jueves, 20 de agosto de 2015

La Palabra de vida es Jesucristo, que es quien da la vida verdadera: la vida eterna.


Esta carta habla de la Palabra de vida, la cual ya existía desde antes de que Dios creara el mundo. La escribimos para contarles lo que hemos visto y oído acerca de ella, para que juntos podamos alegrarnos completamente. Así ustedes se mantendrán unidos a nosotros, como  nosotros nos mantenemos unidos a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo.

La Palabra de vida es Jesucristo, que es quien da la vida verdadera: la vida eterna. Jesucristo estaba con Dios el Padre, pero vino a nosotros. Y nosotros, sus discípulos, lo vimos con nuestros propios ojos, lo escuchamos hablar, y hasta pudimos tocarlo.

Jesucristo nos enseñó que Dios es luz, y que donde Dios está no hay oscuridad. Este es el mensaje que ahora les anunciamos.

Si decimos que somos amigos de Dios y, al mismo tiempo, vivimos pecando, entonces resultamos ser unos mentirosos que no obedecen a Dios. Pero si vivimos en la luz, así como Dios vive en la luz, nos mantendremos unidos como hermanos y Dios perdonará nuestros pecados por medio de la sangre de su Hijo Jesús.

Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no decimos la verdad. Pero si reconocemos ante Dios que hemos pecado, podemos estar seguros de que él, que es justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad.

Si decimos que nunca hemos hecho lo malo, hacemos que Dios aparezca como un mentiroso, y no hemos aceptado el mensaje que él nos ha dado.

Aquí puedes darte cuenta que es indispensable que el hombre viva apegado a la Palabra de Dios, para que se mantenga unido a Dios, nuestro Padre Celestial y a su Hijo Jesucristo, que vino al mundo para vivir como nosotros y El es la fuente de vida verdadera, la vida eterna.

Asimismo, a través de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo aprendemos que Dios es luz, y, por tanto, el hombre que cree en Jesús, en su nueva vida ya no hay oscuridad pues al aceptar a Jesús se ha alejado del pecado y entonces el hombre regenerado, ha sido limpiado de sus pecados por medio de la sangre de Jesús.

Por tanto, lo importante es que el hombre reconozca ante Dios que ha pecado y con humildad pida perdón y Dios borra sus transgresiones pues ha aceptado el mensaje de Dios, y, por ende el hombre obediente ahora es amigo de Dios.

Con Alta Estima,


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