Aquel hombre me llevó de nuevo a la entrada del templo.
Allí me di cuenta de que, por debajo de la entrada, salía agua. Esa agua venía
del sur, y luego de pasar por el costado derecho del templo, corría hacia el
este, que era hacia done estaba orientado el templo. Luego aquel hombre me hizo
salir por la puerta norte, y rodeando el templo por la parte de afuera me llevó
hasta la entrada del este. Allí pude ver que también por el lado sur brotaba
agua.
El hombre se dirigió hacia el este. Tomó una cuerda y
midió quinientos metros; luego me ordenó cruzar la corriente. El agua me
llegaba a los tobillos. Enseguida midió otros quinientos metros, y nuevamente
me ordenó cruzar la corriente. Ahora el agua me llegaba a las rodillas. El
hombre midió otros quinientos metros, y otra vez me hizo cruzar la corriente.
Para entonces el agua me llegaba a la cintura. Midió quinientos metros más, y
la corriente era ya un río muy hondo que no pude cruzar a pie. La única manera
de cruzarlo era nadando. Entonces el hombre me preguntó: ¿Te fijaste bien en
todo esto?
Cuando regresamos a la orilla del río, vi que en las dos
orillas había muchos árboles. Entonces el hombre me dijo: Estas aguas corren
hacia el este, y al llegar al desierto desembocan en el Mar Muerto. Allí el
agua salada se vuelve dulce. Desde En-gadi hasta en-eglaim, y por dondequiera
que pasen estas aguas, habrá muchísimos peces. También habrá pescadores que
pondrán a secar sus redes. ¡Habrá tantos peces, y de tantas clases, como en el
mar Mediterráneo! Todo lo que se mueva en esas aguas vivirá, porque ellos harán
que el agua amarga se vuelva dulce. Sólo seguirán siendo salados los charcos y
los pantanos, que no servirán más que para sacar sal.
En las dos orillas del río crecerá toda clase de árboles
frutales. Sus hojas nunca se caerán, sino que usarán como medicina. Serán
regados con el agua que sale del templo, y el fruto que darán cada mes servirá
de alimento.
Dios ha establecido ya los límites de la tierra de
Israel. El mismo ha dicho: Esta tierra se la prometí a los antepasados de
ustedes, y es la herencia que les daré. Ustedes deberán repartirla por partes
iguales entre las doce tribus, pero a la tribu de José deben darle dos partes.
Por el norte, el límite partirá del mar Mediterráneo, y
pasará por la ciudad de Hetlón, Sedad, Berotá y Sibraim. Estas ciudades están
entre los territorios de Damasco y Hamat. De allí seguirá hasta Hasar-haticón,
o Hasar-enán, que limita con Haurán.
Por el este, el límite lo marcará el río Jordán. Partirá
del punto que está entre Haurán y Damasco, y se extenderá por toda la frontera
que divide a Israel de Galaad, hasta la ciudad de Tamar, que está junto al Mar
Muerto.
Por el sur, el límite partirá de Tamar, y se extenderá
hasta el oasis de Meribá-cadés, en dirección al arroyo de Egipto, hasta llegar
al Mediterráneo.
Por el oeste, el límite será el mar Mediterráneo, desde
la frontera con Egipto hasta la costa que está frente a la entrada de Hamat.
Esta tierra es su herencia, y deberán repartirla por
sorteo entre las doce tribus de Israel. En el reparto deberán incluir a los
extranjeros refugiados, y también a los hijos que ellos tengan mientras vivan
entre ustedes. Sus hijos tendrán el mismo derecho que los israelitas por
nacimiento. El territorio que les de lo tomarán de la tribu donde estén
viviendo. Esta es una orden de Dios.
Aquí puedes darte cuenta que es esencial que el hombre se
vuelva a Dios, que lo busque y aprenda a conocerlo a través de su Palabra, para
que su vida sea edificada al obedecer sus mandatos y sus enseñanzas. Así es que el hombre
fortalecido con el espíritu de Dios tendrá la fuerza para vencer lo adverso pues
ha encontrado la puerta hacia el camino eterno que es Jesucristo, pero sabes,
el hombre seguirá librando batallas continuas pues Dios le seguirá probando
para que sea cada día mejor, que brille en tanta oscuridad y alcance la herencia de la tierra que da gozo
y paz.
Con Alta Estima,
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