Yo, Isaías, vi a Dios sentado en un trono muy alto, y el
templo quedó cubierto bajo su capa. Esto me sucedió en el año en que murió el
rey Ozías. Vi además a unos serafines que volaban por encima de Dios. Cada uno
tenía seis alas; con dos alas volaban, con otras dos se cubrían la cara, y con
las otras dos se cubrían a la cintura para abajo. Con fuerte voz se decían el
uno al otro: Santo, santo, santo es el Dios único de Israel, el Dios del
universo; ¡toda la tierra está llena de su poder! Mientras ellos alababan a
Dios, temblaban las puertas del templo, y este se llenó de humo.
Entonces exclamé: ¡Ahora sí voy a morir! Porque yo, que
soy un hombre pecador y vivo en medio de un pueblo pecador, he visto al rey del
universo, al Dios todopoderoso. En ese momento, uno de los serafines voló hacía
mí. Traía en su mano unas tenazas, y en ellas llevaba una brasa que había
tomado del fuego del altar. Con esa brasa me tocó los labios, y me dijo: Esta
brasa ha tocado tus labios. Con ella, Dios ha quitado tu maldad y ha perdonado
tus pecados. Enseguida oí la voz de Dios que decía: ¿A quién voy a enviar?
¿Quién será mi mensajero? Yo respondí: Envíame a mí, yo seré tu mensajero.
Entonces Dios me dijo: Ve y dile a este pueblo: Por más que oigan, no van a
entender; por más que miren, no van a comprender”.
Confunde la mente de este pueblo; que no pueda ver ni oír
ni tampoco entender. Así no podrá arrepentirse, y yo no lo perdonaré. Entonces
le pregunté: Dios mío, ¿por cuánto tiempo tendré que predicar? Dios me
respondió: Hasta que todas las ciudades sean destruidas y se queden sin
habitantes; hasta que en las casas no haya más gente y los campo queden
desiertos; hasta que yo mande al pueblo fuera de su tierra, y el país quede
abandonado.
Y si de cien personas quedan sólo diez, hasta esas diez
serán destruidas. Quedarán como el tronco de un árbol, que recién ha sido
cortado. Pero unos pocos israelitas quedarán con vida, y de ellos saldrá un
pueblo obediente y fiel.
Sabes, el ser humano celebra a Dios Salvador pues El
redimió a la humanidad al enviar a su único hijo Jesús y dar su vida para
salvar a su pueblo, por lo que el hombre debe proclamar a otros lo que Dios
hizo , la grandeza de su poder, y, lo más importante el hombre debe dar
testimonio de su fe en todo lo que haga, siendo esencial que el hombre busque la paz y libertad que
sólo da Dios.
Con Alta Estima,
No hay comentarios:
Publicar un comentario