Dios me dijo: Jeremías, presta atención a las obligaciones
de este pacto, y comunícaselas a todos los habitantes de Judá. Diles que yo soy
el Dios de Israel, y que maldeciré a quien no obedezca las obligaciones del
pacto. Este pacto es el mismo que hice con los antepasados de ellos, cuando lo
saqué de Egipto, país que parecía un horno para fundir hierro. Yo les pedía que
obedecieran todos mis mandamientos, así ellos serían mi pueblo y yo sería su
Dios. Entonces yo cumpliría el juramento que les hice a sus antepasados: les
daría un país muy fértil, donde siempre habría abundancia de alimentos. ¡Y ese
es el país que hoy tienen ustedes!
Yo respondí: Que así sea, Dios mío.
Dios me dijo: Anuncia todo esto en las ciudades de Judá y en
las calles de Jerusalén. Diles que presten atención a las obligaciones de este
pacto y que las obedezcan. Desde que los saqué de Egipto y hasta ahora, les he
estado advirtiendo que me obedezcan. Pero ellos no me obedecen ni me prestan
atención. Al contrario, siguen haciendo lo que les dicta su malvado corazón.
Por eso les he enviado los castigos anunciados en este pacto.
La gente de Judá y de Jerusalén se ha rebelado contra mí.
Sus antepasados se negaron a obedecerme, y ellos hacen lo mismo, pues adoran a
otros dioses. ¡Ni el pueblo de Israel ni el de Judá han cumplido el pacto que
hice con sus antepasados!
Por eso, les advierto que voy a mandarles una desgracia de
la que nadie podrá escapar. Aunque me rueguen de rodillas que no los castigue,
no los escucharé. Les pedirán ayuda a
los dioses que adoraron, pero ellos no podrán salvarlos de su desgracia.
Porque tú, Judá, tienes tantos dioses
como ciudades, y tantos altares como calles tiene Jerusalén; en esos altares
quemaste incienso a Baal lo cual es una vergüenza.
Y tú, Jeremías, no me ruegues por este pueblo. Cuando les
llegue la desgracia, yo no escucharé sus oraciones.
Este es mi pueblo querido, pero ya ha pecado demasiado;
¿para qué viene ahora a mi templo, a presentarme sus ofrendas? Ni con ofrendas
ni con fiestas evitarán el castigo.
Yo le decía con cariño: Bello árbol de olivo, ¡qué
deliciosos son tus frutos! Pero ahora voy a prenderle fuego, ¡y sus ramas
arderán en medio de grandes gritos!
Yo soy el todopoderoso Dios de Israel. Yo planté a Israel y
a Judá en esta tierra, como quien planta un árbol. Pero les he mandado esta desgracia
por causa de su maldad, pues adoraron a Baal y con eso me hicieron enojar.
Dios me dijo: Jeremías, tus enemigos están tramando hacerte
daño. Pero yo parecía un manso cordero que es llevado al matadero, pues ni idea
tenía de sus planes. Mis enemigos decían: Vamos a matarlo. Vamos a derribarlo
como a un árbol, y a destruir todos sus frutos, ¡para que nadie vuelva a
recordarlo!
Pero tú, Dios todopoderoso, eres un juez justo; tú conoces
todo lo que sentimos y todo lo que pensamos. ¡Yo confío en ti, déjame ver cómo
los castigas!
Los habitantes de Anatot querían matarme. Entre gritos y
amenazas me decían: ¡Ya no hables en nombre de Dios! De lo contrario, te
mataremos. Pero el todopoderoso Dios de Israel
me aseguró: Yo castigaré a los de Anatot. Sus mejores soldados morirán a
filo de espada, y sus hijos y sus hijas morirán de hambre. Cuando llegue el
momento de castigarlos, les mandaré una terrible desgracia, ¡y ninguno de ellos
quedará con vida!
No obstante, es necesario que el ser humano sepa que Dios es
un Dios de Pacto y Dios ha establecido un pacto con el hombre, el cual representa un convenio solemne de cada persona
con Dios y al cual Dios quiere que el hombre preste atención y obedezca y El
cumplirá sus promesas; pero sabes, es ¡urgente! Que el hombre renueve su mente
y su corazón y cambie su manera de vivir pues Dios conoce a cada persona, conoce
su corazón, sabe lo que piensa y siente pues El es el Dios todopoderoso en
quien el hombre debe confiar.
Con Alta Estima,
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