miércoles, 4 de marzo de 2015

Señor Jesús, ¿qué debo hacer?


Pablo les hablaba en arameo, guardaron más silencio. Pablo entonces les dijo: Yo soy judío. Nací en la ciudad de Tarso, en la provincia de Cilicia, pero crecí aquí en Jerusalén. Cuando estudié, mi maestro fue Gamaliel, y me enseñó a obedecer la ley de nuestros antepasados. Siempre he tratado de obedecer a Dios con la misma lealtad que ustedes. Antes buscaba por todas partes a los seguidores del Señor Jesús, para matarlos. A muchos de ellos, hombre y mujeres, los atrapé y los metí en la cárcel. El jefe de los sacerdotes y todos los líderes del país saben bien que esto es cierto. Ellos mismos me dieron carta para más amigos judíos de la ciudad de Damasco, para que ellos me ayudaran a atrapar más seguidores de Jesús. Yo fui a Damasco para traerlos a Jerusalén y castigarlos.

Todavía estábamos en el camino, ya muy cerca de Damasco, cuando de repente, como a las doce del día, vino del cielo una fuerte luz y todo a mí alrededor se iluminó. Caí al suelo, y escuché una voz que me decía: ¡Saulo! ¡Saulo! ¿Por qué me persigues? Yo pregunté: ¿Quién eres, Señor? La voz me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret. Es a mí a quien estás persiguiendo. Los amigos que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz. Entonces pregunté: Señor Jesús, ¿qué debo hacer? El Señor me dijo: Levántate y entra en la ciudad de Damasco. Allí se te dirá lo que debes hacer. Mis amigos me llevaron de la mano a Damasco, porque la luz me había dejado ciego. Allí en Damasco había un  hombre llamado Ananías, que amaba a Dios y obedecía la ley de Moisés. La gente de esa ciudad hablaba muy bien de él. Ananías fue a verme y me dijo: Saulo, amigo, ya has recobrado la vista.

En ese mismo instante recobré la vista, y pude ver a Ananías. Entonces él me dijo: El Dios de nuestros antepasados te ha elegido para que conozcas sus planes. El quiere que veas a Jesús, quien es justo, y que oigas su voz. Porque tú le anunciarás a todo el mundo lo que has visto y lo que has oído. Así que, no esperes más; levántate, bautízate y pídele al Señor que perdone tus pecados. Cuando regresé a Jerusalén, fui al templo a orar, y allí tuve una visión. Vi al Señor, que me decía: Vete enseguida de Jerusalén, porque la gente de aquí no creerá lo que digas de mí.

Yo contesté: Señor, esta gente sabe lo que yo iba a todas las sinagogas para atrapar a los que creían en ti. Los llevaba a la  cárcel, y los maltrataba mucho. Cuando mataron a Esteban, yo estaba allí, y estuve de acuerdo en que lo mataran, porque hablaba acerca de ti. ¡Hasta cuidé la ropa de los que lo mataron! Pero el Señor Jesús me dijo: Vete ya, pues voy a enviarte a países muy lejanos. La gente ya no quiso escuchar más y comenzó a gritar: ¡Ese hombre no merece vivir! ¡Que muera! ¡No queremos volver a verlo en este mundo. La gente siguió gritando y sacudiéndose el polvo de la ropa en señal de rechazo, y lanzaba tierra al aire.

El jefe de los soldados ordenó que metieran a Pablo en el cuartel, y que lo golpearan. Quería saber por qué la gente gritaba en contra suya. Pero cuando los soldados lo ataron para pegarle, Pablo le preguntó al capitán de los soldados: ¿Tienen ustedes permiso para golpear a un ciudadano romano, sin saber siquiera sí es culpable o inocente? El capitán fue y le contó esto al jefe de los soldados. Le dijo: ¿Qué va a hacer usted? Este hombre es ciudadano romano! El jefe fue a ver a Pablo, y le preguntó: ¿De veras eres ciudadano romano? Así es, contestó Pablo.

El jefe le dijo: Yo compré el derecho de ser ciudadano romano, y me costó mucho dinero. ¡Pero yo no lo compré! Le contestó Pablo. Yo nací en una ciudad romana. Por eso soy ciudadano romano. Los que iban a golpear a Pablo para que hablara, se apartaron de él. El jefe de los soldados también tuvo mucho miedo, pues había ordenado sujetar con cadenas a un ciudadano romano.

Al día siguiente, el jefe de los soldados romanos mandó a reunir a los sacerdotes principales y a los judíos de la Junta Suprema, pues quería saber exactamente en qué acusaban a Pablo. Luego ordenó que le quitaran las cadenas, que lo sacaran de la cárcel y que lo pusieran delante de todos ellos.

Aquí puedes darte cuenta que Dios elige a cada persona que El desea que le sirva, que sea su fiel servidor para que anuncie el mensaje de Dios, pero es imprescindible que el hombre sea obediente y viva apegado a los mandatos del Señor Jesús.

No obstante, es tiempo de que el hombre  pregunte al Señor Jesús ¿Qué debe hacer? Pues Dios ya tiene un plan, un propósito para cada quién, por lo que es prioridad que el hombre despierte, que quite su ceguera espiritual y busque a Dios y se llene de conocimiento que da su Palabra y, haga cambios en su estilo de vida.

Por tanto, lo esencial es que el hombre tome conciencia de porque está en este mundo, y, cuál debe ser  su papel importante como ofrenda grata  a Dios.

Y sabes, aunque a veces en el mundo ocurren injusticias, lo primordial es que el hombre se sujete a Dios, que dependa del Señor Jesús, que ponga su confianza en El  y estando bajo la cobertura de Dios, le  irá bien en todo lo que haga.


Con Alta Estima,

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