Durante los seis día de trabajo, la puerta del lado este
del patio interior estará cerrada; sólo se abrirá el sábado y el día en que
haya luna nueva. Esta es una orden. El gobernador entrará al pórtico viniendo
el patio exterior, y se detendrá junto al marco de la entrada. Allí mismo, en
la entrada, el gobernador se arrodillará hasta tocar el suelo con su frente
para adorarme; mientras tanto, los sacerdotes quemarán los animales en mi honor
y presentarán las ofrendas para pedirme salud y bienestar. Luego saldrá el
gobernador, y la puerta permanecerá cerrada hasta el anochecer.
Los sábados y los días de luna nueva, el pueblo en
general me adorará frente a esa misma puerta. El gobernador, por su parte, deberá
presentarme como ofrenda los siguientes animales: Cada sábado me ofrecerá seis
corderos y un carnero sin ningún defecto. Con cada carnero me ofrecerá veinte
kilos de cereal, pero con los corderos me ofrecerá solamente lo que pueda dar.
Con cada veinte kilos de cereal me ofrecerá tres litros y medio de aceite.
Cada sábado me
ofrecerá seis corderos y un carnero sin
ningún defecto. Con cada ternero y con cada carnero me ofrecerá veinte kilos de
cereal, con los corderos me ofrecerá lo que pueda dar. Con cada veinte kilos de
cereal me ofrecerá también tres litros y medio de aceite.
El gobernador entrará y saldrá por el pórtico de la
entrada, pero durante las fiestas, cuando el pueblo entre a adorar a Dios, se
hará lo siguiente: El que entre por la puerta norte saldrá por la puerta sur, y
el que entre por la puerta sur saldrá por la puerta norte. Nadie podrá salir
por la misma puerta por la que entró; siempre saldrá por la puerta opuesta. El
gobernador deberá acompañar siempre al pueblo, tanto cuando entre al templo
como cuando salga.
En cada una de las fiestas, las ofrendas se presentarán
de la siguiente manera. Con cada ternero, y con cada carnero, me ofrecerán
veinte kilos de cereal; con los corderos me ofrecerán lo que puedan dar. Con
cada veinte kilos de cereal me ofrecerán también tres litros y medio de aceite.
Cuando el gobernador me presente una ofrenda voluntaria,
ya sea para que se queme por completo, o para pedirme salud y bienestar, se
abrirá la puerta del este para que me ofrezca el animal como se hace los
sábados. Una vez que me presente sus ofrendas y haya salido, volverá a cerrarse
la puerta.
Todas las mañanas, sin falta, deberán ofrecerme un
cordero de un año, sin ningún defecto, para que sea quemado en mi honor.
También deberán presentarme cada mañana una ofrenda de siete kilos de cereal y
un litro de aceite. El aceite deberá derramarse sobre la harina.
Cuando el gobernador regale una porción de sus tierras a
alguno de sus hijos, esa porción de terreno será la herencia de ese hijo. Esta
es una orden. Pero sí el gobernador regala una porción de sus tierras a uno de
sus sirvientes, esa porción de terreno será del sirviente sólo hasta el año de
liberación. En ese año el sirviente devolverá el terreno al gobernador, pues se
trata de la herencia de sus hijos. El gobernador no podrá adueñarse de la
tierra que es del pueblo, ni podrá dársela a sus hijos como herencia. Si les
quiere dar algo, debe darles lo que sea de propiedad. Así que no le podrán
quitar a la gente de mi pueblo sus propiedades.
Después de esto, el hombre me llevó por la entrada que
había al lado de la puerta, a ver los cuartos que daban hacia el norte; eran
los cuartos que solamente podían usar los sacerdotes. Allí me mostró la parte
posterior del edificio, que daba hacia el oeste. Entonces me dijo: Aquí es
donde los sacerdotes deben hervir la carne de los animales que me ofrecen para
el perdón de sus pecados; aquí también deben cocinarse las ofrendas de
cereales. De este modo no hará falta sacar la comida al patio exterior, donde
la gente podría tocar estos alimentos especiales.
Luego ese hombre me llevó a recorrer las cuatro esquinas
del patio exterior. En cada esquina había un patio pequeño, y cada patio medía
veinte metros de largo por quince de ancho. Todos ellos estaban rodeados por un
muro de piedra, y por toda la parte baja del muro había fogones. Entonces ese
hombre me dijo que estas eran las cocinas, y que allí era donde los que sirven
en el templo debían cocinar las ofrendas del pueblo.
Aquí puedes darte cuenta que a Dios le agrada que el
hombre le de ofrendas y para dar el hombre debe renovar su mente y su corazón,
hacer cambio s en cotidiano vivir y aprender a no tener tanto apego a lo
material, a los atractivos del mundo. Así cuando el hombre quiere dar algo a su
familia debe ser de su propiedad.
Asimismo, es importante que el hombre primero de su
ofrenda a Dios para que pueda administrar mejor sus recursos, siendo esencial
que el hombre trabaje para que le
devuelva con su ofrenda una parte de lo que ha recibido, por lo que es
necesario desarrollar disciplina para lograrlo.
Ahora bien, la cantidad para ofrendar depende del corazón
del creyente, de su fe, amor a Dios y de la prosperidad de cada persona, pero
sabes, la ofrenda es voluntaria, aunque el hombre cada día que se acerca y
conoce más a Dios, debe dar con gratitud.
Con Alta Estima,
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