Queridos hermanos en
Cristo, tengan presente que, cuando nuestros antepasados cruzaron el Mar de los
Juncos, Dios los cubrió a todos ellos con una nube. De ese modo, todos fueron
bautizados en la nube y en el mar, y así quedaron unidos a Moisés como seguidores
suyos.
Todos ellos comieron el alimento espiritual que Dios les ofreció. Cristo
los acompañaba, y era la roca espiritual que le dio agua para calmar su sed. De
esa agua espiritual bebieron todos. Sin embargo, la mayoría de esa gente no
agradó a Dios, por eso murieron y sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
De esto que le
sucedió a nuestro pueblo, nosotros tenemos que aprender nuestra lección. No
debemos desear hacer lo malo como ellos. No debemos adorar a los ídolos, como
hicieron algunos. Así dice la Biblia: La gente se sentó a comer y beber, y
luego se puso a bailar en honor de los ídolos. Tampoco debemos tener relaciones
sexuales prohibidas, como lo hicieron algunos de ellos. ¿Por eso, en un solo
día murieron veintitrés mil! No tratemos de ver cuánto podemos pecar sin que
Cristo nos castigue. Algunos del pueblo lo hicieron, y murieron mordidos por
serpientes. Tampoco debemos quejarnos, como algunos de ellos lo hicieron. Por
eso el ángel de la muerte los mató.
Todo eso le sucedió a
nuestro pueblo para darnos una lección. Y quedó escrito en la Biblia, para que
nos sirva de enseñanza a los que vivimos en estos últimos tiempos. Por eso, que
nadie se sienta seguro de que no va a pecar, pues puede ser el primero en
hacerlo. Ustedes no han pasado por ninguna tentación que otros no hayan tenido.
Y pueden confiar en Dios, pues él no va a permitir que sufran más tentaciones
de las que pueden soportar. Además, cuando vengan las tentaciones, Dios mismos
les mostrará cómo vencerlas, y así podrán resistir.
Por eso, queridos
hermanos, no adoren a los ídolos. Ustedes son personas inteligentes, y estoy
seguro de que me entienden. En la Cena del Señor, cuando tomamos la copa y
pedimos que Dios la bendiga, todos nosotros estamos participando de la sangre
de Cristo. Y cuando partimos el pan, también participamos todos del cuerpo de
Cristo. Aunque somos muchos, somos un solo cuerpo, porque comemos de un solo
pan.
Por ejemplo, en el
pueblo de Israel, los que comen la carne de los animales que se sacrifican en
el altar del templo, participan de ellos con Dios y con los que toman parte en
el sacrificio. Eso no quiere decir que yo reconozca algún valor en los ídolos
que otros pueblos adoran, o en los alimentos que se les ofrecen. Cuando los que
no creen en Cristo ofrecen algo, se lo dan a los demonios y no a Dios. ¡Y yo no
quiero que ustedes tengan nada que ver con los demonios!
Ustedes no pueden
beber de la copa en la Cena del Señor y, al mismo tiempo, beber de la copa que
se usa en las ceremonias donde se honra a los demonios. Tampoco pueden
participar en la Cena del Señor, y al mismo tiempo participar en las fiestas
para los demonios. ¿O es que quieren que Dios se enoje? ¡Nosotros no somos más
fuertes que Dios!
Algunos de ustedes
dicen: Yo soy libre de hacer lo que quiera. ¡Claro que sí! Pero no todo lo que
uno quiere, conviene; ni todo fortalece la vida cristiana. Por eso, tenemos que
pensar en el bien de los demás, y no sólo en nosotros mismos.
Dios es dueño de toda
la tierra y de todo lo que hay en ella. Por lo tanto, ustedes pueden comer de
todo lo que se vende en la carnicería, sin tener que pensar de dónde viene esa
carne. Si alguien que no cree en Cristo los invita a comer, y ustedes quieren
ir, vayan. Coman de todo lo que les sirvan, y no se pongan a pensar si está
bien comer o no. Pero si alguien les dice: Esta carne fue ofrecida a los
ídolos, entonces no la coman, para evitar problemas. Tal vez tú no tengas
problemas en comerla, pero otras personas sí.
A mi realmente no me
gusta la idea de no poder hacer algo, sólo porque otra persona piensa que está
mal, pues si yo le doy gracias a Dios por la comida, ¿por qué me van a criticar
por comerla? Siempre que ustedes coman o beban, o hagan cualquier otra cosa,
háganlos para honrar a Dios. No les causen problemas a los judíos, ni a los que
no son judíos, ni a los que son de la iglesia de Dios. En todo lo que hago, yo
trato de agradar a todas las personas. No busco ventaja para mi mismo, sino que
busco el bien de los demás, para que se salven.
Aquí puedes darte
cuenta que es esencial que el hombre viva apegado a la Palabra de Dios, la
obedezca y cumpla en su diario vivir y que su conciencia sea sólida , su
convicción firmes y así tome sabias
decisiones, pues en la actualidad en el mundo se viven tiempos difíciles y
nadie es infalible de no pecar, pero el hombre obediente tiene puesta su
confianza en Dios y pueda resistir las tentaciones.
No obstante, el
hombre inteligente reconoce a Dios como su único Dios verdadero, Creador de
todo cuanto existe, y cuando el hombre participa en la Cena del Señor del alimento espiritual, de la sangre
y del pan, el cuerpo de Cristo, forma un
solo Cuerpo.
Por tanto, el hombre
a pesar de que Dios le ha dado libre albedrío no todo lo que quiere hacer le
conviene ni lo fortalece en su vida espiritual.
Así pues, lo
prioritario es que el hombre con su comportamiento honre a Dios y no busque
ventaja personal en lo que hace sino el bien de los demás.
Con Alta Estima,
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