Dios me dijo: Jeremías, compra en el taller del alfarero una vasija de
barro, y ve al valle de Ben-hinom, que está a la entrada del portón oriental.
Haz que te acompañen algunos jefes del pueblo y los sacerdotes más importantes.
Cuando llegues allá, diles a los reyes de Judá y a los habitantes de Jerusalén
que presten atención a mis palabras. Este es el mensaje que les darás de mi
parte: Ustedes son mi pueblo, pero me abandonaron. Para colmo, me ofendieron al
adorar en este valle a otros dioses.
Esos dioses nunca se preocuparon por ustedes, ni por sus padres, ni por
los reyes de Judá. Por eso yo, el todopoderoso Dios de Israel, voy a mandarles
un desastre tan terrible, que quienes lo sepan temblarán de miedo.
En este mismo valle ustedes han matado a mucha gente inocente. Han
construido altares a Baal, y en ellos han presentado a sus hijos como ofrenda a
ese dios. ¡Pero eso es algo que yo nunca les ordené! ¡Jamás lo mencioné, y ni
siquiera me pasó por la mente! Llegará el momento en que este lugar no se
llamará santuario de Tófet, ni valle de Ben-hinom; más bien, se le conocerá
como Valle de la Matanza. Yo desbarataré aquí los planes de la gente de Judá y
de Jerusalén; los entregaré a sus enemigos, para que los maten en el campo de
batalla. Allí quedarán tendidos los cadáveres, y haré que se los coman las aves
del cielo y las fieras salvajes.
A Jerusalén la convertiré en un lugar horrible. Los que pasen por aquí
verán con asombro cómo quedó la ciudad, y se burlarán de ella. Sus enemigos
rodearán la ciudad para destruir a sus habitantes. Habrá tanta falta de comida
que la gente se comerá a sus propios hijos, y hasta se comerán los unos a los
otros.
Tan pronto anuncies este mensaje, dirígete a los jefes y a los
sacerdotes, y rompe en mil pedazos la vasija de barro. Entonces les dirás de mi
parte: Yo, el Dios todopoderoso, romperé en mil pedazos la vasija de barro.
Entonces les dirás de mi parte:
Yo, el Dios todopoderoso, romperé en mil pedazos esta nación y esta
ciudad, y ya no podrán volver a levantarse. Tendrán que enterrar a sus muertos
en el santuario de Tófet. Le juro que así será. No permitiré que se me adore en
las casas de Jerusalén ni en los palacios de los reyes de Judá, pues en sus
azoteas se quemó incienso para adorar a las estrellas de los cielos, y también
ofrendaron bebidas a otros dioses. Ni en el santuario de Tófet ni en esos
lugares permitiré que me adoren.
Cuando Jeremías volvió de profetizar en el santuario de Tófet, se
detuvo a la entrada del templo de Dios. Desde allí dijo a todo el pueblo: Así
dice el todopoderoso Dios de Israel. Esta ciudad y sus pueblos vecinos se han
empeñado en desobedecerme. Por eso les voy a mandar todas las desgracias que
les he anunciado.
Así pues, es esencial que el hombre crea en el Dios verdadero y que
sus convicciones sean firmes pues a Dios no le agradan las personas tibias, es
conveniente que cada persona su si sea si a la verdad absoluta que es
Jesucristo, quien dio su vida para redimir a la humanidad. Apremia que el
hombre se aparte del mal, que se examine y medite si lo que hace logra ser
mejor persona, si al reflexionar adquiere discernimiento de lo que es bueno o
simplemente depende de lo superfluo que
al fin de cuentas no llena el vacío de que el ser humano siente, y es por estar
alejado de Dios. Ahora bien, es importante que el hombre disfrute con medida lo
que reditúa su trabajo, pero sin olvidarse
de lo trascendental, pues sabes, lo más
importante es que el hombre conozca a Dios, lo busque, se apegue a su Palabra, la obedezca aplicándola en su diario vivir para que le vaya bien.
Con Alta Estima,
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