Así pues los caminos del hombre ya están determinados por
Dios pues él ya tiene un plan definido para cada persona y será para su bien.
Asimismo, el ser humano no puede entender los designios de Dios, pero debe
encontrar otras cosas importantes, como reconocer que el amor de Dios es infinito y su inmensa bondad para la
humanidad.
Por lo que el hombre debe cuidar todo lo que haga, aprovechar
y disfrutar la vida sin excesos, no abusando de los placeres, estar preparado
para cualquier adversidad, pues en su actuar se verá la grandeza de su corazón, que es lo que lo diferencia en este mundo de los
demás.
Puse todo mi empeño
en entender todo esto, y pude comprobar que todo está en las manos de Dios:
en sus manos está lo que hacen los sabios y la gente honesta. Ninguno de
nosotros sabe en realidad lo que son el amor y el odio. Lo mismo de ser justo
que ser injusto, ser bueno o malo, puro
o impuro, ofrecerle sacrificios a Dios o no ofrecérselos, pecar o no pecar,
hacerle a Dios promesas o no hacérselas, pues todos tenemos un mismo final. Y
eso es lo malo de todo lo que se hace esta vida; que todos tengamos un mismo
final. Además, siempre estamos pensando en la maldad; nos pasamos la vida
pensando tonterías, ¡Y al fin de cuentas todos paramos en el cementerio!
No hay mucho de dónde elegir, aunque mientras haya vida hay
esperanzas, por eso digo, más vales plebeyo vivo que rey muerto. Los que aún
vivimos sabemos que un día habremos de morir, pero los muertos ya no saben nada
ni esperan nada, y muy pronto son olvidados. Con la muerte se acaban sus
amores, sus odios, sus pasiones y su participación en todo lo que se hace en
esta vida. ¡Animo, pues! ¡Comamos y bebamos alegres, que Dios aprueba lo que
hacemos! ¡Vistámonos bien y perfumémonos! Puesto que Dios nos ha dado una corta
vida en este mundo, disfrutemos de cada momento con la mujer amada.
¡Disfrutemos cada día de esta vida sin sentido, pues sólo eso nos queda después
de tanto trabajar! Y todo lo que podamos hacer, hagámoslo con alegría. Vamos
camino a la tumba, y allá no hay trabajo ni planes, ni conocimiento ni
sabiduría.
Miré hacia otro lado y vi que en esta vida no son los más
veloces los que ganan la carrera, ni tampoco son los más valientes los que
ganan la batalla. No siempre los sabios tienen qué comer, ni los inteligentes
tienen mucho dinero, ni todo el mundo quiere a la gente bien preparada. En
realidad, todos dependemos de un momento de suerte, y nunca sabemos lo que nos
espera. En cualquier momento podemos caer en la desgracia, y quedar atrapados
como peces en la red o como pájaros en la trampa.
En este mundo vi algo de lo que también aprendí mucho: había
una ciudad muy pequeña y con muy pocos habitantes, que fue atacada por un rey
muy poderoso. Ese rey rodeó la ciudad con sus máquinas de guerra, y se preparó
para conquistarla. En esa ciudad vivía un hombre muy sabio, que con su
sabiduría pudo haber salvado a la ciudad, pero como era muy pobre, ¡nadie se
acordó de él! Aunque la gente se fije más en la pobreza del sabio que en la
sabiduría de sus palabras, yo sigo pensando que más vale maña que fuerza, pues
se oyen mejor las suaves palabras de los sabios que los gritos del más grande
de los tontos. En realidad, puede más la sabiduría que las armas de guerra,
aunque un solo error puede causar mucho daño.
No obstante, lo esencial es que el ser humano tenga
sabiduría para que haga lo recto y desarrolle una conciencia buena y por ende,
crecer espiritualmente.
Con Alta Estima,
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