Dios le dijo al pueblo de Judá: Supongamos que un hombre se
divorcia, y que luego la que era su esposa se casa con otro hombre;¿tú crees
que el primer esposo volvería a casarse con esa mujer? ¡Claro que no! ¡Eso
sería una vergüenza para el país! Entonces, ¿cómo es que tú pretendes volver conmigo?
¡Si tienes más dioses que los amantes que tiene una prostituta! Y esta es la
pura verdad.
Mira hacia las colinas desiertas, y dime dónde no has
adorado dioses extraños. Te sientas junto a los caminos, y te ofreces como
prostituta a todos los que pasan. Con tu infidelidad has llenado de maldad el
país. Por eso no llegan las lluvias, ni caen aguaceros en la primavera. No
tienes vergüenza; eres peor que una prostituta. Hasta hace poco me decías que
me querías como a un esposo, que yo era el novio de tu juventud. También me
pediste calmar mi enojo, pero no hablabas en serio, pues seguiste haciendo lo
malo.
Cuando Josías era rey, Dios me dijo: Jeremías, ¿te has
fijado en lo que ha hecho mi pueblo Israel? Se ha comportado como una esposa
infiel. En los cerros altos y bajo la sombra de cualquier árbol adora a dioses extraños.
Después de todo lo malo que había hecho, pensé que se arrepentiría y volvería
conmigo; pero no lo hizo. Y el pueblo de Judá se ha comportado igual. Aunque
supo que yo rechacé a Israel, me fue infiel y me puso en vergüenza al adorar a
otros dioses.
A Israel no le importó traicionarme; al contrario, contaminó
el país y me ofendió al adorar ídolos hechos de piedra y de madera. Para colmo
de males, Judá quiso engañarme diciendo que se había arrepentido. Pero no era
verdad. Yo les juro que así fue.
Dios también me dijo: Jeremías, aunque Israel me fue infiel, al
fin de cuentas resultó ser mejor que Judá. Así que dirígete al norte y anuncia
este mensaje: Israel, pueblo infiel, ¡vuélvete a mí! Me olvidaré por completo de mi enojo, y te
recibiré con los brazos abiertos, porque soy un Dios bondadoso. Tan sólo te
pido que reconozcas tu culpa, que admitas que te rebelaste contra mí, que no
has querido obedecerme, y que bajo la sombra de cualquier árbol has adorado a
otros dioses. Te juro que así es.
¡Vuelvan a mí, israelitas rebeldes! ¡Ustedes son mis hijos!
De cada ciudad tomaré a uno de ustedes, y de cada familia tomaré a dos, y los
traeré a Jerusalén. Yo les daré gobernantes que actúen como a mí me gusta, para
que los guíen con sabiduría y con inteligencia.
En el futuro, cuando ustedes hayan poblado el país, no se
hablará más del cofre del pacto, ni nadie volverá a acordarse de él. Tampoco
volverá a fabricarse uno nuevo, porque ya no será necesario. Les juro que así
será.
Cuando llegue ese día, la ciudad de Jerusalén será conocida como
el “trono de Dios”. Todas las naciones vendrán a Jerusalén para adorarme, y ya
no se dejarán llevar por los malos deseos de su necio corazón. Entonces los
reinos de Israel y de Judá volverán a la tierra que les di como herencia a los
antepasados de ustedes..
Pueblo de Israel, yo quise tratarte como a un hijo. Pensé en
regalarte la mejor tierra, ¡el país más hermoso del mundo! Creí que me
llamarías “Padre”, y que siempre estarías a mi lado. Pero me fuiste infiel, pues
adoraste a otros dioses. Te juro que así fue. Puede oírse por las montañas
desiertas, el llanto angustiado de los israelitas. Eligieron el camino
equivocado, y a mí, que soy su Dios, me abandonaron.
¡Vuelvan conmigo, hijos rebeldes! ¡Yo los convertiré en
hijos obedientes! Los israelitas respondieron: Dios nuestro, aquí nos tienes. A
ti volvemos, porque eres nuestro Dios. De nada nos sirve ir a las colinas, ni
lanzar nuestros gritos en las montañas. Solamente en ti, Dios nuestro,
hallaremos nuestra salvación.
Desde que éramos jóvenes, nuestra vergonzosa idolatría echó
a perder a nuestros hijos e hijas, y perdimos nuestras ovejas y ganados, y todo
lo que consiguieron nuestros antepasados. Nosotros y nuestros antepasados hemos
pecado contra ti. Desde que éramos jóvenes, y hasta el día de hoy, jamás te
hemos obedecido. Por eso, debemos avergonzarnos y humillarnos por completo.
Sabes, es importante que el ser humano sea firme en sus convicciones,
que al aceptar a Jesucristo como su Señor, aprenda de su Palabra para que su vida sea edificada.
Por lo tanto, si el hombre obedece a Dios y sigue sus
mandamientos se alejará de la idolatría, hechicería pues estos son dioses
inanimados creados por el mismo hombre pues se deja llevar por su necio corazón, pero sabes, es esencial que el hombre tenga
una relación personal con el único Dios verdadero, pues es un Dios fiel que
cumple sus promesas.
Con Alta Estima,
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