domingo, 30 de agosto de 2015

Que esto sirva de advertencia para todos nosotros.


Yo, Judas, estoy al servicio del Señor Jesucristo y soy hermano de Santiago. Escribo esta carta a todos los que Dios el Padre ama y ha elegido, y que Jesucristo también cuida. Deseo que Dios los trate con mucha compasión y con abundante paz y amor.

Amados hermanos en Cristo, hace tiempo que he querido escribirles acerca de la salvación que Dios nos ha dado. Ahora les escribo para pedirles que luchen y defiendan la enseñanza que Dios ha dado para siempre a su pueblo elegido. Estoy preocupado, pues hay algunos que se han colado entre ustedes, y que los han engañado. Ellos dicen que Jesucristo no es nuestro único Señor y dueño, y que por eso no debemos obedecerle. Piensan que, como Dios nos ama tanto, no nos castigará por todo lo malo que hacemos. Con razón, desde hace mucho tiempo se dice en la Biblia que Dios castigará a esa gente.

Aunque ustedes ya lo saben, quiero recordarles que Dios, después de sacar de Egipto al pueblo de Israel, destruyó a los que no creyeron en él. Así pasó también con los ángeles que rechazaron y abandonaron el lugar de honor que Dios les había dado. Dios los tiene atados para siempre con cadenas, y están encerrados en lugares oscuros, hasta que llegue el gran día  del juicio final.

Algo parecido les sucedió a los que vivían en Sodoma y Gomorra, y en las ciudades cercanas. Los que vivían allí pecaron y practicaron todo tipo de relaciones sexuales prohibidas. Por eso Dios los castigó y los arrojó al fuego que nunca se apaga, para que sufran allí. Que esto sirva de advertencia para todos nosotros.

Lo mismo les va a pasar a los malvados de quienes les estoy hablando. Porque con sus locas ideas dañan su cuerpo, rechazan la autoridad de Dios e insultan a los ángeles, se atrevió a hacer algo así. Cuando Miguel peleaba con el diablo para quitarle el cuerpo de Moisés, no lo insultó, sino que sólo le dijo: Que el Señor te castigue. Sin embargo, esta gente insulta hasta lo que no conoce. Se comportan como los animales, que conocen las cosas pero no las entienden, y por eso terminan destruyéndose a sí mismos.

¡Pobre gente! Se portan como Caín. Y por el afán de ganar dinero, cometen el mismo error que cometió Balaam. Son tan rebeldes que morirán como murió Coré.

Es una vergüenza que esas personas vayan a sus fiestas de amor, pues comen y beben sin ningún respeto. Son líderes que sólo se preocupan de ellos mismos. Son como nubes sin agua, que el viento lleva de un lado a otro. Se parecen a los árboles que no han dado fruto, pues han sido arrancados de raíz y están totalmente muertos. Son gente violenta. Todos pueden ver lo malo que hacen, pues sus maldades son como la espuma de las violentas olas del mar. Son como estrellas perdidas, condenadas a viajar siempre en la más terrible oscuridad.

Hace ya mucho tiempo Enoc, que fue el séptimo hombre después de Adán, habló de esta gente y dijo: Miren, Dios viene acompañado de miles y miles de sus ángeles. Viene para castigar a todos los que hicieron el mal, y castigará a todos los pecadores que lo insultaron.

Esta gente se queja de todo, y lo critica todo. Sólo quiere que se cumplan sus deseos egoístas. Habla con orgullo, y cuando habla bien de los demás, lo hace sólo para aprovecharse de ellos.

Peor ustedes, queridos hermanos, acuérdense de lo que ya les habían dicho los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos les enseñaron que, en los últimos tiempos, habría gente burlona, que se dejaría controlar por sus malos deseos. Es esta clase de gente la que los obliga a pelearse y a dividirse, pues hace lo que quiere y no tiene el Espíritu de Dios.

Pero ustedes, queridos hermanos, sigan confiando siempre en Dios. Esa confianza es muy especial. Cuando oren, dejen que el Espíritu Santo les diga lo que deben decir. Confíen todo el tiempo en el amor de Dios, y esperen el día en que nuestro Señor Jesucristo nos dará la vida eterna, pues él también nos ama mucho.

Ayuden con amor a los que no están del todo seguros de su salvación. Rescaten a los que necesitan salvarse del infierno, y tengan compasión de los que necesitan ser compadecidos. Pero tengan mucho cuidado de no hacer el mismo mal que ellos hacen.

Dios puede cuidarlos para que no hagan el mal, y también tiene poder para que ustedes puedan presentarse ante él sin pecado. Se presentarán ante él llenos de alegría, y limpios y sin mancha, como un vestido nuevo.

Por eso, alaben a Dios nuestro Salvador. Por medio de nuestro Señor Jesucristo reconozcan su grandeza, poder y autoridad. Alabemos a Dios por todo esto ahora y siempre. Amén.

Aquí puedes darte cuenta que Dios elige al hombre que le sirve y por ende lo cuida y le ayuda para que se mantenga firme en sus convicciones y no se aparte de sus enseñanzas.

No obstante, es esencial que el hombre no peque más, que reciba a Jesús en su corazón, se arrepienta de su iniquidad, pues Dios le ha perdonado sus pecados y le ha dado libertad para que escoja el camino del bien.

Así pues, es importante que el hombre regenerado que ha aceptado a Jesús en su corazón no debe pecar más, pues su  arrepentimiento es verdadero y Dios le ha perdonado los pecados y le da libertad para que el hombre escoja el camino del bien.

Así pues, es importante que el hombre obediente cuide su cuerpo pues debe entender que es templo del Espíritu Santo. Asimismo el hombre no debe rechazar la autoridad de Dios y esto es una advertencia para todos, porque entonces el hombre se destruye a sí mismo, pues su comportamiento rebelde sería como de un animal que hace las cosas por instintos sin entender que lo que hace lo aleja de Dios.

Por tanto, el hombre regenerado, vive en la luz y deshecha de su vida toda actitud de crítica, orgullo, burla, pues el hombre que mantiene esta actitud, lo obliga a pelear y que provoque división con otros, pues hace lo que quiere y no tiene el Espíritu de Dios.

Así lo más importante es que el hombre tenga su confianza en Dios y que el Espíritu Santo les diga lo que deben decir en oración, que muestren su amor a todo aquel que necesita conocer más de Dios para que el hombre esté preparado, limpio y sin mancha, apartado del pecado para presentarse ante Dios.


Con Alta Estima,

viernes, 28 de agosto de 2015

El que hace lo bueno es parte de la familia de Dios



Del líder y encargado de la iglesia a mi querido amigo Gayo: Amado hermano, le pido a Dios que te encuentres muy bien, y también le pido que te vaya bien, y también le pido que te vaya bien en todo lo que hagas, y que tengas buena salud.

Algunos miembros de la iglesia vinieron y me contaron que sigues confiando en la verdad que Jesucristo nos enseñó. Eso me dio mucho gusto. Nada me alegra más que saber que mis hijos obedecen siempre a la verdad que Dios nos ha enseñado.

Queridos hermanos, tú te portas muy bien cuando ayudas a los otros seguidores de Cristo, especialmente a los que llegan de otros lugares. Ellos le han contado a toda la iglesia cuánto los amas. Por favor, ayúdalos en todo lo que necesiten para continuar su viaje. Hazlo de tal modo que resulte agradable a Dios. Ellos han comenzado a anunciar el mensaje de Jesucristo, y no han aceptado ninguna ayuda de los que no creen en Dios. Por eso, debemos ayudarlos en este trabajo que han empezado, y también debemos hacernos cargo de ellos.

Yo escribí una carta a la iglesia, pero Diótrefes no acepta mi autoridad, pues le gusta mandar. Por eso, cuando yo vaya a visitarlos, le llamaré la atención, porque anda hablando mal de nosotros. Y no sólo eso, sino que tampoco recibe a los seguidores de Cristo que llegan de otras partes. Y si alguien quiere recibirlos en su casa, se lo prohibe y le echa la iglesia.

Amado hermano Gayo, no sigas el ejemplo de los que hacen el mal, sino el ejemplo de los buenos. El que hace lo bueno es parte de la familia de Dios, pero el que hace lo malo nunca ha visto a Dios.

Todos hablan bien de Demetrio, y su comportamiento nos demuestra que dicen la verdad. También nosotros hablamos bien de él, y tú sabes que no mentimos.

Tengo mucho más que decirte, pero prefiero no hacerlo por escrito, porque espero ir pronto a verte, y entonces podremos hablar personalmente.

Que Dios te bendiga con su paz. Los amigos que están conmigo te mandan saludos. Saluda a cada uno de mis amigos que están contigo.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre que confía en la verdad, cree en Jesús, el Hijo de Dios que vino al mundo a entregarse a sí mismo y entonces al hombre arrepentido, Dios perdona sus pecados pues obedece las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo y por ende, el hombre tiene una nueva vida.

No obstante, es importante que el hombre regenerado enseñe el mensaje de Dios a otros para que hagan lo bueno, y por ende, el hombre que haga lo bueno es de la familia de Dios y Dios le da paz en su vida.


Con Alta Estima,

jueves, 27 de agosto de 2015

Dios dijo que no tienen quién los dirija.


Abiam comenzó a reinar cuando Jeroboam tenía ya dieciocho años de gobernar en Israel.  La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró tres años. Su madre se llamaba Micaías y era  hija de Uriel de Guibeá. Y también hubo guerra entre Abiam y Jeroboam. Abiam eligió para la batalla a cuatrocientos mil soldados de los más valientes. Por su parte, Jeroboam eligió para la batalla a ochocientos mil valientes soldados.
Cuando estaba a punto de comenzar la batalla. Abiam subió a la parte más alta de Semaraim, que está en la montaña de Efraín, y gritó: ¡Jeroboam! ¡Soldados de Israel! ¡Escúchenme! ¿Acaso no recuerdan que Dios hizo un pacto con David y sus descendientes, y les prometió que ellos reinarían sobre Israel por siempre?
Sin embargo, tú, Jeroboam, que no eras más que un sirviente de Salomón, te pusiste en su contra. Te has rodeado de un grupo de malvados, buenos para nada. Son los mismos que mal aconsejaron a Roboam, el hijo de Salomón, y como él era muy joven e indeciso, no pudo enfrentarse a ellos.
Dios reina en Israel por medio de los descendientes de David. Pero ahora ustedes creen que podrán vencer a nuestro Dios. Confían en que son muchísimos, y creen que les ayudarán sus dioses, ¡esos toros de oro que Jeroboam les hizo!, creen que podrán vencer a nuestro Dios.
Además, ustedes han expulsado a los sacerdotes, y a sus ayudantes, a los cuales Dios había elegido, ¡y han nombrado a sus propios sacerdotes! Se están comportando como los pueblos que no conocen al Dios verdadero: nombran como sacerdotes de esos dioses falsos a cualquier fulano que traiga como ofrenda un ternero y siete carneros.
Nosotros, al contrario, adoramos a nuestro Dios, y no lo hemos traicionado. Nuestros sacerdotes son los descendientes de Aarón, y sus ayudantes son de la tribu de Leví, a quiénes Dios eligió para que le sirvieran.
Tal y como Dios lo mandó, cada mañana y cada tarde ellos le presentan sacrificios e incienso; todas las tardes van a la mesa que ha sido preparada para la adoración, y colocan en ella el pan ofrecido a Dios, y encienden las lámparas del candelabro de oro. ¡Nada de esto hacen ustedes!
Yo les advierto que nuestro capitán es Dios, y que sus sacerdotes están listos para tocar sus trompetas y dar la señal de guerra. Ustedes no podrán ganarnos, así que les aconsejo no pelear contra el Dios de sus antepasados.
Mientras Abiam hablaba, Jeroboam envió una parte de su ejército para que atacara por detrás al ejército de Abiam. Cuando los de Judá se dieron cuenta de que los iban a atacar por el frente y por detrás, le rogaron a Dios que los ayudara. Entonces los sacerdotes tocaron las trompetas, y cuando el ejército de Judá lanzó el grito de guerra, Dios permitió que Abiam y sus hombres derrotaran a Jeroboam. Todo el ejército de Jeroboam salió huyendo de los hombres de Judá, quienes los persiguieron. Los de Judá lograron matar a quinientos mil de los mejores soldados de Jeroboam, y recuperaron las ciudades de Betel, Jesaná y Efraín, junto con las aldeas que las rodeaban.
Ese día, el ejército de Judá obtuvo una gran victoria porque confiaron en el Dios de sus antepasados. Por el contrario, los de Jeroboam sufrieron una gran derrota.
Mientras Abiam fue rey, Jeroboam nunca recobró su poder. Un día, Dios hirió a Jeroboam, y este murió. Por su parte, Abiam llegó a ser muy poderoso. Tuvo catorce esposas, veintidós hijos y dieciséis hijas. El resto de la historia de Abiam, y sus acciones y sus palabras, está escrito en el Comentario del profeta Iddo.
Cuando Abiam murió, lo enterraron en la Ciudad de David. Asá su hijo, reinó en su lugar, y en esa época Dios le permitió al pueblo disfrutar de diez años de paz.
Asá obedeció a Dios en todo, y mandó quitar de todas las ciudades de Judá los pequeños templos de las colinas, en los que el pueblo adoraba a dioses falsos; hizo pedazos los ídolos y las imágenes de la diosa Astarté. Además, le ordenó a toda la gente de Judá que adorara al Dios de sus antepasados y que siempre obedeciera su ley.
Asá aprovechó que había paz, y le dijo al pueblo: Dios nos ha permitido estar en paz con nuestros enemigos, pues hemos vuelto a obedecer sus mandamientos. ¡Ahora es el momento de reforzar la seguridad de nuestras ciudades; Vamos a construir murallas alrededor de ellas, y torres y puertas con buenos seguros. El pueblo estuvo de acuerdo, y logró fortalecer las ciudades con gran éxito.
Tiempo después, Zérah, que era de Etiopía, le declaró la guerra a Judá. Con un ejército de un millón de hombres y trescientos carros de combate, llegó hasta Maresá, muy cerca de Jerusalén.
Aunque Asá tenía un ejército de valientes soldados armados con escudos y lanzas, eran apenas trescientos mil soldados de la tribu de Judá, y doscientos ochenta mil de la tribu de Benjamín. Sin embargo, Asá decidió enfrentarse a Zérah y a su ejército, y colocó a sus hombres en posición para la batalla en el valle de Sefata, que está muy cerca de Maresá. Luego oró a Dios, diciendo: Dios nuestro, nos hemos atrevido a pelear contra este ejército tan grande, porque confiamos en ti y queremos honrarte. No hay nadie como tú para ayudar al débil y liberarlo del poderoso. Por eso te rogamos que nos ayudes. ¡Tú eres nuestro Dios! ¡Sabemos que nadie te puede vencer!
Y efectivamente, Dios y su ejército acabaron con los etíopes. Zérah y su ejército salieron huyendo, pero los hombres de Judá los persiguieron hasta Guerar, y los mataron a todos sin dejar un solo etíope vivo. Luego se apoderaron de todas sus pertenencias.
Al ver esto, la gente de los poblados cercanos a Guerar tuvo mucho miedo de Dios. Y el ejército de Judá se aprovechó de eso para quitarle a esa gente sus abundantes riquezas. Atacaron también los campamentos donde había ganado, y se apoderaron de muchísimas ovejas y camellos. Finalmente volvieron a Jerusalén.
El Espíritu de Dios le dio al profeta Azarías hijo de Oded un mensaje para el rey Asá, el cual decía: ¡Tú, Asá, y ustedes, tribus de Judá y de Benjamín, pongan atención! Hace mucho tiempo, Israel había dejado de adorar al Dios verdadero, y no tuvo sacerdotes que le enseñasen su ley. En esos días, Dios castigaba a los pueblos con toda clase de angustias. Por todas partes, la gente vivía con mucha inseguridad y temor. Había guerras entre los pueblos y entre las ciudades, nadie estaba tranquilo.
Aun así, cuando nuestra gente estaba angustiada, se arrepentía y se acercaba a nuestro Dios. El siempre los recibía. Por eso ahora les digo: Si ustedes le son fieles, él estará siempre con ustedes, cuando lo necesiten, podrán encontrarlo; pero si ustedes lo abandonan, él también los abandonará. ¡Sean valientes, no dejen de obedecer a Dios, y él les dará su recompensa!
Cuando Asá escuchó al profeta, tuvo el valor de destruir los horribles ídolos que había en todo el territorio de Judá y de Benjamín, y en las ciudades que había conquistado en la montaña de Efraín. Al mismo tiempo, reparó el altar de Dios que estaba frente a la entrada del templo.
Después Asá mandó llamar a toda la gente de las tribus de Judá y de Benjamín. Y como en su territorio vivían muchos de las tribus de Efraín, de Manasés y de Simeón, también ellos respondieron al llamado del rey. Estos se habían unido a Asá porque se dieron cuenta de que Dios lo ayudaba en todo.
El mes de Siván del año quince del reinado de Asá llegaron todos a Jerusalén, y ese día le ofrendaron a Dios setecientas reses y siete mil ovejas, que antes les habían quitado a sus enemigos.
Fue entonces cuando hicieron un pacto y juraron en voz alta que con toda sinceridad se esforzarían en obedecer solamente al Dios de sus antepasados. También prometieron que quien no lo hiciera sería condenado a muerte, sin importar su edad o sexo.
Cuando terminaron el juramento, todo el pueblo de Judá se llenó de alegría. Festejaron con gritos de gozo y música de trompetas y cuernos, pues Dios los había aceptado. Y como Dios vio que el pueblo había sido sincero, los bendijo y les permitió vivir en paz con todos los pueblos vecinos.
Así le quitó a su abuela Maacá su autoridad de reina madre, porque ella había hecho una imagen de la diosa Astarté. El rey Asá destruyó esa imagen y la quemó en el arroyo de Cedrón. Y aunque no todos los pequeños templos de las colinas se destruyeron, Asá fue fiel a Dios durante toda su vida. También llevó al templo todos los objetos de oro y plata que tanto él como su padre le habían prometido a Dios. Y no hubo guerras hasta el año treinta y cinco del reinado de Asá.
Pero el año siguiente, Baasá, el rey de Israel, fue a atacar a Asá, rey de Judá, y lo primero que hizo fue conquistar la ciudad de Ramá. Enseguida comenzó a convertir a esa ciudad en una fortaleza, y puso en ella soldados, porque desde allí podía impedir que cualquiera entrara o saliera del territorio gobernado por Asá.
Entonces Asá tomó toda la plata y el oro que había en los tesoros del templo y del palacio del rey, y se los envió a Ben-hadad, el rey de Siria, que vivía en la ciudad de Damasco. Además le envió este mensaje: Hagamos un pacto tú y yo, como lo hicieron tu padre y el mío. Yo te envío plata y oro a cambio de que rompas el pacto que hiciste con Baasá, para que deje de atacarme.
Ben-hadad estuvo de acuerdo y envió a los jefes de su ejército a pelear contra las ciudades de Israel. Así conquistó las ciudades de Iión, Dan, Abel-maim, y todas las ciudades de Neftalí en las que se almacenaban alimentos.
Cuando el rey Baasá se enteró de esto, dejó de fortificar Ramá.  Entonces el rey Asá le ordenó a todos los de Judá que se llevaran las piedras y la madera que Baasá había usado para fortificar la ciudad de Ramá. Con ese material, el rey Asá fortaleció las ciudades de Gueba y Mispá.
Pero en esos días el profeta Hananí fue a hablar con Asá, rey de Judá, y lo reprendió así: Nuestro Dios vigila todo el mundo, y siempre está dispuesto a ayudar a quienes lo obedecen y confían en él. Acuérdate de que, gracias a tu confianza en Dios, pudiste derrotar a los etíopes y a los libios, a pesar de que ellos tenían un ejército mucho más poderoso que el tuyo.
Sin embargo, ahora pusiste tu confianza en el rey de Siria y no en tu Dios; por eso, nunca podrás vencer al ejército sirio. Fuiste muy tonto, y ahora vivirás en guerra toda tu vida.
Al oír esto, Asá se enojó tanto contra el profeta que lo encerró en la cárcel. También maltrató con crueldad a varios de los habitantes de la ciudad.
La historia de Asá, de principio a fin, está escrita en el libro de la historia de los reyes de Judá y de Israel.
A los treinta y nueve años de su reinado, Asá enfermó gravemente de los pies. Sin embargo, tuvo más confianza en los médicos que en la ayuda que Dios podía brindarle.
En el año cuarenta y uno de su reinado, Asá murió. Lo pusieron sobre una camilla, con toda clase de perfumes. Luego encendieron en su honor una gran hoguera, y lo enterraron en la tumba que él mismo había mandado hacer en la Ciudad de David, donde estaban enterrados sus antepasados.
En lugar de Asá reinó su hijo Josafat. Dios ayudó a Josafat porque se comportó como antes lo había hecho David, su antepasado. Josafat no adoró a las imágenes del dios  Baal; además tuvo el valor de quitar, de todo el territorio de Judá, los pequeños templos de las colinas, que se usaban para adorar ídolos, y destruyó las imágenes de la diosa Astarté.
Josafat obedeció a Dios, al igual que su padre, pues no siguió el ejemplo de los reyes de Israel. Por el contrario, cuando ya llevaba tres años de gobernar, envió a los oficiales más importantes de su reino a enseñar la ley de Dios a todo el pueblo.
Y ellos así lo hicieron: recorrieron todas las ciudades de Judá enseñando acerca del libro de la Ley. Estos son los nombres de los oficiales que envió el rey: Ben-hail, Abdías, Zacarías, Natanael, Micaías. Con ellos iban los siguientes ayudantes de los sacerdotes: Semaías, Netanías, Zebadías, Asael, Semiramot, Jonatán, Adonías, Tobías, Tobadonías.
También los acompañaban los sacerdotes Elisamá y Joram. En respuesta, Dios le permitió al rey Josafat tener bajo su control a todo su reino, y logró fortalecer sus ciudades para resistir cualquier ataque de Israel. El rey puso jefes del ejército y tropas en todo el territorio de Judá y en sus ciudades fortificadas, y en las ciudades que Asá había conquistado en el territorio de Efraín.
Además, toda la gente de Judá le hacía regalos. Por eso Josafat, llegó a ser muy rico y estimado. Y como todos los países vecinos de Judá le tenían miedo a Dios, no se atrevían a pelear contra Josafat. Por el contrario, para estar en paz con Josafat, algunos de los filisteos le llevaban plata y otros regalos. De la misma manera, los árabes le llevaron siete mil setecientos carneros y la misma cantidad de chivos.
Josafat se hacía cada vez más poderoso; construyó en el territorio de Judá fortalezas y ciudades para almacenar alimentos, y llegó a poseer muchas propiedades en las ciudades de Judá. Además, tenía en Jerusalén una guardia de soldados muy valientes. Esta es la lista de los jefes de esos soldados, de acuerdo a la tribu a la que pertenecían.
De la tribu de Judá: Adná, jefe principal de trescientos mil soldados. Johanán, jefe de doscientos ochenta mil soldados. Amasías hijo de Zicrí, que servía voluntariamente a Dios, jefe de doscientos mil soldados.
De la tribu de Benjamín: Eliadá, jefe de doscientos mil hombres armados con arcos y escudos. Jozabad, jefe de ciento ochenta mil hombres listos para la guerra.
Todos estos hombres estaban bajo las órdenes del rey, al igual que los valientes soldados que el rey había enviado a proteger las fortalezas y ciudades por todo el territorio de Judá.
Josafat llegó a ser muy rico y poderoso. Se casó con una hija de Ahab, quien en ese momento era rey de Israel y vivía en Samaria. Pasados algunos años, Josafat fue a visitar a Ahab. Para celebrar la visita de Josafat y sus acompañantes, Ahab mandó matar muchas ovejas y reses.
Luego Ahab trató de convencer a Josafat de que atacaran juntos la ciudad de Ramot, en la región de Galaad. Esa ciudad pertenecía al rey de Siria. Ahab le dijo a Josafat: ¿Me ayudarías a quitarle al rey de Siria la ciudad de Ramot de Galaad? Josafat le contestó: Tú y yo somos del mismo pueblo. Así que mi ejército y mis caballos están a tu disposición. Pero antes de ir a luchar, averigua si Dios está de acuerdo.
Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, que eran alrededor de cuatrocientos, y les preguntó: ¿Debo atacar a Ramot de Galaad para recuperarla? Los profetas contestaron: Atácala, porque Dios te la va a entregar.
Pero Josafat dijo: ¿No hay por acá otro profeta de Dios al que le podamos consultar? El rey de Israel le respondió: Hay un profeta al que podemos consultar. Se llama Micaías, y es hijo de Imlá. Pero yo lo odio porque nunca me anuncia cosas buenas, sino siempre cosas malas.
Josafat le dijo: No digas eso. Entonces el rey de Israel llamó a su oficial y le dijo: Trae pronto a Micaías hijo de Imlá. Ahab y Josafat llevaban puestos sus trajes reales y estaban sentados sobre sus tronos en un lugar alto, a la entrada de Samaria. En ese lugar se le quitaba la cáscara al trigo. Delante de ellos estaban todos los profetas dando mensajes. Sedequías hijo de Quenaaná, se había hecho unos cuernos de hierro, y con ellos en la mano gritaba: Dios ha dicho que con estos cuernos Ahab atacará a los sirios hasta destruirlos.
Todos los profetas anunciaban lo mismo, y le decía a Ahab: Ataca a Ramot de Galaad, porque vas a triunfar. Dios va a darte la ciudad.
Mientras tanto, el oficial que había ido a buscar a Micaías, le dijo a este: Todos los profetas han anunciado que el rey Ahab vencerá. Habla tú como ellos y anuncia al rey algo bueno. Pero Micaías le contestó: Juro por Dios que sólo diré lo que Dios me diga.
Cuando Micaías se presentó delante del rey, este le preguntó: Micaías, ¿debo atacar a Ramot de Galaad? Micaías le respondió: Atácala y triunfarás. Dios te entregará la ciudad. Pero el rey le dijo: ¿Cuántas veces te he rogado que me digas la verdad de parte de Dios? Micaías contestó: Veo a todo el pueblo de Israel desparramado por las montañas. Andan como las ovejas, cuando no tienen pastor. Dios dijo que no tienen quién los dirija. Que cada uno vuelva tranquilo a su hogar.
Entonces Ahab le dijo a Josafat: ¿No te dije que Micaías no me iba a anunciar nada bueno? Micaías dijo: No debiste decir eso. Ahora escucha el mensaje que Dios te envía. Yo vi a Dios sentado sobre su trono. Todos los ángeles del cielo estaban de pie, unos a la derecha y otros a la izquierda. Entonces Dios preguntó quién iría a convencer a Ahab de que atacara a Ramot de Galaad y fuera vencido ahí. Unos decían una cosa, mientras que otros decían otra. Pero un espíritu vino delante de Dios y dijo que él iría a convencer a Ahab. Dios le preguntó cómo iba a hacerlo. El espíritu dijo que haría que los profetas dijeran mentiras. Dios le permitió ir y hacer que los profetas dijeran mentiras, para convencer a Ahab. Así que Dios ha decidido que en esta batalla seas derrotado.
Entonces Sedequías hijo de Quenaaná se acercó, le dio a Micaías una bofetada en la cara y le dijo: ¿Cómo te atreves a decir que el espíritu de Dios me ha abandonado, y que te ha hablado a ti? Y Micaías le contestó: Cuando se cumpla lo que dije, te darás cuenta de que he dicho la verdad, y tendrás que esconderte donde puedas.
El rey de Israel ordenó: ¡Llévense preso a Micaías! Entréguenlo a Amón, el gobernador de la ciudad, y a mi hijo Joás. Díganles que lo pongan en la cárcel, y que no le den más que pan y agua hasta que yo regrese sano y salvo de la batalla.
Micaías dijo: Si tú regresas sano y salvo, significará que Dios no ha hablado por medio de mí.
Después, dirigiéndose a todos, agregó:  ¡Tengan en cuenta lo que he dicho!
Ahab y Josafat fueron a atacar Ramot de Galaad. Ahab le dijo a Josafat: Yo me voy a disfrazar para ir a la batalla, pero tú puedes usar tu propia ropa. Así que el rey de Israel se disfrazó y fue a luchar. El rey de Siria había dado esta orden a los treinta y dos capitanes de sus carros de combate: ¡Ataquen sólo al rey de Israel!
Cuando los capitanes vieron a Josafat dijeron: Seguramente él es el rey de Israel. Así que lo rodearon para atacarlo, pero Josafat gritó pidiendo ayuda. Y Dios lo ayudó, pues hizo que los capitanes de los carros de combate se dieran cuenta de que no era Ahab, y así dejaron de perseguirlo.
Pero un soldado tiró con su arco una flecha al azar e hirió a Ahab. La flecha le entró por uno de los huecos de su armadura. Entonces el rey le dijo al soldado que manejaba su carro: Da la vuelta y sácame del campo de batalla, porque estoy malherido.
Ese día la batalla fue muy dura. Algunos soldados mantuvieron en pie al rey en su carro de combate, para que se enfrentara a los sirios, pero murió al caer la tarde.
Aquí puedes darte cuenta que el hombre regenerado debe ser firme en sus convicciones, que consulte a Dios y así tome buenas decisiones, pues al hombre indeciso, le falta discernimiento y entonces escoge hacer lo malo.
Por tanto, lo conveniente es que el hombre sea obediente a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, y pueda vencer las dificultades y hacer lo correcto.
Además, el hombre sabio debe entender que sólo Dios elige a quiénes El quiere que sean sus servidores, así es que no hay fuerza humana que pueda cambiar lo que Dios ha determinado.
Así pues, el hombre regenerado, que tiene un nuevo estilo de vida, y obedece los mandamientos y  su confianza está puesta en Dios, no vivirá en guerra toda su vida, sino al contrario Dios le da paz en toda circunstancia pues sólo Dios da al hombre seguridad y tranquilidad en su vida.
No obstante, el hombre valiente que vive diferente al mundo y es fiel a Dios, Dios permanece a su lado cuando le necesita, pues Dios protege al hombre que se esfuerza en cumplir sus mandatos.
Por lo tanto, es necesario que el hombre sea obediente, sincero y hable sólo la verdad : el mensaje de Dios, que lo enseñe a otros y los dirija para que aprendan a hacer lo bueno,  haya unidad entre unos y otros y venzan al maligno, pues pertenecen al pueblo de Dios.

Con Alta Estima,

miércoles, 26 de agosto de 2015

Si no permanecen fieles a lo que Cristo enseñó, Dios se apartará de ustedes.



Del líder y encargado de la iglesia, a los hermanos que Dios ha elegido. Yo lo amo, y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, la cual nos hace amarnos.

Les pido a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo que sean buenos con ustedes, que los traten con mucho amor, y que les den su paz. ¡Que hagan que en ustedes abunden la verdad y el amor!

Me alegré mucho al encontrar que algunos de ustedes viven de acuerdo con la verdad, como Dios el Padre nos mandó. Ahora les pido que nos amemos los unos a los otros. Este mandamiento no es nuevo: es el mismo que se nos dio desde el principio. El que ama de verdad también obedece los mandamientos de Dios. Y como ustedes lo han sabido desde el principio, Dios nos manda que vivamos amando siempre a los demás.

En el mundo hay muchos que engañan a la gente diciendo que Jesucristo no vino al mundo como un hombre de verdad, de carne y hueso. Eso lo dice el Enemigo de Cristo, que es mentiroso. Tengan cuidado, para que  no se eche a perder todo lo bueno que hemos hecho por ustedes. De lo contrario, ustedes no recibirán de Dios el premio completo.

Si no permanecen fieles a lo que Cristo enseñó, Dios se apartará de ustedes. Pero si se mantienen firmes en lo que Cristo enseñó, Dios el Padre, y el Hijo estarán siempre con ustedes. Si alguien va a visitarlos y no enseña estas cosas, no lo reciban en su casa ni lo saluden, porque saludarlo es lo mismo que hacer lo malo que él hace.

Tengo mucho que decirles, pero prefiero no hacerlo por carta. Espero poder ir a visitarlos y hablarles personalmente. Así estaré completamente feliz.

La iglesia donde ahora estoy tiene una relación muy estrecha con la iglesia de ustedes. Y los miembros de esta iglesia les mandan saludos.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre que conoce y habla la verdad, al aceptar a nuestro Señor Jesucristo en sus vida hace que el amor abunde y que se amen unos a otros y por ende, viva en
paz.

No obstante, lo importante es que el hombre crea en Jesús, el Hijo de Dios, quien vino al mundo a vivir como hombre y habitar entre nosotros, y por lo tanto, el hombre obedezca los mandamientos de Dios para que  demuestre su amor a los demás.

Así pues, el hombre regenerado debe mantenerse firme en sus convicciones obedeciendo fielmente  a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo y entonces, El permanecerá siempre con nosotros.


Con Alta Estima,

martes, 25 de agosto de 2015

Nosotros demostramos que amamos a Dios cuando obedecemos sus mandamientos


Si creemos que Jesús es el Mesías, en verdad seremos hijos de Dios. Y recordaremos que, si amamos al Padre, también debemos amar a los hijos de ese mismo Padre. Y sabemos que amamos a Dios y obedecemos sus mandamientos, cuando también amamos a los hijos de Dios. Nosotros demostramos que amamos a Dios cuando obedecemos sus mandamientos; y obedecerlos no es difícil. En realidad, todo el que es hijo de Dios vence lo malo de este mundo, y todo el que confía en Jesucristo obtiene la victoria. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios, vence al mundo y a su maldad.

Cuando Jesucristo vino a este mundo, fue bautizado en agua, y al morir derramó su sangre. El Espíritu de Dios es testigo de esto, y todo lo que el Espíritu dice es verdad. Son tres los que nos enseñan que esto es verdad: el Espíritu de Dios, el agua del bautismo, y la sangre que Jesús derramó al morir en la cruz. Y los tres dicen lo mismo.

Nosotros valoramos lo que dice la gente, pero valoramos más lo que Dios dice, porque nos habla acerca de su Hijo. Confiar en el Hijo de Dios es creer en lo que Dios ha dicho. Pero el que no cree en Dios lo hace pasar por mentiroso, porque no ha creído lo que Dios mismo ha dicho acerca de su Hijo Jesucristo.

Y lo que Dios ha dicho es que él nos ha dado vida eterna, y que tendremos esa vida si creemos en su Hijo. Si vivimos unidos al Hijo de Dios, tenemos vida eterna. Si no vivimos unidos al Hijo de Dios, no tenemos vida eterna.

Les escribo esto a ustedes, que confían en el Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna. Confiamos en Dios, pues sabemos que él nos oye, si le pedimos algo que a él le agrada. Y así como sabemos que él oye nuestras oraciones, también sabemos que ya nos ha dado lo que le hemos pedido.

Si alguno ve que un hermano de la iglesia comete un pecado que no lleva a la muerte, debe orar por ese hermano, para que Dios le dé vida. Pero debe tratarse de un pecado que no lleve a la muerte. Porque hay pecados que llevan a la muerte, y quiero decirles que no se debe orar por quienes los cometen.

Todo tipo de maldad es pecado, pero no todo pecado lleva a la muerte. Sabemos que los hijos de Dios no pecan porque Jesucristo, el Hijo de Dios, los cuida, y el diablo no puede hacerles daño. Sabemos que somos de Dios, y que el resto de la gente en el mundo está dominada por el diablo. Y también sabemos que  el Hijo de Dios ha venido, y que nos ha dado la capacidad de conocer al Dios verdadero. Nosotros vivimos unidos a su Hijo Jesucristo, él es el Dios verdadero, que da vida eterna.

Cuidado, hijos míos, no obedezcan a los dioses falsos.

Aquí puedes darte cuenta que lo esencial es que el hombre crea y confíe en el Señor Jesús, el Hijo de Dios, quien vino al mundo a morir y su sangre derramada limpia los pecados del hombre y por tanto, el hombre que obedezca los mandamientos demuestra su amor a Dios y que está unido al Hijo de Dios y puede vencer al mundo.

Así pues el hombre que confía en Jesucristo sabe de antemano que sus peticiones han sido contestadas, pero es necesario que el hombre pida de acuerdo a la voluntad de Dios, que entienda que no debe orar por aquellas personas que han cometido faltas graves, ni mucho menos por personas que blasfemen contra el Espíritu Santo.

Así pues, el hombre que confía en Jesús,  debe ser obediente pues es hijo de Dios, más no puede pecar  más y al aceptar a nuestro Señor Jesús en su vida se ha apartado del mal, y Espíritu de Dios le da al hombre la capacidad de conocer al Dios verdadero.


Con Alta Estima,

lunes, 24 de agosto de 2015

Ustedes pueden saber que una persona tiene el Espíritu de Dios, si reconoce que Jesucristo vino al mundo como verdadero hombre.


Queridos hermanos, no les crean a todos los que dicen que tienen el Espíritu de Dios. Pónganlos a prueba, para ver si son lo que dicen ser. Porque el mundo está lleno de falsos profetas.

Ustedes pueden saber que una persona tiene el Espíritu de Dios, si reconoce que Jesucristo vino al mundo como verdadero hombre. Pero si dice que esto no es cierto, es porque no tiene el Espíritu de Dios, al contrario, tiene el espíritu del  Enemigo de Cristo. Ustedes ya sabían que este espíritu tenía que venir, y yo quiero decirles que ya ha llegado al mundo.

Hijos míos, ustedes son de Dios, y ya han vencido a esos falsos profetas, pues él permanece unido a ustedes y es más poderoso que su Enemigo. Ellos son unos pecadores, y los demás pecadores de este mundo les hacen caso, porque hablan de las mismas cosas. Pero nosotros pertenecemos a Dios, y podemos saber quién tiene el Espíritu que dice la verdad y quién tiene el Espíritu del engaño. El que es de Dios nos hace caso, pero el que no es de Dios nos ignora.

Amados hijos míos, debemos amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es hijo de Dios, y conoce a Dios. El que nos ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

Dios nos dio muestras de su amor al enviar al mundo a Jesús, su único Hijo, para que por medio de él todos nosotros tengamos vida eterna. El verdadero amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo, para que nosotros fuéramos perdonados por medio de su sacrificio.

Hijos míos, si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios; pero, si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y también su amor estará en nosotros.

Sabemos y creemos que Dios nos ama, porque Dios es amor. Cualquiera que ama a sus hermanos está íntimamente unido a Dios. Si en verdad amamos a los hermanos, y si vivimos como Jesucristo vivió en este mundo, no tendremos por qué tener miedo cuando Jesús venga para juzgar a todo el mundo. La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar.

Nosotros amamos a nuestros hermanos porque Dios nos amó primero. Si decimos que amamos a Dios, y al mismo tiempo nos odiamos unos a otros, somos unos mentirosos. Porque si no amamos al hermano, a quien podemos ver, mucho menos podemos amar a Dios, a quien no podemos ver. Y Jesucristo nos dio este mandamiento: ¡Amen a Dios, y ámense unos a otros.

Aquí puedes darte cuenta que es necesario que el hombre esté preparado y atento a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo y que estas sean la verdad que El nos enseñó,  y que el hombre reconozca esta verdad, que nuestro Señor Jesucristo vino al mundo a ser verdadero hombre para habitar entre nosotros y que es fundamental  que el hombre siga su ejemplo pues tiene el Espíritu de Dios  que le guía en su camino.

No obstante, lo conveniente es que el hombre viva apegado a la Palabra de Dios, la obedezca y así vivirá unido a Dios  pues somos hijos de Dios.

Así pues, Dios nos dio muestra de su amor, al enviar a su Hijo amado al sacrificio en la cruz y con su sangre preciosa perdonó nuestros pecado para que tengamos una vida nueva: la vida eterna.

Ahora bien, el hombre debe aprender a amar y debe mostrar ese amor, los unos a los otros y así el amor de Dios está en nosotros y Dios vive en nosotros.

Con Alta Estima,


viernes, 21 de agosto de 2015

Si obedecemos a Dios, viviremos unidos a él, y él vivirá unido a nosotros



¡Miren! Dios el Padre nos ama tanto que la gente nos llama hijos de Dios, y la verdad es que lo somos. Por eso los pecadores de este mundo no nos conocen, porque tampoco han conocido a Dios.

Queridos hermanos, ¡nosotros ya somos hijos de Dios! Y aunque todavía no sabemos cómo seremos en el futuro, si sabemos que, cuando Jesucristo aparezca otra vez, nos pareceremos a él, porque lo veremos como él es en realidad. Todo el que espera confiadamente que todo esto suceda, se esfuerza por ser bueno, como lo es Jesús.

Todo el que peca, desobedece la ley de Dios, porque el pecado consiste en desobedecer a Dios.

Como ustedes saben, Jesucristo vino al mundo para quitar los pecados del mundo. Jesucristo no peca, ni puede pecar. Por eso, cualquiera que sea amigo de Jesucristo, y quiera mantenerse unido a él, no puede seguir pecando. El que peca, no conoce a Jesucristo ni lo entiende.

Hijitos míos, ¡que nadie los engañe!  Todo el que obedece a Dios es tan justo como lo es Jesús. Pero el que siempre hace lo malo es amigo del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el día en que Dios creó el mundo: para destruir todo lo que hace el diablo.

Ningún hijo de Dios sigue pecando, porque los hijos de Dios viven como Dios vive. Así que no puede seguir pecando, porque es un hijo de Dios.

Podemos saber quién es hijo de Dios, y quién es hijo del diablo: los hijos del diablo son los que no quieren hacer lo bueno ni se aman unos a otros.

Desde el principio se les ha enseñado a ustedes que nosotros debemos amarnos unos a otros. No debemos ser como Caín, que era como un hijo del diablo, por eso mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque lo que Caín hacía era malo, y lo que hacía su hermano era bueno.

Mis queridos amigos, no se extrañen si los pecadores de este mundo los odian. El amor que nos tenemos demuestra que ya no estamos muertos, sino que ahora vivimos. Pero si ustedes no se aman los unos a los otros, es porque todavía están bajo el poder de la muerte. Si ustedes se odian unos a otros, son asesinos, y ya saben que ningún asesino puede tenerla vida eterna.

Pero nosotros sabemos lo que es el amor, porque Jesucristo dio su vida por nosotros. Así también nosotros, debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos en Cristo. Si un rico ve que alguno de su propia iglesia tiene alguna necesidad, y no lo ayuda, ese rico no ama como Dios ama.

Hijos míos, no debemos limitarnos a decir que amamos, sino que debemos demostrarlo por medio de lo que hacemos.

Sabemos que pertenecemos a Dios porque amamos a los demás. Por eso, si nos sentimos culpables de algo, podemos estar seguros de que Dios no nos acusa de nada, porque él está por encima de todo sentimiento y lo sabe todo.

Amados míos, si estamos bien con Dios, podemos presentarnos ante él con toda confianza. Y nos dará lo que le pidamos, porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que a él le agrada. Y su mandamiento es que creamos en su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como Jesús nos lo ordenó. Si obedecemos a Dios, viviremos unidos a él, y él vivirá unido a nosotros. Esto lo sabemos por el Espíritu Santo que nos ha dado.

Aquí puedes darte cuenta que lo fundamental es que el hombre se esfuerce por hacer lo bueno, que se aparte del pecado y así pueda estar unido a Jesús pues obedeció en todo a Dios.

Asimismo, el hombre regenerado que es hijo de Dios, hace lo justo, lo bueno y ayuda a los demás con una actitud humilde y sincera.

Lo esencial es que el hombre sepa que pertenece a Dios, y si siente alguna culpa por algo debe estar seguro que Dios está por encima de todo sentimiento y lo sabe todo.

Por tanto, el Espíritu de Dios que vive en el hombre le enseña a obedecer a Dios en todo y por ende, el hombre vivirá unido a Dios y El vivirá unido a nosotros.


Con Alta Estima,

jueves, 20 de agosto de 2015

Ustedes tienen al Espíritu Santo, que Cristo puso en ustedes.



Yo los quiero a ustedes como a hijos. Por eso les escribo esta carta, para que no pequen. Pero si alguno peca, Jesucristo es justo y nos defiende ante Dios el Padre. Dios perdona nuestros pecados, y los de todo el mundo, porque Cristo se ofreció voluntariamente para morir por nosotros.

Nosotros sabemos que conocemos a Dios porque obedecemos  sus mandamientos. Si alguien dice: Yo soy amigo de Dios, y no lo obedece, es un mentiroso y no dice la verdad. En cambio, el que obedece lo que Dios ordena, de veras sabe amar como Dios ama, y puede estar seguro de que es amigo de Dios. El que dice que es amigo de Dios debe vivir como vivió Jesús.

Hermanos en Cristo, no les estoy dando un mandamiento nuevo. Les estoy repitiendo un mandamiento muy antiguo, que ustedes ya conocen; se trata del mismo mandamiento que Dios le dio desde el principio.

Sin embargo, esto que les escribo es un mandamiento nuevo, y ya saben lo que significa, como también Cristo lo sabe. El es luz verdadera, que brilla cada vez más fuerte, y que hace que la oscuridad vaya disminuyendo.

Si alguno dice que vive en la luz, pero odia a otro miembro de la iglesia, en realidad vive en una gran oscuridad. El que ama a los demás, vive bajo la brillante luz de Dios y no causa ningún problema a los de su iglesia. Pero el que odia a otro cristiano, vive en la oscuridad y no sabe a dónde va, porque la oscuridad lo ha dejado ciego.

Hijos míos, les escribo porque Dios les ha perdonado sus pecados por medio de lo que hizo Jesucristo. A ustedes, los mayores, les escribo porque conocen a Jesús, quien ya existía desde antes de que Dios creara el mundo.

A ustedes, los jóvenes, les escribo también porque han sido valientes, han derrotado al diablo, y han aceptado con sinceridad el mensaje de Dios.

Les he escrito a todos ustedes porque han conocido al Padre. No quieran ustedes ser como los pecadores del mundo, ni tampoco hacer lo que ellos hacen. Quienes lo hacen, no aman a Dios el Padre. Las cosas que ofrece la gente del mundo no vienen de Dios, sino de los pecadores de este mundo. Y estas son las cosas que el mundo nos ofrece: los malos deseos, la ambición de tener todo lo que vemos, y el orgullo de poseer muchas riquezas. Pero lo malo de este mundo, y de todo lo que ofrece, está por acabarse. En cambio, el que hace lo que Dios manda vive para siempre.

Hijos míos, ya estamos viviendo los últimos días, y el mundo pronto se acabará. Ustedes han escuchado que antes del fin vendrá el Enemigo de Cristo. Pues bien, yo quiero decirles que ya han aparecido muchos enemigos de Cristo, y por eso sabemos que estamos en los últimos días.

Estos enemigos de Cristo se reunían con nosotros, pero en realidad no eran de nuestro grupo. Si hubieran sido de nuestro grupo, se habrían quedado con nosotros. Pero se apartaron del grupo para mostrar claramente que no todos los que se reúnen con nosotros son de los nuestros.

Cristo, el Hijo de Dios, los ha apartado a ustedes del mundo, y les ha dado el Espíritu Santo, y todo ustedes conocen la verdad, y saben que quien la conoce no puede mentir.

Entonces, ¿quién miente? Pues el que dice que Jesús no es el Mesías. ¡Ese  es el enemigo de Cristo, pues rechaza tanto a Dios el Padre como a Jesús el Hijo! Cualquiera que rechaza al Hijo, también rechaza al Padre. Y si alguien acepta al Hijo, también acepta al Padre.

Por eso, no dejen de hacer ustedes lo que se les enseñó desde el principio. Si continúan haciéndolo, entonces vivirán siempre unidos al Hijo y al Padre, pues Cristo nos ha prometido la vida eterna.

Les estoy escribiendo para advertirles sobre algunos que quieren engañarlos. Pero ustedes tienen al Espíritu Santo, que Cristo puso en ustedes. Por eso no necesitan que nadie les enseñe, pues el Espíritu de Dios les enseña todo; y lo que él enseña no es mentira, sino la verdad. Por eso, sigan las enseñanzas del Espíritu Santo, y manténganse siempre unidos a Cristo.

Ahora, hijos míos, sigan unidos a Cristo. Así, cuando él regrese, lo estaremos esperando confiadamente y no pasaremos por la vergüenza de ser castigados.

Como ustedes saben, Jesucristo hace todo lo que le agrada a Dios. Por eso, también deben saber que todo el que hace lo que a Dios le agrada, es hijo de Dios.

Aquí puedes darte cuenta que Dios perdona los pecados del hombre arrepentido pues nuestro Señor Jesucristo se entregó a sí mismo voluntariamente para morir por cada uno de nosotros, y entonces el hombre que obedece los mandamientos vive como Jesús vivió.

No obstante, el hombre regenerado que obedece a Dios, brilla donde quiera que se encuentre, demuestra su amor hacia los demás cristianos.

Así pues, el tiempo apremia, y el hombre debe estar atento y preparado pues estamos en los últimos días y entonces el hombre regenerado debe  buscar las cosas de arriba, las que provienen de Dios, pues el hombre que hace lo que Dios manda vive para siempre, ya que obedece a Cristo,  y Cristo lo ha apartado del mundo y le ha dado el Espíritu Santo y por tanto, le enseña la verdad y está unido a Cristo, hace lo que agrada a Dios, pues es hijo de Dios.


Con Alta Estima

La Palabra de vida es Jesucristo, que es quien da la vida verdadera: la vida eterna.


Esta carta habla de la Palabra de vida, la cual ya existía desde antes de que Dios creara el mundo. La escribimos para contarles lo que hemos visto y oído acerca de ella, para que juntos podamos alegrarnos completamente. Así ustedes se mantendrán unidos a nosotros, como  nosotros nos mantenemos unidos a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo.

La Palabra de vida es Jesucristo, que es quien da la vida verdadera: la vida eterna. Jesucristo estaba con Dios el Padre, pero vino a nosotros. Y nosotros, sus discípulos, lo vimos con nuestros propios ojos, lo escuchamos hablar, y hasta pudimos tocarlo.

Jesucristo nos enseñó que Dios es luz, y que donde Dios está no hay oscuridad. Este es el mensaje que ahora les anunciamos.

Si decimos que somos amigos de Dios y, al mismo tiempo, vivimos pecando, entonces resultamos ser unos mentirosos que no obedecen a Dios. Pero si vivimos en la luz, así como Dios vive en la luz, nos mantendremos unidos como hermanos y Dios perdonará nuestros pecados por medio de la sangre de su Hijo Jesús.

Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no decimos la verdad. Pero si reconocemos ante Dios que hemos pecado, podemos estar seguros de que él, que es justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad.

Si decimos que nunca hemos hecho lo malo, hacemos que Dios aparezca como un mentiroso, y no hemos aceptado el mensaje que él nos ha dado.

Aquí puedes darte cuenta que es indispensable que el hombre viva apegado a la Palabra de Dios, para que se mantenga unido a Dios, nuestro Padre Celestial y a su Hijo Jesucristo, que vino al mundo para vivir como nosotros y El es la fuente de vida verdadera, la vida eterna.

Asimismo, a través de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo aprendemos que Dios es luz, y, por tanto, el hombre que cree en Jesús, en su nueva vida ya no hay oscuridad pues al aceptar a Jesús se ha alejado del pecado y entonces el hombre regenerado, ha sido limpiado de sus pecados por medio de la sangre de Jesús.

Por tanto, lo importante es que el hombre reconozca ante Dios que ha pecado y con humildad pida perdón y Dios borra sus transgresiones pues ha aceptado el mensaje de Dios, y, por ende el hombre obediente ahora es amigo de Dios.

Con Alta Estima,


miércoles, 19 de agosto de 2015

Si mi pueblo se humilla, y ora y me busca, y si al mismo tiempo abandona su mala conducta, yo escucharé en el cielo su oración

En cuanto Salomón terminó de orar, cayó fuego del cielo y quemó por completo las ofrendas y los sacrificios. Luego, la presencia misma de Dios llenó el templo, y por eso los sacerdotes ya no pudieron entrar en él. Cuando todos los israelitas vieron descender el fuego y la presencia de Dios sobre el templo, se arrodillaron y se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente; y adoraron a Dios y le dieron gracias, diciendo una y otra vez: Dios es bueno, y nunca deja de amarnos.
Después, el rey, junto con todo el pueblo, dedicó el templo a Dios, y sacrificó en su honor veintidós mil toros y ciento veinte mil ovejas.
Todo el pueblo estaba de pie. Los sacerdotes estaban en sus lugares y tocaban las trompetas; los levitas tocaban los instrumentos musicales que David había fabricado para dar gracias a Dios, y cantaban el canto que dice: Dios nunca deja de amarnos.
Salomón dedicó a Dios el centro del patio que está frente al templo, porque allí ofreció los sacrificios para pedir el perdón de Dios. No los pudo presentar en el altar de  bronce que había mandado hacer, pues no cabían allí.
En esa ocasión, Salomón celebró delante de Dios la fiesta de las enramadas, y una gran cantidad de israelitas de todas partes del país asistió a la fiesta. En total la celebración duró catorce días, siete para la dedicación del altar, y siete para la fiesta de las enramadas. Al final celebraron un culto especial de adoración.
El día veintitrés del mes de Etanim, el rey despidió al pueblo. Ellos se fueron a sus casas muy contentos por todo lo bueno que Dios había sido con su servidor David, con Salomón y con su pueblo Israel.
Cuando Salomón terminó exitosamente todo lo que había planeado hacer en el templo de Dios y en su palacio. Dios se le apareció una noche y le dijo: He escuchado tu oración, y he elegido este templo para que en él me ofrezcan sacrificios;  siempre viviré en él, y lo cuidaré y amaré. Todo el tiempo estaré atento y escucharé las oraciones que aquí se hagan.
Si ustedes me desobedecen, no les enviaré lluvia, y les enviaré saltamontes para que devoren sus cosechas, o les enviaré una enfermedad. Pero si mi pueblo se humilla, y ora y me busca, y si al mismo tiempo abandona su mala conducta, yo escucharé en el cielo su oración, perdonaré sus pecados y los haré prosperar de nuevo.
En cuanto a ti, Salomón, si te comportas bien y me obedeces en todo, Israel siempre tendrá como rey un descendiente tuyo. Así también se lo prometí a tu padre, y compórtate como él lo hizo.
Pero si tú no me obedeces, sino que sirves y adoras a otros dioses, entonces expulsaré a Israel de la tierra que le he dado. Abandonaré el templo que había elegido para que me adoraran, y todas las naciones se burlarán de tu pueblo. Este templo no será más que un montón de ruinas, y todos los que pasen junto a él se asombrarán y se burlarán, diciendo: ¿Por qué Dios ha hecho esto con Israel y con este templo? Y se les contestará: Porque Israel abandonó a su Dios, quien lo había sacado de Egipto. Su pueblo adoró y obedeció a otros dioses. Por eso Dios ha traído todo este mal sobre ellos.
Salomón tardó veinte años en construir el templo de Dios y su palacio. Además, conquistó el poblado de Hamat, en la región de Sobá. También reconstruyó las ciudades que el rey Hiram le entregó, y se las dio a los israelitas para que vivieran allí.
Salomón obligó a trabajar a todos los descendientes de los amorreos, hititas, ferezeos, heveos y jebuseos que habían quedado en el país y que los israelitas dejaron con vida. Ellos siguieron trabajando como esclavos hasta el día en que esto se escribió. Pero a los israelitas no los obligó trabajar como esclavos, sino que ellos eran soldados, oficiales y jefes, capitanes, jinetes y conductores de carros de guerra. Salomón tenía doscientos cincuenta capataces a cargo de los trabajos, y ellos dirigían a los trabajadores en todo lo que tenían que hacer. Ellos construyeron todo lo que el rey quiso edificar en Jerusalén, en el Líbano y en todo su territorio.
Estas son algunas de las obras que realizaron: El templo de Dios. El palacio del rey. La ciudad de Tadmor en el desierto. Las ciudades de Hamat, que al igual que muchas otras, usaba Salomón para guardar alimentos.
Bet-horón de arriba, y Bet-horón de abajo. Las ciudades fortificadas con muros, puertas y barras. El poblado de Baalat. Las ciudades en donde Salomón guardaba los carros de combate. Los cuarteles de caballería.
Salomón sabía que todos los lugares en donde había estado el cofre del pacto de Dios eran sagrados; por ello, no quiso que su esposa, que era hija del rey de Egipto, viviera en el mismo palacio en el que el rey David había vivido. Entonces le construyó un palacio en otro lugar, para que allí viviera.
Desde el día en que pusieron los cimientos del templo, hasta que se terminó la construcción, Salomón presentaba ofrendas quemadas en honor a Dios. Las presentaba sobre el altar que había construido frente a la entrada del templo.
Salomón siempre obedeció lo que Moisés había ordenado en cuanto a las ofrendas. Por eso, presentaba las ofrendas diarias, las de los sábados, las mensuales, y las de las tres grandes fiestas anuales; la fiesta de los panes sin levadura, la fiesta de la cosecha y la fiesta de las enramadas.
Salomón obedeció fielmente lo que su padre le había dicho en cuanto al culto. Por eso hizo un horario de trabajo para los sacerdotes y los ayudantes, quienes se encargaban de la alabanza. También hizo horarios de trabajo para los que cuidaban las entradas del templo y para los tesoreros. Todos ellos cumplieron con su deber.
Luego, el rey Salomón fue a la ciudad de Eslón-guéber, que estaba a la orilla del mar, cerca de Elat, en el territorio de Edom. A ese lugar le envió el rey Hiram, por medio de sus servidores, barcos con muy buenos marineros. Estos hombres fueron a la región de Ofir junto con los servidores de Salomón, y de allí le llevaron a Salomón quince mil kilos de oro.
Cuando la reina de Sabá escuchó hablar de lo famoso que era Salomón decidió ir a visitarlo. Ella quería hacerle preguntas difíciles para ver si era tan sabio como decían. Llegó a Jerusalén acompañada de sus consejeros, y con camellos cargados de perfumes y gran cantidad de oro y piedras preciosas.
Cuando se encontró con Salomón, ella le hizo todas las preguntas que había preparado. ¡Y Salomón contestó a todas ellas! No hubo nada que no pudiera explicarle. La reina quedo maravillada al ver lo sabio que era Salomón. También tuvo tiempo para admirar la hermosura del palacio, la rica comida que servían a la mesa, los asientos que ocupaban los asistentes, el aspecto y la ropa de todos los sirvientes, y en especial la de los que servían el vino al rey. Y al ver todos los animales que el rey daba como ofrenda en el templo de Dios, se asombró y le dijo al rey: Todo lo que escuché en mi país acerca de lo que has hecho, y de lo sabio que eres, es cierto. Yo no lo creía, pero ahora lo he visto con mis propios ojos, y sé que es verdad. En realidad, no me habían contado ni siquiera la mitad. ¡Eres más sabio y rico de lo que yo había escuchado ¡Que felices deben ser tus esposas! ¡Y qué contentos deben estar todos tus servidores, pues siempre cuentan con tus sabios consejos! ¡Bendito sea tu Dios, a quien le agradó tu conducta y te hizo rey de Israel, para que reines en su nombre y gobiernes con justicia! No hay duda, ¡Dios ama a Israel, y su pueblo permanecerá por siempre!
Después la reina de Sabá le dio a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro, y gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Además, los barcos de Hiram y los de Israel, que habían traído desde Ofir el oro para Salomón, trajeron de allá gran cantidad de madera de sándalo y piedras preciosas. Con esa madera el rey hizo barandas para el templo de Dios y para el palacio. También hizo para los músicos arpas y liras. Nunca antes se había visto algo así en el territorio de Judá.
El rey Salomón le dio a la reina de Sabá todo lo que ella le pidió, lo cual fue mucho más de lo que ella le había traído. Después ella volvió a su país con sus consejeros.
Cada año el rey Salomón recibía alrededor de veintidós mil kilos de otro, sin contar los impuestos que le pagaban los comerciantes, y el oro y la plata que todos los reyes de Arabia y los gobernantes del país le daban.
Salomón mandó hacer doscientos escudos grandes, y trescientos escudos pequeños, y los puso en el palacio llamado “Bosque del Líbano”. Cada uno de los escudos grandes pesaba seis kilos de oro, y los pequeños pesaban un poco más de tres kilos. También mandó hacer un trono grande de marfil, recubierto de oro puro. El trono estaba sobre una base de oro y tenía dos brazos. Al lado de cada brazo había un león de pie. El trono tenía seis escalones, y en ambos lados de cada escalón había también un león de pie. ¡Ningún otro rey tenía un trono tan hermoso!
Todas las copas del rey, y todos los platos del palacio “Bosque del Líbano” eran de oro puro. No había nada de plata, porque en aquella época no la consideraban de mucho valor. Los barcos del rey Salomón y los del rey Hiram viajaban juntos, y cada tres años traían de Tarsis oro, plata , marfil, monos y pavos reales.
El rey Salomón era más sabio y más rico que todos los reyes de esa región. Todos los reyes de la tierra querían verlo y escuchar la sabiduría que Dios le había dado, así que cada año le llevaban regalos de oro y plata, ropas, perfumes, caballos y mulas.
Salomón tenía un ejército tan grande que tuvo que construir cuatro mil cuarteles en Jerusalén y en otras ciudades, para guardar sus caballos y carros de combate, y para albergar a sus doce mil jinetes.
Salomón llegó a ser tan poderoso que puso bajo su dominio a todos los reyes del este, desde el río Eufrates; a los reyes del oeste, hasta la tierra de los filisteos, y a los reyes del sur, hasta la frontera con Egipto.
El rey Salomón acumuló en Jerusalén grandes cantidades de plata, y sembró tantos árboles de cedro que llegaron a ser tan comunes como las flores del campo. Además, los caballos de Salomón eran comprados en Egipto y en otros países.
Salomón fue rey de Israel cuarenta y tres años, y todo este tiempo vivió en Jerusalén. Todo lo que hizo, de principio a fin, está escrito en los siguientes libros: La historia del profeta Natan, La profecía de Abdías, el de Siló, y Los mensajes del profeta Iddo acerca de Jeroboam hijo de Nabat. Cuando Salomón murió, lo enterraron en la ciudad de David, su padre, y en su lugar reinó su hijo Reboam.
Reboam fue a Siquem, pues todo el pueblo de Israel había ido allá para nombrarlo rey. Pero las tribus del norte de Israel mandaron a llamar a Jeroboam, que se había quedado a vivir en Egipto, para escapar de Salomón. Así fue como la noticia llegó a sus oídos.
Cuando Jeroboam llegó, él y los hombres de las tribus del norte fueron a hablar con Roboam y le dijeron: Tu padre fue muy duro con nosotros. Si tú nos tratas mejor, nos pondremos a tu servicio.
Roboam les contestó: Váyanse y vengan a verme de nuevo dentro de tres días. Así que la gente se fue. Entonces el rey Roboam les preguntó a sus consejeros que debía hacer, como estos consejeros también habían ayudado a su padre Salomón, les preguntó: ¿Qué puedo contestarle a esta gente? Ellos le dijeron: Si te pones al servicio del pueblo y lo tratas bien, el pueblo te servirá por siempre. Pero Roboam no les hizo caso. En vez de eso, les pidió consejo a los muchachos que habían crecido con él y que no estaban a su servicio. Les dijo: Esta gente quiere que la trate mejor que mi padre. ¿Ustedes que opinan? Ellos le contestaron: Diles que si tu padre fue duro con ellos, tú lo serás más. Si tu padre los trató mal, tú los tratarás peor. Si tu padre los azotaba con correas, tú lo hará con látigos de puntas de hierro.
Después de tres días, Jeroboam y los hombres de las tribus del norte fueron a ver de nuevo a Roboam, como él les había pedido. El rey les habló con dureza. No hizo caso a los consejeros, sino a los muchachos y les dijo: Mi padre fue duro con ustedes, pero yo lo seré más todavía. Mi padre los azotó con correas, pero lo haré con látigos de puntas de hierro.
Así que el rey no hizo lo que el pueblo le pidió. Y es que Dios así lo había planeado, para cumplir lo que le había prometido a Jeroboam hijo de Nabat. El profeta Ahías de Siló le había dicho a Jeroboam que Dios le quitaría al hijo de Salomón diez tribus de su reino, y se las daría a él.
Cuando todos vieron que el rey no les había hecho caso, le dijeron: ¡No tenemos nada que ver con David, el hijo de Jesé! ¡No queremos que su familia reine sobre nosotros! ¡Volvamos a nuestras casas, israelitas! ¡Que la familia de David reine sobre su propia tribu!
Así que los israelitas se fueron a sus casas. Pero Roboam reinó sobre los israelitas que vivían en las ciudades de Judá. Luego Roboam envió a Adoram, el encargado del trabajo obligatorio, a hablar con los demás israelitas, pero ellos lo mataron a pedradas. Entonces el rey Roboam subió rápidamente a su carro y escapó a la ciudad de Jerusalén. Así fue como las tribus del norte de Israel se rebelaron y no quisieron que la familia de David reinara sobre ellas; y así fue hasta el día en que esto se escribió.
Cuando Roboam llegó a Jerusalén, reunió a ciento ochenta mil soldados que eligió de entre todas las familias de Judá y de la tribu de Benjamín, para luchar contra las demás tribus y recuperar el poder sobre todo Israel. Pero Dios habló con Semaías, un hombre que amaba y respetaba a Dios, y le dijo: Debes darle a Roboam, y a todos los de la tribu de Judá y de Benjamín, este mensaje: Dios no quiere que haya guerra contra las demás tribus de Israel, pues ellos son sus parientes. Vuelvan a sus casas, pues es una orden de Dios.
Al escuchar este mensaje, todos regresaron a sus casas y no atacaron a Jeroboam.
Roboam se quedó a vivir en Jerusalén, y logró mantener bajo su control las ciudades de las tribus de Judá y de Benjamín. Pudo hacerlo porque protegió y fortaleció algunas ciudades hasta el punto de convertirlas en fortalezas. Además de ellas, puso en cada ciudad a jefes del ejército, y los armó con escudos y lanzas. Además, almacenó en las ciudades suficiente comida, aceite y vino.
Estas son las ciudades que reforzó: Belén, Etam, Tecoa, Bet-sur, Socó, Adulam, Gat, Maresá, Zif, Adoraim, Laquis, Azecá, Sorá, Atalón y Hebrón.
Jeroboam hizo altares para que la gente adorara a los ídolos y todos que él había fabricado. También nombró sus propios sacerdotes, y él y sus hijos expulsaron a los sacerdotes que servían a Dios. Por esa razón, los sacerdotes y levitas de todo Israel dejaron su tierras y posesiones, y se unieron a Roboam. Se quedaron a vivir en Jerusalén y en el territorio de Judá.
Con ellos, llegaron a Jerusalén israelitas de todas las tribus. Era gente que con toda sinceridad quería adorar al Dios de Israel, el Dios de sus antepasados.
Durante tres años, toda esta gente le dio a su apoyo a Roboam hijo de Salomón, y así fortalecieron el reino de Judá, siguiendo el buen ejemplo de David y Salomón,
Roboam se casó con Mahalat, que era hija de Jerimot y Abihail. Jerimot era hijo de David, y Abihail era hija de Eliab y nieta de Jesé. Roboam y Mahalat tuvieron tres hijos: Jehús, Samarías, Záham. Roboam también se casó con Maacá hija de Abasalón, y tuvo cuatro hijos: Abíam, Ataí, Ziza, Selomit.
Roboam tuvo dieciocho esposas y setenta mujeres, con las cuales tuvo veintiocho hijos y sesenta hijas. Como Roboam amaba a Maacá más que a todas sus mujeres, y quería que su hijo Abiam fuera el rey, lo nombró jefe de todos sus hermanos. Pero también fue astuto, y envió a sus demás hijos a vivir en diferentes partes del territorio de Judá y de Benjamín. Los nombró jefes de las ciudades que había transformado en fortalezas, y les dio provisiones en abundancia y muchas esposas.
En cuanto Roboam se dio cuenta de que su reino era firme y poderoso, él y todo su pueblo de Israel dejaron de obedecer la ley de Dios. Por esa razón, cuando Roboam cumplió cinco años en el reinado, Dios permitió que Sisac, rey de Egipto, conquistara a los israelitas.
Sisac tenía un ejército de mil doscientos carros de combate y sesenta mil jinetes; además, venían con él soldados libios, suquienos y etíopes, en tal cantidad que no se podían contar. El rey de Egipto fue conquistando, una tras otra, las ciudades y fortalezas de Judá, y finalmente llegó hasta Jerusalén. Los principales jefes de Judá se habían reunido allí con Roboam, y fue entonces cuando el profeta Semaías les dijo: Este es el mensaje de Dios para ustedes: Como se olvidaron de mí, ahora yo los abandono y los dejo bajo el poder de Sisac.
Entonces los jefes y el rey reconocieron con humildad su maldad y confesaron: ¡El castigo de Dios es justo! Cuando Dios se dio cuenta de que habían reconocido con humildad su pecado, les mandó este mensaje por medio de Semaías: Ustedes han sido humildes al reconocer su pecado, y por eso no dejaré que Sisac destruya por completo Jerusalén. En poco tiempo los libraré de su poder. Sin embargo, para que sepan cuán diferente es servirme a mí, que servir a los reyes de este mundo, serán servidores del rey de Egipto.
Entonces Sisac, atacó y conquisto a Jerusalén. Se llevó todos los tesoros del templo de Dios y del palacio real, incluyendo los escudos de oro que había hecho Salomón. Luego Roboam hizo escudos de bronce en lugar de los de oro, y los puso al cuidado de los oficiales que vigilaban la entrada de su palacio. Cada vez que el rey iba al templo, los vigilantes llevaban los escudos. Cuando regresaban, los ponían de nuevo en el cuartel.
Sin embargo, como Roboam se había humillado, Dios no permitió que Jerusalén fuera totalmente destruida, pues aún había algo bueno en Judá. De hecho, Roboam recuperó su poder y siguió reinando en Jerusalén, que era la ciudad que Dios había elegido de entre todas las tribus de Israel, para vivir en ella.
Roboam tenía cuarenta y un años de edad cuando comenzó a reinar, y su reinado duró diecisiete años. Su madre se llamaba Naamá, y era amonita. Pero su conducta fue mala, pues no obedeció a Dios con sinceridad.
Roboam y Jeroboam siempre estuvieron en guerra. La historia de Roboam, de principio a fin, está escrita en estos libros. Las historias del profeta Semaías y Los mensajes del profeta Iddo. Cuando Roboam murió, lo enterraron en la Ciudad de David, en la tumba de sus antepasados. Su hijo Abiam reinó en su lugar.

Aquí puedes darte cuenta que Dios es bueno y nunca deja de amarnos, por lo que el hombre debe volverse a Dios y hacer oración para estar en comunión con El y que su presencia, el Espíritu de Dios esté en cada persona que lo busca y entonces Dios escuchará las oraciones que le hagan.
No obstante, lo fundamental es que el hombre obedezca sus mandamientos, que viva apegado a su Palabra, que es la fuente de vida y de donde proviene la sabiduría para que el hombre con su conducta honre a Dios.

Así pues, es urgente que el hombre se humille a Dios y se arrepienta de sus pecados, pero es necesario que el hombre haga oración, que busque a Dios, que sea sincero  y  se aparte de hacer lo malo y Dios escuchará sus peticiones y le hará prosperar de nuevo.
Ahora bien, es tiempo de que el hombre esté atento y preparado y firme en lo que cree, pues Dios no puede ser burlado.

Por tanto, el hombre no debe dejarse llevar por los afanes del mundo, Dios quiere que el hombre progrese y que se esfuerce pero que lo haga sabiamente, que construya su vida en obediencia sobre la base fundamental, la Palabra de Dios.

Así pues, lo esencial es que el hombre deposite su confianza en Dios y le pida sabiduría para que sus decisiones sean sabias y nuestro Señor Jesucristo gobierne su vida con justicia y que el Espíritu de Dios reine en su ser interior, de manera que Dios tenga su trono en cada corazón arrepentido.


Con Alta Estima,

martes, 18 de agosto de 2015

Hagan todo lo posible por estar en paz con Dios.



Amados hermanos en Cristo, esta es la segunda carta que les escribo. En las dos he querido darles consejos, para que puedan pensar correctamente. Recuerden el mensaje que los profetas de Dios  nos dieron hace mucho tiempo: No olviden el mandamiento que nos dio nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y que los apóstoles les enseñaron a ustedes. En primer lugar, tomen en cuenta que, en los últimos días, vendrán algunos que sólo pensarán en sus malos deseos. Se burlarán de ustedes y les preguntarán: ¿Qué pasó con la promesa de que Jesucristo regresaría? Ya murieron nuestros padres, ¡y todo sigue igual que cuando el mundo fue creado! Esa gente no quiere darse cuenta de que, hace mucho tiempo, Dios creó los cielos y la tierra, y de que con sólo una orden separó la tierra y los mares. Además, Dios usó el agua del diluvio para destruir al mundo de esa época; pero, con ese mismo poder, ha dado la orden de que, en el momento indicado,  los cielos y la tierra que ahora existen sean destruidos con fuego. Serán quemados el día en que Dios juzgue a todos y destruya a los que hacen el mal.

Además, hermanos míos, no olviden que, para el Señor, un día es como mil años y mil años son  como un día. No es que Dios sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Lo que pasa es que Dios tiene paciencia con ustedes, porque él no quiere que nadie muera, sino que todos vuelvan a obedecerle.

Pero cuando el Señor Jesús regrese, vendrá como cuando un ladrón entra en una casa a robar. En ese día, los cielos desaparecerán en medio de un ruido espantoso, las estrellas serán destruidas por el fuego, y la tierra y todo lo que hay en ella desaparecerán.

Ya que todo será destruido de esa manera, ustedes deben obedecer sólo a Dios, hacer el bien, y esperar con ansias el día en que Dios juzgará a todo el mundo. Ese día, el fuego destruirá los cielos y derretirá las estrellas. Pero nosotros esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios ha prometido, donde todo será bueno y justo.

Por eso, queridos amigos, mientras esperan a que esto suceda, hagan todo lo posible por estar en paz con Dios, y porque él los encuentre sin pecado. Recuerden que nuestro Señor Jesucristo nos trata con paciencia, para que podamos ser salvos. Ya nuestro querido compañero Pablo les ha escrito acerca de esto, y fue Dios mismo quien se lo explicó. En todas sus cartas Pablo les ha hablado de esto, aunque algo de lo que dice en ellas no es fácil de entender. Por eso no las entienden la gente ignorante ni los que confían en Cristo, y luego las explican mal. Lo mismo hacen con toda la Biblia, y por Dios los castigará.

Queridos amigos, con esto quedan advertidos. Así que cuídense mucho, no sea que los engañe la gente malvada y ustedes dejen de creer firmemente en Dios. Mejor dejen que el amor y el conocimiento, que nos da nuestro Señor y Salvador Jesucristo, los ayude a ser cada vez mejores cristianos.

¡Alabemos a Jesucristo ahora y siempre! Amén

Aquí puedes darte cuenta que es necesario que el hombre sea obediente a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo y confíen en El y entonces el hombre haga lo bueno pues nuestro Señor Jesucristo volverá y vendrá a juzgar a todos.

Por tanto, es tiempo de que el hombre se vuelva a Dios, ¡urgente! que el hombre se esfuerce y cambie su manera de vivir y se aparte del pecado para que entonces el hombre esté en paz con Dios.

Así pues, el hombre debe pedir a Dios que le de sabiduría para que entienda el mensaje de Dios y se mantenga firme en sus convicciones, dejando que el conocimiento y amor de nuestro Señor Jesucristo sea revelado al hombre y le ayude a renovar su mente y purificar su corazón y por ende el hombre sea mejor cristiano cada día.


Con Alta Estima,

lunes, 17 de agosto de 2015

Los que han conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo ya no siguen el ejemplo de los pecadores de este mundo,


En el pueblo de Israel hubo también algunos que decían ser enviados por Dios, pero no lo eran. Así también, entre ustedes, habrá quienes se crean maestros enviados por Dios, sin serlo. Ellos les darán enseñanzas falsas y peligrosas, sin que ustedes se den cuenta, y hasta dirán que Jesucristo no es capaz de salvar. Por eso, cuando ellos menos lo esperen, serán destruidos por completo. Mucha gente vivirá como esos falsos maestros, haciendo todo lo malo que se les antoje. Por culpa de ellos, la gente hablará mal de los cristianos y de su modo de vivir. Esos falsos maestros desearán tener más y más dinero, y lo ganarán enseñando mentiras. Pero Dios ya decidió castigarlos desde hace mucho tiempo, y no se salvarán de ese castigo.

Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los mandó al infierno. Y allí están, encadenados en la oscuridad, hasta que llegue el día en que Dios juzgará a todos. Dios tampoco perdonó a la gente malvada que vivía en tiempos de Noé. Más bien, les envió el diluvio, y todos murieron. Dios salvó a Noé, porque enseñaba a la gente a hacer el bien, y junto con Noé salvó a otras siete personas. Además, Dios castigó a los que vivían en las ciudades de Sodoma y Gomorra: los quemó hasta dejarlos hechos cenizas, para que sirvieran de ejemplo de lo que les pasaría a los malvados. Pero a Lot no lo quemó, pues era un hombre bueno. Aunque Lot vivía en esas ciudades, todos los días sufría mucho al ver y oír las maldades que esa gente cometía.

Esto nos demuestra que Dios sabe solucionar los problemas y dificultades que tienen los que lo obedecen, pero que también habrá de castigar a los que hacen lo malo, y lo hará el día en que juzgue a todos. El castigo será, especialmente, para los que no obedecen sus órdenes y viven haciendo todo lo malo que les antoja.

Esos falsos maestros son tercos y orgullosos, y no tienen miedo de insultar a los ángeles buenos. Sin embargo, los ángeles, aunque son más poderosos que esos falsos maestros, no se atreven a insultarlos delante de Dios.

Esos hombres no entienden nada, todo lo hacen por capricho, y discuten acerca de lo que no entienden; son como los animales, que nacen para que los atrapen y los maten. Sufrirán por haber hecho sufrir a otros, pues creen que serán felices haciendo, a plena luz del día, todo lo malo que se les antoja. Da vergüenza ver lo malo que hacen, y el escándalo que arman, cuando los acompañan a ustedes en sus fiestas de la iglesia.

Esos hombres no pueden ver a una mujer sin desear tener relaciones sexuales con ella; ¡nunca se cansan de pecar! Engañan a los que no confían mucho en Cristo, y son muy buenos para conseguir lo que desean. Pero Dios los castigará. ¡De eso no hay duda! Andan perdidos, pues han dejado de obedecer a Dios para seguir el ejemplo de Balaam hijo de Beor, que quiso ganar dinero haciendo lo malo. Pero precisamente por hacer lo malo, una burra lo regañó: le habló con voz humana, y no lo dejó seguir haciendo esas tonterías.

Esos falsos maestros son como pozos secos, sin agua; ¡son como nubes llevadas por fuertes vientos! Pero Dios los castigará y los echará para siempre a la más profunda oscuridad. Porque ellos, para impresionar a la gente, dicen cosas bonitas que, en realidad, no sirven para nada. Obligan a otros a participar en sus mismos vicios y malos deseos, y engañan a los que con mucho esfuerzo apenas logran alejarse del pecado. Les prometen que serán libres de hacer lo que quieran, pero ellos mismos no pueden dejar de hacer el mal. Y será ese mismo mal el que acabará por destruirlos, pues quien no puede dejar de pecar es esclavo del pecado. Además, los que han conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo ya no siguen el ejemplo de los pecadores de este mundo, pero, si se dejan engañar con esas cosas, y además se dejan controlar por el pecado, quedarán peor que antes. Más les valdría no haber conocido este santo mandamiento, ni saber de qué manera quiere Dios que vivan, que saber esto y no obedecerlo. Así, esas personas demuestran la verdad del dicho: El perro vuelve a su vómito, y también la verdad de este otro: El cerdo recién bañado vuelve a revolcarse en el lodo.

Aquí puedes darte cuenta que para Dios es fundamental que el hombre sea sincero y que al aceptar a Jesús en su vida sea auténtico y verdaderamente renovado para que su vida sea transformada y cambie su manera de vivir, obedezca la Palabra y la cumpla en su diario vivir, y sean ejemplo a los que no creen en Nuestro Señor Jesucristo.

Así también es necesario que el hombre regenerado se aparte de lo malo y de tanto afán de este mundo y al contrario, el hombre muestre una actitud humilde,  y que enseñe a la gente a hacer el bien.

Por tanto, el hombre obediente debe sentir seguridad de que Dios soluciona sus problemas y dificultades, pues tiene su confianza en Dios.

Así pues, el hombre regenerado debe ser como un pozo de agua viva pues vive apegado a la Palabra de Dios, ya no es esclavo del pecado sino que vive de acuerdo al orden que Dios ha establecido.


Con Alta Estima,

Mi consejo es que pongan todo su empeño en: Afirmar su confianza en Dios


Yo, Simón Pedro, estoy al servicio de Jesucristo, quien me envió a anunciar su mensaje. Reciban mis saludos. Jesucristo, nuestro Dios y Salvador, ha sido justo y bueno con todos ustedes, pues los hizo confiar en él, como nos hizo confiar a nosotros.


Le pido a Dios que los ame mucho y les permita vivir en paz, y que ustedes estén siempre dispuestos a conocer más a Dios y a nuestro Señor Jesús.

Dios utilizó su poder para darnos todo lo que necesitamos, y para que vivamos como él quiere. Dios nos dio todo eso cuando nos hizo conocer a Jesucristo. Por medio de él, nos eligió para que seamos parte de su reino maravilloso. Además, nos ha dado todas las cosas importantes y valiosas que nos prometió. Por medio de ellas, ustedes podrán ser como Dios y no como la gente pecadora de ese mundo, porque los malos deseos de esa gente destruyen a los demás.

Por eso, mi consejo es que pongan todo su empeño en: Afirmar su confianza en Dios, esforzarse por hacer el bien, procurar conocer mejor a Dios y dominar sus malos deseos. Además, deben ser pacientes, entregar su vida a Dios, estimar a sus hermanos en Cristo y, sobre todo, amar a todos por igual.

Si ustedes conocen a Jesucristo, harán todo eso, y tratarán de hacerlo cada vez mejor. Así, vivirán haciendo el bien. Pero quien no lo hace así es como si estuviera ciego, y olvida que Dios le ha perdonado todo lo malo que hizo. Hermanos, Dios los ha elegido para formar parte de su pueblo, y si quieren serlo para siempre, deben esforzarse más por hacer todo esto. De ese modo, nunca fracasarán en su vida cristiana, y Dios, con gusto, les dará la bienvenida en el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien reina para siempre.

Por eso yo les seguiré recordando siempre todo esto, aun cuando ya lo saben y siguen creyendo en la verdad que les enseñaron. Mientras yo viva, creo que es mi deber recordarles todo esto. Nuestro Señor Jesucristo me ha permitido saber que pronto moriré; pero yo haré todo lo posible para que ustedes recuerden estos consejos aun después de mi muerte.

Cuando les enseñábamos acerca del poder de nuestro Señor Jesucristo y de su regreso, no estábamos inventando una historia, sino que con nuestros propios ojos vimos el gran poder de nuestro Señor. Nosotros estábamos allí cuando Dios el Padre trató a Jesús con mucho honor y mostró lo maravilloso que es él. Y allí mismo, en la montaña sagrada, oímos cuando nuestro grande y maravilloso Dios dijo: Este es mi Hijo. Yo lo amo mucho y estoy muy contento con él.

Por eso estoy completamente seguro de que el mensaje de Dios que anunciaron los profetas es la verdad. Por favor, préstenle atención a ese mensaje, pues les dirá cómo vivir hasta el día en que Cristo vuelva y cambie sus vidas. Pero, antes que nada, deben saber que ninguna enseñanza de la Biblia se puede explicar como uno quisiera. Ningún profeta habló por su propia cuenta. Al contrario, todos ellos hablaron de parte e Dios y fueron guiados por el Espíritu Santo,

Dios hará que todo vuelva a estar bien y que ustedes nunca dejen de confiar en él

Quiero darles un consejo a los líderes de la iglesia. Yo también soy líder como ellos, y soy testigo de cómo  sufrió Cristo. Además, cuando Cristo regrese y muestre lo maravilloso que es él, disfrutará de parte de su gloria. Mi consejo es el siguiente: Cuiden ustedes de las personas que Dios dejó a su cargo, pues ellos pertenecen a Dios. Cuídenlas, como cuida el pastor a sus ovejas. Háganlo por el gusto de servir, que es lo que a Dios le agrada, y no por obligación ni para ganar dinero. No traten a los que Dios les encargó como si ustedes fueran sus amos; más bien, procuren ser un ejemplo para ellos. Así, cuando regrese Cristo, que es el Pastor principal, ustedes recibirán un maravilloso premio que durará para siempre.

Del mismo modo ustedes, los jóvenes, deben obedecer la autoridad de los líderes de la iglesia. Todos deben tratarse con humildad, pues la Biblia dice: Dios se opone a los orgullosos, pero brinda su ayuda a los humildes.

Por eso, sean humildes y acepten la autoridad de Dios, pues él es poderoso. Cuando llegue el momento oportuno, Dios los tratará como a gente importante. Así que pongan sus preocupaciones en las manos de Dios, pues él tiene cuidado de ustedes.

Estén siempre atentos y listos para lo que venga, pues su enemigo, el diablo, anda buscando a quien destruir. ¡Hasta parece un león hambriento! Resistan los ataques del diablo, confíen siempre en Dios y nunca duden de él. Ya saben que en todo el mundo otros seguidores de Cristo están sufriendo como ustedes. Pero después de que ustedes hayan sufrido por un poco de tiempo, Dios hará que todo vuelva a estar bien y que ustedes nunca dejen de confiar en él; les dará fuerzas para que no se desanimen, y hará que siempre estén seguros de lo que creen. Recuerden que Dios nos ha elegido por medio de Jesucristo, para que formemos parte de su maravilloso reino. ¡Que Dios reine con poder para siempre! Amén.

Silvano me ha ayudado a escribirles esta breve carta. Yo lo considero un fiel seguidor de Cristo, y alguien en quien se puede confiar.
Les he escrito para darles consejos, y para asegurarles que todo lo bueno que Dios les ha dado demuestra que él los ama mucho. ¡Nunca duden del amor de Dios!

Los seguidores de Cristo que están en la ciudad de Roma les mandan saludos. Ellos, igual que ustedes, forman parte del pueblo que Dios ha elegido. También les manda saludos Marcos, a quien quiero como a un hijo.

Salúdense unos a otros con un beso de hermanos.

Le pido a Dios que les dé paz a todos ustedes, los que pertenecen a Cristo.

Aquí puedes darte cuenta que para Dios es fundamental que el hombre sea humilde pues Dios desea que se traten con amor y sencillez unos a otros.

Ahora bien, es necesario que el hombre sirva a Dios con gusto, de corazón y no por obligación ni por ganar dinero.

Asimismo, el hombre debe poner sus preocupaciones en las manos de Dios., pues con la confianza en Dios el hombre no debe dudar de Dios sino más bien sentir seguridad que aunque haya sufrido por un tiempo, Dios hará que todo vuelva a estar bien, ya que sólo Dios pues renovar fuerzas para que el hombre se mantenga firme en lo que cree.

Así pues, es tiempo de que el hombre esté atento y preparado para seguir caminando firme, con ánimo y seguro pues Dios ha demostrado su gran amor a la humanidad y entonces,  el hombre regenerado, muestre su fidelidad a Dios y obedezca su Palabra y por ende, forma parte del reino de Dios.


Con Alta Estima