Antes de que todo comenzara ya existía aquel que es la
Palabra. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Cuando Dios creó
todas las cosas, allí estaba la Palabra. Todo fue creado por la Palabra, y sin
la Palabra nada se hizo. De la Palabra nace la vida, y la Palabra, que es la
vida, es también nuestra luz. La luz alumbra en la oscuridad, ¡Y nada puede
destruirla!
Dios envió a un hombre llamado Juan, para que hablara con la
gente y la convenciera de creer en la luz. Juan no era la luz, él sólo vino
para mostrar quién era la luz. Y la luz verdadera pronto llegaría a este mundo.
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo. Dios creó el mundo por medio de
aquel que es la Palabra, pero la gente no lo reconoció. La Palabra vino a vivir
a este mundo, pero su pueblo no la aceptó. Pero aquellos que la aceptaron y
creyeron en ella, llegaron a ser hijos de Dios. Son hijos de Dios por voluntad
divina, no por voluntad humana. Aquel que es la Palabra habitó entre nosotros y fue como uno de nosotros. Vimos
el poder que le pertenece como Hijo único de Dios, pues nos ha mostrado todo el
amor y toda la verdad.
Juan habló de aquel que era la Palabra, y anunció: Ya les
había dicho que él estaba por llegar. El es más importante que yo, porque
existe desde antes de que yo existiera. Dios nos dio a conocer sus leyes por
medio de Moisés, pero por medio de Jesucristo nos hizo conocer el amor y la
verdad. Nadie ha visto a Dios jamás; pero el Hijo único, que está más cerca del
Padre, y que es Dios mismo, nos ha enseñado como es él. Gracias a lo que el
Hijo de Dios es, hemos recibido muchas bendiciones.
Los jefes de los judíos que vivían en Jerusalén enviaron a
algunos sacerdotes, y a otros ayudantes del templo, para que le preguntaran a
Juan quién era él. Juan les respondió No; no soy Elías. Pero los sacerdotes y
sus acompañantes insistieron: ¿Eres tú el profeta que Dios iba a enviar? No,
dijo Juan. Finalmente, le dijeron: Tenemos que llevar una respuesta a los que
nos enviaron. Dinos, ¿quién eres tú? Juan les hizo recordar: Yo soy el que
grita en el desierto: Prepárenle el camino al Señor.
Entonces los mensajeros de los fariseos le dijeron a Juan: Si tú no eres el
Mesías, ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas? Juan contestó: Yo bautizo
con agua. Pero hay entre ustedes uno a quien todavía no conocen. Aunque yo he
llegado antes, él es más importante que yo, y ni siquiera merezco ser su
esclavo. Todo esto pasó en el pueblo de Betania, al otro lado del río Jordán,
donde Juan bautizaba.
Al día siguiente, Juan vio que Jesús se acercaba. Entonces
le dijo a toda la gente: Aquí viene el Cordero de Dios que quita el pecado de
la gente del mundo! Por medio de él, Dios les perdonará a ustedes todos sus
pecados. Yo me refería a él cuando dije: Después de mí, viene uno que es más
importante que yo, porque existe desde antes de que yo naciera. Yo no sabía
quién era, pero Dios me mandó a bautizar con agua para que todos puedan
conocerlo.
Yo vi, cuando el Espíritu de Dios bajaba del cielo en forma
de paloma y se colocaba sobre él. No sabía yo quién era él, pero Dios me dijo:
Conocerán al que bautiza con el Espíritu Santo cuando veas que mi Espíritu baja
y se coloca sobre él. Ahora lo he visto, y les aseguro que él es el Hijo de
Dios.
Al día siguiente, Juan estaba en el mismo lugar con dos de sus discípulos.
Cuando vio que Jesús pasaba por allí, les dijo:¡Miren aquí viene el Cordero de
Dios. Al oír eso, los dos discípulos lo siguieron. Jesús se dio vuelta y, al
ver que lo seguían, les preguntó qué querían. Ellos le preguntaron: ¿Dónde
vives, Maestro? Síganme y lo verán, contestó Jesús.
Ellos fueron y vieron dónde vivía Jesús: y como eran casi
las cuatro de la tarde, se quedaron con él por el resto del día. Uno de ellos
era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Lo primero que hizo Andrés fue buscar a
su hermano Simón. Cuando los encontró, le dijo: ¡Hemos encontrado al Mesías, es decir, al
Cristo! Entonces Andrés llevó a Simón a donde estaba Jesús. Cuando Jesús vio a
Simón, le dijo: Tú eres, Simón, hijo de Juan, pero ahora te vas a llamar Cefas,
es decir, Pedro.
Al día siguiente, Jesús decidió ir a la región de Galilea.
Allí encontró a Felipe, que era de Betsaida, el pueblo donde vivían Andrés y
Pedro. Jesús le dijo a Felipe: Sígueme. Luego, Felipe fue a buscar a Natanael,
y le dijo: Hemos encontrado a aquel de
quien Moisés escribió en la Biblia, y del que también hablan los profetas. Es
Jesús de Nazaret, el hijo de José.
Natanael preguntó:
¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret? Ven y lo verá, contestó Felipe.
Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: Aquí viene un verdadero
israelita, un hombre realmente sincero. Natanael le preguntó: ¿cómo es qué me
conoces? Jesús le respondió: Me fijé en ti cuando estabas bajo la higuera,
antes que Felipe te llamara. Entonces Natanael respondió: Maestro, ¡tú eres el
Hijo de Dios y el rey de Israel! Jesús le dijo: ¿Crees esto sólo porque dije
que te vi debajo de la higuera? Pues todavía verás cosas más sorprendentes que
estas.
Y luego les dijo a todos: Les aseguro que ustedes verán el
cielo abierto, y verán también a los ángeles de Dios subir y bajar sobre mí,
que soy el Hijo del hombre.
Aquí puedes darte cuenta que Dios es un solo Dios verdadero
con tres personas distintas, Dios envía a Jesús, su unigénito Hijo al mundo
hecho carne para redimir al hombre que cree en Dios y perdonar sus pecados.
No obstante, Dios muestra a Jesús como el Hijo del hombre, pues
el hombre debe entender que Jesucristo fue cien por ciento hombre y cien por
ciento Dios, en El no hubo pecado, siempre obedeció e hizo la voluntad del
Padre.
Por tanto, lo fundamental es que el hombre perciba que Dios
es luz, que su Palabra da vida, es la única que muestra el camino correcto, es la que guía
a esa la luz divina que es Jesucristo, quien es el mediador entre Dios y el
hombre.
Ahora es el tiempo que el hombre debe cambiar su manera de
vivir y que cada persona que le ame abra su corazón y reciba el Espíritu de
Dios para que siga recibiendo abundantes bendiciones.
Con Alta Estima,
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