¡Jesucristo nos ha
hecho libres! ¡El nos ha hecho libres de verdad! Así que no abandonen esa
libertad, ni vuelvan nunca a ser esclavos de la ley. Pero quiero decirles algo:
Si ustedes se circuncidan, lo que hizo Cristo ya no les sirve de nada. Les
advierto una vez más: cualquiera que se circuncida está obligado a obedecer la
ley. Los que quieren que Dios los acepte por obedecer la ley, rechaza el amor
de Dios y dejan de estar unido a Cristo. En cambio, a nosotros, el Espíritu nos
da la seguridad de que Dios nos acepta porque confiamos en Cristo. Gracias a
los que Cristo hizo, ya no importa si estamos circuncidados o no. Lo que sí
importa es que confiamos en Cristo, y que esa confianza nos hace amar a los
demás.
Ustedes iban muy
bien! ¿Quién les impidió seguir obedeciendo el verdadero mensaje? Con toda
seguridad no fue Dios, pues él mismo los
invitó a obedecerlo. No hay duda de que un solo falso maestro daña toda la
enseñanza. Puesto que somos cristianos, estoy seguro de que ustedes estarán de
acuerdo conmigo. Y no tengo la menor duda de que Dios castigará a quién los
está molestando, sea quien sea.
Hermanos, si yo
anunciara que todos deben circuncidarse, mis enemigos dejarían de perseguirme y
el mensaje de la muerte de Cristo en la cruz no los haría enojar. ¡Ojalá que
quienes los molestan no sólo se circunciden, sino que de una vez se lo corten
todo!
Hermanos, Dios los
llamó a ustedes a ser libres, pero no usen esa libertad como pretexto para
hacer lo malo. Al contrario, ayúdense por amor los unos a los otros. Porque
toda la ley de Dios se resume en un solo mandamiento: Cada uno debe amar a su
prójimo, como se ama a sí mismo. Les advierto que, si se pelean y se hacen
daño, terminarán por destruirse unos a otros.
Por eso les digo:
obedezcan al Espíritu de Dios, y así no desearán hacer lo malo. Porque los
malos deseos están en contra de lo que
quiere el Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de los malos deseos.
Por lo tanto, ustedes no pueden hacer lo que se les antoje. Pero sí obedecen al
Espíritu de Dios, ya no están obligados a obedecer la ley.
Todo el mundo conoce
la conducta de los que obedecen a sus malos deseos: no son fieles en el
matrimonio, tienen relaciones sexuales prohibidas, muchos vicios y malos
pensamientos. Adoran a dioses falsos, practican la brujería y odian a los
demás. Se pelean unos con otros, son celosos y se enojan por todo. Son
egoístas, discuten y causan divisiones. Son envidiosos, y hasta matan; se
emborrachan, y en sus fiestas hacen locuras y muchas cosas malas, Les advierto,
como ya lo había hecho antes, que los que hacen esto no formarán parte del
reino de Dios.
En cambio, el
Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en
paz con todos. Nos hace ser pacientes y amables, y tratar bien a los demás,
tener confianza en Dios, ser humildes, y saber controlar nuestros malos deseos.
No hay ley que esté en contra de todo esto. Y los que somos de Jesucristo ya
hemos hecho morir en su cruz nuestro egoísmo y nuestros malos deseos. Si el Espíritu
ha cambiado nuestra manera de vivir, debemos obedecerlo en todo. No seamos
orgullosos, ni provoquemos el enojo y la envidia de los demás por creernos
mejores que ellos.
Aquí puedes darte
cuenta que gracias al sacrifico en la cruz de nuestro Señor Jesucristo el
hombre es libre y lo importante es que se aparte del pecado y sea obediente a
sus enseñanzas, que ponga su confianza en Dios para que el Espíritu de Dios
more en su ser interior y el hombre regenerado entonces haga lo bueno.
No obstante, el
hombre obediente demostrará amor a sus semejantes, ayudándose unos a otros y
así el hombre evitará destruirse a sí
mismo, se esforzará por lograr un comportamiento agradable a Dios, con dominio
propio de sus malos deseos y viviendo con alegría y paz con los demás.
Por lo tanto, cuando el Espíritu de Dios vive en el hombre
regenerado logra esta transformación, cambia su manera de vivir y le obedece en
todo pues su confianza está puesta en nuestro Señor Jesús.
Con Alta Estima,
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