Hermanos en Cristo, ustedes conocen la ley de Moisés, y
saben que debemos obedecerla sólo mientras vivamos. Por ejemplo, la ley dice
que la mujer casada será esposa de su marido sólo mientras él viva. Pero si su
esposo muere, ella quedará libre de la
ley que unía a su esposo. Si ella se va a vivir con otro hombre mientras su
esposo vive todavía, se podría culparla de ser infiel a su esposo. Pero si su
esposo muere, ella quedará libre de esa ley, y podrá volverá casarse sin que se
le acuse de haber sido infiel.
Algo parecido sucede con ustedes, mis hermanos. Por medio de
la muerte de Cristo, ustedes ya están bajo el control de la ley. Ahora ustedes
son de Cristo, a quien Dios resucitó. De modo que podemos servir a Dios
haciendo el bien. Cuando vivíamos sin poder dominar nuestros malos deseos, la
ley sólo servía para que deseáramos hacer más lo malo. Y así, todo lo que
hacíamos nos separaba más de Dios. Pero ahora la ley ya no puede controlarnos.
Es como si estuviéramos muertos. Somos libres, y podemos servir a Dios de
manera distinta. Ya no lo hacemos como antes, cuando obedecíamos la antigua
ley, sino que ahora obedecemos al Espíritu Santo.
¿Quiere decir esto que la ley es pecado? ¡Claro que no! Pero
si no hubiera sido por la ley, ya no habría entendido lo que es el pecado. Por
ejemplo, si la ley no dijera: No se dejen dominar por el deseo de tener lo que
otros tienen, yo no sabría que eso es malo. Cuando no hay ley, el pecado no
tiene ningún poder. Pero el pecado usó ese mandamiento de la ley, y me hizo
desear toda clase de mal.
Cuando yo todavía no conocía la ley, vivía tranquilo; pero
cuando conocí la ley, me di cuenta de que era un gran pecador y de que vivía
alejado de Dios. Fue así como la ley, que debió haberme dado la vida eterna,
más bien me dio la muerte eterna. Porque el pecado usó la ley para engañarme, y
con esa misma ley me alejó de Dios.
Podemos decir, entonces, que la ley viene de Dios, y que
cada uno de sus mandatos es bueno y justo. Con esto no estoy diciendo que la
ley, que es buena, me llevó a la muerte. ¡De ninguna manera! El que hizo esto
fue el pecado, que usó un mandato bueno. Así, por medio de un mandato bueno
todos podemos saber lo realmente malo y terrible que es el pecado. Nosotros
sabemos que la ley viene de Dios; pero yo no soy más que un simple hombre, y no
puedo controlar mis malos deseos. Soy un esclavo del pecado. La verdad es que
no entiendo nada de lo que hago, pues en vez de hacer lo bueno que quiero
hacer, hago lo malo que no quiero hacer. Pero, aunque hago lo que no quiero
hacer, reconozco que la ley es buena. Así que no soy quien hace lo malo, sino el pecado que está dentro
de mí. Yo sé que mis deseos egoístas no me permiten hacer lo bueno, pues aunque quiero hacerlo, no
puedo hacerlo. En vez de lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero
hacer: Pero si hago lo que no quiero hacer, en realidad no soy yo quien lo
hace, sino el pecado que está dentro de mí.
Me doy cuenta entonces de que, aunque quiero hacer lo bueno,
sólo puedo hacer lo malo. En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios.
Pero también me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha contra lo
que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en
una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. Sinceramente, deseo obedecer
la ley de Dios, pero no puedo dejar de pecar porque mi cuerpo es débil para
obedecerla. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que me hace pecar y
me separa de Dios? ¡Le doy gracias a Dios, porque sé que Jesucristo me ha
librado!
Aquí puedes darte cuenta que lo más importante es que el
hombre dependa de Dios y que le pida sabiduría para poder vencer los malos
deseos, pues lo más importante es que el hombre busque a Dios y pueda hacer el
bien.
No obstante, si el hombre se arrepiente verdaderamente y
vive apegado a su Palabra cambie su manera de vivir y, entonces el hombre al
recibir el Espíritu de Dios puede dominar sus malos deseos.
Por tanto, el hombre debe entender que las enseñanzas de
Nuestro Señor Jesucristo, su ley es buena y ayuda al hombre a abrir sus
ojos para que pueda discernir el bien y
el mal, y así el hombre decide si hace lo bueno, lo que agrada a Dios.
Asimismo, es de prioridad que el hombre reconozca a Jesús como su
salvador, quien dio su vida y se entregó a sí mismo y resucitó para salvar al
hombre y que tenga una vida nueva.
Ahora bien, es tiempo de que el hombre regenerado, que ahora
obedece la ley de Dios, con gratitud honre a Jesús por su sacrificio en la
cruz, que ganó esa libertad.
Con Alta Estima,
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