Por el contrario, Josafat, el rey de Judá, regresó sano y
salvo a su palacio en Jerusalén. Entonces el profeta Jehú hijo de Hananí, salió
a recibirlo y le reclamó: ¿Por qué ayudaste a un malvado, y te hiciste amigo de
gente que odia a Dios? Dios está muy enojado contigo. Sin embargo, a Dios le
agrada que hayas destruido en todo el país las imágenes de Astarté, y que lo
ames con sinceridad.
Aunque Josafat vivía en Jerusalén, recorría todo su
territorio visitando cada una de sus ciudades; hablaba con la gente y hacía que
se arrepintiera y adorara al Dios de sus antepasados. Al mismo tiempo, iba
nombrando jueces en todas las ciudades de Judá, las cuales había convertido en
fortalezas. A estos jueces les decía: Ustedes
serán los representantes de la justicia de Dios, no de la justicia humana. Por
eso deben ser muy cuidadosos al cumplir con su deber. Respeten siempre a Dios,
y recuerden que él no acepta las injusticias; él no verá bien que ustedes
favorezcan más a una persona que a otra, o que le den la razón a alguien a
cambio de dinero. Dios los ayudará a ser justos en todo lo que hagan.
En la ciudad de Jerusalén, Josafat eligió a algunos de los
sacerdotes y de sus ayudantes, así como a algunos jefes de familia de Israel,
para que sirvieran como jueces y resolvieran los problemas que tuviera la
gente. A ellos les dio las siguientes instrucciones: Para que ustedes cumplan
con su trabajo como Dios manda, es necesario que siempre obedezcan a Dios, y
hagan su trabajo con honestidad.
Ustedes deben enseñarles a sus compatriotas a obedecer todo
lo que Dios ha ordenado, ya sea que se trate de un asesinato, o de cualquier
otro tipo de problemas. Díganlo a la gente que no ofenda a Dios, para que él no
los castigue. Sigan ustedes mi consejo, y no tendrán de qué arrepentirse.
Como jefe de ustedes he puesto a Amarías, el jefe de los
sacerdotes; él los guiará en todos los asuntos que tengan que ver con Dios.
Zebadías, hijo de Ismael y jefe de la tribu de Judá, los ayudará a resolver los
asuntos que tengan que ver con el bienestar del reino. Los ayudantes de los
sacerdotes los ayudarán en lo que ustedes pidan. ¡Dios los ayudará a hacer el
bien! ¡Sean valientes, y manos a la obra!
Después de esto, los moabitas, los amonitas, y parte de los
meunitas, se unieron para atacar a Josafat. Los mensajeros de Josafat le dieron
aviso, diciéndole: ¡Un ejército muy numeroso viene a atacarte! Partió de Edom,
del otro lado del Mar Muerto, y ya está muy cerca, en la ciudad de En-gadi.
Josafat, lleno de miedo, buscó la ayuda de Dios, y para mostrar
su angustia le pidió a todo su pueblo que no comiera. De todas las ciudades de
Judá llegó gente a Jerusalén para pedir la ayuda de Dios. Al ver la multitud,
Josafat se puso de pie, frente al patio nuevo que está en la entrada del templo
de Dios, y oró así: Dios de nuestros
antepasados, ¡tú estás en los cielos, y dominas a todas las naciones de la
tierra! ¡La fuerza y el poder te pertenecen! ¡Nadie puede vencerte! Dios
nuestro, tú expulsaste a los pueblos que antes vivían en este territorio, y nos
lo diste a nosotros, que somos descendientes de tu amigo Abraham.
Este ha sido nuestro país, y en él edificamos un templo para
honrarte; allí hicimos esta oración: Si en alguna ocasión nos castigas con toda
clase de males, y en medio de nuestras angustias venimos a buscarte a este
templo, escúchanos y ayúdanos.
Cuando nuestros antepasados salieron de Egipto, tú no les
permitiste entrar al territorio de Amón, Moab y Seír, sino que les mandaste que
fueran por otro camino. Así evitaste que ellos destruyeran a esos pueblos. Pero
ahora los ejércitos de esa gente nos están atacando, y nos quieren echar del
territorio que tú nos diste.
Dios nuestro, ¡castígalos! Nosotros no podemos hacerle
frente a un ejército tan grande. ¡Ni siquiera sabemos qué hacer! Por eso nos
dirigimos a ti en busca de ayuda.
Todo el pueblo de Judá, hombres, mujeres y niños, estaba de
pie en el templo de Dios. Allí también se encontraba uno de los ayudantes de
los sacerdotes, llamado Jahaziel hijo de Zacarías. Estos son los antepasados de
Jahaziel: Asaf, Matanías, Jeiel, Benaías, Zacarías.
De pronto, el espíritu de Dios le dio este mensaje a
Jahaziel, quien dijo: ¡Rey Josafat, y todos los que viven en Judá y en
Jerusalén, escuchen bien esto! Dios dice que él peleará contra ese ejército tan
numeroso, así que no se alarmen ni tengan miedo.
El día de mañana, ellos subirán por la cuesta de Sis;
ustedes salgan a encontrarlos donde termina el río que está frente al desierto
de Jeruel. Pero no los ataquen; más bien quédense quietos allí, y sean testigos
de cómo Dios peleará contra ellos.
Entonces Josafat se puso de rodillas, hasta tocar el suelo
con la frente, y todos los que estaban con él también se arrodillaron ante Dios
y lo adoraron. Mientras tanto, los descendientes de Quehat y de Coré, de la
tribu de Leví, se pusieron de pie, alzaron su voz y empezaron a cantar
alabanzas a Dios.
Al día siguiente, se levantaron muy temprano y se prepararon
para ir hacia el desierto de Tecoa. Cuando iban saliendo de Jerusalén, Josafat
se puso de pie y les dijo: Escúchenme con atención, todos los que viven en
Jerusalén y en Judá: Confíen en nuestro Dios y en sus profetas; si lo hacen,
todo saldrá bien; ¡nada nos sucederá!
Luego Josafat se puso de acuerdo con el pueblo, y eligió a
varios cantores para que marcharan al frente del ejército, y fueran cantando y
alabando a Dios con el himno que dice: Den gracias a Dios, porque él nunca deja
de amarnos. Los cantores marcharon, vestidos con sus trajes especiales, y en
cuanto empezaron a cantar, Dios confundió a los enemigos de Judá. Fue tal la
confusión, que los amonitas y los moabitas atacaron a los de Seír, hasta que
acabaron con todos. Luego, los amonitas y los moabitas se pelearon entre ellos,
y acabaron matándose unos a otros. Así fue como cayeron derrotados.
Cuando el ejército de Judá llegó hasta el punto desde el
cual se ve el desierto, sólo vieron un montón de cadáveres regados por todos
lados. ¡No quedó nadie con vida!
Entonces Josafat y su ejército fueron a apoderarse de las
pertenencias de sus enemigos. Encontraron gran cantidad de alimentos, ropa y
utensilios valiosos; era tanto lo que había, que pasaron tres días recogiéndolo
todo, y ni aun así pudieron llevárselo.
Al cuarto día se reunieron en un valle para bendecir a Dios.
Por eso, hasta el día en que se escribió esta historia, a ese lugar se le
conoce como Valle de Bendición.
Y como Dios les había dado una gran alegría por la derrota
de sus enemigos, todos los hombres de Judá y de Jerusalén regresaron muy
felices a Jerusalén, bajo el mando de Josafat. Al llegar, se dirigieron al
templo de Dios tocando arpas, instrumentos de cuerdas y trompetas.
Cuando los demás pueblos de la región se enteraron de que
Dios mismo había peleado contra los enemigos de Israel, tuvieron mucho miedo y
ya no se atrevieron a pelear contra Israel. Desde entonces, el reinado de
Josafat gozó de mucha tranquilidad.
Josafat tenía treinta y cinco años de edad cuando fue
nombrado rey, y reinó en Jerusalén veinticinco años. Su madre se llamaba Azubá,
y era hija de Silhí.
Josafat se comportó siempre bien, y obedeció a Dios en todo,
así como lo había hecho su padre Asá. Sin embargo, Josafat no destruyó los
pequeños templos que había en las colinas, donde se adoraba a otros dioses,
pues no todos amaban a Dios con sinceridad.
A pesar de que Ocozías, rey de Israel, era un hombre
malvado, Josafat también se unió a él, y juntos construyeron barcos en el
puerto de Esión-guéber, para enviarlos a Tarsis. Fue entonces cuando Eliézer
hijo de Dodavahu, de la ciudad de Maresá, le dio a Josafat este mensaje de
parte de Dios: A Dios no le agradó que te unieras a Ocozías, y por eso
destruirá los barcos que has construido.
Y así sucedió; los barcos se hundieron y no pudieron partir
hacia Tarsis. La historia de Josafat, de principio a fin, está escrita en
<Las historias de Jehú hijo de Hananí>, que son parte del libro de la
historia de los reyes de Israel.
Cuando Josafat murió, lo enterraron en la tumba de sus
antepasados, que está en la Ciudad de David. Joram, su hijo, reinó en su lugar.
Josafat, rey de Judá, tuvo siete hijos: Joram, Azarías,
Jehiel, Zacarías, Azarías, Micael, Sefatías.
Joram era el mayor de todos, y por eso le correspondía ser
el rey. Al resto de sus hermanos su padre les dio como regalo mucho oro y
plata, y objetos de gran valor. Además, los nombró gobernadores de varias
ciudades fortificadas en Judá.
Sin embargo, cuando Joram tuvo control total del reino, se
aseguró de que nadie se lo quitara, y mandó matar a todos sus hermanos y
también a algunos de los líderes más importantes del país.
Joram tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar. La
capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró ocho años.
Joram desobedeció a Dios, al igual que los otros reyes de
Israel, y en especial los de la familia de Ahab, porque se casó con la hija de
Ahab. A pesar de eso, Dios no quiso destruir a Joram, pues le había prometido a
David que su familia siempre reinaría.
Durante el reinado de Joram, el país de Edom se rebeló
contra Judá. Los edomitas ya no querían seguir bajo el dominio de Judá, y por
eso nombraron su propio rey; luego fueron y rodearon con su ejército a Joram y
a su gente. Joram, por su parte, se levantó de noche, llamó a los jefes del
ejército, preparó los carros de combate, y atacó a los de Edom. Pero Joram y su
gente perdieron la batalla, y hasta el momento en que esto se escribió, Judá no
pudo volver a dominar a los edomitas.
Y como Joram había dejado de obedecer y honrar a Dios, en
esos días también la gente de Libná se rebeló contra Judá. Por si fuera poco,
Joram construyó altares en las colinas de Judá, para que la gente de Jerusalén
adorara a dioses falsos. Joram hizo que todo el pueblo de Judá se alejara de
Dios.
El profeta Elías le envió a Joram una carta que decía:
Nuestro Dios, a quien tu antepasado David adoró, te envía el siguiente mensaje:
Me he dado cuenta de que, en lugar de seguir el buen ejemplo de tu padre
Josafat, o el de Asá, rey de Judá, has seguido el mal ejemplo de los reyes de
Israel. Te has comportado como Ahab; por tu culpa todos los habitantes de Judá
y de Jerusalén aman a otros dioses. Y para colmo, ordenaste que mataran a tus
hermanos, que eran mejores que tú.
Por eso, Dios castigará duramente a tu pueblo, a tus hijos y
a tus mujeres; además, perderás todas las riquezas que has acumulado. Y a ti te
vendrá una enfermedad tan grave, que sufrirás terribles dolores de estómago por
el resto de tu vida, hasta que se te salgan los intestinos.
Y así sucedió. Dios hizo que los filisteos y los árabes,
vecinos de los etíopes, odiaran a Joram, por lo cual se levantaron en guerra e
invadieron Judá. Se apoderaron de todas las riquezas que el rey Joram tenía en
su palacio, y también se llevaron como prisioneros a sus hijos y a sus mujeres.
Solamente le dejaron a Joacaz, su hijo menor.
Después de esto, Dios castigó a Joram con una enfermedad en
el estómago, que no tenía curación. Su sufrimiento duró dos largos años, y era
tan grave su estado, que finalmente se le salieron los intestinos. Murió en
medio de terribles dolores.
En su funeral, el pueblo no le hizo grandes honores, pues no
encendieron en su memoria una gran hoguera, como lo habían hecho con reyes
anteriores.
Joram tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar. La
capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró ocho años. Y aunque lo
enterraron en la ciudad de David, nadie se lamentó por su muerte ni lo pusieron
junto a las tumbas de los reyes.
Los que ayudaron a los árabes en su ataque contra Judá,
mataron a todos los hijos de Joram, excepto al menor de ellos, que se llamaba
Ocozías. Por esa razón, la gente de Jerusalén lo nombró rey. La madre de
Ocozías se llamaba Atalía y era nieta de Omrí.
Ocozías tenía cuarenta y dos años de edad cuando comenzó a
reinar en Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró sólo un
año.
Tras la muerte de su padre, Ocozías siguió los consejos de
su madre y de sus parientes, los descendientes de Ahab. Pero sus consejos
llevaron a este rey al fracaso, pues Ocozías desobedeció a Dios. Por ejemplo,
siguiendo los consejos de sus parientes, Ocozías se unió a Joram, el rey de
Israel, para luchar en contra de Hazael rey de Siria. Pelearon en Ramot de
Galaad, y durante la batalla Joram resultó herido, por lo que tuvo que regresar
a Jezreel para que le curaran las heridas. Luego Ocozías fue a Jezreel a visitarlo.
Dios había decidido que Ocozías muriera durante aquella
visita a Joram, y ya había elegido a Jehú hijo de Nimsí, para que matara a toda
la familia de Ahab.
Y así sucedió; Jehú encontró a los jefes principales de Judá
y a los ayudantes de Ocozías, que eran familiares de este, y los mató.
Ocozías había salido con Joram para encontrarse con Jehú,
pero al enterarse de lo que Jehú había hecho, huyó y se escondió en Samaria.
Sin embargo, los hombre de Jehú lo atraparon, lo llevaron preso ante Jehú, y lo
mataron. Como Ocozías había sido nieto de Josafat, que había servido a Dios con
toda sinceridad, decidieron enterrarlo.
Después de esto ya no hubo en la familia de Ocozías nadie
que pudiera ser rey en Judá.
Cuando Atalía, la madre de Ocozías, se enteró de que su hijo
había muerto, mandó matar a toda la familia del rey. Pero Joseba, que era hija
del rey Joram, hermana de Ocozías y esposa del sacerdote Joiadá, tomó a Joás,
que era uno de los hijos de Ocozías, y lo escondió con su niñera en el
dormitorio. Así escapó Joás de la muerte, y durante seis años estuvo escondido
con su niñera en el templo de Dios. Mientras tanto, Atalía reinaba en el país.
Al séptimo año, Joiadá se armó de valor y mandó llamar a
estos capitanes del ejército: Azarías
hijo de Jeroham, Ismael hijo de Johanán, Azarías hijo de Obed, Maaseías hijo de
Adafas, Elisafat hijo de Zicrí.
Ellos, a su vez, fueron por todo el territorio y las
ciudades de Judá, y reunieron a los ayudantes de los sacerdotes y a los jefes
de las familias de Israel, para que fueran con ellos a Jerusalén. Cuando
llegaron, todos los que habían reunido hicieron un pacto con Joás en el templo
de Dios. Joidá les dijo: ¡Miren, este es el hijo de Ocozías, nuestro antiguo
rey! Como Dios le prometió a David que sus descendientes serían reyes, él es
quien debe reinar ahora.
Por eso quiero que tres grupos de sacerdotes y sus ayudantes
hagan guardia el sábado: Un grupo vigilará las entradas del templo, otro
cuidará el palacio, y el otro vigilará la entrada de los cimientos. El resto de
ustedes estará en los patios del templo de Dios.
Solamente los sacerdotes y sus ayudantes entrarán al templo,
pues ellos se han preparado para hacerlo. Todos los demás vigilarán afuera,
pues así lo ha ordenado Dios.
Los ayudantes de los sacerdotes serán guardaespaldas del rey
Joás; cada uno deberá tener sus armas en la mano, listo para matar a cualquiera
que trate de entrar en el palacio. Deben proteger al rey en todo momento y en
cualquier lugar a donde él vaya.
Los ayudantes de los sacerdotes y toda la gente de Judá
hicieron lo que les ordenó el sacerdote Joiadá. Y como él no dejó que volvieran
a sus casas los que terminaban su turno, los capitanes tenían a su disposición
a todos sus hombres, estuvieran o no de guardia el sábado. Luego el sacerdote
les dio a los capitanes las lanzas y los escudos grandes y pequeños, que habían
sido del rey David y que estaban en el templo.
Desde la parte sur hasta la parte norte del templo, y
alrededor del altar, todo el ejército, armas en mano, protegía al rey.
Entonces Joiadá sacó a Joás, le puso la corona y le dio un
documento con instrucciones para gobernar. Después, Joiadá y sus hijos
derramaron aceite sobre su cabeza y así lo nombraron rey. Todos gritaron: ¡Viva
el rey!
Cuando Atalía escuchó que la gente hacía mucho alboroto y
aclamaba al rey, fue al templo. Allí vio a Joás de pie, junto a la columna de
la entrada. A su lado estaban los capitanes y los músicos; la gente, llena de
alegría, tocaba las trompetas, y los cantores, con sus instrumentos musicales,
dirigían al pueblo, que también tocaba trompetas con gran alegría. Entonces
Atalía rompió su ropa y gritó: ¡Traición! ¡Traición!
El sacerdote Joiadá les ordenó a los capitanes del ejército:
¡No la maten en el templo! ¡Mátenla afuera, y también a cualquiera que la
defienda! Así que luego de tomarla presa, la sacaron por el portón del establo,
la llevaron al palacio y allí la mataron.
Después Joiadá les pidió al rey y al pueblo que se apoyaran
mutuamente. También les pidió que se mantuvieran fieles a Dios. Entonces todos
fueron al templo de Baal y lo derribaron, y destruyeron los altares y los
ídolos. En cuanto el sacerdote de Baal,
que se llamaba Matán, lo mataron frente a los altares.
Joiadá puso soldados bajo las órdenes de los sacerdotes y
sus ayudantes, para que vigilaran el templo de Dios. Tiempo atrás, David había
organizado a los sacerdotes y a sus ayudantes para que, siguiendo las
instrucciones de Moisés, presentaran ofrendas en honor de Dios entre cantos de
alegría.
Además, Joiadá puso vigilantes en las entradas del templo de
Dios, para que sólo dejaran entrar a quien se hubiera preparado debidamente.
Luego, reunió a los capitanes, a la gente importante, a los gobernadores y al
resto del pueblo, y entre todos llevaron al rey desde el templo hasta el
palacio, entrando por el portón superior. Allí lo sentaron sobre el trono, y
todo el pueblo hizo fiesta.
Después de la muerte de Atalía, la ciudad vivió tranquila.
Joás tenía siete años cuando comenzó a gobernar. La capital
de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cuarenta años. Su madre era de
Beerseba, y se llamaba Sibiá. Mientras vivió el sacerdote Joiadía eligió para
él, y tuvo muchos hijos e hijas.
Un día, Joás decidió reparar el templo de Dios, reunió a los
sacerdotes y a los ayudantes de estos y les dijo: Es urgente que vayan por
todas las ciudades de Judá y recojan las ofrendas que el pueblo debe dar cada
año, para así reparar el templo. ¡Háganlo de inmediato!
Sin embargo, los ayudantes de los sacerdotes no le dieron
importante a la orden del rey. Entonces Joás mandó llamar a Joiadá, jefe de los
sacerdotes, y les reclamó.
¿Por qué nos has enviado a tus ayudantes a recorrer Judá y
Jerusalén, para que recolecten la contribución que Moisés y los israelitas
acordaron dar para el templo? Recuerda que los hijos de la malvada Atalía
robaron muchas cosas del templo de Dios, y que hasta se llevaron nuestros
utensilios para adorar a sus dioses falsos.
Entonces, el rey mandó hacer un cofre para que lo pusieran
en la entrada del templo de Dios. Luego le anunció a toda la gente de Judá y
Jerusalén que debían traerle a Dios la contribución que Moisés había ordenado
cuando estaban en el desierto.
Al oír esto, todos los jefes del país, y el pueblo en
general, se alegraron y llevaron sus ofrendas al cofre hasta llenarlo. Cada
día, los ayudantes de los sacerdotes llevaban el cofre de los asistentes del
rey. Cuando estos veían que había mucho dinero, le avisaban al secretario del
rey y al asistente del jefe de los sacerdotes para que lo vaciaran. Luego,
volvían a colocar el cofre a la entrada del templo, de esa manera, lograron
juntar una gran cantidad de dinero.
El rey y Joiadá le daban el dinero a los encargados de las
reparaciones del templo, y estos les pagaban a los albañiles y carpinteros, y a
los que trabajaban el hierro y el bronce para reparar el templo de Dios. De
esta manera, todos trabajaron, y la obra avanzó, hasta que repararon por
completo el templo de Dios.
Cuando terminaron, le regresaron al rey y a Joiadá el dinero
que había sobrado. Con él hicieron utensilios de oro y plata para usarlos en el
culto del templo. Y así, mientras Joiadá vivió, se presentaron en el templo
sacrificios en honor de Dios.
Pero Joiadá envejeció, y al llegar a los ciento treinta años
de edad, murió. Y como le había servido bien al pueblo de Israel, a Dios y a su
templo, lo sepultaron en la Ciudad de David, en el cementerio de los reyes.
Después de la muerte de Joiadá, los jefes de Judá fueron a rendirle
homenaje al rey. Ellos empezaron a darle malos consejos, y muy pronto el rey y
ellos se olvidaron del templo de Dios, y volvieron a adorar las imágenes de
Astarté y otros dioses falsos. Esto hizo que Dios se enojara mucho contra Judá
y Jerusalén.
Sin embargo, Dios les dio una oportunidad y les envió
profetas. Ellos les advirtieron del mal que estaban haciendo, para que
volvieran a obedecer a Dios. Pero nadie hizo caso.
Entonces el espíritu de Dios le dio un mensaje a Zacaría, hijo del sacerdote Joiadá.
El fue, se subió a una tarima, y le dijo al pueblo: Así dice Dios: ¡Ustedes se
han buscado su propia ruina, por haber desobedecido mi ley! ¡Por haberme
abandonado, ahora yo los abandono a ustedes!
El rey Joás se olvidó del amor que Joiadá siempre le tuvo, y
cuando el pueblo quiso deshacerse de Zacaría, él mismo dio la orden de que lo
mataran en el patio del templo de Dios.
Cuando Zacarías estaba a punto de morir, sijo: ¡Que Dios los
castigue por hacerme esto!
Y así sucedió. Un año después, Dios castigó a Joás al
permitir que una pequeña parte del ejército sirio derrotara a su gran ejército.
Los sirios invadieron Judá y Jerusalén, mataron a todos los jefes del país, y
después de robar las pertenencias del pueblo, las enviaron al rey de Siria. A
Joás lo dejaron gravemente herido; y en cuanto los sirios se retiraron, sus
ayudantes, Zabad el amonita y Jozabad el moabita, se vengaron del asesinato de
Zacarías y mataron a Joás en su propia cama. Luego lo enterraron en la Ciudad
de David, pero no en el cementerio de los reyes.
La historia de los hijos de Joás, las muchas profecías que
se dijeron contra él, y la manera en que reparó el templo de Dios, están
escritas en el Comentario del Libro de los reyes. Amasías, su hijo reinó en su
lugar.
Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre
busque a Dios y El ayudará al hombre a amar la justicia y hacer el bien pues el Espíritu de Dios vive en cada persona
que obedece todo lo que Dios ha ordenado.
Por tanto, el hombre regenerado y sincero pone su confianza
en Dios y entonces todo lo que el hombre haga le saldrá bien, además de gozar
de tranquilidad, pero es necesario que el hombre honre a Dios con su conducta y
que alabe y de gracias a Dios en todo momento, que lo adore en espíritu y
verdad para que el hombre esté en comunión con Dios.
Así pues, es fundamental que el hombre reconozca a Dios, se
mantenga fiel a Dios, y respete sus mandamientos, cuide su cuerpo pues es templo del Espíritu
Santo, por lo que debe vivir apartado del pecado y entonces el Espíritu de Dios
permanecerá en su ser interior.
Con Alta Estima,
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