Cuando Joacín hijo de Josías tenía cuatro años de reinar en Judá, Dios
me habló. Me dijo: Jeremías, ve y consigue unos pedazos de cuero. Quiero que
escribas en ellos todo lo que te he dicho acerca de Israel, de Judá y de las
otras naciones. Escribe todo lo que ha sucedido desde la época del rey Josías
hasta hoy. Tal vez los de Judá cambien su mala conducta cuando se enteren de
los terribles castigos que pienso darles. Si lo hacen, yo les perdonaré sus
horribles pecados.
Llamé entonces a Baruc hijo de Nerías, y le dicté todo lo que Dios me
había dicho. Una vez que Baruc terminó de escribir, le dije: Yo no puedo ir al
templo de Dios, porque estoy preso. Así que tendrás que ir tú. Irás el día que
la gente hace ayuno, y leerás en voz alta todo lo que te he dictado. Son las
palabras mismas de Dios. Asegúrate de que te escuchen todos los que viven en
Jerusalén, y toda la gente que haya venido al templo desde las otras ciudades
de Judá. Tal vez se arrepientan y cambien de conducta cuando sepan que Dios
está muy enojado con ellos, y que los ha amenazado.
Tal como se lo ordené, Baruc fue al templo y entró en el patio
superior, que estaba a la entrada del Portón Nuevo. Allí había una sala, que
era del secretario llamado Guemarías hijo de Safán. Desde aquella sala, Baruc
leyó ante el pueblo todo lo que yo había dictado.
Ese día se les pidió a todos los habitantes de Judá que ayunaran para
honrar a Dios. En ese entonces Joacín hijo de Josías tenía cinco años y nueve
meses de reinar en Judá. Uno de los que
escucharon a Baruc fue Miqueas, que era hijo
de Guemarías y nieto de Safán. Y en cuanto Baruc terminó de leer,
Miqueas bajó a la sala del secretario, en el palacio del rey, y les contó a los
que allí estaban todo lo que había oído. Allí estaban reunidos el Secretario Elisamá, Delaías,
Elnatán, Guemarías y Sedequías, que eran jefes de Judá. Al oír eso, todos ellos
mandaron a decirle a Baruc que les llevara el libro que había leído. El
encargado de llevarle el mensaje fue Jehudí hijo de Netanías, que era nieto de
Selemías y bisnieto de Cusí. Baruc obedeció y fue a donde ellos estaban. Los
jefes lo invitaron a sentarse y le dijeron: Por favor, léenos lo que dice el
libro.
Baruc les leyó el libro. Cuando terminó de leer, los jefes se miraron
unos a otros y, con mucho miedo, le dijeron: Esto tiene que saberlo el rey.
Pero, dinos, ¿de dónde sacaste todo esto? ¿Acaso te lo dictó Jeremías? Y Baruc
les respondió: Así es, Jeremías me dictó todo lo que dice el libro, y yo fui
quien lo escribió.
Entonces los jefes le dijeron: Pues tú y Jeremías van a tener que
esconderse ahora mismo. ¡Y que nadie sepa dónde están escondidos! Enseguida los
jefes dejaron el libro en la sala del secretario Elisamá, y fueron a ver al rey
para contarle todo lo que habían escuchado. Entonces el rey mandó a Jehudí a
buscar el libro.
Cuando Jehudí volvió, le leyó el libro al rey y a todos los
jefes que estaban con él. Era el mes de Quislev, y hacía frío, así que el rey
estaba en su casa de invierno, sentado
junto a un calentador. A medida que Jehudí leía tres o cuatro columnas, el rey
las cortaba con una navaja y las arrojaba al fuego. Así los hizo, hasta quemar
todo el libro.
Mientras el rey y los jefes escucharon las palabras escritas en el
libro, no tuvieron miedo ni se mostraron arrepentidos. Elnatán, Delaías y
Guemarías le rogaban al rey que no quemara el libro, pero él, en vez de
hacerles caso, mandó que a mí y a Baruc nos metieran en la cárcel. Enseguida
salieron a buscarnos su hijo Jerahmeel, Seraías hijo de Azriel, y Selemías hijo
de Abdeel, pero Dios no permitió que nos encontraran.
Después de que el rey quemó todo el libro que yo le había dictado a
Baruc, Dios me habló de nuevo. Me dijo: Jeremías, ve y consigue más pedazos de
cuero, y vuelve a escribir en ellos todo lo que estaba escrito antes y que
Joacín quemó. Además, ve a hablar con Joacín, y dile de mi parte lo siguiente:
Tú quemaste aquel libro, y te atreviste a reclamarle a Jeremías por
haberlo escrito. Pero no dudé ni por un momento que el rey de Babilonia va a
destruir este país, y va a acabar con todas las personas y con todos los
animales que aquí viven. Y quiero que sepas, Joacín, que ninguno de tus hijos
llegará a ser rey de Judá. Tu cadáver no será enterrado, sino que quedará al
aire libre, recibiendo el calor del día y el frío de la noche. Yo castigaré tu
pecado, el de tus hijos y el de tus sirvientes. Voy a mandar una desgracia
contra ellos, y contra los que viven en Jerusalén y en Judá. ¡Y todo esto les
pasará porque no me hicieron caso!
Yo fui y conseguí otros pedazos de cuero, y se los di al secretario
Baruc, para que escribiera en ellos todo lo que yo le dictara. Y le dicté lo
mismo que decía en el libro que el rey Joacín, había quemado, aunque esta vez
agregué muchas otras cosas.
El hombre debe estar atento a escuchar la voz de Dios pues El tiene un mensaje y manda al Profeta
Jeremías a anunciarlo, pero es esencial que el hombre muestre una actitud
humilde, un corazón arrepentido por su mala conducta y así Dios perdonará todos
sus pecados
Así puedes darte cuenta que Jeremías
pronuncia palabras que le ha dicho Dios para su pueblo pues anuncia la
renovación del corazón del ser humano, quiere tocar la esencia del hombre, su
ser interior pues Dios desea que el hombre lo busque, le ame con toda su mente,
con todo su corazón, como su único Dios verdadero.
El profeta Jeremías a través de su
mensaje tiene la esperanza de que el hombre cambiará y se volverá a Dios para
conocerle y amarle pues Dios es compasivo, El ama al hombre y perdonará a la
persona que se arrepienta verdaderamente
y obedezca sus mandamientos, pero sabes, es esencial que el cambio del hombre
no sea superficial, que no se resista a cambiar, sino que se esfuerce a tener otro comportamiento de
manera que respete y ame a Dios para que le vaya bien.
Con Alta Estima,
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