Dios me dijo: Jeremías, ve al taller del alfarero. Allí voy a darte un
mensaje. Yo fui y me encontré al alfarero haciendo en el torno vasijas de
barro. Cada vez que una vasija se le dañaba, volvía a hacer otra, hasta que la
nueva vasija quedaba como él quería. Allí Dios me dio este mensaje para los
israelitas: Ustedes están en mis manos. Yo puedo hacer con ustedes lo mismo que
este alfarero hace con el barro. En el momento que yo quiera, puedo amenazar a
una nación o a un reino, y anunciarle su completa destrucción. Pero si esa
nación deja de hacer lo malo, entonces yo decidiré no castigarlos como pensaba
hacerlo. En algún otro momento, puedo decidir que alguna nación o reino
prospere y llegue a tener mucho poder. Pero si esa nación hace lo malo y no me
obedece, entonces decidiré no darle todo lo bueno que había pensado darle.
Luego Dios me dijo: Jeremías, adviérteles a la gente de Judá, y a los
que viven en Jerusalén, que yo, el Dios de Israel, estoy por enviarles un
desastre. Diles que dejen ya de hacer lo malo, y que mejoren por completo su
manera de vivir. Ellos te dirán que no insistas, que van a seguir viviendo como
les dé la gana, y que cada uno seguirá haciendo todo lo malo que les dicte su
malvado corazón.
Por lo tanto, yo les digo: Este pueblo dice ser mío, pero pregunten
entre las naciones y verán que ningún otro pueblo ha hecho cosas tan terrible.
Las altas montañas del Líbano nunca se han quedado sin nieve; ni tampoco han
dejado de correr las frías aguas de las montañas. ¨Pero este pueblo cambia a
cada rato, pues se olvida de mí y adora ídolos inútiles. No sigue las
enseñanzas que desde un principio le di, ni se da cuenta del peligro de seguir
las malas costumbres de las otras naciones.
Por eso enviaré un ejército poderoso y los haré huir ante sus
enemigos. ¡Su país será destruido; será la burla de todas las naciones! Los que
pasen y lo vean, no podrán disimular su asombro. ¡Ese día sabrán que los he
abandonado.
La gente comenzó a hacer planes en contra de Jeremías, decían:
Acusémoslo de algún crimen, y así lo callaremos para siempre. De todo modos,
nunca nos faltará un sacerdote que nos enseñe la ley, ni un sabio que nos de
consejos, ni un profeta que nos hable de parte de Dios.
Jeremías oró así: Dios mío, escucha los gritos de mis enemigos. ¡Han
cavado un pozo para hacerme caer con él! ¡No es justo que así me paguen todo el
bien que les he hecho! ¡Recuerda que vine a pedirte que no los castigues!
¡Quítales la vida a sus hijos! ¡Haz que se mueran de hambre, o que los maten en
la guerra! ¡Que los hombres mueran asesinados! ¡Que las mujeres se queden
viudas y sin hijos que las ayuden! ¡Que los jóvenes mueran en la guerra! ¡Que
se oigan sus gritos de angustia cuando envíes contra ellos un ejército
poderoso!
Dios mío, tú sabes que ellos piensan matarme. ¡No olvides sus pecados,
ni les perdones ningún crimen! ¡Desata tu furia contra ellos! ¡Hazlos caer
derrotados!
Aquí puedes darte cuenta que es prioridad que el hombre reconozca el
poder de Dios, y sabes, Dios es el alfarero de la vida de cada persona, sólo El
puede moldear su carácter hasta llegar al propósito por el que Dios lo ha
diseñado. Así pues, lo adverso contribuirá a afinar, como en una pared que se
construye, el aplanado la hará más
uniforme la superficie pues lo rugoso desaparecerá así como las debilidades en
una persona, si es obediente a las enseñanzas de Dios, El le dará la fortaleza
que necesita.
No obstante, el hombre debe apartarse del mal y hacer lo correcto en
dondequiera que vaya, fijarse en los que están a su alrededor e imitar al que
hace lo bueno para agradar a Dios pero no debe olvidar dar gracias al Señor por
todo lo que ha hecho por la humanidad.
Con Alta estima
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