viernes, 14 de agosto de 2015

Tú cumples tu pacto y amas profundamente a los que te obedecen de corazón.


Salomón, el hijo de David, se convirtió en un rey muy poderoso, gracias a la ayuda de Dios.
En aquellos días, el santuario en donde el pueblo se reunía para adorar a Dios estaba en Gabaón. Ese santuario había sido construido en el desierto por Moisés, el servidor de Dios. En ese santuario estaba el altar de bronce que hizo Besalel, hijo de Urí y nieto de Hur. El cofre del pacto de Dios no estaba allí porque David se lo había llevado desde Quiriat jearim hasta Jerusalén; allí lo había puesto en una carpa que él mismo había preparado.
Un día, Salomón mandó llamar a todos los jefes del ejército, a los jefes del gobierno y a todos los jefes de las familias y de las tribus. Cuando todos llegaron, se fue con ellos al santuario de Gabaón a adorar a Dios. Allí Salomón le presentó a Dios mil ofrendas quemadas sobre el altar de bronce.
Esa noche, Dios se le apareció a Salomón y le dijo: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré.
Salomón le respondió: Mi Dios, tú fuiste muy bueno con mi padre David, y a mí mes has puesto a reinar en su lugar. Ser rey de un pueblo tan numeroso que no se puede contar, es muy difícil. Por eso, ahora te ruego que cumplas lo que prometiste a mi padre. ¡Dame sabiduría e inteligencia para que pueda gobernar, a un pueblo tan grande como el tuyo! Porque sin tu ayuda, nadie es capaz de hacerlo.
Entonces Dios le respondió a Salomón: Lo normal hubiera sido que me pidieras mucho dinero, poder y fama; o que permitiera vivir por muchos años y destruyera a todos tus enemigos. Sin embargo, has pedido sabiduría e inteligencia para reinar sobre mi pueblo.
Por eso, te concedo tu deseo, y además te haré el rey más rico, poderoso y famoso que haya existido. Nadie podrá igualarte jamás.
Después de esto, Salomón salió del santuario y partió de Gabaón hacia Jerusalén, donde reinó sobre todo Israel.
Salomón reunió mil cuatrocientos carros y doce mil jinetes. Algunos estaban en los cuarteles de carros de guerra, y otros formaban su guardia personal en Jerusalén.
Era tan rico que en Jerusalén había plata y oro por todas partes, y abundaban los árboles de madera fina, como los árboles comunes en la llanura.
Los comerciantes de la corte compraban en Egipto y Cilicia los caballos para Salomón. El precio de un carro comprado en Egipto era de seiscientas monedas de plata, y el de un caballo, ciento cincuenta. El rey Salomón acumuló en Jerusalén grandes cantidades de plata, y sembró tantos árboles de cedro que llegaron a ser tan comunes como las flores del campo. ¡Hasta los reyes hititas y sirios compraban sus carros y caballos a los comerciantes de la corte de Salomón!
Salomón se propuso construir un templo para Dios, y también un palacio para él mismo. Por ello le envió este mensaje a Hiram, rey  de Tiro: Yo sé que tú le enviaste madera de cedro a David, mi padre, para que construyera su palacio. Ahora te pido que me ayudes. Voy a construirle un templo a mi Dios, para que el pueblo le lleve allí todas las ofrendas que él nos pide para cada día, y para cada sábado, y durante las fiestas de la luna nueva y para las otras fiestas que él nos ha pedido celebrar.
Como nuestro Dios es más poderoso que todos los dioses, deseo construirle un templo que sea grandioso. Claro que no es posible hacer un templo para que él viva allí. ¡Hasta el cielo, que es enorme, resulta pequeño para él! Sin embargo, aunque sé que no lo merezco, le construiré un templo para quemar incienso en su honor.
Por eso te pido que me envíes a alguien que sepa hacer finos trabajos en oro, plata, bronce y hierro, y también en telas de color púrpura, rojo y morado. Que además sepa hacer grabados y pueda trabajar con los expertos que servían a mi padre David, y que ahora están a mí servicio en Judá y en Jerusalén.
Como tus servidores son expertos para cortar madera del Líbano, mándame de allí maderas finas. Y puesto que el templo que construiré será grande y maravilloso, y necesitaré muchísimas maderas, enviaré a mis servidores para que les ayuden a los tuyos.
Yo, por mi parte, te daré nueve mil toneladas de trigo, y también de cebada; y cuatrocientos cuarenta mil libros de vino, y la misma cantidad de aceite, para alimentar a los leñadores que corten la madera.
Entonces Hiram rey de Tiro, le envió a Salomón una carta con este mensaje: Dios ama a su pueblo, y por eso le ha concedido que tú seas su rey, ¡Bendito sea el Dios de Israel, creador de todo lo que existe, porque le dio al rey David un hijo sabio, lleno de prudencia e inteligencia, el cual construirá un templo para Dios y un palacio real!
Tal como me lo has pedido, te envio a un hombre que, por cierto, es hijo de una mujer de la tribu de Dan y de un fenicio de la ciudad de Tiro,. Se llama Hiram-abí; es muy sabio e inteligente, y trabaja de manera excelente en todo lo que requieres hacer. El trabajará junto con los mejores artesanos que servían a tu padre David, y con los que ahora te sirven.
Nosotros somos tus servidores. Envíanos  el trigo, la cebada, el aceite y el vino que has prometido, y mientras eso nos llega, cortaremos en el Líbano todas las maderas finas que necesites. Luego las transportaremos por mar, en forma de balsas, hasta Jope. De allí, tú te encargarás de que sean llevadas a Jerusalén.
Aunque David ya había contado a todos los extranjeros que vivían en Israel, Salomón hizo otro censo de ellos, y contaron un total de ciento cincuenta y tres mil seiscientos. Entre ellos distribuyó el trabajo de esta manera: Tres mil seiscientos eran capataces que supervisaban el trabajo; ochenta mil hombres cortaban piedras de la montaña, y setenta mil las cargaban,
El día dos del mes de Ziv, cuando ya tenía cuatro años de reinar, Salomón dio la orden para que empezaran a construir el templo de Dios en Jerusalén. Lo construyeron en el lugar que David había elegido, es decir, en el terreno de Ornán el jebuseo, que está en el monte Moria, porque allí Dios se le había aparecido a David.
Estas son las medidas del templo de Dios, según lo diseñó Salomón: los cimientos medían veintisiete metros de largo por nueve de ancho.
El pórtico de la entrada medía lo mismo que el ancho del templo: nueve metros de largo y nueve de alto. Salomón recubrió de oro fino el interior del pórtico. Las vigas, las entradas, las paredes y las puertas de la parte interior del edificio principal estaban cubiertas con tablas de pino que, a su vez, estaban recubiertas de oro finísimo. Sobre el oro grabaron palmeras y cadenas, colocaron adornos con piedras preciosas. Sobre las paredes estaban grabadas figuras de querubines.
El lugar Santísimo medía lo mismo que el ancho del templo: nueve metros de largo y nueve de ancho. Para recubrirlo usaron cerca de veinte mil kilos de oro fino. Cada clavo era de oro y pesaba un poco más de medio kilo. Dentro del Lugar Santísimo pusieron dos querubines totalmente recubiertos de oro. Los querubines estaban de pie; sus cara miraban hacia la entrada, y sus alas extendidas medían en total nueve metros, que era todo el ancho del Lugar Santísimo. Cada querubín tocaba con un ala una pared del lugar, y con la otra, tocaba la punta del ala del otro querubín.
La cortina que separaba el Lugar Santísimo estaba hecha de lino fino tejido con lana morada, azul y roja; sobre ella bordaron figuras de querubines. Los cuartos de la parte superior del templo también estaban recubiertos de oro.
Salomón mandó hacer dos columnas de casi dieciséis metros de altura, y las colocó a la derecha y a la izquierda de la entrada del templo. Sobre cada columna puso un adorno de dos metros veinticinco centímetros de alto. Cada adorno estaba decorado con figuras en forma de cadena, de las cuales colgaban cien figuras con forma de manzana. A la columna de la derecha Salomón la llamó Jaquín, y a la de la izquierda Bóaz.
Salomón también mandó hacer un altar de bronce de nueve metros de largo por nueve de ancho, y cuatro y medio de alto. Después fabricó un enorme tanque para el agua. Era redondo, y de un borde al otro medía cuatro metros. Su altura era de dos metros y veinticinco centímetros, y su circunferencia era de trece metros y medio. Decoró todo el borde con figuras de toros. Cada cuarenta y cinco centímetros había diez toros.
El tanque estaba sobre doce toros de bronce, Tres de estos toros miraban al norte, tres al sur, tres al este y tres al oeste, de modo             que sus patas traseras quedaban hacia adentro. Las paredes del tanque eran de ocho centímetros de grueso. Su borde se parecía a una flor de lirio abierta. En el tanque cabían cuarenta y cuatro mil litros de agua.
Salomón también hizo diez recipientes para lavar todo lo que se usaba para las ofrendas quemadas. Cinco recipientes estaban en el lado sur del templo, y cinco en el lado norte.
Hizo también diez candelabros de oro, como Dios lo había ordenado, y los puso en el templo, cinco en lado sur, y cinco en el lado norte.
Además hizo diez mesas, que también colocó en el templo; cinco en el lado sur, y cinco en el lado norte.
Hizo también cien tazones de oro. Además, Salomón mandó construir el patio de los sacerdotes y el patio principal, cada uno con sus puertas, las cuales recubrió de bronce.
Hiram también hizo las ollas, las palas y las vasijas. Así terminó todo el trabajo que hizo para el templo de Dios, por encargo del rey Salomón.
Estos son todos los trabajos que realizó: las dos columnas, la parte superior de cada columna, las dos decoraciones en la parte superior de las columnas, y las cuatrocientas figuras de esas decoraciones. También hizo las diez bases y los recipientes que iban sobre ellas, el gran tanque para el agua y los doce toros que lo sostenían, y las ollas, palas  y vasijas. Todo lo que Hiram hizo para el templo de Dios a pedido del rey Salomón era de bronce pulido. Los utensilios de bronce lo hicieron en moldes de arena, en la región del Jordán, entre Sucot y Saretán. Salomón no pidió que pesaran los utensilios de bronce porque eran muchos.
Salomón también mandó hacer todos los utensilios de bronce porque eran muchos. Salomón también mandó hacer todos los utensilios que había en el templo de Dios. Los de oro puro eran: el altar, la mesa de los panes para Dios, los diez candelabros del Lugar Santísimo, las figuras de flores, las lámparas, las tenazas, las copas, las tijeras para cortar mechas, las vasijas, los cucharones, los incensarios, las bisagras de las puertas del Lugar Santísimo, y las bisagras de la puerta de la entrada principal del edificio.
De este modo se terminaron todos los trabajos que Salomón mandó hacer para el templo de Dios. Después llevó todos los utensilios de oro y de plata que su padre David había dedicado para Dios, y los guardó en el lugar donde estaban los tesoros del templo de Dios.
El rey Salomón se reunió con los líderes de Israel, los jefes de las tribus y la gente más importante de las familias israelitas. Salomón quería que todos estuvieran presentes cuando se llevara el cofre del pacto de Dios desde la parte antigua de Jerusalén hasta el templo. Esto ocurrió en la fiesta de las enramadas, que se celebra en el mes de Etanim.
Cuando llegaron todos los representantes de Israel, los sacerdotes y sus ayudantes tomaron el cofre y se lo llevaron al templo. También llevaron el santuario y todos los utensilios dedicados al culto.
El rey salomón y todos los israelitas allí reunidos se pararon frente al cofre, y le ofrecieron a Dios muchos toros y ovejas.
Después los sacerdotes llevaron el cofre del pacto de Dios hasta el fondo del templo, donde estaba el Lugar Santísimo, y lo pusieron bajos las alas de los dos grandes querubines. Las alas extendidas de los querubines cubrían el cofre y las varas que servían para trasladarlo.
Estas varas eran tan largas que sus puntas se veían desde el Lugar Santo, que estaba frente al Lugar Santísimo. Sin embargo, no podían verse desde afuera del templo. Así se quedaron hasta el día en que se escribió este relato. Lo único que había en el cofre eran las dos tablas de piedra con las leyes del pacto. Esas leyes se las había dado Dios a los israelitas cuando salieron de Egipto. Moisés las había puesto en el cofre cuando estuvo en el monte Horeb.
Todos los sacerdotes allí presentes, sin importar el grupo al que pertenecían, habían cumplido con la ceremonia de preparación para poder presentarse ante Dios.
Por su parte, los cantores se ubicaron al lado este del altar. Todos estaban de pie y vestidos de lino fino. Entre ellos estaban Asaí, Hernán y Jedutín, con sus hijos y familiares. Todos ellos tocaban platillos, arpas y otros instrumentos de cuerdas. Junto a ellos había ciento veinte sacerdotes que tocaban las trompetas.
Todos juntos alababan y daban gracias a Dios con el canto que dice: Alaben a Dios, porque él es bueno, y nunca dejará de amarnos.
Cuando los sacerdotes salieron del Lugar Santo, una nube llenó todo el templo. Era la presencia de Dios, y por eso los sacerdotes ya no pudieron quedarse para celebrar el culto.
Entonces Salomón dijo: Dios mío, tú siempre has vivido en  la espesa nube que acompaña al santuario. Pero ahora, te he construido una casa, para que vivas allí para siempre.
Luego el rey se dio vuelta y miró a todo el pueblo de Israel, que se había reunido y estaba de pie. Entonces los bendijo. Y exclamó: Bendito sea el Dios de Israel, que ha cumplido lo que le prometió a mi padre, pues le dijo: Desde que saqué de Egipto a mi pueblo, no he elegido ninguna ciudad de las tribus de Israel para que se construya en ella mi templo. Tampoco elegí a ningún hombre para que fuera el gobernante de Israel, mi pueblo. Sin embargo, ahora he elegido a Jerusalén como mi lugar de residencia, y te elegí a ti, David, para que gobiernes a mi pueblo Israel.
Mi padre deseaba construir un templo para adorar a nuestro Dios. Sin embargo, Dios le dijo: Haces bien en querer construirme una casa. Pero no serás tú quien la construya, sino uno de tus hijos.
Dios cumplió su promesa. Ahora yo soy el rey de Israel, en lugar de mi padre, y he construido una casa para nuestro Dios. Además, he preparado un lugar para colocar allí el cofre del pacto que Dios hizo con nosotros.
Luego Salomón subió sobre una plataforma de bronce que había construido en medio del patio del templo. Esa plataforma medía dos metros veinticinco centímetros de largo y de ancho, y un metro treinta y cinco centímetros de alto.
Entonces a la vista de todo el pueblo, Salomón se puso de rodillas delante del altar de Dios, y levantando sus manos al cielo dijo: Dios de Israel, ni en el cielo ni en la tierra hay otro que se compare a ti. Tú cumples tu pacto y amas profundamente a los que te obedecen de corazón.
Dios de Israel, hoy has cumplido una de tus promesas a mi padre. Ahora cumple también la promesa que le hiciste, de que sus descendientes reinarían siempre en Israel, si seguían su ejemplo. Por eso, Dios nuestro, cumple las promesas que le hiciste a mi padre.
Dios mío, ni el cielo ni la tierra, son suficientes para ti, muchos menos esta casa que te he construido. Pero de todos modos te pido que escuches mi oración: Cuida de esta casa de día y de noche, pues tú mismo has dicho que vivirás en ella. Cuando estemos lejos de Jerusalén y oremos en dirección a tu templo, escucha desde el cielo nuestras oraciones, y perdónanos.
Si alguien perjudica a otra persona, y delante del altar de este templo jura que no lo hizo, escucha desde el cielo y castígalo. Examínanos, y castiga al que resulte culpable, pero deja libre al inocente.
Si tu pueblo Israel llega a pecar contra ti,  y en castigo sus enemigos se lo llevan prisioneros, perdónalo y tráelo de nuevo a este país que tú les diste a sus antepasados. Perdónalos, siempre y cuando vengan a su templo y se arrepientan de haberte ofendido.
Si llegamos a pecar contra ti, y en castigo deja de llover por mucho tiempo, perdónanos, siempre y cuando oremos en este lugar y nos arrepintamos de haberte ofendido. Escúchanos desde el cielo, y perdónanos. Enséñanos a vivir haciendo lo bueno y mándanos de nuevo la lluvia que nos quitaste.
Si en este país nos llegara a faltar la comida, o nos atacaran enfermedades, o plagas de hongos, langosta o pulgón, escúchanos cuando oremos a ti. Y si los enemigos nos rodean, o atacan a alguna de las ciudades de Israel, escúchanos cuando oremos a ti. Y cuando en medio de este sufrimiento alguno de nosotros, o todo el pueblo de Israel, levante las manos hacia este templo y ore a ti, escúchanos siempre desde el cielo, que es en donde vives, y perdónanos. Examínanos, y danos lo que cada uno de nosotros se merezca. Sólo tú nos conoces de verdad. Así que te serviremos y te obedeceremos durante toda nuestra vida en esta tierra que nos diste.
Cuando los extranjeros sepan en su país lo grande y poderoso que eres, y vengan a orar a este templo, escúchalos desde el cielo, que es tu casa. Dales todo lo que te pidan, para que todo los pueblos del mundo te conozcan y te obedezcan, como lo hace tu pueblo Israel. Así sabrán que este templo lo construí para adorarte.
Si tu pueblo va a la guerra, y desde allí donde lo envíes ora a ti mirando hacia tu amada ciudad de Jerusalén, y hacia este templo, escucha desde el cielo sus oraciones y ruegos, y ayúdalo.
Dios mío todos somos pecadores, y si tu pueblo llega a pecar contra ti, a lo mejor te vas a enojar tanto que lo entregarás a sus enemigos, y ellos se llevarán a tu pueblo a otro lugar, lejano o cercano. Pero si allí donde estén prisioneros, tu pueblo se acerca a ti de nuevo, con toda sinceridad, atiéndelo. Si reconoce que ha pecado y actuado mal, y te lo dice, oyélo. Si tu pueblo ora a ti y te ruega, mirando hacia este país que le diste a sus antepasados, hacia esta ciudad de Jerusalén, y hacia este templo, escucha desde el cielo sus oraciones y ruegos, y ayúdalo; perdónales a tu pueblo todos los pecados que haya cometido contra ti.
Dios mío, míranos y escucha las oraciones que se hagan en este lugar.
Y ahora, mi Dios, ¡Ven con el cofre de tu pacto, Que es símbolo de tu poder, al templo donde vivirá para siempre! ¡Tus sacerdotes, Dios mío, llevarán tu salvación a todos! ¡los que siempre te obedecen gozarán de prosperidad! Dios mío, no niegues tu apoyo al rey que has elegido; acuérdate de la obediencia de David, tu servidor.

Aquí puedes darte cuenta que para Dios lo fundamental es que el hombre le conozca y obedezca sus enseñanzas y por ende cambie su manera de vivir y entonces, El cumple su Pacto,  pero es necesario que el hombre pida sabiduría y que piense bien antes de actuar para que haga lo correcto pues sólo con la ayuda de Dios, el hombre puede gobernar su vida y por añadidura, Dios prospera al hombre que le obedece.

Por eso, es importante que el hombre construya una vida llena de prudencia e inteligencia para que sea agradable a Dios, pues el hombre debe entender que su ser es templo del Espíritu de Dios, El reina en cada corazón humilde y arrepentido y Dios habita por siempre.

Así pues, el hombre regenerado sabe que Dios cumple sus promesas, pero es necesario que el hombre busque a  Dios, que esté en constante oración pidiendo al Padre que examine su corazón y  perdone  sus transgresiones y que el hombre tenga la confianza de que Dios escucha sus peticiones, oye su clamor en cuando está en dificultades y Dios brinda su apoyo al hombre que está en comunión con El.


Con Alta Estima,

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