Dios me dijo: Jeremías, yo soy el Dios de Israel y te ordeno que
pongas por escrito todo lo que te he dicho hasta ahora. Viene el día en que
haré volver de la esclavitud a Israel y a Judá. Los dos, son mi pueblo, y los
traeré a la tierra que les di a sus
antepasados. Te juro que así lo haré.
En cuanto a Israel y a Judá, Dios me dijo: Se oyen gritos de espanto,
de terror y de preocupación. ¿Por qué están pálidos los hombres? ¡Los veo
retorcerse de dolor, como si fueran a tener un hijo! ¡Pregunten, y todos les
dirán que los hombres no dan a luz! Viene un día terrible, como nunca ha habido
otro. Cuando llegue ese día, mi pueblo sufrirá muchísimo, pero al final lo
salvaré; romperé las cadenas de su esclavitud, lo libraré del poder que lo
domina, y nunca más volverá a ser esclavo de extranjeros. ¡Les juro que así lo
haré!
Mi amado pueblo de Israel, no tengas miedo ni te asustes, porque a ti
y a tus hijos los libraré de la esclavitud que sufren en Babilonia. Podrán
vivir seguros y tranquilos; no volverán a tener miedo de nadie.
Yo soy tu Dios, y sólo a mí me adorarás. Servirás al rey, porque el
rey que te daré reinará como David. Yo soy tu Dios; yo estoy contigo para
salvarte. Destruiré a todas las naciones por las que te he dispersado. A ti no
te voy a destruir, pero te daré el castigo que mereces. Te juro que así lo
haré.
Dios también le dijo a Jerusalén: Tu herida es una llaga que ya no
tiene remedio. No hay nadie que te defienda; no hay medicina que te sirva;
jamás volverás a estar sano. Los países en que confiabas te han olvidado; ¡Ya
no les importas! Yo te he causado dolor, como si fuera tu enemigo. Pero no
tiene caso que te quejes; ¡para tu dolor ya no hay remedio! Te he castigado y
corregido, porque has cometido muchos pecados.
Por esa misma razón, los que te roben serán robados, los que te
ataquen serán atacados, y los que te destruyan serán destruidos. Castigaré a
todos tus enemigos y los mandaré como esclavos a las naciones más lejanas. Pero
a ti te curaré las heridas. No importa que todos te desprecien y te llamen “Ciudad
Abandonada”.
Dios también les dijo a los israelitas: Haré volver a los prisioneros,
y los trataré con amor y compasión, Jerusalén será reconstruida, y el palacio
volverá a edificarse. En las calles volverán a oírse alabanzas y gritos de
alegría. Yo les daré muchos hijos, y volverán a ser un pueblo numeroso;
volverán a ser un pueblo respetado.
¡Ustedes, pueblo de Israel, volverán a ser importantes, pues yo les
devolveré su fuerza. ¡Castigaré a todos sus enemigos! Del mismo pueblo saldrá
su rey, a quien permitiré estar en mi presencia, aunque no a todos se lo
permito. Ustedes serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Les juro que así será. Mi
enojo es como una tormenta que azotará a los malvados. Sólo me calmaré cuando
mis planes se hayan cumplido. Esto ahora no lo entienden, pero un día lo
entenderán.
Por lo que es importante, que el hombre reconozca a Jesucristo como la verdad,
como el redentor de la humanidad, quien
dio su vida para salvar a cada persona; pero es necesario que el hombre tema al
Señor y entienda la magnitud de su sacrificio de amor, que sólo Dios es
todopoderoso, sólo El puede romper las cadenas de la esclavitud que ocasiona el
pecado pero es prioridad que el hombre decida nunca más volver a pecar y se aparte
del mal.
Ahora bien, para que el hombre sea liberado, es conveniente, que Dios reine en el corazón
de cada persona, que se corrija de sus antiguas actitudes, de su vieja
naturaleza, siendo fundamental que el hombre se apegue a la Palabra y su vida
será reconstruida, edificada de acuerdo a los mandatos de Dios que lo transformarán en una nueva persona con
otro estilo de vida y un corazón de
carne para que adore a Dios, pues sabes, el hombre comenzará una nueva vida en
la que acepta a Dios como su rey para servirle con alegría y gozo en su corazón.
Con Alta Estima,
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