¡Pobrecita de ti, Jerusalén! Cuando Dios se enojó contigo, derribó tu
templo y acabó con tu belleza. Ni siquiera se acordó de tu reino en este mundo.
Ofendido y enojado, Dios destruyó por completo todas las casas de Israel.
Derribó las fortalezas de Judá; quitó al rey de su trono, y puso en vergüenza a
sus capitanes.
Borró Dios nuestro poder cuando se enojó con nosotros. Nos enfrentamos
al enemigo, pero Dios nos retiró su ayuda. ¡Todo Israel arde en llamas! ¡Todo
lo destruye el fuego! Rompió en mil pedazos las casas de Jerusalén, y acabó con
nuestros seres queridos. Como si fuera nuestro enemigo, decidió quitarnos la
vida; su enojo fue como un fuego que nos destruyó por completo.
El llanto por los muertos se oye por toda Judá. Dios parece nuestro
enemigo, pues ha acabado con nosotros. ¡Todas sus fortalezas y palacios han
quedado en ruinas! Como quien derriba una choza, Dios destruyó su templo. Ya
nadie en Jerusalén celebra los sábados ni los días de fiesta. Dio rienda suelta
a su enojo contra el rey y los sacerdotes. Incitó al ejército enemigo a
conquistar Jerusalén, y el enemigo gritó en su templo como si estuviera de
fiesta. ¡Dios ha rechazado por completo su altar y su santuario! Todos los
muros y las rampas son ahora un montón de escombros. Dios decidió derribar el
muro que protegía a Jerusalén. Todo lo tenía planeado; ¡la destruyó sin
compasión!
¡Adiós, maestros de la ley! ¡Adiós, profetas! ¡Dios ya no habla con
nosotros! El rey y los capitanes andan perdidos entre las naciones. La ciudad
quedó desprotegida, pues Dios derribó sus portones. De luto están vestidos los
ancianos de Jerusalén. En silencio se sientan en el suelo y se cubren de ceniza
la cabeza. ¡Las jóvenes de Jerusalén bajan la cabeza llenas de vergüenza!
Estoy muy triste y desanimado porque ha sido destruida mi ciudad. ¡Ya
no me quedan lágrimas! ¡Siento que me muero! Por las calles de Jerusalén veo
morir a los recién nacidos. Tímidamente claman los niños: ¡Mamá, tengo hambre!;
luego van cerrando los ojos y mueren en las calles, en brazos de su madre.
Incomparable eres tú, Jerusalén; ¿Qué más te puedo decir? ¿Qué puedo hacer para
consolarte, bella ciudad de Jerusalén? Tus heridas son muy profundas; ¿quién
podría sanarlas?
Jamás te dijeron la verdad; los profetas te mintieron. Si no te
hubieran engañado, ahora estarías a salvo. Pero te hicieron creer en mentiras y
no señalaron tu maldad. ¿En dónde quedó la hermosura de la bella Jerusalén, la
ciudad más alegre del mundo? Eso preguntan al verte los que pasan por el
camino, y se burlan de tu desgracia. Rabiosos están tus enemigos, y no dejan de
hablar mal de ti. Gritan en son de victoria: ¡Llegó el día que habíamos
esperado! ¡Hemos acabado con Jerusalén, y hemos vivido para contarlo!
Una vez, años atrás, Dios juró que lo destruiría, y ha cumplido su
palabra: te destruyó sin compasión, y permitió que tus enemigos te vencieran y
te humillaran. Si, bella Jerusalén, deja que tus habitantes se desahoguen ante
Dios. Y tú, no dejes de llorar; ¡da rienda suelta a tu llanto de día y de
noche! Alza la voz y ruega a Dios por la vida de tus niños, que por falta de
comida caen muertos por las calles. Clama a Dios en las noches; cuéntales cómo
te sientes. Las madres están por comerse a los hijos que tanto aman. Los
sacerdotes y los profetas agonizan en tu templo. Piensa por favor, Dios mío, ¿a
quién has tratado así? En tu enojo les quitaste la vida a los jóvenes y a los
ancianos. Mis muchachos y muchachas cayeron muertos por las calles bajo el
golpe de la espada; ¡no les tuviste compasión!
Nadie quedó con vida el día que nos castigaste; fue como una gran
fiesta para el ejército enemigo: murieron todos mis familiares, ¡nos atacaste
por todos lados!
Lo importante, es que el hombre esté motivado, mientras haya vida hay
esperanza, pero es necesario que reflexione si todo lo que hace es correcto y
se vuelva a Dios, que se aparte del pecado que borra la belleza interior de
cada persona y sólo Dios puede sanar las heridas profundas que el pecado provoca,
siendo imprescindible que el hombre luche
diariamente para vencer los deseos de la carne, que muera a los deseos superfluos
pues sólo apegado a las enseñanzas de Jesucristo, el hombre nace de nuevo,
cambia de actitud para que su esencia sienta el gozo del espíritu de Dios.
Ahora bien, un punto fundamental es que el hombre reconozca al Señor
como su redentor pues sólo Dios puede derribar los muros que el hombre
construye y que le evitan acercarse a El,
pero sabes, Dios todo lo sabe, El mira el corazón del hombre que está atado a
cosas pecaminosas y que sólo un arrepentimiento verdadero y un cambio de
actitud será liberado pues para Dios todo es posible y, con la certeza de que
Dios es todopoderoso, entonces de ahora en adelante el hombre cuidará su camino
y Dios le guardará, pues sólo su fuerza, su poder le protegerá del enemigo, lo
ayudará a mantenerse alejado de llevar una vida mundana y evitará que el pecado
lo lleve a la destrucción.
Entonces, el hombre debe dar gracias a Dios por todo, que ponga su confianza en El para que venza los
ataques del enemigo, pues sólo asido de la mano de Dios logrará la victoria.
Con Alta Estima,
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