Faltaban pocos días para que los
judíos celebraran la fiesta de los panes sin levadura. A esta fiesta también se
llamaba Pascua. En esos días, los sacerdotes principales y los maestros de la
Ley buscaban la manera de matar a Jesús en secreto, porque le tenían miedo a la
gente.
Entonces Satanás entró en el
corazón de Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, y le puso la idea de
traicionar a Jesús. Judas fue a hablar con los sacerdotes principales y con los
capitanes de los guardias que cuidaban el templo, y se puso de acuerdo con
ellos para entregarles a Jesús. Ellos se alegraron y prometieron darle dinero.
Judas aceptó, y empezó a buscar la oportunidad de estar a solas con Jesús para
entregarlo.
Cuando llegó el día de la fiesta
de los panes sin levadura, que es cuando se mata el cordero para la cena de la
Pascua, Jesús llamó a Pedro y a Juan, y les dijo: Vayan y preparen la cena de
la Pascua. Ellos le preguntaron: ¿Dónde quieres que la preparemos? Jesús les
respondió: Vayan a Jerusalén, y a la entrada de la ciudad verán a un hombre que
lleva el jarrón de agua. Síganlo hasta la casa donde entre, y díganle al dueño
de la casa: El Maestro quiere saber en qué sala va a comer con sus discípulos
en la noche de la Pascua. El les mostrará una sala grande y arreglada en el
piso de arriba. Preparen allí todo lo necesario.
Pedro y Juan fueron y encontraron todo tal como Jesús les
había dicho. Enseguida prepararon la cena de la Pascua. Cuando llegó la hora,
Jesús y sus discípulos se sentaron a la mesa. Jesús les dijo: He deseado
muchísimo comer con ustedes en esta Pascua, antes de que yo sufra y muera.
Porque les aseguro que ya no celebraré más esta cena, hasta el día en que
comamos todos juntos en el gran banquete del reino de Dios.
Luego tomó una copa con vino, le
dio gracias a Dios y dijo: Tomen eso y compártanlo entre ustedes. Porque les
aseguro que, desde ahora, no beberé más vino, hasta que llegue el reino de
Dios. También tomó pan y le dio gracias a Dios, luego lo partió, lo dio a sus
discípulos y les dijo: Esto es mi cuerpo, que ahora es entregado en favor de
ustedes. De ahora en adelante, celebren esta cena y acuérdense de mí cuando
partan el pan.
Cuando terminaron de cenar, Jesús
tomó otra copa con vino y dijo: Este vino es mi sangre, derramada a favor de
ustedes. Con ella, Dios hace con ustedes un nuevo pacto. El que va a
traicionarme está aquí, sentado a la mesa conmigo. Yo, el Hijo del hombre,
moriré tal como Dios lo ha decidido. Pero al que va a traicionarme le pasará
algo terrible. Los discípulos empezaron
a discutir sobre quién de ellos sería el más importante. Entonces Jesús les
dijo: En este mundo, los reyes de los
países gobiernan a sus pueblos y no los dejan hacer nada sin su permiso.
Además, los jefes que gobiernan dicen a la gente: Nosotros somos sus amigos, y
les hacemos el bien.
Pero ustedes no deberán ser como
ellos. El más importante entre ustedes debe ser como el menos importante de
todos; y el jefe de todos debe servir a los demás. Piensen en esto: ¿Quién es
más importante. Entonces Jesús les dijo: En este mundo, los reyes de los países
gobiernan a los pueblos y no los dejan hacer nada sin su permiso. Además, los
jefes que gobiernan dicen a la gente: Nosotros somos sus amigos, y les hacemos
el bien. Pero ustedes no deberán ser
como ellos. El más importante entre ustedes debe ser como el menos importante
de todos; y el jefe de todos debe servir a los demás. Piensen en esto: ¿Quién
es más importante: el que está sentado a la mesa, o el que le sirve la comida?
¿No es cierto que se considera más importante al que está sentado a la mesa?
Sin embargo, vean que yo, el Maestro,
les he servido la comida a todos ustedes.
Ustedes me han acompañado en los
tiempos más difíciles. Por eso, yo los haré reyes, así como mi Padre me hizo
rey a mí. En mi reino, ustedes beberán y comerán en mi mesa, se sentarán en
tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel.
Después Jesús le dijo a Pedro:
Pedro, escucha bien. Satanás ha pedido permiso a Dios para ponerles pruebas
difíciles a todos ustedes, y Dios se lo ha dado. Pero yo he pedido a Dios que
te ayude, para que te mantengan firme. Por un tiempo vas a dejarme solo, pero
después cambiarás. Cuando eso pase, ayudarás a tus compañeros para que siempre
se mantengan fieles a mí. Enseguida Pedro le dijo: Señor, si tengo que ir a la
cárcel contigo, iré; y si tengo que morir contigo, moriré. Y Jesús le dijo:
Pedro, hoy mismo, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me
conoces.
Luego, Jesús les preguntó a sus
discípulos: ¿Recuerdan cuando los envié a anunciar las buenas noticias y les
dije que no llevaran dinero, ni mochila ni sandalias? Díganme, ¿les hizo falta
algo? Ellos le respondieron: No Señor, nada nos faltó. Entonces Jesús les dijo:
Pues bien, yo ahora les digo: el que tenga dinero, que lo traiga; y si tiene
mochila, que la lleve con él. Si alguno no tiene espada, que venda su manto y
se compre una. La Biblia dice acerca de mí: Y fue considerado un criminal. Les
aseguro que pronto me pasará eso.
Los discípulos dijeron: Señor,
aquí tenemos dos espadas. Y él les contestó: ¡Ustedes no me entienden! Pero ya
no hablemos más de esto. Jesús salió de la ciudad y se fue al Monte de los
Olivos, como era su costumbre. Los discípulos lo acompañaron. Cuando llegaron
al lugar, Jesús les dijo: Oren, para que puedan soportar las dificultades que
tendrán. Jesús se alejó un poco de los discípulos, se arrodilló y oró a Dios:
Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero que no suceda lo que
yo quiero, sino lo que tú quieres.
Cuando Jesús terminó de orar,
regresó a donde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, pues estaban
tan tristes que les había dado sueño. Entonces les dijo: ¿Por qué duermen?
¡Levántense y oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán!
Jesús estaba hablando todavía
cuando llegó Judas, uno de los doce discípulos. Con él venían muchos hombres.
Judas se acercó para besar a Jesús. Pero Jesús le dijo: ¡Judas! ¿Con un beso me
traicionas a mí, el Hijo del hombre? Cuando los discípulos vieron lo que iba a
pasar, le dijeron a Jesús: Señor, ¿los atacamos con la espada? Entonces uno de
ellos sacó su espada y le cortó una oreja al sirviente del jefe de los
sacerdotes. Pero Jesús dijo: ¡Alto! ¡No peleen!
Luego, tocó la oreja del
sirviente y lo sanó. Los que habían llegado a arrestar a Jesús eran los
sacerdotes principales, los capitanes de la guardia del templo y los líderes
del pueblo. Jesús les dijo: ¿Por qué han
venido con cuchillos y palos, como si yo fuera un ladrón? Todos los días estuve
enseñando en el templo delante de ustedes, y nunca me arrestaron. Pero bueno,
el diablo los controla a ustedes, y él les mandó que lo hicieran ahora, porque
es en la oscuridad cuando ustedes actúan.
Los que arrestaron a Jesús lo
llevaron al palacio del jefe de los sacerdotes. Pedro los siguió desde lejos. Allí,
en medio del patio del palacio, habían encendido una fogata, y se sentaron
alrededor de ella. Pedro también se sentó con ellos. En eso, una sirvienta vio
a Pedro sentado junto al fuego, y mirándolo fijamente dijo: Este también andaba
con Jesús. ¨Pedro lo negó. ¡Mujer, yo ni siquiera lo conozco! Al poco rato, un
hombre lo vio y dijo: ¡Tú también eres uno de los seguidores de Jesús! Pedro
contestó: ¡No, hombre! ¿No lo soy?
Como una hora después, otro
hombre insistió y dijo: Estoy seguro de que este era uno de sus seguidores,
pues también es de Galilea. Pedro contestó: ¡Hombre, ni siquiera sé de qué me hablas! No había terminado Pedro
de hablar cuando de inmediato el gallo cantó. En ese momento, Jesús se volvió y
miró a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: Hoy,
antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces. Pedro
salió de aquel lugar y se puso a llorar con mucha tristeza.
Los guardias que vigilaban a
Jesús se burlaban de él; le tapaban los ojos, le pegaban, y luego le decían:
¡Profeta, adivina quién te pegó! Luego, lo insultaron diciéndole muchas otras
cosas.
Cuando amaneció, los líderes del
pueblo, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley se reunieron y
llevaron a Jesús ante la Junta Suprema. Allí le preguntaron: Dinos, ¿eres tú el
Mesías? El les contestó: Si le dijera que sí, ustedes no me creerían. Si les
hiciera una pregunta, ustedes no me contestarían. Pero de ahora, en adelante
yo, el Hijo del hombre, tendré el poder y la autoridad que me da Dios
todopoderoso. Entonces todos le preguntaron: ¿Así que tú eres el Hijo de Dios?
Jesús les dijo: Ustedes mismos lo han dicho. Ellos dijeron: Ya no necesitamos
más testigos. Nosotros lo hemos oído de sus propios labios.
Aquí puedes darte cuenta que el
hombre debe recordar no sólo el nacimiento de Jesucristo, sino lo más
importante que Jesús vino al mundo para morir, es decir, dar su vida para salvar a la humanidad, por lo
que es necesario que el hombre se aparte de la maldad, que sea obediente en
cumplir sus mandamientos y apegado a su Palabra y, por ende su entendimiento
que estaba en tinieblas, será liberado y verá la luz para que irradie a otros.
No obstante, el hombre ha sido redimido
por el sacrificio del Hijo del hombre, de Jesús en la cruz para dar libertad a los
cautivos del pecado; y, además, cada
persona debe morir a su “yo” e instituir en su vida la Cena del Señor pues es
un recordatorio de la muerte de Jesucristo, su sangre fue derramada para el
perdón de los pecados de cada ser humano.
Así pues, es esencial que cada
persona abra su corazón y muestre su humildad y amor a Dios, que ore y se
mantenga despierto pues es tiempo de levantarse, de que el hombre se vuelva obediente
a las enseñanzas de Dios, que sostenga siempre la verdad, confíe en Dios aún a
pesar de las circunstancias adversas pues Dios cuida y guarda a cada persona
que lo acepta.
Con Alta Estima,
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