lunes, 16 de febrero de 2015

¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero!


Saulo vio cómo mataban a Esteban, y le pareció muy bien. Más tarde, unos hombres que amaban mucho al Señor recogieron el cuerpo de Esteban, lo enterraron, y durante varios días lloraron su muerte. A partir de ese día, mucha gente comenzó a maltratar a los seguidores de Jesús que vivían en Jerusalén. Por eso todos tuvieron que separarse y huir a las regiones de Judea y de Samaria. Solamente los apóstoles se quedaron en Jerusalén.

Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la iglesia. Entraba a las casas, sacaba por la fuerza a hombre y mujeres, y los encerraba en la cárcel. Sin embargo, los que habían huido de la ciudad de Jerusalén seguían anunciando las buenas noticias de salvación en los lugares por donde pasaban.

Felipe fue  a la ciudad de Samaria, y allí se puso a hablar acerca de Jesús, el Mesías. Felipe era uno de los siete ayudantes de la iglesia. Toda la gente se reunía para escucharlo con atención y para ver los milagros que hacía. Muchos de los que fueron a verlo tenían espíritus impuros, pero Felipe los expulsaba, y los espíritus salían  dando gritos. Además, muchos cojos y paralíticos volvían a caminar. Y todos en la ciudad estaban muy alegres.

Desde hacía algún tiempo, un hombre llamado Simón andaba por ahí. Este Simón asombraba a la gente de Samaria con sus trucos de magia, y se hacía pasar por gente importante. Ricos y pobres le prestaban atención, y decían: Este hombre tiene lo que se llama el gran poder de Dios.

Toda la gente prestaba mucha atención a los trucos mágicos que realizaba. Pero llegó Felipe y les anunció las buenas noticias del reino de Dios. Les habló acerca de Jesús, el Mesías, y todos en Samaria le creyeron. Y así Felipe bautizó a muchos hombres y mujeres. También Simón creyó en el mensaje de Felipe, y Felipe lo bautizó. Y Simón estaba tan asombrado de los milagros y las maravillas que Felipe hacía, que no se apartaba de él.

Los apóstoles estaban en Jerusalén. En cuanto supieron que la gente de Samaria había aceptado el mensaje de Dios, mandaron allá a Pedro y a Juan. Cuando estos llegaron, oraron para que los nuevos seguidores recibieran el Espíritu Santo, porque todavía no lo habían recibido. Y es que sólo habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces Pedro y Juan pusieron sus manos sobre la cabeza de cada uno, y todos ellos recibieron el Espíritu Santo.

Al ver Simón que la gente recibía el Espíritu Santo cuando los apóstoles les ponían las manos sobre la cabeza, les ofreció dinero a los apóstoles y les dijo: Denme ese mismo poder que tienen ustedes. Así yo también podré darle el Espíritu Santo a quien le imponga las manos. Pero Pedro le respondió: ¡Vete al infierno con todo y tu dinero! ¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero! Tú no tienes parte con nosotros, pues bien sabe Dios que  tus intenciones no son buenas. Claramente veo que tienes envidia, y que no puedes dejar de hacer lo malo. Tienes que dejar de hacerlo. Si le pides perdón a Dios por tus malas intenciones, tal vez te perdone.

Simón les suplicó: ¡Por favor, pídanle a Dios que me perdone, para que no me vaya al infierno! Antes de volver a Samaria, Pedro y Juan compartieron con la gente el mensaje del Señor. Después regresaron a la ciudad de Jerusalén, pero en el camino fueron anunciando a los samaritanos las buenas noticias del reino de Dios.

Un ángel del señor se le apareció a Felipe y le dijo: Prepárate para cruzar el desierto, y dirígete al sur por el camino que va de la ciudad de Jerusalén a la ciudad de Gaza. Felipe obedeció. En el camino pasaron por un lugar donde había agua. Entonces el oficial dijo: ¡Allí hay agua! ¿No podría usted bautizarme ahora? Enseguida el oficial mandó parar el carruaje, bajó con Felipe al agua, y Felipe lo bautizó. Pero cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó  a Felipe; y aunque el oficial no volvió a verlo, siguió su viaje muy contento.

Más tarde, Felipe apareció en la ciudad de Azoto y se dirigió a la ciudad de Cesárea. Y en todos los pueblos por donde pasaba, anunciaba las buenas noticias acerca de Jesús.

Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre se vuelva a Dios, que sea obediente y viva de acuerdo a los principios que Dios ha establecido, es decir, que viva el hombre de acuerdo a su Palabra pues  Dios derrama su espíritu y su presencia permanece en cada persona que  obedece sus mandatos.

No obstante, la persona que recibe el Espíritu Santo, recibe el poder de Dios como regalo y puede hacer grandes cosas pues su fe es fortalecida por el Espíritu de Dios.

Por tanto, es esencial que el hombre se aparte de lo malo, haga a un lado la envidia y acepte verdaderamente a nuestro Señor Jesucristo como su salvador y establezca el reino de Dios en su vida.


Con Alta Estima,

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