Mi nombre es Ezequiel hijo de Buzí, y soy sacerdote. Fui
llevado prisionero a Babilonia, junto con el rey Joaquín y muchos otros
israelitas. Cinco años después, Dios me habló y me hizo sentir su poder y me
permitió ver algunas cosas que iban a suceder. Estaba yo junto al río Quebar.
Era el día cinco del mes de Tamuz del
año treinta. Ese día pude ver que el cielo se abría y que se aproximaba una
gran tormenta. Un fuerte viento soplaba desde el norte y trajo una nube muy
grande y brillante. De la nube salían relámpagos en todas direcciones, y de en
medio de la nube salía un fuego que brillaba como metal pulido.
Luego salieron cuatro seres muy extraños. Sus piernas eran
rectas; sus pies parecían pezuñas de toro y brillaban como el bronce pulido.
Cada uno tenía cuatro alas, y en sus cuatro costados, debajo de las alas,
tenían brazos y manos humanas. Extendías dos de sus alas para tocarse entre sí,
y con las otras dos alas se cubrían el cuerpo.
Los seres tenían cuatro caras. Vistas de frente, tenían
apariencia humana; vistas del lado derecho, parecían caras de león, por el lado
izquierdo, parecían caras de toro, y por atrás parecían caras de águila. Como
el espíritu de Dios los hacía avanzar, se movían de un lado a otro con la
rapidez del relámpago, pero siempre hacia delante. Nunca se volvían para mirar
hacia atrás. Estos seres brillaban como carbones encendidos; parecía, como si
en medio de ellos hubiera antorchas moviéndose de un lado a otro, o como si de
un fuego muy brillante salieran rayos de luz.
Mientras yo los miraba, vi que en el suelo había una rueda
junto a cada uno de ellos. Las cuatro ruedas eran iguales, y brillaban como las
piedras preciosas. Todas ellas estaban entrelazadas, como si formaran una
estrella. Eso les permitía girar en cualquier dirección, sin tener que volver
atrás.
Pude ver también que los aros de las cuatro ruedas tenían
ojos alrededor. Eso me llenó de miedo. Y como el espíritu de Dios estaba en los
seres y en las ruedas, los hacía avanzar en la dirección que quería: hacia
adelante, hacia arriba o hacia atrás. Por encima de las cabezas de estos seres
había algo muy brillante, parecido a una cúpula de cristal. Debajo de esa
cúpula, los seres se movían y extendían totalmente dos de sus alas para tocarse
entre sí, lo que causaba un ruido muy fuerte, semejante a un mar embravecido. Y
cuando se detenían, cerraban sus alas. Mientras tanto, con sus otras dos alas
se cubrían el cuerpo. Entonces podía oírse por encima de la cúpula un fuerte
ruido, como si allí estuviera acampando un gran ejército. ¡Era como oír la voz
del Dios todopoderoso!
Sobre la cúpula de cristal había una piedra preciosa, que
tenía la forma de un trono. Sobre ese trono podía verse la figura de un ser
humano. De la cintura para arriba brillaba como el metal derretido; de la
cintura para abajo, brillaba como el fuego. ¡Era como ver el arco iris
después de un día lluvioso! Entonces me
di cuenta que estaba contemplando a Dios en todo su esplendor, y me arrodillé
hasta tocar el suelo con la frente, en actitud de adoración. Entonces escuché
una voz que me hablaba.
Aquí puedes darte cuenta que Dios tiene propósitos para cada
persona, y elige a todo aquel de actitud humilde que escuche su voz, por lo tanto, el hombre debe tener la certeza
que Dios está estableciendo su plan ya que El es la autoridad en el cielo y en
la tierra y éste se cumple en el tiempo
que El ha determinado pues la magnitud de su poder es incomparable y El hace
que cada persona que lo busca sienta su presencia, pero es esencial que el
hombre a través de su Palabra despierte
y se avive su espíritu, y el espíritu de Dios habitará en su ser interior, El lo
guiará y le hará avanzar.
No obstante, lo importante es que el hombre sepa que sólo
Dios puede liberarlo de su prisión pero es necesario que se arrepienta, que
muestre a Dios un corazón contrito y humillado para que Dios le perdone pues es
grande su misericordia; entonces, ya no volteará a ver atrás, el pasado queda
como un recuerdo que quizá marca una etapa de la vida de la persona pero sin
hacer estragos, pues El sana las heridas, El quita el dolor, para que el hombre
pueda brillar, pues Dios le da ese calor para que potencialmente sea restaurado,
se convierta en una estrella y alcance la madurez espiritual.
Asimismo, ver la gloria del Señor es sentir su presencia, tener
una actitud de adoración y contemplar su rostro en sus diferentes aspectos, su realeza, su
servicio, su perfecta humanidad y su deidad, palparla a través del Espíritu de Dios pero sabes,
es conveniente que el hombre obedezca y siga el camino recto que lo lleva a Jesucristo pues El es la verdad y su Palabra
da vida eterna.
Con Alta Estima
No hay comentarios:
Publicar un comentario