No decimos todo esto
para hablar bien de nosotros mismos. Tampoco necesitamos presentarles cartas
que hablen bien de nosotros, ni les pedimos que ustedes las escriban para que
se las presentemos a otros. Algunos sí las necesitan, pero nosotros no. Todos
pueden ver claramente el bien que Cristo ha hecho en la vida de ustedes. Para
que la gente hable bien de nosotros, sólo tiene que fijarse en ustedes. Porque
ustedes son una carta que habla a favor nuestro. Cristo mismo la escribió en
piedra, ni con tinta, sino que la escribió con el Espíritu del Dios vivo. Y esa
carta está a la vista de todos los que la
quieran leer.
Por medio de Cristo,
Dios nos asegura que todo eso es cierto. Pero nosotros no somos capaces de
hacer algo por nosotros mismos; es Dios quien nos da la capacidad de hacerlo.
Ahora Dios nos ha preparado para que anunciemos a todos nuestro nuevo
compromiso con él. Este nuevo compromiso no se apoya en la ley, sino en el
Espíritu de Dios. Porque la ley condena a muerte al pecador, pero el Espíritu
de Dios da vida.
Dios escribió la ley
en tablas de piedra, y se entregó a Moisés. Aquel momento fue tan grandioso,
que la cara de Moisés resplandecía. Y el resplandor era tan fuerte que los
israelitas no podían mirar a Moisés cara a cara. Sin embargo, ese brillo pronto
iba a desaparecer.
Si la entrega de esa
ley fue tan grandiosa, el anuncio de la
salvación será más grandioso todavía. Porque esa ley dice que merecemos morir por nuestros
pecados. Pero gracias a lo que el Espíritu Santo hizo en nosotros, Dios nos
declara inocentes. ¡Y eso es mucho más
grandioso que lo que hace la ley! Y si fue gloriosa la ley que iba a
desaparecer, mucho más gloriosa es la buena noticia que anuncia la salvación eterna.
Tan seguros estamos
de todo esto, que no nos da miedo hablar. No hacemos como Moisés, que se tapaba
la cara con un velo para que los israelitas no vieran que el brillo de su cara
se iba apagando. Ellos entendieron esto. Por eso hasta el día de hoy, cuando
leen los libros de Moisés, no lo entienden. Es como si su entendimiento
estuviera cubierto con un velo. Sólo Cristo puede ayudarlos a entender.
Sin embargo, esto
llega a comprenderlo el que se arrepiente y pide perdón al Señor. ¡Es como si
le quitaran el velo a su entendimiento!.
Porque el Señor y el Espíritu son uno mismo, y donde está el Espíritu del Señor
hay libertad. Y nosotros no tenemos
ningún velo que nos cubra la cara. Somos como un espejo que refleja la grandeza
del Señor, quien cambia nuestra vida. Gracias a la acción de su Espíritu en
nosotros, cada vez nos parecemos más a él.
Aquí puedes darte
cuenta que el hombre que cree en nuestro Señor Jesucristo y vive apegado a su
Palabra, es como una carta abierta a toda persona que quiera conocer a Dios, en
la cual el mensaje que da bueno pues viene de Dios, aunque es fundamental que
este mensaje esté grabado antes en el corazón de la persona que lo anuncie, y que muestre que Jesús vive en su ser interior
pues el Espíritu de Dios hará fluir las palabras de sabiduría ara para que
otros puedan leer el mensaje fidedigno de Dios, que da vida y salvación.
Por tanto, es tiempo
que el hombre se vuelva a Dios, que se arrepienta verdaderamente de sus pecados
y pida perdón a Dios, y, Dios le da
libertad y quita el velo que le estorba y entonces, el hombre regenerado
entenderá el mensaje de vida eterna pues sólo el Espíritu de Dios abre su
entendimiento para sea lleno de la Palabra de Dios.
Así pues, el hombre
restaurado, que ha muerto a su “yo”, reflejará luminosidad pues ahora su andar
es impecable y entonces será como un espejo que refleje la grandeza de Dios, ya
que sólo el Espíritu de Dios puede cambiar al hombre en su manera de vivir.
Con Alta Estima,
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