Dios también me dijo: Voy a enviar una tormenta destructora contra
Babilonia, es pueblo rebelde. Mandaré contra ella naciones enteras para que la
lancen al viento, la destruyan y la dejen vacía. El día que sea destruida, la
atacarán por todos lados. Los soldados babilonios ya están preparando sus
armas, pero ustedes ni siquiera deben dejar que se pongan la armadura. Al
contrario, ¡maten a sus jóvenes!, ¡quítenles la vida a sus soldados! ¡Que sus
cadáveres queden tendidos por las calles de Babilonia! Todos en Israel y en
Judá son culpables delante de mí, pero nunca los he abandonado. Yo soy el Dios
todopoderoso; ¡soy el único Dios de Israel!
¡Salgan ya de Babilonia! ¡Sálvese quien pueda! ¡No tienen por qué
morir por culpa de los babilonios! Finalmente ha llegado la hora en que voy a
vengarme de ellos. ¡Voy a darles su merecido! ¡Babilonia fue en mis manos como
una fina copa de oro; todo el mundo bebió de esa copa y con el vino se
emborrachó. Pero, cuando menos lo esperaba, fue derrotada y quedó destruida. ¡Lloren
por ella! ¡Busquen algún remedio para su pena, a ver si recobra la salud!
Algunas naciones quisieron sanarla, pero no lo consiguieron. Eran
tantos sus pecados que llegaban hasta el cielo, ¡más allá de las nubes! Los
israelitas dicen: ¡Nuestro Dios nos ha hecho justicia! ¡Vayamos y contemos en
Jerusalén lo que Dios ha hecho por nosotros! Y Yo digo: Ustedes, reyes del país
de Media, sáquenle punta a sus flechas y tengan listos sus escudos, pues quiero
que destruyan a Babilonia. Los babilonios destruyeron mi templo; por eso quiero
vengarme de ellos.
¡Den la señal de ataque y derriben los muros de Babilonia! ¡Vigilen de
cerca a los babilonios y háganlos caer en la trampa! Yo soy el Dios de Israel y
cumpliré mis planes contra ellos. Ustedes los babilonios viven junto a los ríos
y gozan de grandes riquezas; ¡pero ya les llegó la hora de morir! Voy a
enviarles muchos enemigos que cantarán victoria sobre ustedes. Yo soy el Dios
todopoderoso y les juro que así lo haré.
Con su poder y sabiduría, y con mucha inteligencia, Dios hizo la
tierra, afirmó el mundo y extendió los cielos. Basta con que Dios hable para
que rujan los cielos y aparezcan las nubes en el horizonte. En medio de fuertes
relámpagos y de vientos huracanados Dios hace que llueva. La gente es estúpida,
no sabe nada; los ídolos son una vergüenza para quienes los fabrican. Esas
imágenes son un engaño; por supuesto, no tienen vida. No valen nada, son pura
fantasía; cuando Dios las juzgue, serán destruidos. Pero nuestro Dios no es
así; ¡él hizo todo lo que existe! Nuestro Dios nos eligió y nos hizo su pueblo.
¡Su nombre es el Dios todopoderoso!
Dios también me dijo: Babilonia, tú eres mi arma de guerra. Contigo
destruyo naciones y reinos, contigo destruyo jinetes y caballos, contigo
destruyo carros de guerra. Contigo
destruyo hombres y mujeres, contigo destruyo muchachos y muchachas.
Contigo destruyo ejércitos y generales, contigo destruyo campesinos y bueyes,
contigo destruyo jefes y gobernantes.
Ustedes, gente de Judá, verán con sus propios ojos cómo voy a castigar
a Babilonia y a todos los que viven allí. Los castigaré por todo el daño que le
hicieron a Jerusalén. Les juro que así lo haré. A ti, Babilonia, te dicen
“máquina de la destrucción” porque con tu poder destruyes la tierra. Pero yo
voy a lanzarme contra ti. Te agarraré entre mis manos y te haré rodar por el
precipicio; ¡te convertiré en una máquina inservible! Nunca más tus piedras se
usarán para construir, ni para poner los cimientos de casas y edificios. Tu
territorio quedará vacío para siempre. Te juro que así será.
Dios también me dijo: Que agiten las naciones su bandera contra la
tierra de Babilonia! ¡Que suene el toque de trompeta, y que ataquen a Babilonia
los reinos de Ararat, Miní y Askenar! ¡Que nombren a un general, y que ataque
la caballería! ¡Llamen a los reyes del país de Media, y a sus gobernadores y
oficiales! ¡Llamen a todo el imperio de Media! ¡Llamen a todas las naciones!
¡Que vengan y ataquen a Babilonia!
Los babilonios se retuercen de dolor porque he decidido llevar a cabo
mis planes contra su país. ¡Voy a destruirlos por completo, y nadie quedará con
vida! Los soldados de Babilonia ya no tienen valor para luchar. Débiles y
llenos de miedo, se han refugiado en sus torres; mientras tanto, el enemigo
quema casas y derriba puertas. Un mensajero tras otro llega y da al rey la
noticia: ¡Ha caído la ciudad de Babilonia! El enemigo controla los puentes, los
cañaverales están en llamas, y todos los soldados babilonios están temblando de
miedo. La ciudad de Babilonia va a quedar tan desierta como un campo arrasado
por el fuego. ¡Llegó la hora de su destrucción!
La gente de Jerusalén se queja de que el rey de Babilonia los dejó
como un plato vacío. Dicen que les causó mucho miedo, que se llevó todas sus
riquezas, que se los tragó como un monstruo y luego los arrojó a la basura.
Ahora me piden que los castigue por las humillaciones que sufrieron; ¡me piden
que paguen con sangre toda la sangre israelita que derramaron!
Dios le dijo al pueblo de Judá: Por todo eso que los babilonios han
hecho con ustedes, yo los voy a defender, voy a vengarme de ellos. Dejaré secos
todos sus pozos, y Babilonia quedará en ruinas; allí vivirán sólo perros
salvajes. Babilonia será un país sin gente, del que todo el mundo se burlará.
Los babilonios rugen y gruñen como cachorros de león. Cuando tengan hambre, yo
les daré de comer y beber para que se diviertan y se emborrachen. Así caerán en
un sueño profundo del que nunca más despertarán; yo los llevaré al matadero,
como se lleva a los carneros, a los corderos y a los chivos. Les juro que así
lo haré.
La gran ciudad de Babilonia, a la que todo el mundo admiraba, ha caído
en poder de sus enemigos! ¡Todas las naciones se espantan al ver cómo ha
quedado destruida! Sus enemigos se levantaron, como las agitadas olas del mar,
y la inundaron por completo. Sus ciudades han quedado vacías; nadie vive en
ellas, nadie pasa por allí. ¡Hasta parecen un desierto! Bel es el dios de
Babilonia, pero yo lo voy a castigar: ¡haré que vomite lo que se comió! Las
naciones ya no vendrán a adorarlo, y los muros de Babilonia serán derribados.
Ustedes, pueblo mío, no tengan miedo ni se desanimen por los rumores
que se escuchan; todos los años hay nuevos rumores, abunda la violencia en el
país, y todos los gobernantes se pelean. ¡Salgan ya de Babilonia, y pónganse a
salvo de mi enojo! Viene el día en que castigaré a los dioses de Babilonia.
Todo el país quedará humillado, y por todas partes habrá cadáveres. Del norte
llegarán los ejércitos que destruirán a Babilonia. El cielo y la tierra, y todo
lo que existe, entonarán cantos de alegría. Babilonia merece la muerte por haber
matado a tantos israelitas y a tanta gente de otras naciones.
Ustedes, los de Judá, que escaparon con vida cuando Jerusalén fue
conquistada, y ahora viven en lejanas tierras, ¡salgan ya de Babilonia! Aunque
vivan lejos, recuérdenme, y no se olviden nunca de Jerusalén. Los extranjeros no
respetaron mi santuario. Por eso ustedes sienten vergüenza, pues oyen que la
gente los insulta y se burla de ustedes. Pero en un día ya muy cercano
castigaré a los dioses de Babilonia; ¡por todo ese país habrá gritos de dolor!
Aunque Babilonia tenga murallas tan altas como los cielos, yo voy a enviar un
ejército que derribará esas altas murallas. Les juro que así lo haré.
Dios continuó diciendo: ¡Escuchen los gritos de terror que nos llegan
desde Babilonia! ¡Babilonia será destruida! Se acerca ya un ejército dispuesto
a destruirla. Sus enemigos rugen como las olas; por todas partes se escuchan
sus gritos. Los soldados babilonios serán capturados, y sus armas serán
despedazadas. Haré que se emborrachen sus jefes y sus sabios, sus gobernadores
y sus oficiales, y todos sus soldados. ¡Se dormirán, y nunca más despertarán!
¡Yo dejaré a Babilonia en ruinas, y pondré fin a sus fiestas. Yo soy rey de
Israel; soy el Dios todopoderoso, y a cada quien le doy su merecido. Les juro
que así lo haré.
El Dios de Israel también me dijo: Los anchos muros de Babilonia serán
derribados por completo, y sus majestuosos portones serán quemados. ¡De nada
habrá servido tanto esfuerzo de las naciones y de los pueblos, pues todo eso
acabará en el fuego!
Cuando Sedequías tenía cuatro años de reinar en Judá, fue a Babilonia.
Con él fue también Seraías, que estaba a cargo de ese viaje. Antes del viaje,
yo, Jeremías, le di a Seraías un mensaje: Escribí en un rollo de cuero todas
las desgracias que iban a venir sobre Babilonia, luego se lo entregué a
Seraías, y le dije: En cuanto llegues a Babilonia, deberás leer en voz alta
todo lo que aquí dice. Cuando hayas terminado, orarás así a nuestro Dios: Tú
has prometido que vas a destruir este lugar. Has dicho que vas a dejarlo hecho
un desierto, y que aquí no podrá vivir ninguna persona ni ningún animal.
Entonces atarás, una piedra al rollo, y lo arrojarás al río Eúfrates. Luego dirás: Así como este rollo de cuero se
hundió en el río, también Babilonia se hundirá, y nunca más volverá a
levantarse. Todos los que viven en Babilonia, morirán. Esta ciudad nunca podrá
recuperarse del castigo que Dios le va a mandar. Aquí termina todo lo que yo, Jeremías,
dije y escribí.
Aquí puedes darte cuenta que Dios es todopoderoso y que grande es su
misericordia pues a pesar de que el hombre se rebele, Dios no lo abandona pero
es de prioridad que el hombre se arrepienta de sus pecados y El le perdona y le
restaura pues sólo Dios puede sanar el corazón herido de cada persona para que le ame
y de a amor a los demás.
Ahora bien, fíjate que lo importante es que Dios tiene un plan para
cada persona, pues El te ha elegido y cumplirá el propósito que tiene para cada
cada uno, pero es necesario que el hombre viva de acuerdo al orden establecido
por Dios, obedeciendo sus mandamientos y, por ende el hombre cambiará su manera de vivir, corregirá su vieja naturaleza, dejando a un
lado el pasado, ya que la Palabra protege al hombre de los cinceles de la vida
y le ayuda a hacerles frente con una nueva actitud, con un corazón humilde y
arrepentido pues sabes, sólo la Palabra de Dios edifica.
Con Alta Estima,
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