Cuando Joacín, hijo de Josías comenzó a reinar sobre Judá, Dios le
habló a Jeremías en Jerusalén, y le dijo:
Ve al patio de mi templo. Quiero que hables con la gente de toda Judá
que viene a adorarme. Comunícales todo lo que te voy a decir. Si te hacen caso
y dejan de hacer lo malo, entonces ya no los castigaré como había pensado
hacerlo. Y este es el mensaje que debes darles: Ustedes no me obedecieron ni
siguieron las enseñanzas que les di por medio de mis profetas. Una y otra vez
los he enviado para hablar con ustedes, pero no han querido escucharlos. Por
eso, así como destruí el santuario de Siló, también destruiré el templo de
Jerusalén, y esta ciudad será objeto de burla y de insulto.
Jeremías anunció este mensaje en el templo de Dios, y lo escucharon
los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo. Pero tan pronto como terminó de
anunciarlo, todos los que estaban allí se lanzaron contra él y lo apresaron, y
amenazantes le dijeron:¡Esto te va a costar la vida! ¿Cómo te atreves a hablar
en el nombre de Dios, y decir que este templo será destruido como el santuario
de Siló? ¿Cómo te atreves a decir que Jerusalén será destruida, y que quedará
sin habitantes?.
Cuando los jefes de Judá supieron lo que había pasado, salieron del
palacio del rey y fueron hasta la Puerta Nueva del templo. Al llegar allí, se
sentaron, y entonces los sacerdotes y los profetas dijeron a los jefes y a toda
la gente: ¡Este tipo merece la muerte! ¡Ustedes mismos lo han oído decir que
esta ciudad va a ser destruida!
Pero Jeremías, dirigiéndose a los jefes y a todo el pueblo, dijo: Lo
que he dicho contra el templo y contra Jerusalén, Dios mismo me mandó a
anunciarlo. Así que más les vale obedecer a nuestro Dios, y mejorar su
conducta. Si en verdad lo hacen así, Dios ya no los castigará. Yo estoy en las
manos de ustedes, y pueden hacer conmigo lo que les parezca. Pero si me matan,
ustedes, jefes y pueblos, serán los culpables de haber matado a un inocente. Lo
cierto es que Dios me mandó a darles este mensaje.
Los jefes y la gente del pueblo les dijeron a los sacerdotes y a los
profetas: No hay razón para matar a este hombre; lo único que hizo fue darnos
el mensaje que recibió de nuestro Dios. Entonces algunos jefes se levantaron y
les dijeron a los que estaban allí reunidos: Cuando Ezequías era el rey de
Judá, el profeta Miqueas de Moréset habló de parte de Dios y le anunció al
pueblo de Judá este mensaje: La ciudad de Jerusalén será destruida; quedará
hecha un montón de ruinas. Y en el monte de Sión, dónde se levanta el templo,
sólo crecerán matorrales.
Y aunque Miqueas dijo esto, no lo mataron. Al contrario, el rey y el
pueblo se humillaron ante Dios, y él los perdonó. Pero si nosotros matamos a
Jeremías, Dios nos castigará. Además de Jeremías, el profeta Urías hijo de
Semaías, que era del pueblo de Quiriat-jearim, habló en contra de Jerusalén y
del país. Y como el rey Joacín y sus jefes y asistentes oyeron la denuncia del
profeta, el rey intentó matarlo.
Cuando Urías se enteró de los planes del rey Joacín, tuvo miedo y huyó
a Egipto. Pero el rey envió a Elnatán hijo de Acbor y a otros hombres, para que
buscaran a Urías. Cuando lo encontraron, lo trajeron ante el rey. Entonces el
rey mandó que mataran al profeta y que arrojaran su cadáver a una fosa en donde
echaban muertos. Sin embargo, Jeremías contó con la protección de un hombre
importante llamado Ahicam hijo de Safán. Por eso no fue entregado al pueblo y
se libró de que lo mataran.
Así puedes darte cuenta que si de veras el hombre ama a Dios y le
adora, es prioridad que el hombre obedezca
sus enseñanzas y esté atento al mensaje de Dios y entienda que es
necesario que mejore su conducta.
No obstante, el hombre obediente será edificado por la Palabra de Dios
y podrá entonces comunicar a otros su mensaje para que le conozca, le reciba
con un corazón humilde, arrepentido verdaderamente de sus faltas y Dios le
perdonará. Y, sabes, es conveniente que el ser humano se mueva dentro de los
límites del orden de Dios y El le protegerá.
Con Alta Estima,
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