Un sábado, Jesús estaba cenando
en la casa de un jefe de los fariseos. Todos los que estaban presentes lo
vigilaban muy atentos, De pronto, un hombre que tenía las piernas y los brazos
hinchados se paró delante de él. Jesús miró a los maestros de la Ley y a los
fariseos, y les preguntó: ¿se debe, o no se debe sanar a un enfermo el día de
descanso? Ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tomó de la mano al
enfermo, lo sanó y lo despidió. Después, les preguntó a los que estaban
presentes: Si uno de sus hijos, o uno de sus bueyes, se cayera en un pozo, ¿no
es cierto que lo sacarían de inmediato, aunque fuera sábado. Pero ellos no
pudieron decir nada.
Jesús se había dado cuenta de que
los invitados a la cena llegaban y se sentaban en los mejores lugares. Por eso
les dio este consejo: Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te
sientes en el mejor lugar. Porque si llega alguien más importante que tú, el
que te invitó te dirá: Dale tu puesto a este otro invitado. Eso sería muy
vergonzoso para ti, y tendrías que sentarte en el último lugar.
Por eso, cuando alguien te
invite, busca el último puesto. Así, cuando llegue el que te invitó, te dirá:
Amigo, ven siéntate aquí; este lugar es mejor. De esa manera, recibirás honores
delante de los demás invitados. El que se crea superior a los demás, será
puesto en el lugar menos importante. El que es humilde será puesto en un lugar
más importante. Luego, Jesús le dijo al hombre que lo había invitado: Cuando
hagas una fiesta o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a
tus otros familiares, ni a tus vecinos más ricos. Si haces eso, también ellos
te invitarán a ti, y de esa manera te recompensarán por haberlos invitado. En
el futuro, cuando hagas una fiesta, invita a los pobres, a los tullidos, a los
cojos y a los ciegos. Ellos no podrán darte nada a cambio, pero Dios te
bendecirá. El te dará un premio cuando resuciten todos los que practican la
justicia.
Al oir esto, uno de los invitados
le dijo a Jesús: ¡La bendición más grande será participar en la gran fiesta del
reino de Dios! Jesús le respondió. En cierta ocasión, un hombre organizó una
gran cena e invitó a mucha gente. Cuando llegó la hora, envió a su sirviente
para que llamara a los invitados y les dijera: Vengan ya todo está listo. Pero
cada uno de los invitados dio una excusa, y rechazó la invitación. Uno dijo:
Dile a tu amo que por favor me disculpe, pues acabo de comprar un terreno y
necesito ir a verlo.
Otro dijo: Le ruego que me
disculpe, pues hoy compré cinco yuntas de bueyes y tengo que probarlas. Otro
más dijo: Acabo de casarme; dile que no puedo ir. El sirviente regresó y le
contó a su amo todo esto. El amo se enojó mucho y le dijo: Ve enseguida a las
calles y callejones de la ciudad, y trae a cenar a los pobres, a los tullidos,
a los ciegos y a los cojos.
Cuando el sirviente regresó, le
dijo: Señor, ya hice lo que usted me mandó, pero todavía queda lugar en la
casa. El amo le ordenó: Ve por las calles y callejones, y obliga a la gente a
entrar. Quiero que mi casa se llene. Pero ninguno de los que invité la primera
vez probará un bocado de mi cena.
Una gran cantidad de gente
caminaba con Jesús. De pronto, él se volvió y les dijo: Si alguno de ustedes
quieres ser mi discípulo, tendrá que amarme más que a su padre o a su madre,
más que a su esposa o a sus hijos, y más que a sus hermanos o a sus hermanas.
Ustedes no pueden seguirme, a menos que me amen más que a su propia vida. Si
ustedes no están dispuestos a morir en una cruz, y a hacer lo que yo les diga,
no pueden ser mis discípulos. Si alguno de ustedes quiere construir una torre,
¿qué es lo primero que hace? Pues se
sienta a pensar cuánto va a costarle, para ver si tienen suficiente dinero.
Porque si empieza a construir la torre y después no tiene dinero para
terminarla, la gente se burlará de él. Todo el mundo le dirá: ¡Qué tonto eres!
Empezaste a construir la torre, y ahora no puedes terminarla.
¿Qué hace un rey que sólo tiene
diez mil soldados, para defenderse de otro rey que lo va a atacar con veinte
mil? Primero tendrá que ver si puede ganar la batalla con sólo diez mil
soldados. Y si ve que no puede ganar, aprovecha que el otro rey todavía está
lejos y manda mensajeros a pedir la paz. Por eso, piénsenlo bien. Si quieren
ser mis discípulos, tendrán que abandonar todo lo que tienen.
La sal es buena, pero cuando
pierde sus capacidades se tira a la basura pues ya no sirve ni para el horno de
barro ni para hacer combustible con el estiércol. ¡Si en verdad tienen oídos,
presten mucha atención.
Aquí puedes darte cuenta que lo
fundamental es que el hombre sea humilde, que busque a Dios y descubra su
inmenso amor por la humanidad, que entienda el valor del sacrificio de Jesucristo
al dar su vida en la cruz para redimir al hombre del pecado y mostrar gratitud
de lo maravilloso que es ser hijo de Dios.
No obstante, la persona humilde
no busca llamar la atención sobre sí mismos, sino ser sabio y reflexionar si
hace lo correcto, que aprenda a desarrollar una buena conciencia y entonces la
vida de cada persona será llena de paz y alegría pues el Señor Jesús da la
gracia necesaria a quien le sigue verdaderamente para que construya una vida edificada.
Así pues, es esencial que el
hombre se apegue a la Palabra de Dios para que cada persona sea instrumento,
que muestre su fidelidad a Dios, que deje de ser tibio y más bien sea luz a los
demás. Ahora bien, el hombre debe entender que el camino a Jesucristo es la
puerta estrecha, por lo que cada persona que le busque, debe ser humilde.
Con Alta Estima,
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