martes, 28 de julio de 2015

Si obedeces a Dios, tendrás éxito en todo lo que hagas


David ya vivía tranquilo en su palacio, cuando le dijo al profeta Natán: No está bien que yo viva en un palacio de maderas finas, mientras el cofre del pacto de Dios todavía está en una carpa.
Natán le contestó: Haz lo que creas conveniente, pues Dios te apoya en todo.

Sin embargo, Dios le habló a Natán esa misma noche, y le dijo: Ve y dile de mi parte a David lo siguiente: David, no serás tú quien me construya una casa. Dime cuándo les pedía a los jefes de Israel que me hicieran una casa de maderas finas. ¡Si desde que los saqué a ustedes de Egipto, siempre he vivido en una carpa!

Yo soy el Dios todopoderoso. Yo soy quien te puso al frente de mi pueblo cuando eras un simple pastor de ovejas. Yo soy quien siempre te ha cuidado, y te ha ayudado a derrotar a tus enemigos. Y soy también quien te hará muy famoso en este mundo.

También a mi pueblo Israel le he dado un lugar donde pueda vivir en paz. Nadie volverá a 
molestarlos ni a hacerles daño, como cuando los gobernaban los jueces.

Yo haré que de tus descendientes salgan los reyes de Israel, y humillaré a tus enemigos. Después de tu muerte, yo haré que uno de tus hijos llegue a ser rey de mi pueblo. A él si le permitiré que me construya una casa, y haré que su reino dure para siempre. Yo será para él como un padre, y él será para mí como un hijo. Y nunca dejaré de amarlo, ni lo abandonaré como abandoné a Saúl.
Entonces Natán fue y le dio el mensaje a David.

El rey David fue a la carpa donde estaba el cofre del pacto, se sentó delante de Dios y le dijo: Mi Dios, ¿cómo puedes darme todo esto si mi familia y yo valemos tan poco? ¿Y cómo es posible que prometas darme aún más, y que siempre bendecirás a mis descendientes? Me tratas como si fuera yo alguien muy importante. ¿Qué más te puedo decir Dios mío, por haberme honrado así, si tú me conoces muy bien?

Tú me dejas conocer tus grandes planes, porque así lo has querido. ¡Qué grande eres, Dios mío! ¡Todo lo que de ti sabemos es verdad! ¡No hay ningún otro Dios como tú, ni existe tampoco otra nación como tu pueblo Israel! ¿A qué otra nación la libraste de la esclavitud? ¿A qué otra nación la hiciste tu familia?

Tú hiciste muchos milagros a favor nuestro, y arrojaste lejos de nosotros a las naciones y a sus dioses. Así nosotros hemos llegado a ser tu pueblo, y tú eres nuestro Dios; y esto será así por siempre.
Mi Dios, yo te pido que le cumplas a mis descendientes estas promesas que nos acabas de hacer. Haz que ellos se mantengan en tu servicio, para que tu nombre sea siempre reconocido. Y que todo el mundo diga: El Dios de Israel es el Dios todopoderoso.

Dios mío, yo me atrevo a pedirte esto porque tú has dicho que mis descendientes serán siempre los reyes de tu pueblo.

Tú eres Dios, y has prometido hacerme bien. Por eso te ruego que bendigas a mis descendientes para que siempre te sirvan, porque a quien tú bendigas le irá bien.

Poco tiempo después, David tocó a los filisteos. Les quitó la ciudad de Gat con sus poblados, y los tuvo bajo su poder. También derrotó a los moabitas, quienes tuvieron que reconocer a David como su rey, y pagarle impuestos.

Cuando Hadad-ézer, rey de Sobá, iba hacia Hamat para extender su dominio en la región del río Eufrates, David lo derrotó. Como resultado de la batalla David tomó presos a siete mil jinetes y a veinte mil soldados de a pie. Se quedó con mil carros de combate. A la mayoría de los caballos les rompió las patas, y sólo dejó sanos a cien.

Los arameos que vivían en Damasco vinieron a ayudar al rey Hada-ézer, pero David mató a veintidós mil de ellos. Luego puso guardias entre los arameos que vivían en Damasco, y también ellos tuvieron que reconocer a David como rey y empezar a pagarle impuestos.
David tomó los escudos de oro que tenían los oficiales de Hadad-ézer y los llevó a Jerusalén. 

También se llevó muchísimo bronce de Tibhat y Cun, ciudades que gobernaba Hadad-ézer. Con ese bronce Salomón hizo la fuente, las columnas y todos los utensilios de bronce para el templo. Así fue como Dios le dio a David victoria tras victoria.

Hadad-ézer había peleado muchas veces contra Toí, rey de Hamat. Por eso, cuando Toi supo que David había derrotado al ejército de Hadad-ézer, envió a su hijo Adoram a saludar y felicitar al rey David por su triunfo.

Adoram le llevó al rey David regalos de oro, plata y bronce. David le entregó todo esto a Dios, junto con el oro y la plata de las naciones que había conquistado: Edom, Moab, Amón, Filistea y Amalec.
Abisaí, jefe de los treinta mejores soldados de David, mató a dieciocho mil edomitas en el Valle de la Sal. Luego puso guardias en toda la tierra de Edom, y así los edomitas reconocieron a David como rey.

Dios seguía dándole victorias a David, y como rey de los israelitas, David siempre fue bueno y justo con ellos.

Los principales asistentes de David fueron los siguientes: Joab hijo de Seruiá, que era jefe del ejército; Josafat hijo de Ahilud, que era secretario del reino. Sadoc hijo de Ahitub, y Abimélec, hijo de Abiatar, que eran sacerdotes; Savisá, que era su secretario personal; Benaías hijo de Joiadá, jefe del grupo filisteo al servicio del rey. Los hijos de David eran los oficiales más importantes del reino.

Poco tiempo después, murió Nahas, el rey de los amonitas, y en su lugar reinó su hijo Hanún. Y David dijo: Voy a tratar a Hanún con la misma bondad con que me trató Nahas, su padre.

Enseguida envió David mensajeros a Hanún para que lo consolaran por la muerte de su padre. Pero cuando los mensajeros llegaron a la tierra de los amonitas, los jefes de los amonitas le dijeron a Hanún: ¿De veras cree su Majestad que David envió a sus mensajeros para consolarlo? ¡Claro que no! ¡Los envió como espías, para luego conquistar nuestra ciudad!

Entonces Hanún mandó que apresaran a los mensajeros de David, y que les avergonzaran cortándoles la barba, y que los mandaran de regreso a su tierra desnudos de la cintura para abajo.

Los mensajero regresaron muy avergonzados, y cuando David lo supo, les mandó a decir: Quédense en Jericó, y no regresen hasta que les crezca la barba.

Cuando Hanún y los amonitas supieron que David se había enojado mucho, les pagaron treinta y tres mil kilos de plata a los sirios de las ciudades de Mesopotamia, de Maacá y de Sobá, para que enviaran carros de combate y jinetes que se unieran a ellos y pelearan contra David.

Los sirios enviaron treinta y dos mil carros de combate, junto con el rey Maacá y su ejército, que acampó frente a Medebá. También vinieron otros reyes sirios, que se quedaron en el campo listos para la batalla.

Los amonitas, por su parte, salieron de sus ciudades listos para entrar en batalla a la entrada de la ciudad.
David se dio cuenta de esto, y envió a la batalla a Joab, junto con todo su ejército y sus mejores soldados. Y cuando Joab vio que los sirios iban a atacarlo por un lado y los amonitas por el otro, eligió a los mejores soldados israelitas y atacó a los arameos. El resto de su ejército lo dejó a las órdenes de su hermano Abisaí, para que peleara contra los amonitas, y le dijo: Si ves que los arameos me están ganando, irás a ayudarme. Si, por el contrario, veo que los amonitas te están ganando, yo te ayudaré. ¡Tú esfuérzate y ten valor! Luchemos por nuestra gente y por las ciudades que Dios nos ha dado, ¡y que Dios haga lo que le parezca mejor!

Joab y sus hombres pelearon contra los sirios, y los hicieron huir. Cuando los amonitas vieron que los sirios estaban huyendo, también ellos huyeron de Abisaí y corrieron a refugiarse en su ciudad. Entonces Joab dejó de combatirlos y regresó a Jerusalén.
Sin embargo, al ver los sirios que los israelitas los habían derrotado, les pidieron ayuda a los sirios que estaban del otro lado del Eufrates. Y cuando estos llegaron, se pusieron bajo las órdenes de Sofac, jefe del ejército de Hadad-ézer.

Cuando David supo esto, reunió a todo el ejército de Israel, cruzó el río Jordán y llegó a donde estaban los sirios. David puso a su ejército frente a los sirios en posición de ataque, y empezó la batalla. David mató a siete mil soldados que guiaban los carros de combate, y a cuarenta mil soldados de a pie. También mató a Sofac, jefe del ejército. Entonces los sirios huyeron de los israelitas.
Cuando todos los que habían unido a Hadad-ézer vieron que David los había derrotado, hicieron la paz con David y quedaron a su servicio. Desde entonces los sirios no volvieron a ayudar a los amonitas.

Llegó la primavera que era cuando los reyes salían a la guerra. Ese año, Joab salió con su ejército y enfrentó a los amonitas. Rodeó la ciudad de Rabá, y la conquistó. David se había quedado en Jerusalén.
David le quitó la corona al rey amonita, la cual era de oro, pesaba treinta y tres kilos, y tenía una piedra preciosa. David le quitó esa piedra preciosa y la puso en su propia corona, y se llevó además gran parte de las riquezas de la ciudad. A la gente que vivía en la ciudad la sacó de allí y la condenó a trabajos forzados. La obligó a usar sierras, picos y hachas de hierro. También la obligó a hacer ladrillos, como lo había hecho con todas las ciudades que había conquistado. Después de eso, David y su ejército regresaron a Jerusalén.
Después de esto, hubo en Guézer otra batalla contra los filisteos. Allí, Sibecai el husita mató a un gigante llamado Sipaí. Así los  israelitas dominaron a los filisteos.
Tiempo después, hubo otra batalla contra los filisteos. Allí, Elhanán hijo de Jaír mató a Lahmí, hermano de Goliat el de Gat, que tenía una lanza enorme.
Después hubo otra batalla en Gat. Allí, un gigante que tenía seis dedos en cada mano y en cada pie desafió a los israelitas. Pero lo mató Jonatán, que era hijo de Simá y sobrino de David.
Estos gigantes eran de la familia de Refá, el de Gat, pero David y sus oficiales los mataron.

Satán se levantó contra Israel, y tentó a David para que hiciera una lista de todos los hombres en edad de ser soldados. Entonces David les dijo a Joab y a los jefes del ejército: Vayan por todo el país, y cuenten a todos los hombres en edad militar, para que yo sepa cuántos soldados tengo: Pero Joab le contestó: Yo le pido a Dios que multiplique a su pueblo, y que lo haga cien veces más grande de lo que ahora es. Pero si ya todos te servimos fielmente, ¿para qué quieres saber cuántos somos? Lo único que vas a conseguir es que Dios nos castigue.
Sin embargo, la orden del rey pudo más que la opinión de Joab, y este se vio obligado a obedecer. Cuando regresó a Jerusalén, Joab le informó al rey cuántos hombres había en edad militar. En Israel había un millón cien mil, y en Judá, cuatrocientos setenta mil. Pero como a Joab no le gustó lo que el rey había ordenado hacer, no contó a los hombres de la tribu de Leví y de Benjamín.
A Dios no le agradó lo que David había hecho, y decidió castigar al pueblo de Israel. Pero David le dijo a Dios: Hice muy mal al desconfiar de ti y basar mi seguridad en el número de mis soldados. Te ruego que me perdones por haber sido tan tonto.
Entonces, Dios le habló al profeta Gad y le dijo: Ve a decirle a David que lo voy a castigar, y que puede escoger uno de estos tres castigos. Tres años de hambre en todo el país; ser perseguido por sus enemigos durante tres meses; o que todo el pueblo sufra enfermedades y que yo envíe a mi ángel a causar gran destrucción durante tres días.
Gad, fue, entregó el mensaje y le dijo a David. Dime qué respuesta deben llevarle a Dios. Y David le dijo a Gad: ¡Me resulta difícil elegir uno de los tres! Pero Dios es compasivo, así que prefiero que sea él quien me castigue. No quiero que me hagan sufrir mis enemigos.
Entonces Dios envió una enfermedad por todo Israel, y murieron setenta mil personas. Luego mandó a un ángel para que destruyera Jerusalén. El ángel salió y comenzó a destruir Jerusalén justo en donde Ornán el jebuseo limpiaba el trigo. El ángel volaba y tenía una espada en la mano.
David y los jefes del pueblo estaban vestidos con ropas ásperas en señal de tristeza. Cuando David y los líderes del pueblo vieron que el ángel  estaba a punto de destruir la ciudad, se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. Entonces David dijo: Dios mío, yo fui el que ordenó contar a los soldados. Yo soy el que hizo mal y pecó contra ti. Por favor, no castigues a tu pueblo. Mejor castígame a mí y a mi familia.
Entonces el ángel de Dios envió a Gad con este mensaje para David: Ve y constrúyeme un altar en el lugar donde Ornán limpia el trigo.
De inmediato David se fue a construir el altar. Mientras tanto, Ornán y sus cuatro hijos estaban limpiando el trigo. Al ver al ángel, los hijos de Ornán se escondieron. Cuando Ornán vio que el rey se acercaba, salió y se inclinó ante él hasta tocar el suelo con su frente. David le dijo: He venido a comprarte el lugar donde limpias el trigo. Quiero construir allí un altar para Dios. Así se detendrá la enfermedad que está matando a la gente.
Ornán le contestó: Su Majestad, todo lo que tengo es suyo. Presente las ofrendas a Dios, y yo le daré los toros para el sacrificio, y hasta mis herramientas de trabajo para que las use como leña. También tome trigo para otra ofrenda. Yo se lo daré todo con mucho gusto.
Te lo agradezco, dijo David, pero yo no puedo ofrecerle a Dios algo que no me ha costado nada. Así que te pagaré todo lo que me des.
David le dio a Ornán seiscientas monedad de oro por ese lugar. Luego construyó allí un altar para Dios, donde sacrificó y quemó animales en su honor; le presentó ofrendas para hacer las paces, y le rogó que las aceptara.
Dios escuchó su petición, y envió fuego desde el cielo para quemar las ofrendas que estaban sobre el altar. Y se arrepintió Dios al ver el sufrimiento de los israelitas, y le dijo al ángel que los estaba destruyendo y matando: Basta ya no sigas. Entonces el ángel guardó la espada.
En esos días, el santuario y el altar de los sacrificios, que Moisés había hecho para Dios en el desierto, estaban en Gabaón. Cuando David se dio cuenta de que Dios había escuchado su oración, le presentó más ofrendas en el lugar que le había comprado a Ornán el jebuseo. No quiso ir a Gabaón para conocer la voluntad de Dios, pues le daba miedo encontrarse con el ángel.

Así fue como David decidió que allí se construiría el templo de Dios, y el altar para que Israel presentara las ofrendas quemadas.
Antes de morir, David dejó todo listo para construir el templo, pues pensó: Mi hijo Salomón es todavía muy joven y no tiene experiencia, el templo de Dios deberá ser el más grandioso. Su fama y gloria serán conocidas en todo el mundo, así que le dejaré todo listo para que lo construya.
Entonces David ordenó que se reunieran todos los extranjeros que vivían en Israel, y les encargó que cortaran piedras para construir con ellas el templo de Dios. También juntó muchísimo hierro para los clavos y las bisagras de los portones; además reunió tanto bronce que no se pudo pesar. Y como la gente de Sidón y de Tiro le habían traído mucha madera de cedro, David guardó una cantidad tan grande de madera que no se pudo saber cuánto era.

Después de esto, le encargó a su hijo Salomón que construyera el templo del Dios de Israel, y le dijo: Hijo mío, yo quería construir un templo para honrar a mi dios. Pero él no me lo permitió, porque he participado en muchas batallas y he matado a mucha gente.
Sin embargo, Dios me prometió que tendría un hijo amante de la paz, y que no tendría problemas con sus enemigos, sino que durante todo su reinado Israel viviría en paz y tranquilidad. Por eso tu nombre es Salomón.
Dios me dijo que a ti si te permitiría construir el templo. El será como un padre para ti, y te tratará como a un hijo, hará que tu reino en Israel sea firme y permanezca para siempre.
Por eso, hijo mío, mi mayor deseo es que Dios te ayuda y que cumpla su promesa para que puedas construirle el templo. Que Dios te de inteligencia y sabiduría, para que cuando seas el rey de Israel obedezcas la ley que Dios dio a su pueblo por medio de Moisés.
Si obedeces a Dios, tendrás éxito en todo lo que hagas. ¡Solo te pido que seas muy fuerte y muy valiente! ¡No te desanimes ni tengas miedo!
Mira, con muchos sacrificios he podido juntar esto para el templo de Dios: tres mil trescientas toneladas de oro, treinta y tres mil toneladas de plata, y una cantidad tan grande de bronce y de hierro que ni siquiera se puede pesar. Además, tenemos muchísima madera y piedra. A todo esto, tú debes añadir aún más.
También he puesto a tu servicio una gran cantidad de obreros, albañiles, carpinteros y gente que sabe cortar piedras, además te ayudarán muchísimos obreros expertos en todo tipo de trabajos en oro, plata, hierro y bronce. Así  ¡adelante, y que Dios te ayude!

Después de esto, David les ordenó a todos los jefes de Israel que ayudaran a su hijo Salomón. Les dijo: Dios los ha ayudado y les ha permitido vivir en paz en todo el país; él me ha permitido tener bajo mi dominio a todos los habitantes de este país, y ahora ellos están bajo el dominio de Dios y de su pueblo. Por tanto, hagan una firme promesa a Dios, y constrúyanle un templo. Así podremos trasladar el cofre del pacto y los utensilios sagrados al templo que haremos para honrar su nombre.

Aquí puedes darte cuenta que si obedeces a Dios, El dará al hombre fuerza para hacer grandes cosas, pero antes, es necesario que el hombre acepte a Jesús como su redentor, el hombre debe mostrar arrepentimiento genuino y tener un corazón humilde.

No obstante, el hombre debe entender que Dios es el único que puede dar al hombre  fama y riquezas pues Dios mira el corazón de cada persona que lo busca y acepta y Dios bendice al hombre que cumple sus mandatos y también bendice a su descendencia.

Asimismo, el hombre que obedece a Dios debe entender que Dios estará a su lado siempre y Dios le dará victoria tras victoria pues Dios es bueno y justo.

Así pues, lo fundamental es que el hombre confíe en Dios, que ponga en las manos de Dios sus preocupaciones, deseos, anhelos, no bajo la fuerza humana ni desafiar a Dios, sino dirigido por el Espíritu de Dios.

Por tanto, es primordial que el hombre haga las paces con Dios y haga todo de acuerdo a su voluntad, y el hombre tendrá éxito en todo lo que haga.

Con Alta Estima,


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