viernes, 15 de mayo de 2015

Y ahora vivo gracias a mi confianza en el Hijo de Dios


Catorce años después, Dios me hizo ver que yo debía ir a Jerusalén. En esa ocasión me acompañaron Bernabé y Tito.  Allí nos reunimos con los miembros de la iglesia, y les explicamos el mensaje que yo anuncio a los que no son judíos. Luego me reuní a solas con los que eran reconocidos como líderes de la iglesia, pues quería  estar seguro de que mi trabajo, pasado y presente, no iba a resultar un esfuerzo inútil.

Ellos no obligaron a nadie a circuncidarse; ni siquiera a Tito, que no era judío. Tuvimos esa reunión porque hubo algunos que, a escondidas, se metieron en el grupo de la iglesia para espiarnos.  Esos falsos seguidores sólo querían quitarnos. la libertad que Jesucristo nos dio, y obligarnos a obedecer las leyes judías. Pero ni por un momento nos dejamos convencer, pues queríamos que ustedes siguieran obedeciendo el verdadero mensaje de la buena noticia.

Aquellos que en la iglesia eran reconocidos como líderes no agregaron nada nuevo al mensaje que yo predico. Y no me interesa saber si en verdad eran líderes o no, pues Dios no se fija en las apariencias. Más bien, ellos comprendieron que a Pedro se le había encargado anunciar la buena noticia a los judíos, y que a mí se me había encargado anunciarla a todos los que no lo son. Fue Dios mismo quien envió a Pedro como apóstol para los judíos, y a mí como apóstol para aquellos que no lo son. Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados los líderes más importantes de la iglesia, se dieron cuenta de ese privilegio que Dios me había dado. Entonces quedamos de acuerdo en que Bernabé y yo anunciaríamos la buena noticia a los que no son judíos, y que ellos la anunciarían a quienes si lo son.  Y para mostrarnos que estaban de acuerdo, nos dieron la mano. La única condición que nos pusieron fue que no dejáramos de ayudar a los pobres la iglesia en Jerusalén. Y eso es precisamente lo que he estado procurando hacer.

Cuando Pedro vino a la ciudad de Antioquía, me enfrenté a él y le dije que no estaba bien lo que hacía. Pues antes de que llegaran los judíos  que  Santiago envió, Pedro comía con los cristianos que no son judíos; pero, en cuanto llegaron los judíos, dejó de hacerlo, porque les tenía miedo. Pedro y los judíos disimularon muy bien sus verdaderos sentimientos, y hasta el mismo Bernabé les creyó. ¡Esa conducta iba en contra del verdadero mensaje de la buena noticia. Por eso, hablé con Pedro delante de todos los miembros de la iglesia de Antioquía, y le dije: Tú, que eres judío, has estado viviendo como si no lo fueras. ¿Por qué, entonces, quieres obligar  a los que no son judíos a vivir como si lo fueran?

Todos nosotros somos judíos desde que nacimos, y no somos pecadores como los que no son judíos. Sabemos muy bien que Dios sólo acepta a los que confían en Jesucristo, y que nadie se salva sólo por obedecer la ley. Nosotros  mismos hemos confiado en Jesucristo, para que Dios nos acepte por confiar en él. Porque Dios no aceptará a nadie sólo por obedecer la ley.

Nosotros queremos que Dios nos acepte por medio de Cristo. Pero si al hacer esto descubrimos que también nosotros somos pecadores como la gente de otros países, ¿vamos a pensar por eso que Cristo nos hizo pecar? ¡Claro que no?  Si yo digo que la ley no sirve, pero luego vuelvo a obedecerla, demuestro que estoy totalmente equivocado. Para la ley estoy muerto, y lo estoy por causa de la ley misma. Sin embargo, ¡ahora vivo para Dios!

En realidad, también yo he muerto en la cruz, junto con Jesucristo. Y ya no soy yo el que vive, sino que es Jesucristo el que vive en mí. Y ahora vivo gracias a mi confianza en el Hijo de Dios, porque él me amó y quiso morir para salvarme. No rechazo el amor de Dios. Porque si él nos aceptara sólo porque obedecemos la ley, entonces de nada serviría que Cristo haya muerto.

Aquí puedes darte cuenta que el hombre debe tomar la decisión voluntaria de amar a Dios, obedeciendo sus mandatos y así anunciar el mensaje de Dios a la gente que todavía no lo conoce.

No obstante, es importante que el hombre actúe con sinceridad dondequiera que se encuentre, que mantenga una misma postura respecto de algún asunto, y no cambie de actitud por dejarse llevar por las  apariencias sino más bien debe comportarse de acuerdo a sus convicciones.

Por tanto, es fundamental que el hombre que acepta y cree en nuestro Señor Jesucristo como el Señor de su vida, El mora  en su ser interior y le ayuda a gobernar su carácter, le da fortaleza para que su si sea si y su no sea no, pues su confianza está puesta en Jesús, el Hijo de Dios, quien dio su vida, murió y resucitó para redimir al hombre  y entonces Dios le aceptará.

Así pues, lo esencial es que el hombre regenerado cambie su manera de vivir pues de ahora en adelante debe demostrar con su conducta que  vive para Dios.


Con Alta Estima,

No hay comentarios:

Publicar un comentario