lunes, 9 de marzo de 2015

…no creo que haya hecho algo tan malo como para merecer la muerte


Festo llegó a la ciudad de Cesarea para ocupar su puesto de gobernador. Tres días después se fue a la ciudad de Jerusalén. Cuando llegó, los sacerdotes principales y los judíos más importantes de la ciudad hicieron una acusación formal contra Pablo. También le pidieron a Festo que les hiciera el favor de ordenar que Pablo fuera llevado a Jerusalén. Ellos planeaban matar a Pablo cuando viniera de camino a la ciudad. Pero Festo les dijo: No; Pablo seguirá preso en Cesarea, y muy pronto yo iré para allá. Si él ha hecho algo malo y las autoridades de ustedes quieren acusarlo, que vengan conmigo. Allá podrán acusarlo.

Festo se quedó ocho días en Jerusalén, y luego regresó a Cesarea. Al día siguiente fue a la corte, se sentó en la silla del juez, y mandó a traer a Pablo. Cuando Pablo entró en la corte, los judíos que habían venido desde Jerusalén comenzaron a acusarlo de hacer cosas muy malas. Pero no pudieron demostrar que eso fuera cierto. Pablo entonces tomó la palabra para defenderse, y dijo: Yo no he hecho nada malo contra el templo de Jerusalén, ni contra el emperador de Roma. Tampoco he desobedecido las leyes judías.

Como Festo quería quedar bien con los judíos, le preguntó a Pablo: ¿Te gustaría ir a Jerusalén para que yo te juzgue allá? Pablo le contestó: El tribunal del emperador de Roma está aquí, y es aquí donde debo ser juzgado. Usted sabe muy bien que yo no he hecho nada malo contra los judíos. Si lo hubiera hecho, no me importaría si como castigo me mataran. Pero si lo que ellos dicen de mí no es cierto, nadie tiene derecho de entregarme a ellos. Yo pido que el emperador sea mi juez.
Festo se reunió con sus consejeros para hablar del asunto, y luego le dijo a Pablo: Si quieres que el emperador sea tu juez, entonces irás a Roma.

Pasaron algunos días, y el rey Agripa y Berenice fueron a la ciudad de Cesarea para saludar al gobernador Festo. Como Agripa y Berenice se quedaron allí varios días, Festo le contó al rey Agripa lo que pasaba con Pablo: Tenemos aquí a un hombre que Félix dejó preso. Cuando fui a Jerusalén los principales sacerdotes y los líderes judíos lo acusaron formalmente. Ellos querían que yo ordenara matarlo. Pero les dije que nosotros, los romanos, no acostumbramos ordenar la muerte de nadie sin que esa persona tenga la oportunidad de ver a sus acusadores y defenderse. Entonces los acusadores vinieron a Cesarea y yo, sin pensarlo mucho, al día siguiente fui al tribunal y ocupé mi puesto de juez. Ordené que trajeran  al hombre, pero no lo acusaron de nada terrible, como yo pensaba. Lo acusaban sólo de cosas que tenían que ver con su religión, y de andar diciendo que un tal Jesús, que ya había muerto, había resucitado. Yo no sabía qué hacer, así que le pregunté a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allá. Pero él contestó que prefería quedarse preso hasta que el emperador lo juzgue. Entonces ordené que lo dejara preso hasta que pueda enviarlo a Roma.

Agripa le dijo a Festo: Me gustaría escuchar a ese hombre. Mañana mismo podrás oírlo le contestó Festo. Al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron al tribunal, y con mucha pompa entraron en la sala. Iban acompañados de los jefes del ejército de los hombres más importantes de la ciudad. Festo ordenó que trajeran a Pablo, y luego dijo: Rey Agripa, y señores que hoy nos acompañan, ¡aquí está el hombre! Muchos judíos han venido a verme aquí, en Cesarea, y allá en Jerusalén, para acusarlo de muchas cosas. Ellos quieren que yo ordene matarlo, pero no creo que haya hecho algo tan malo como para merecer la muerte. Sin embargo, él ha pedido que sea el emperador quien lo juzgue, y yo he decido enviarlo a Roma. Pero no sé qué decirle al emperador acerca de él. Por eso lo he traído hoy aquí, para que ustedes, y sobre todo usted, rey Agripa, le hagan preguntas. Así sabré lo que puedo escribir en la carta que enviaré al emperador. Porque no tendría sentido enviar a un preso sin decir de qué se le acusa.

Aquí puedes darte cuenta que es importante que el hombre sea firme en su manera de pensar y de actuar, que sea congruente en lo que dice y lo que hace, pues no debe dejarse intimidar por gente inescrupulosa, pues es esencial que esté bien cimentado en la Palabra de Dios, y que sea su escudo para que adquiera principios y valores y sobre todo, una buena conciencia.

No obstante, el hombre que decide ser obediente a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, el Espíritu de Dios vive en su ser interior y le da fuerza y las palabras precisas para defenderse.

Así pues, lo esencial es que el hombre que cree en Jesús, con humildad permanezca en sus convicciones y  exhorte a otros para que enriquezcan su vida interna y puedan avanzar en su crecimiento espiritual, el cual es preponderante para que su conducta imite todo lo bueno, todo lo verdadero y deje de vivir en las tinieblas.

Por tanto, es el tiempo de que el hombre haga cambios en su estilo de vida, que al aceptar a Jesús en su corazón, deje a un lado la hostilidad, la mentira, el engaño y se comporte a la altura del varón perfecto que es el Señor Jesús, que inicie una nueva vida, con sinceridad, gobernando sus emociones y caminando en integridad en todo lo que haga.


Con Alta Estima,

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