi cuerpo. Después tomó una copa llena de vino y dio gracias a Dios. Luego la pasó a sus discípulos y les dijo: ¡Beban todos ustedes de este vino. Esto es mi sangre, y con ella Dios hace un trato con todos ustedes. Esa sangre servirá para perdonar los pecados de mucha gente. Esta es la última vez que bebo de este vino con ustedes. Pero cuando estemos juntos otra vez, en el reino de mi Padre, entonces beberemos del vino nuevo.

Después de eso, cantaron un himno y se fueron al Monte de los Olivos. Cuando llegaron al Monte de los Olivos, Jesús les dijo a los discípulos: Esta noche ustedes van a perder su confianza en mí. Porque la Biblia dice: Mataré a mi mejor amigo, y así mi pueblo se dispersará. Pero cuando Dios me devuelva la vida, iré a Galilea antes que ustedes.

Entonces Pedro le dijo: Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré. Jesús le respondió: Pedro, no esté muy seguro de eso; antes de que el gallo cante, tres veces dirás que no me conoces. Pedro le contestó: Aunque tenga que morir contigo, yo nunca diré que no te conozco. Los demás discípulos dijeron lo mismo.

Después, Jesús fue con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: ¡Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar. Jesús invitó a Pedro, a Santiago y a Juan para que lo acompañaran. Luego empezó a sentir una tristeza muy profunda, y les dijo: Estoy muy triste. Siento que me voy a morir. Quédense aquí conmigo y no se duerman.

Jesús se alejó un poco de ellos, se arrodilló hasta tocar el suelo con la frente, y oró a Dios: Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero no será lo que yo quiera, sino lo que quieras tú. Jesús regresó a donde estaban los tres discípulos, y los encontró durmiendo. Entonces le dijo a Pedro: ¿No han podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? No se duerman; oren para que puedan resistir la prueba que se acerca. Ustedes están dispuestos a hacer lo bueno, pero no pueden hacerlo con sus propias fuerzas. Jesús se fue a orar otra vez, y en su oración decía: Padre, si tengo que pasar por este sufrimiento, estoy dispuesto a obedecerte.

Jesús regresó de nuevo a donde estaban los tres discípulos, y otra vez los encontró completamente dormidos, pues estaban muy cansados. Nuevamente se apartó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras con que había orado antes. Luego volvió Jesús a donde estaban los tres discípulos y les dijo: ¿Todavía están durmiendo? Ya vienen los malvados para apresarme a mí. El Hijo del hombre. ¡Levántense y vengan conmigo, que allí viene el que me va entregar.

Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce discípulos. Con él venían muchos hombres armados con palos y cuchillos. Los sacerdotes principales y los líderes del país los habían enviado. Judas ya les había dicho: Al que yo bese, ese es Jesús; ¡arréstenlo! Judas se acercó a Jesús y le dijo: ¡Hola, Maestro! Y lo besó.

Jesús les dijo: Amigo, haz pronto lo que tienes que hacer. Los hombres por su parte, arrestaron a Jesús. Entonces uno de los que acompañaban a Jesús sacó su espada, y con ella le cortó una oreja al sirviente del jefe de los sacerdotes. Pero Jesús les dijo: Guarda tu espada, porque al que mata con espada, con espada lo matarán. ¿No sabes que puedo pedirle ayuda a mi Padre, y que de inmediato me enviaría todo un ejército de ángeles para defenderme? Deja que todo pase como está sucediendo ahora; sólo así puede cumplirse lo que dice la Biblia.

Jesús se volvió a la gente y le preguntó: ¿Por qué han venido con palos y cuchillos, como si yo fuera un criminal? Todos los días estuve enseñando en el templo, y allí nunca me apresaron. Pero todo esto debe suceder para que se cumpla lo que anunciaron los profetas. En ese momento, todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron.

Pedro siguió a Jesús desde lejos y llegó hasta el patio del palacio. Allí se sentó con los guardias para no perderse de nada. Los que arrestaron a Jesús lo llevaron al palacio de Caifás, el jefe de los sacerdotes. Allí estaban reunidos los maestros de la Ley y los líderes del pueblo. Los sacerdotes principales y todos los de la Junta Suprema buscaban gente que mintiera contra Jesús, para poder condenarlo a muerte. Sin embargo, aunque muchos vinieron con mentiras, no pudieron condenarlo.

Por fin, hubo dos que dijeron: Este hombre dijo que es capaz de destruir el templo de Dios, y de construirlo de nuevo en tres días. El jefe de los sacerdotes dijo a Jesús: ¿Oíste bien de qué te acusan? ¿Qué puedes decir para defenderte? Pero Jesús no respondió nada. Entonces el jefe de los sacerdotes le dijo: Dinos por Dios, quien vive para siempre, si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios.

Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Y déjame decirte que, dentro de poco tiempo, ustedes verán cuando yo, el Hijo del hombre, venga en las nubes del cielo con el poder y la autoridad que me da Dios todopoderoso. Al escuchar esto, el jefe de los sacerdotes desgarró la ropa para mostrar su enojo, y dijo: ¿Qué le parece? ¡Ha insultado a Dios, y ustedes mismos lo han oído! ¡Ya no necesitamos más pruebas! _¡Qué muera! – contestaron todos.

Entonces algunos le escupieron en la cara y otros lo golpearon. Aun otros le pegaban en la cara, y le decían: Mesías, ¡adivina quién te pegó!
Mientras sucedía todo esto, Pedro estaba sentado en el patio del palacio. De pronto, una sirvienta se le acercó y le dijo: Tú siempre estabas con Jesús, el de Galilea. Y delante de todos, Pedro le contestó: Eso no es cierto; ¡no sé de qué me hablas! Pedro salió por la puerta del patio, pero otra sirvienta lo vio y dijo a los que estaban allí: Este también estaba con Jesús, el que vino de Nazaret. Pedro lo negó de nuevo y dijo: ¡Les juro que no conozco a ese hombre!
Un poco más tarde, algunos de los que estaban por allí se acercaron a Pedro y le dijeron: Estamos seguros de que tú eres uno de los seguidores de Jesús; hablas como los de Galilea. Pedro les contestó con más fuerza: ¡Ya les dije que no conozco a ese hombre! ¡Que Dios me castigue si no estoy diciendo la verdad!
En ese momento un gallo cantó, y Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: Antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces. Entonces Pedro salió de aquel lugar y se echó a llorar con mucha tristeza.

Aquí puedes darte cuenta, que el ser humano es de naturaleza vil, la mayoría de la veces quiere hacer de las suyas, con trampas, mentiras, negaciones, burlándose de otros, sin importar que gente inocente sea afectada, y lo más seguro es porque le falta ser más firme en sus convicciones, en sus creencias, caminar rectamente y  avanzar a otro nivel de conciencia.

Por tanto, es necesario que el hombre cambie su manera de vivir, que cambie ese corazón rebelde  por un corazón nuevo, pero sabes, sólo el hombre que vive apegado a la Palabra y cumple con los preceptos establecidos por Dios puede lograrlo.

Asimismo, es esencial que el hombre muestre su bondad, su amor a los demás, que deje a un lado el rencor, la envidia, el odio, el poder, que no sea traicionero con sus semejantes sino más bien que el hombre siendo fiel a los mandatos de Jesucristo se aparte de la maldad.

No obstante, cada persona debe recordar la cena de Pascua, en la que Jesús tomó un pan y dio gracias a Dios y lo compartió con sus discípulos e igual tomó una copa llena de vino y dio gracias a Dios y dijo: que representan su cuerpo y su sangre y con ella Dios hace un trato con todos los seres humanos. Así pues, el hombre debe dar gracias a Dios porque envió a su único Hijo Jesús a dar su vida para redimir a la humanidad. Por consiguiente, lo menos que puede hacer el hombre es ser mejor persona cada día, obedeciendo sus mandatos, y por ende, lograr la armonía entre unos y otros.

Así pues, es esencial que el hombre ponga su confianza en Dios, para que todos los hombres formen unidad en el Cuerpo de Cristo, que haya un mismo parecer y todos crean en Jesucristo, como Salvador del mundo. ¡Anímate! El tiempo apremia, es prioridad que el hombre se empape del conocimiento de Dios, que le pida al Señor Jesús, sabiduría para hacer lo bueno pues bajo la fuerza humana no es posible.

Por tanto,  lo más grandioso es que el hombre tenga fe, que su sí sea si y su no sea no, que no titubee a sus creencias,  que se mantenga firme a los mandatos de Jesucristo, para que el hombre sea luminaria a otros, sea diferente a los que se dejan llevar por lo trivial del mundo y viva en paz, esa paz que sólo viene de lo Alto, de lo sublime, que sólo viene de Dios.


Con Alta Estima,

miércoles, 12 de noviembre de 2014

…apartaré a los malos de los buenos…


En el reino de Dios pasará lo mismo que sucedió en una boda. Cuando ya era de noche, diez muchachas tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas, y las otras cinco, responsables. Las cinco descuidadas  no llevaron aceite suficiente, pero las cinco responsables llevaron aceite para llenar sus lámparas de nuevo.

Como el novio tardó mucho en llegar, a las diez muchachas les dio sueño y se durmieron. Como a la media noche, se oyeron gritos: ¡Ya viene el novio, salgan a recibirlo! Las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas. Entonces las cinco muchachas descuidadas dijeron a las responsables: Compartan con nosotros el aceite que ustedes traen, porque nuestras lámparas se están apagando.

Las cinco responsables  contestaron: No tenemos bastante aceite para darles también a ustedes. Es mejor que vayan a comprarlo. Mientras las cinco muchachas descuidadas fueron a comprar aceite, llegó el novio. Entonces las cinco muchachas responsables entraron con él a la fiesta de bodas, y la puerta se cerró. Cuando las cinco descuidadas volvieron, encontraron todo cerrado y gritaron: ¡Señor, Señor, ábranos la puerta! Pero el novio les contestó: No sé quiénes son ustedes. No las conozco. Por eso ustedes, mis discípulos, deben estar siempre alerta, porque no saben ni el día ni la hora en que yo volveré.

En el reino de Dios pasará lo mismo que sucedió cierta vez, cuando un hombre decidió irse de viaje. Llamó a sus empleados y les encargó su dinero. El hombre sabía muy bien lo que cada uno podía hacer. Por eso, a uno de ellos le entregó cinco mil monedas, a otros dos mil, y a otro mil. Luego se fue de viaje.

El empleado que había recibido cinco mil monedas hizo negocios con ellas, y logró ganar otras cinco mil. El que recibió dos mil monedas ganó otras dos mil. Pero el que recibió mil monedas fue y las escondió bajo tierra. Mucho tiempo después, el hombre que se había ido de viaje regresó , y quiso arreglar cuentas con sus empleados. Llegó el que había recibido cinco mil monedas hizo negocios con ellas, y logró ganar otras cinco mil. El que recibió dos mil monedas ganó otras dos mil. Pero el que recibió mil monedas fue y las escondió bajo tierra.

Mucho tiempo después, el hombre que se había ido de viaje regresó, y quiso arreglar cuentas con sus empleados. Llegó el que había recibido cinco mil monedas, se las entregó junto con otras cinco mil y le dijo: Señor, usted me dio cinco mil monedas, y aquí tiene otras cinco mil que yo gané. El hombre le dijo: ¡Excelente! Eres un empleado bueno, y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo.

Después llegó el empleado que había recibido dos mil monedas, y le dijo: Señor, usted me dio dos mil monedas, y aquí tiene otras dos mil que yo gané. El hombre le contestó: ¡Excelente! Eres un empleado bueno, y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo. Por último, llegó el empleado que había recibido mil monedas,  y dijo: Señor, yo sabía que usted es un hombre muy exigente, que pide hasta lo imposible. Por eso me dio miedo, y escondí el dinero bajo tierra. Aquí le devuelvo exactamente sus mil monedas. El hombre le respondió: Eres un empleado malo y perezoso. Si sabías que soy muy exigente, ¿por qué no llevaste el dinero al banco? Así, al volver, yo recibiría el dinero que te di, más los intereses. Entonces el hombre dijo a sus ayudantes: Quítenle a este las mil monedas, y dénselas al que tiene diez mil. Porque al que tiene mucho se le dará más, y le sobrará; pero al que no tiene nada, hasta lo poco que tiene se le quitará. Y a este empleado inútil, échenlo afuera, a la oscuridad; allí tendrá tanto miedo que llorará y rechinará de terror los dientes.

Cuando yo, el Hijo del hombre, regrese, vendré como un rey poderoso,  rodeado de mis ángeles, y me sentaré en mi trono. Gente de todos los países se presentará delante de mí, y apartaré a los malos de los buenos, como el pastor que aparta las cabras de las ovejas. A los buenos los pondré a mi derecha, y a los malos a mi izquierda. Entonces yo, el Rey, les diré a los buenos: ¡Mi Padre los ha bendecido! 

¡Vengan, participen del reino que mi Padre preparó desde antes de la creación del mundo! Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de comer; cuando tuve sed, me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes me recibieron en su casa; cuando no tuve ropa, ustedes me la dieron; cuando estuve enfermo, me visitaron, cuando estuve en la cárcel, ustedes fueron a verme.

Y los buenos preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer? ¿Cuándo tuviste sed y te dimos de beber?¿Alguna vez tuviste que salir de tu país y te recibimos en nuestra casa, o te vimos sin ropa y te dimos qué ponerte? No recordamos que hayas estado enfermo, o en
la cárcel, y que te hayamos visitado.

Yo, el Rey, les diré: Lo que ustedes hicieron para ayudar a una de las personas menos importantes de este mundo, a quienes yo considero como hermanos, es como si lo hubieran hecho para mí: Luego les diré a los malvados: ¡Aléjense de mí! Lo único que pueden esperar de Dios es castigo. Váyanse al fuego que nunca se apaga, al fuego que Dios preparó para el diablo y sus ayudantes. Porque cuando tuve hambre, ustedes no me dieron de comer; cuando tuve sed, no me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes no me recibieron en sus casas; cuando no tuve ropa, ustedes tampoco me dieron qué ponerme; cuando estuve enfermo y en la cárcel, no fueron a verme.

Ellos me responderán: Señor, nunca te vimos con hambre o con sed. Nunca supimos que tuviste que salir de tu país, ni te vimos sin ropa. Tampoco supimos que estuviste enfermo o en la cárcel. Por eso no te ayudamos. Entonces les contestaré: Como ustedes no ayudaron ni a una de las personas menos importantes de este mundo, yo considero que tampoco me ayudaron a mí. Esta gente malvada recibirá un castigo interminable, pero los que obedecen a Dios recibirán la vida eterna.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe estar apegado a la Palabra y así ser cuidadoso en tomar sabias decisiones en  todo lo que haga; comprometido y responsable, previsorio, pues es necesario que el hombre esté ¡alerta! porque Jesucristo volverá inesperadamente.

Asimismo, cuando Jesús vuelva, El pedirá cuenta a cada persona de todas sus acciones, por lo que es importante que el hombre cambie su manera de vivir y aprenda a administrar los recursos que Dios le ha dado a su cargo, pero sabes, es prioridad que el hombre ponga su confianza en Dios y le pida sabiduría para lograr mayores beneficios en todo lo que Dios le haya encomendado, ya que Dios mira el esfuerzo de cada quien, El desea que cada persona le sea útil pues El es un Dios justo.

No obstante, cuando Jesucristo regrese, El apartará a los buenos de los malos, elegirá a los que han sido obedientes a su Palabra. Por lo tanto, el hombre bueno, ayudará a los débiles, a las personas vulnerables, a las menos importantes pues es como si lo hace a Dios.


Con Alta Estima, 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Ustedes deben estar atentos y preparados…


Cuando Jesús salió del templo, sus discípulos se le acercaron para mostrarle los edificios del templo. Entonces él les dijo: ¿Ven ustedes todos estos edificios? Les aseguro que todos ellos serán destruidos. ¡Ni una sola pared quedará en pie! Después Jesús y sus discípulos se fueron al Monte de los Olivos, Jesús se sentó y, cuando ya estaban solos, los discípulos le preguntaron: ¿Cuándo será destruido el templo? ¿Cómo sabremos que tú vendrás otra vez, y que ha llegado el fin del mundo!¿Cuáles serán las señales?

Jesús les respondió: ¡Cuidado! No se dejen engañar. Muchos vendrán, y se harán pasar por mí, y le dirán a la gente: Yo soy el Mesías. Usarán mi nombre y lograrán engañar a muchos. Ustedes oirán que en algunos países habrá guerras, y que otros países están a punto de pelearse. Pero no se asusten; esas cosas pasarán, pero todavía no será el fin del mundo. Porque los países pelearán unos contra otros, la gente no tendrá qué comer, y en muchos lugares habrá terremotos. Eso es sólo el principio de todo lo que el mundo sufrirá. Ustedes serán llevados presos, y entregados a las autoridades para que los maltraten y los maten. Todo el mundo los odiará por ser mis discípulos. Muchos de mis seguidores dejarán de creer en mí; uno traicionará al otro y sentirá odio por él. Llegarán muchos falsos profetas y engañarán a muchas personas. La gente será tan mala que la mayoría dejará de amarse. Pero yo salvaré a todos mis seguidores que confíen en mí hasta el final. El fin del mundo llegará cuando las buenas noticias del reino de Dios sean anunciadas en toda la tierra, y todo el mundo las haya escuchado.

Jesús siguió hablando con sus discípulos acerca del fin del mundo, y les dijo: El que lea esto debe tratar de entender lo que dijo el profeta Daniel. El anunció que algún día se presentaría una ofrenda asquerosa en el templo. Cuando vean que en el Lugar Santo pasa lo que anunció Daniel, entonces huyan. Los que estén en la región de Judea que corran hacia las montañas; el que esté en la azotea de su casa que no baje a sacar nada; y el que esté en el campo que no vaya a su casa a buscar ropa. Las mujeres que en ese momento estén embarazadas van a sufrir mucho. ¡Pobrecitas de las que tengan hijos recién nacidos!  Oren a Dios y pídanle que esto no suceda en tiempo de invierno, o en un día de descanso, porque ese día la gente sufrirá muchísimo. Nunca, desde que Dios creó el mundo hasta ahora, la gente ha sufrido tanto como sufrirá ese día, y jamás volverá a sufrir así. Dios ama a quienes él ha elegido, y por eso el tiempo de sufrimiento no será muy largo. Si no fuera así, todos morirían.

Si en esos días alguien le dice: Miren, aquí está el Mesías, o allí está el Mesías, no le crean. Porque vendrán falsos profetas y falsos mesías, y harán cosas tan maravillosas que engañarán a la gente. Si pueden, también engañarán a los que Dios ha llamado a seguirlo. Ya antes les había dicho a ustedes que si otros vienen y les anuncian: ¡El Mesías está en el desierto!, no vayan. Y si les dicen: ¡El Mesías está escondido allí!, no lo crean. Cuando yo, el Hijo del hombre, venga, no me esconderé. 

Todos me verán, pues mi venida será como un relámpago que ilumina todo el cielo. Todo el mundo sabe que donde se juntan los buitres, allí hay un cadáver. Así será cuando yo venga: todos lo sabrán.
Jesús continuó diciendo: Cuando pase ese tiempo de sufrimiento: El sol se pondrá oscuro, y la luna dejará de brillar. Las estrellas caerán, y temblarán los poderes que están en el cielo. Entonces todos verán en el cielo una señal, la cual indicará que yo, el Hijo del hombre, vengo de nuevo. Y cuando me vean venir entre las nubes del cielo, con mucho poder y gloria, todos los países del mundo temblarán de miedo. Y enviaré por todo el mundo a mis ángeles con una gran trompeta, para que reúnan a mis seguidores.

Aprendan la enseñanza que da la higuera. Cuando a este árbol le salen ramas tiernas y hojas nuevas, ustedes saben que ya se acerca el verano. Del mismo modo, cuando vean que todo está pasando como les he dicho, sabrán que pronto vendré de nuevo. Les aseguro que todo esto  pasará antes de que mueran algunos de los que ahora están vivos. El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras permanecerán para siempre.

Nadie sabe el día ni la hora en que yo vendré; no lo saben ni siquiera los ángeles del cielo. Es más, tampoco yo lo sé. Sólo Dios, mi Padre, lo sabe. Cuando yo, el Hijo del hombre, venga otra vez, la gente estará viviendo como en la época de Noé. En ese tiempo la gente seguía comiendo, bebiendo y casándose, hasta el momento mismo en que Noé entró en la casa flotante; y luego vino la inundación. La gente no sabía lo que pasaba, hasta el momento en que llegó el diluvio y todos se ahogaron. Algo así pasará cuando yo, el Hijo del hombre, venga otra vez. Si en ese momento hay dos hombres trabajando en el campo, me llevaré a uno y dejaré al otro. Si dos mujeres están moliendo granos, me llevaré a una y dejaré a la otra. Por eso, estén siempre alerta, pues ustedes no saben el día en que yo, su Señor, vendré otra vez. Les aseguro que si el dueño de una casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, vigilaría la casa y no permitiría que el ladrón entrara. Del mismo modo, ustedes deben estar atentos y preparados, porque yo, el Hijo del hombre, llegaré cuando menos lo esperen.

¿Quién es el sirviente responsable y atento? Es aquel a quien el amo deja a cargo de toda su familia, para darles de comer a su debido tiempo. ¡Qué feliz es el sirviente si su dueño lo encuentra cumpliendo sus órdenes! Les aseguro que el dueño lo pondrá administrar todas sus posesiones. Pero supongamos que un sirviente malo piensa: Mi amo salió de viaje y tardará mucho en volver, y comienza a golpear a sus compañeros, y a comer y beber con borrachos. Cuando vuelva su amo, en el día y la hora en que el sirviente menos lo espere, lo castigará como se castiga a todos los que engañan a sus amos. Entonces llorará y rechinará de terror los dientes.

Aquí puedes darte cuenta que el Señor Jesús vendrá otra vez, por lo que el hombre debe estar atento y preparado, cambiar su manera de vivir y apegarse a la Palabra de Dios.

Asimismo, el hombre debe arrepentirse verdaderamente y apartarse de la maldad, pues vienen tiempos difíciles, la gente será tan mala que habrá mucho odio.

Por tanto, es importante que el hombre crea en Dios y esté alerta, apegado a sus mandatos,  pues el Señor Jesús vendrá inesperadamente, por lo que es prioritario que el hombre tenga el compromiso con Dios, de enseñar su mensaje a los que no lo conocen.

No obstante, el tiempo apremia y entonces el hombre debe estar vigilante, más no estar preocupado o afanado por cosas triviales, sino más bien buscando satisfacer su hambre en la Palabra y así fortalecer su fe y confianza en Dios.


Con Alta Estima,