sábado, 18 de julio de 2015

Las reglas indican lo que se debe hacer, pero no nos ayudan a cambiar nuestra manera de vivir


En el primer pacto, Dios nos dio reglas para que supiéramos cómo adorarlo. Esas reglas eran para el culto aquí en la tierra. El santuario para ese culto se construyó de la siguiente manera: En su primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro y la mesa donde se ponían los panes apartados para Dios. Detrás de la segunda cortina estaba la parte llamada Lugar Santísimo, en donde estaba el altar de oro para quemar incienso, y también el cofre del pacto, que estaba totalmente recubierto de oro. En el cofre había una jarra de oro, que contenía maná, el bastón  de Aarón, que había vuelto a florecer, y las tablas con los diez mandamientos. 
Encima del cofre se pusieron las estatuas de dos seres alados, los cuales cubrían con sus alas la tapa del cofre y representaban la presencia de Dios. Pero de momento no hace falta entrar en detalles.

Así estaban dispuestas todas las cosas en el santuario. Todos los días, los sacerdotes entraban al Lugar Santo para celebrar el culto. Pero en el Lugar Santísimo sólo podía entrar el jefe de los sacerdotes, y esto, sólo una vez al año. Entraba llevando la sangre de los animales, que él y el pueblo ofrecían para pedir perdón a Dios cuando pecaban sin darse cuenta. De este modo el Espíritu Santo da a entender que, cuando aún existía el santuario, la entrada al Lugar Santísimo no le estaba permitida a cualquiera. Todo esto se hizo así para mostrarnos lo que ahora es más importante: No podemos sentirnos perdonados sólo por haber ofrecido ofrendas y sacrificios en el culto. Todo esto son reglas que tienen que ver con comidas, bebidas y ceremonias de purificación, que nos preparan para el culto. Las reglas indican lo que se debe hacer, pero no nos ayudan a cambiar nuestra manera de vivir. Esas reglas sirven sólo mientras Dios no las cambie por algo mejor.

Pero ya Cristo vino y se ha convertido en el Jefe de sacerdotes, y a él le debemos todo lo bueno que ahora nos pasa. Porque el santuario donde él es sacerdotes, es mejor y perfecto. No lo hizo ningún ser humano, así que no es de este mundo. Cristo no entró a ese santuario para ofrecer a Dios la sangre de animales, sino para ofrecer su propia sangre. Entró una sola vez y para siempre, de ese modo, de una vez por todas nos libró del pecado.

De acuerdo con la religión judía, las personas que están impuras no pueden rendirle culto a Dios. Pero serán consideradas puras si se les rocía la sangre de chivos y toros, y las cenizas de una becerra sacrificada. Pues si todo eso tiene poder, más poder tiene la sangre de Cristo. Porque por medio del Espíritu, que vive para siempre, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha ni pecado. Su sangre nos purifica, para que estemos seguros de que hemos sido perdonados, y para que podamos servir a Dios, que vive para siempre.

Así, por medio de Jesucristo, entramos en un nuevo pacto con Dios. Porque Jesucristo murió para que Dios nos perdonara todo lo malo que hicimos cuando servíamos al primer pacto. Y por medio de su muerte, también los que hemos sigo elegidos por Dios recibiremos la salvación eterna que él nos ha prometido.

Este nuevo pacto es como un testamento. Si la persona que hace un testamento. Si la persona que hace un testamento no ha muerto todavía, ese documento aún no sirve de nada. Por eso, cuando Dios hizo el primer pacto, se mataron varios animales. Primero, Moisés anunció los mandamientos de la ley a todo el pueblo. Luego tomó lana roja y una rama de hisopo, y las mojó en agua mezclada con sangre de toros y de chivos. Después roció esa mezcla sobre el libro de la Ley, y con ella roció también a todo el pueblo. Cuando terminó, dijo: Esta sangre confirma el pacto que Dios ha hecho con ustedes. Moisés también roció con sangre el santuario y todas las cosas que se usaban en el culto. La ley dice que la sangre quita el pecado de casi todas las cosas, y que debemos ofrecer sangre a Dios para que nos perdone nuestros pecados. Por eso fue necesario matar a esos animales, para limpiar todo lo que hay en el santuario, que es una copia de lo que hay en el cielo. Pero lo que hay en el cielo necesita algo mejor que sacrificios de animales.

Porque Cristo no entró en el santuario hecho por seres humanos, que era sólo una copia del santuario verdadero. Cristo entró en el cielo mismo, y allí se presenta ante Dios para pedirle que nos perdone. No entró para ofrecerse como sacrificio muchas veces, como aquí en la tierra lo hace el jefe de los sacerdotes, que entra una vez al año para ofrecer una sangre que no es la suya. Si Cristo tuviera que hacer lo mismo, habría tenido que morir muchas veces desde que Dios creó al mundo. Pero lo cierto es que ahora, cuando ya se acerca el fin, Cristo se ha manifestado de una vez y para siempre. Se ha manifestado para ofrecerse como el sacrificio por el cual Dios nos perdona nuestros pecados. Todos nosotros moriremos una sola vez, y después vendrá el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para que muchos seamos perdonados de nuestros pecados. Después él volverá otra vez al mundo, pero no para morir por nuestros pecados, sino para salvar a todos los que esperamos su venida.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre en el antiguo pacto recibió reglas para dar culto a Dios en la tierra, con ofrendas para pedir a Dios perdón por los pecados, pero estas reglas no hacen mejor al hombre sino sólo indican lo que debe hacer.

No obstante, Dios ha cambiado estas reglas al enviar a su Hijo Jesús al mundo y su sacrificio en la cruz y con su sangre derramada, Dios lo hizo perfecto  pues ya no es un pacto de este mundo sino que es un pacto nuevo, que libera al hombre del pecado y entonces el Espíritu de Dios vive para siempre en el hombre renovado.

Así pues, es urgente que el hombre muera al “yo”, que se aparte del egoísmo, la maldad, la envidia , que cambie su manera de vivir pues nuestro Señor Jesucristo entregó su vida y resucitó y entró al Santuario verdadero, en el cielo mismo y le pidió a Dios que perdone al hombre y tenga una nueva vida.

Por tanto necesario que el hombre regenerado esté alerta, preparado,  con nuevos bríos pues vive apegado a la Palabra de Dios y espera la venida de Nuestro Señor Jesucristo, pues ha de volver para salvar a todos.


Con Alta Estima,

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