Sedequías llevaba diez años y nueve meses de reinar en Judá cuando el
rey de Babilonia y sus soldados marcharon contra la ciudad de Jerusalén y la
atacaron. Durante más de año y medio la
tuvieron rodeada, y finalmente pudieron abrirse paso a través de un hueco en el
muro de la ciudad. Por ese hueco pasaron todos los jefes del rey de Babilonia,
y fueron a instalarse en la entrada principal. Los jefes eran Nergal-sarézer,
Samgar, Nebo-sarserquim, que era un alto oficial, otro Nergal-sarézer, que
también era un alto funcionario, y todos los otros jefes del rey de Babilonia.
Esto ocurrió el día nueve del mes de Tamuz, del año once del reinado de
Sedequías.
El rey Sedequías se dio cuenta de que Jerusalén había sido
conquistada; por eso él y todos sus soldados huyeron de la ciudad. Salieron de
noche por el jardín del rey y, luego de pasar por el portón que está entre los
dos muros, se dirigieron hacia el valle del Jordán.
Pero el ejército babilonio los persiguió y los alcanzó cerca de
Jericó. Allí capturaron a Sedequías y lo llevaron ante el rey de Babilonia, que
en ese momento estaba en Riblá, en el territorio de Hamat. Allí mismo el rey
decidió el castigo que se le daría a Sedequías. En primer lugar, mandó que
mataran delante de él a sus hijos y a todos los hombres importantes de Judá, luego
mandó que a Sedequías le sacaran los ojos, y para terminar mandó que lo
sujetaran con cadenas de bronce y lo llevaran preso a Babilonia.
Los babilonios quemaron el palacio del rey y todas las casas de la
ciudad, y derribaron los muros de Jerusalén. El comandante de la guardia
personal del rey, que se llamaba Nebuzaradán, se llevó presos a Babilonia a
todos los que quedaban en Jerusalén, y también a los que apoyaban a los
babilonios. En el territorio de Judá
dejó solamente a los más pobres, y a ellos les dio campos y viñedos.
El rey de Babilonia le ordenó a Nebuzaradán que me vigilara muy bien,
y le dijo: No le hagas ningún daño, y dale todo lo que necesite. Entonces, el
comandante de la guardia y otros oficiales del rey de Babilonia ordenaron que
me sacaran del patio de la guardia, y que me entregaran a un tal Guedalias, que
era hijo de Ahicam y nieto de Safán. Como Guedalías me permitió regresar a mi
casa, yo me quedé a vivir con la gente de la ciudad.
Recuerdo que cuando estuve preso en el patio de la guardia, Dios me
dijo: Jeremías, quiero que hables con Ebed-méloec, el etíope: Dile de mi parte
que a Jerusalén no le va a ir nada bien, pues le voy a enviar un terrible
castigo. Diles que yo, el Dios de Israel, lo he anunciado, y él estará allí
cuando eso ocurra. Dile además que yo me comprometo a no dejarlo caer en manos
de los babilonios. Ebe-mélec les tiene miedo, pero yo le aseguro que no
permitiré que lo maten. Le salvaré la vida, y así lo recompensaré por haber
confiado en mí.
Ahora, es el tiempo de que el hombre despierte, que se arrepienta, que
se aparte del pecado y su vida sea edificada al leer la Palabra de Dios para
que se quite lo entenebrecido de su corazón, que su mente sea renovada, sus
pensamientos purificados, pero es necesario que el hombre tome una pronta
decisión: arrepentirse y aceptar a Jesús en su vida para que sea salvo y
se produzca en su ser interior un nuevo nacimiento, cambie su estilo de vida, y esto sólo lo puede
lograr buscando a Dios.
Asimismo, el hombre asido de la mano de Dios al aprender de su Palabra logra mayor
conocimiento de él, su corazón se fortalece y puede derribar las asechanzas del
mundo adverso y entonces el hombre podrá
ver los cambios que Dios puede hacer en su vida, cambios en su conducta, vencer
la avaricia, la soberbia, la envidia, la desobediencia,…, pues sólo Dios puede
moldear lo imperfecto del ser humano para que le pueda ser útil al Señor
conforme a sus principios, pero sabes, es esencial que el hombre confíe en Dios
y El le protegerá.
Con Alta Estima
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