El rey de Babilonia estaba atacando a Jerusalén y a sus ciudades
vecinas, con el apoyo de todo su ejército y de los reinos y naciones bajo su
dominio. Mientras esto sucedía, Dios me habló y me dijo: Jeremías, ve y dile de
mi parte al rey Sedequías: Yo soy el Dios de Israel, y quiero decirte algo. Voy
a permitir que el rey de Babilonia conquiste Jerusalén y le prenda fuego. Tú no
podrás escapar de su poder, sino que serás capturado y entregado en sus manos.
Te llevarán ante su presencia, y después de eso serás llevado prisionero a
Babilonia. Pero te prometo que no morirás en la batalla, sino que morirás en
paz. Cuando mueras, la gente se pondrá muy triste y quemará incienso en tu
honor, como lo hicieron con tus antepasados.
Yo fui a Jerusalén y le dije todo esto al rey Sedequías. Mientras
tanto, el ejército del rey de Babilonia estaba atacando las ciudades de
Jerusalén, Laquis y Azeca. Estas ciudades eran las únicas protegidas por
grandes murallas, y por eso aún no habían sido conquistadas.
Dios volvió a hablarme después que de que el rey Sedequías y toda la
gente de Jerusalén decidieron liberar a los esclavos. Según esa decisión,
ningún israelita debía esclavizar a sus compatriotas, sino que debían ponerlos
en libertad. Los jefes y toda la gente estuvieron de acuerdo en hacerlo así,
pero después se arrepintieron y volvieron a hacerlos sus esclavos. Por eso Dios
me dijo: Jeremías, yo soy el Dios de Israel. Los antepasados de ustedes
vivieron como esclavos en Egipto. Cuando yo los saqué de ese país hice un pacto
con ellos. Parte de ese pacto establecía que cada siete años dejarían libre a
todo esclavo israelita que hubieran comprado. Esto significa que todo esclavo
debía ser liberado después de siete años de servicio. Sin embargo, sus
antepasados no me hicieron caso ni respetaron mi pacto.
En cuanto a ustedes, al principio se arrepintieron de sus pecados,
volvieron a obedecerme y pusieron en libertad a sus esclavos. Además, hicieron
un pacto conmigo en mi templo. Pero después cambiaron de parecer y me
ofendieron; volvieron a esclavizar a los mismos que ustedes ya habían puesto en
libertad.
Ustedes me desobedecieron. No cumplieron con su parte del pacto, pues
no dejaron en libertad a los esclavos. Por eso yo declaro que voy a enviar
contra ustedes guerra, enfermedad y hambre. ¡Haré que se conviertan en motivo
de espanto para todas las naciones de la tierra! Recuerden que cuando hicieron
el pacto conmigo, cumplieron con la ceremonia de cortar el toro en dos, y
dijeron: Así nos haga Dios si no cumplimos el pacto. Pues ahora, como no lo
cumplieron, los haré pedazos. Esto va para todos los jefes de Judá y de
Jerusalén, los oficiales de la corte, los sacerdotes, y para todos los que
hicieron el juramento. A todos los entregaré en manos de sus enemigos, para que
los maten. ¡Sus cadáveres servirán de alimento a los buitres y a las fieras
salvajes!
Los enemigos del rey Sedequías y de sus jefes quieren matarlos. Y
aunque por ahora el rey de Babilonia ha dejado de atacar a Jerusalén, más tarde
yo los pondré en sus manos, para que los maten. Yo haré que los babilonios
vuelvan a atacar a Jerusalén; ¡dejaré que se apoderen de ella, y que la quemen!
La destrucción de las ciudades de Judá será total, ¡Nadie podrá volver a vivir
en ellas!
No obstante, el hombre debe ser firme en sus convicciones, en sus
creencias, teniendo a Dios como su único Dios verdadero, fortaleciendo su
conducta a través de la Palabra para que lo edifique, que no sea voluble ni muestre
una conducta de acuerdo a las circunstancias o cambie de parecer según la
conveniencia, cuando lo más importante para que el hombre agrade a Dios es que
disponga su corazón con humildad y viva
de acuerdo a los principios de Dios, cumpla con su parte del pacto, que es de
valor eterno pues este pacto no será quebrantado porque Dios lo escribe en el
corazón del ser humano para que establezca una relación personal con el Creador,
un Dios de amor y misericordia; entonces el hombre se apartará del pecado,
obstáculo que le impide crecimiento espiritual.
Con Alta Estima
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